Sentirse solo y agobiado por los problemas estaba produciendo en Eraclio un grave problema de auto estima. Sentía que el mundo se había olvidado de él, que no valía la pena seguir viviendo y muchas veces había pensado acabar con lo que el mismo llamaba sufrimiento.
Sus padres ya fallecidos, su familia dispersa y con una comunicación casi que nula le hacían sentirse aislado del mundo.
Su vida había sido bastante difícil, sus amigos muertos por la guerra y por las malas decisiones tomadas, él mismo se había visto inmerso en una vida caótica de alcohol, drogas y sexo, donde los más bajos instintos eran saciados, sin importar el cómo o a quién se afectaba en el tránsito de aquella falsa felicidad y buena vida.
Su vida sumida en las penumbras de la angustia y la falta de amor propio, lo habían impulsado muchas veces a intentar acabar con su vida, pero algo pasaba, siempre algo pasaba y aquella decisión nunca ejecutaba.
Hoy como en aquellos días de suprema angustia, su mente solo ansiaba una cosa, dormir el sueño de los justos, si es posible así llamar a la muerte. Y se preguntaba ¿Si eran justos porqué habían muerto?, ¿sería hoy la vencida? ¿o tendría que seguir avanzando en este valle de lágrimas, como alguna vez escuchó decir durante una oración?.
Sus ojos ya secos de tanto llorar e implorar una salida a su sufrimiento, miraron hacia el horizonte y el firmamento que como su alma, estaban tapizados de oscuros nubarrones y pensó que el día al igual que él anhelaba la llegada de la noche para dormir y dejar de ser este oscuro día.
La decisión nuevamente estaba tomada, su vida acabaría allí en aquel momento, que más oportuno y premonitorio que un día lleno de nubarrones para acabar con su vida que nunca había visto la verdadera y la auténtica felicidad.
Había salido de la ciudad y había escogido un risco de más de trecientos metros de caída libre, para garantizar que esta vez nada le impidiera cumplir su cometido.
Allí estaba, con los ojos cerrados, en lo que él había decidido sería el ritual de su partida, sin acompañante y casi seguro que sin duelos, así en medio de la más completa oscuridad, tal como había sido su vida, así saldría de ella, no valía la pena echarle un último vistazo a aquello, que nunca lo amó o lo hizo sentir que era parte de la vida.
El borde del peñasco se antojaba el filo de una delgada navaja, bastaba solo un ligero movimiento para que su cuerpo cayera por el acantilado, chocando contra las rocas destrozándolo hasta literalmente no dejar más que la huella de su caída.
Estaba decidido a hacer ese movimiento, su pie derecho se movió levemente con dirección al vació, y fue en ese momento, que Eraclio sintió que que su cara se iluminaba y un delicado calor acariciaba su cabeza, no pudo permanecer impávido ante ello, abrió sus ojos y observó que a través de los oscuros nubarrones el sol se había filtrado y había golpeado directamente su rostro.
Su pie derecho volvió a su sitio original y observando aquello que se le antojaba nuevamente un no se que, le hablaba y le brindaba una nueva esperanza, que pese a todo, la vida y el día siempre tendrán nubarrones oscuros, pero no por ello el sol dejará de brillar.
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