CAPÍTULO IV
PELEANDO CONTRA LA PROFECÍA
-Me rehúso a dejarlos a su suerte en aquel lugar. Son hermanos, pero no los creo capaces de quererse como tales- la congoja en la voz de Claudia era muy evidente mientras se paseaba en la sala de la casa de Eva.
-¿Por qué Canek los dejó partir?- cuestionó Isaac- Creí que él los cuidaría. Ese era su trabajo
-Dice que Balam quería que ellos fueran allá- Antonio respondió mientras veía fotos de las Grutas de Balankanché-. Él debió decirle algo que a nosotros no.
-Por Dios, Antonio, Canek tenía tres años cuando Balam murió- Eva contradijo-. Ni siquiera mis hijos recuerdan a su padre.
-Te sorprendería lo que él es capaz de recordar, Eva- Antonio suspiró sujetando el puente de su nariz entre sus dedos en un reflejo de cansancio-. Lo he entrenado desde pequeño en cualquier tipo de pelea, pero fue Balam quien lo instruyó en su misión. Tu esposo es el único que le dijo a Canek qué hacer y cuándo.
-Estamos ciegos, Eva, ¡ciegos! ¡Dependemos de un adolescente que no nos dirá absolutamente nada!- Isaac arrojó las fotografías con violencia-. Peor aún, ellos están metidos en ese mundo y no tienen forma de regresar y las familias de Carlos y Dara levantaron una denuncia de personas desaparecidas, la policía está haciendo preguntas y no tenemos ninguna respuesta creíble que darles- la voz de Isaac se oyó llena de impotencia y frustración.
-Levanten una denuncia también de personas desaparecidas- Claudia ordenó y miró a Eva-. Ya están en ese mundo, no podemos hacer nada aquí excepto apoyar a los padres de Dara y Carlos aunque sea mintiéndoles-. Antonio resopló y ella lo miró severamente-. Esto lo decidiste hace diecisiete años, Antonio.
-Lo decidió Balam, Claudia.
-Y tú obedeciste- Eva sentenció-. Antonio, solo confió en ti para cuidarlos. Tú y Canek son los únicos que pueden ir con ellos- Eva tomó las manos del hombre y le miró suplicante-. Balam lo sabía y por eso te pidió a ti, su mano derecha, este sacrificio.
Antonio dio un apretón de manos a Eva con afecto y comprensión. Ella tenía razón, Balam se lo pidió y su deber era seguir adelante. Si Canek tenía información que ellos no, debió ser por una razón, lo que quedaba era seguir adelante. Tendría que esperar lo suficiente hasta que ellos obtuvieran los emblemas, hasta ese momento la protección del otro mundo se debilitaría lo suficiente como para poder viajar allá. Mientras tanto Claudia tenía razón, debían fingir ante el mundo que no tenían idea dónde estaban los gemelos.
El cuerpo de Diego comenzó a moverse, poco a poco despertó y notó en donde se encontraba. Con algo de trabajo se pudo desenredar de las raíces y levantar su dolorido cuerpo. Estaba seguro que debía estar muerto tras esa caída, pero el terrible dolor de cabeza hizo que lo descartara, había burlado a la muerte sin saber cómo; miró a su alrededor, y vio un estanque, se acercó a él para mojarse la cara y despertar por completo.
-¡Farid!, ¡Farid! ¿Dónde estás?- gritó-. ¡Santos! ¡Carlos!
Caminó entre la espesa selva sin dirección mientras gritaba los nombres de su hermano y compañeros, no importó la dirección que tomaba, parecía interminable. Encontró un árbol cuya copa sobresalía, logró escalarlo para observar donde se encontraba y mejor aún a dónde se dirigía. Miró a su alrededor y notó no muy lejos la cima de una pirámide. Bajó del árbol y se dirigió allá, con algo de suerte los demás la verían y pensarían lo mismo que él. Caminó lo que pareció ser unas tres horas pues la espesura de la selva le impedía avanzar a buen ritmo. Al atravesar una espesa hiedra se encontró con un campo abierto lleno de casas hechas con adobe y niños jugando con algo parecido a una pelota, personas a lo lejos labrando la tierra, algunos otros cuidaban venados y pavos, seguramente para su propio consumo. Su vestimenta era rudimentaria adornada con plumas y pieles. Observó la pirámide que había podido ver a lo lejos, de cerca se veía gigantesca comparada con la de Kukulkan, con serpientes y jaguares tallados a los costados y un pebetero en la cúspide que ardía.
