He estado caminando por la ciudad quiero decirte, viajando entre absurdas nimiedades que son en ciertas ocasiones sueños o pesadillas donde muero a las fauces de un león. Todo termina pronto. Ayer por la noche iba bajo las luces intermitentes de las luminarias que vibran y tiemblan. La acerba oscuridad cayendo sobre mis hombros, el frío en la piel. En las ventanas de los edificios, empañadas por el amanecer, estaba tu rostro pintado con un óleo de gotas escurridizas que se deslizaban al fondo del cristal.

Lamento no poder encontrar las palabras precisas para decir todo lo que siento, y quizá parezca que intento disfrazar algo, pero si sólo dijera “Te amo” no sería suficiente, pues no lograría decirte la punta de todo lo que siento por ti. Sin embargo, hay poco que yo pueda hacer; podría decir silencio o tormenta, pero cómo explicar lo que son.

Ahora estoy sentado frente a la ventana. Vuelvo a ver una foto tuya sobre el buró y esa mirada palpitante. Con el corazón en llamas me quedo, no llorando pero parecido, ahogándome en una inconsolable tristeza. Ya nadie viene a verme, si venían era por ti; yo tampoco voy a visitar a nadie. Si el mundo se olvidó de mí yo me olvidé del mundo.

Las flores ya están marchitas en el balcón y las oscuras golondrinas no han vuelto. La forma de tu cabeza en la almohada ya pronto desaparecerá y el olor a vainilla se desvanece también poco a poco. Intento soltar la pluma pero me llama, si me voy grita por mí y es un sonido aterrador que se reproduce con cientos de ecos en mi cabeza.

Hace unas horas saqué del armario la maleta con todas las cartas que te hice, esas que nunca quisiste leer porque según tú las escribí para aquella niña de doce años, la que solo vivió en mi imaginación, que murió y renació con el alma empeñada. Tantos recuerdos ¿por qué tantas letras caben en un lugar tan pequeño? ¡Es indignante! Me molesta. Leí una tras otra, esperando, soñando; aquí las tengo a mi lado. Ahora no hay nada.

Ya llega el ocaso, con lentitud. Las aves amainan el vuelo y las personas se

esconden en sus peceras. Yo los miro a ambos, hombre y bestia desapareciendo, si no bien

de rama en rama de puerta en puerta. Asedia el calor de la noche y la tempestad del porvenir. Nuestros cuerpos mutilados y desfigurados, solo somos comida para los animales. Disculpa éste lenguaje tan obsceno, no soy yo, pero no puedo parar. Mil tonterías difusas se maquinan a medida que avanzo y corre la noche. Ella me dice “Aniquila el papel ¡Azótalo!” y aquí me tienes desgarrando nuestro más probable testamento. También me dice que me vaya, pero no lo haré, aún no es tiempo.

Todavía no comprendo cómo es que el gato sigue vivo, no había pensado en él hasta este momento desde hace un mes, y como él no ha protestado supongo que estará bien. Pienso que la anciana del piso de abajo lo alimenta. Acabo de descubrir que le gusta el vino, lo bebe como si fuera agua fresca; se ve un tanto mareado, un poco abstracto, se tambalea.

Comenzó a llover. Las gotas se precipitan con vehemencia. Se juntan los exorbitantes destacamentos en hileras de millones. Estamos en guerra. En los cuarteles se prepara la gente con sus paraguas y gabardinas. En una habitación al sur de la ciudad una madre le dice a su hijo “Abrígate bien, hace un frío que te cagas. Descansa, te amo” Esa última y terminante frase arremete contra mi pecho. De pronto, aparecen reflejadas las luces ingrávidas del pasado, veo piernas quebradizas y una pared oscura que no me deja observar nada a su través; las escaleras rechinan, oigo pasos, alguien baja y me mira como un extraño, yo hago lo mismo y luego sube sin decir palabra, deshaciéndose como una nube de humo.

Me corresponde el pensar que así como yo los veo alguien me estará viendo a mí. Será acaso una manifestación de mi narcisismo. Ahora me viene otro recuerdo a la mente “Camino por la calle con los mismos atavismos que mi padre, siempre firme y atento.