A un lado de esta gran estructura se encontraban algunos templos menores, había un lugar donde se alojaban los guerreros, otro era reservado para los sacerdotes, incluso tenían un mercado. Hubo lugares que se notaba eran exclusivamente para las bestias del campo o la reserva de semillas y alimento. Se trataba de toda una población trabajando en armonía. La primera impresión que tuvo Diego al mirar todo eso era que tanto hombres como mujeres ayudaban en los quehaceres del hogar, en la agricultura y el cuidado de los animales. También notó que hombres y mujeres entrenaban en la pelea cuerpo a cuerpo sin objeciones. Se escondió entre las casas para poder observar todo el panorama y se percató que podía entender todo lo que decían aunque no hablaban en español.
Llamó su atención la figura de una mujer que se encontraba en la cima de la pirámide, era una mujer morena, con larga cabellera negra, su cara delineada por una mandíbula fuerte y unos hermosos pero severos ojos negros. Tenía un vestido corto, parecía hecho de piel de ciervo blanco, era una piel hermosa y brillante, tenía un brazalete en el brazo izquierdo y otro en la muñeca derecha, aparentemente de oro y ónice, y lo que más llamaba la atención era el manto que cubría su espalda, era de un color rojo quemado, y Diego estaba seguro, que ella realmente sabía lucirla muy bien. Él también pudo notar un collar con una joya de una piedra que no pudo identificar. Por lo que él veía ella tenía un nivel social alto pues su vestimenta y su porte eran distintos a los demás individuos. Observó lo más discretamente que pudo, pero no fue suficiente cuando sintió que era derribado por lo que sospechó eran unos guardias que lo arrastraron ante aquella mujer y lo obligaron a arrodillarse en medio de una congregación de personas. Ella bajó las escaleras con pasos elegantes y firmes deteniéndose solo cuando estuvo directamente frente a Diego.
-Levántate- él obedeció sabiendo que no tenía más opción-. ¿Quién eres?
-Soy Diego Kobak- y maldijo internamente al notar su voz temblar – ¿Dónde estoy?
-Yo hago las preguntas- ella habló con calma, aunque firmemente-. ¿De dónde vienes?
-De…de Chichén Itzá- al responder se oyeron los murmullos y expresiones de asombro por parte de la gente-. Oye, en serio, ¿dónde estoy?- cuándo dijo esto fue golpeado por uno de los guardias en el estómago haciéndolo caer.
-Te dije que yo hago las preguntas- volvió a decir ella esta vez su voz un poco más elevada.
-Ixchel- la voz de un hombre maduro se escuchó desde lo alto de la pirámide-, sube y trae contigo al muchacho.
-Padre, puede ser una trampa de nuestros enemigos- replicó ella. Él le dio una mirada significativa que no dejaba lugar a las réplicas.
Ella de mala gana ordenó que soltaran a Diego y tomándolo bruscamente del brazo lo guio a la cima. Él tuvo el acierto de guardar silencio hasta que le permitieran explicarse pues sabía que estaba en plena desventaja; además la chica que tenía al lado no era precisamente para tranquilizarse, ya que, aparentemente, él era una amenaza para ella y su pueblo. Caminaron hasta llegar a lo más parecido a un trono hecho de oro y adornado con jaspe, lapislázuli y plumas de quetzal, en él se encontraba sentado el padre de la chica. Su cabellera plateada caía suavemente sobre sus hombros, no tenía barba y parecía escudriñar con sus ojos cafés los pensamientos de quien estuviera frente a él. El vestía una gran túnica de pieles, en la cabeza se posaba algo parecido a una corona delgada hecha de ónice con incrustaciones de oro y plata, en su mano derecha tenía un gran báculo de madera adornado con plumas de quetzal y caracolas. Ixchel arrastró a Diego hasta aquel hombre y lo obligó a arrodillarse presentándolo como un criminal.
A pesar de que a él no le parecía cómo estaba siendo tratado debía obedecer todo lo que le pidieran, solo así podía pedirles ayuda para encontrar a su hermano, así que permaneció en silencio permitiendo ser escudriñado. Aquel hombre bajó de su trono, miró a Diego detenidamente, lo rodeó como intentando buscar algo malo en él, lo tomó de la barbilla para observar mejor su rostro.
-Escuché que tu nombre es Diego- comentó el hombre tranquilamente mientras regresaba a su trono.
-Sí, así es- respondió el joven mirándolo a los ojos-. Es un gusto, supongo.
-Yo soy el Anom, el Gran Maestro. Dime, Diego, ¿de dónde vienes?
-De Chichén Itzá- Anom de inmediato miró a su hija asombrado-. No venimos a hacer ningún daño si eso es lo que les preocupa.
-¿Son varios?
-Sí, mi hermano y otros dos compañeros.
-No seas mentiroso- interrumpió Ixchel-. No vimos a otras personas contigo.
-Nos separamos- Diego intentó explicarse-. Entramos a un lago en las Grutas de Balankanché y caímos sobre la isla. Sé que es una locura, pero eso pasó. Durante la caída nos separamos, cada uno descendió en un lugar diferente. Vine aquí al ver la pirámide esperando que ellos al verla piensen lo mismo que yo.
Anom lo miró sin emitir ningún sonido, Diego podía ver los engranajes trabajando en su cabeza determinando si debía creerle o no. Ixchel le miraba de forma analizadora y él le devolvió la mirada clavando sus ojos en sus pupilas. Un reto declarado. Un guardia llegó y le susurró algo a Anom que nunca dejó de mirar a Diego.
-Ixchel lleva a Diego a nuestro hogar- ordenó y ella estuvo a punto de replicar-. Estoy seguro que te comportarás honradamente con mi invitado- Ixchel asintió a su padre, se inclinó reverentemente y tomó a Diego para llevarlo con ella.
Ella lo liberó en cuanto bajaron de la pirámide y en una orden silenciosa le indicó el camino a su hogar. Ahora que podía caminar libremente se permitió observar mejor a su alrededor. Sin duda estaba en una pequeña ciudad muy bien constituida, cada grupo haciendo su trabajo para el crecimiento colectivo. Notó por primera vez lo que él pudo determinar era una escuela llena de niños de unos diez años y pudo apreciar mejor la interacción en el mercado.
Ixchel ingresó a una gran casa cubierta con adornos de conchas, Diego la siguió de cerca observando cada detalle. Los postes que sostenían el lugar estaban hechos de madera tallados con historias familiares de las batallas anteriores. Nombre tras nombre relataba el legado y el derecho a gobernar, él pudo notar que hacía falta uno ya que la base estaba vacía. El piso estaba cubierto por brillante piedra caliza, las paredes tenían colgados algunos tapices de hermosos colores que detallaban los movimientos de las estrellas y el calendario de la luna. Diego apreció una mesa grande y larga no más alta que medio metro. No vio sillas y cuando Ixchel le indicó sentarse él entendió que no eran necesarios asientos en ese lugar. Se sentó en el suelo flexionando sus piernas y apoyó sus codos sobre la mesa. Había más habitaciones en la parte de atrás, pero ella nunca mencionó que mostraría más de la casa. Ella ordenó a un sirviente que trajeran fruta y bebida para Diego, al mismo tiempo otro encendió lo que para Diego era lo más cercano a una chimenea. Fue hasta ese momento que se dio cuenta que comenzaba a anochecer y el frío se estaba haciendo presente.
Diego comió mango y sandía mientras medía sus opciones. No sabía si debía quedarse más tiempo o ir en busca de su hermano y sus compañeros, aunque cada vez se hacía más obvio que ellos no llegarían a ese lugar.
-¿Cuál es el nombre de este lugar?
-La ciudad se llama Ahavil Sasil, el nombre de este mundo es Wayak’.
Diego frunció el ceño, era obvio que ya no se encontraba en Chichén Itzá, ni siquiera en su mundo, pero no podía explicar por qué razón no se sentía extraño estar en ese lugar. Había algo familiar en su aroma, sus sonidos, las sensaciones que le provocaban. Permanecieron en silencio después de eso, Diego jugaba con la copa donde le habían servido agua, estaba preocupado por su hermano. Podía estar todavía desmayado en la selva, si es que él también sobrevivió a la caída. Se tensó de inmediato, Ixchel lo notó y se mantuvo en alerta, Diego ni siquiera estaba seguro de que su hermano estuviera vivo o muerto, algo dentro de él sentía que su hermano estaba bien, sin embargo, necesitaba una confirmación. Miró a la salida con insistente mirada dispuesto a correr y escapar, ella jamás dejó de enfocarse en él presintiendo sus intenciones. Él la miró y ella supo que la había retado a vencerlo.