Observo una luz encendida en el tercer piso del edificio Broadway, una cortina amarillenta impide que vea más allá, pero siento que ahí está un hombre de piel morena y alma poeta que pudiera expresar los mismos sentimientos que yo tengo; taciturno, ahogando su llanto en risas histéricas. A un lado suyo una hoja de papel en blanco y un clavel, la hoja de viento y la flor de espanto. Los ojos hinchados en sus cuencos de carne moribunda, y escarlata el refulgir de sus venas” Ahora lo veo más real que antes, la mirada convulsa y quimérica la siento parte de mí.Sigue lloviendo. La mañana se hace precisa; la noche es trágica para los sentidos, también para los sentimientos ¿Qué persona no ha deseado más la muerte suculenta a tientas de la oscuridad y su hermosa y algo perversa complexión? Dejé abierta la ventana, una risa llegó volando a mis oídos, algo grave y siniestro como el crujir de las calles bajo las ruedas aceitosas y humeantes. No puedo dormir, el insomnio de la desesperación es un efecto colateral de tu ausencia. No me acechan espantos ni horrores, al contrario, eres tú con tus cabellos encendidos y el brillo devastador de tu mirada la que no me deja en paz. Eres tú.

Son las tres de la mañana, los parpados me pesan, las piernas prefieren no responder. Intento moverme, pero estoy paralizado de la cintura para abajo; gritaría “auxilio” más sé que nadie vendría, solo esperarían “¿Qué es ese ruido?” a que dejara de gritar, y cuando mi voz se vea devorada por el eterno silencio y se fundiera con el aire, entonces aparecerían tocando “¿Hay alguien? ¿Señor Valentín está todo bien?” ante la falta de respuesta, pasadas ya muchas horas vendría la casera encontrándome tirado en el suelo; yo estaría sosteniendo una copa de vino en la mano y habría una botella rota derramando néctar por las rendijas de la madera. Una última carta “Púdranse todos” y mi manera más bella de decir adiós. El cuerpo yerto, rigor mortis, más un gesto de despedida

-Vil borracho, se desmayó. De tal palo tal astilla

Hablaría primero la anciana, la que todo lo sabe, desprestigiándome siempre; luego sería el hombre del segundo piso “Era un loco” Cerrarían la puerta dejando que mi cuerpo se fermente y se pudra. La ventana que se quedó abierta daría paso a las aves que llegarían volando, se posarían sobre mi cadáver y lo despedazarían, que final más digno. Todo termina por terminar.

Son las cinco de la mañana, los minutos se agolpan entre ellos, uno sobre otro, y las horas llegan como rayos. Se dice la luz, se ve, pronto ya no está. En este momento me da por sentirme poeta, de esos que no se comen sus palabras, sino que exclaman, de los que van por ahí analizando la belleza de los demás y odiando su propia existencia. No soy crítico, soy criticón, la diferencia es que lo primero es un oficio, lo segundo un estilo de vida. Podría escribir los versos más tristes esta noche, los más desoladores, pero de eso ya tengo mucho.

Hojeé algunos libros para distraerme: Don Quijote ¡Oh la genialidad de la locura! La Divina Comedia y su divina gracia, algunas obras de algunos hombres como: Romeo y Julieta. Ante el amor cada quien se hace loco a su manera, yo prefiero resucitarte a instantes para evitar la penumbra.

Son las siete de la mañana, las sombras me dan un abrazo de despedida y compartimos con gracia la última copa de ironía que nos queda. Yo brindo por el día que se va y la noche que no se quiere ir, por el tiempo que mientras se aleja profiere “C’est la vie”

Cuando te fuiste mi mundo se quedó en pausa, como un reloj roto, como un juguete sin cuerda, como un hombre que lo ha perdido todo. Si me pusiera a llorar ahora ¿sería lo correcto? Sufrir para los demás para que sepas cuánto sufro por ti, avergonzarme como un bufón y pedir algo de compasión ¡Esas sobras no las quiero! Deseo el amor puro, sin límite de tiempo, sin barreras, sin sentirme sólo.

Soledad, tierna amiga, que manos más frías tienes. Ya estoy cansado de todo esto.

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