-Me disculpo por dejarte solo durante tanto tiempo, Diego- Anom dijo en forma de saludo mientras entraba a la casa y era despojado de sus pesadas pieles, corona y báculo por sus sirvientes que dejaron todo en otra habitación. Anom se sentó a la mesa ajeno a la tensión del momento anterior, de inmediato le sirvieron un banquete; su hija finalmente se sentó a su lado, aunque nunca bajó la guardia. Si Anom se percató de la tención jamás lo mencionó-. Todos hablan de tus amigos y hermano. Los vieron caer, duro, por cierto.
-¿Están bien?- Diego de inmediato cuestionó.- Mi hermano, ¿está bien? ¿Dónde está?
-¿Tu hermano es idéntico a ti, Diego?- el aludido asintió puesto que no había mencionado eso, Ixchel tomó la mano de su padre con temor-. Dices que vienen de Chichén Itzá- él volvió a asentir, aunque no comprendió la relevancia de esto.
-Es la profecía- Ixchel no se atrevió a levantar la mirada- La destrucción a alcanzado nuestro mundo, el que alguna vez fue uno se destruirá así mismo, proclamando la vida de sus enemigos y ganando como trofeo el mayor título de nuestro pueblo- relató en un susurro audible. Sus hombros caídos, sus ojos tristes
-El que alguna vez fue uno se destruirá así mismo- Diego repitió comprendiendo de inmediato su alusión-. No es posible- se levantó de un salto dispuesto a buscar a su hermano, no obstante, descuidó a Ixchel que de un solo golpe lo dejó inconsciente sobre el piso. Anom ordenó que lo llevaran a una habitación vacía hasta determinar lo que harían.
En la profundidad de la selva la noche cubría un pequeño pueblo, parecía viejo y abandonado, no obstante, en la oscuridad de sus calles los murmullos de sus habitantes lo volvían un lugar vivo. La gente que habitaba ese lugar tomaba sobrevivir cada día como una victoria. La muerte rondaba en cada esquina. Un hombre alto, de piel negra con larga cabellera alborotada caminó entre laberintos y túneles que eran las calles hasta llegar a una pequeña cámara en donde se encontraba el cuerpo de un joven. El hombre se acercó y con un jarrón arrojó agua en la cara del chico, él se despertó desubicado y con miedo, miró a su alrededor, la cámara era fría y lúgubre, solo una antorcha en la pared alumbraba toda la habitación, sintió un escalofrío que atravesó todo su cuerpo por el frío que sintió.
-¿Quién eres?- preguntó Farid algo aturdido.
-Mi nombre es Tizoc- contestó-. Te vimos en la selva desmayado y te trajimos aquí.
-Gracias. Soy Farid, por cierto. ¿Dónde estoy?, ¿dónde está mi hermano?- intentaba levantarse sin éxito.
-¿Hermano, tienes un hermano?- inquirió acercando la luz de la antorcha para ver mejor su rostro.
-Sí, somos gemelos. Pero esa pregunta me hace entender que no lo han visto- se logró levantar con la ayuda de Tizoc-. Tengo otros dos amigos perdidos en la selva. Te lo ruego, ayúdame a encontrarlos.
-Tranquilo, buscaremos a tú hermano y a esos dos. Debes estar consiente que es probable que los tenga el pueblo de Ahavil Sasil. Ahí viven nuestros enemigos, personas que nos han obligado a vivir aquí, en donde la comida es escasa y casi toda el agua se encuentra envenenada – el hombre se había sentado a su lado y limpiaba el rostro mojado del chico-. Nos mandaron al exilio a morir.
-¿Por qué?- Farid preguntó curioso.
-Pensamos diferente a ellos- sonrió sin ganas-. Supongo que no hay espacio en su perfecto reino para almas libres- Tizoc buscaba ganar la confianza de ese chico que venía de un mundo lejano, tomó un vaso con agua y pan y se los entregó. Farid los agarró y comenzó a comer rápidamente, tenía mucha hambre porque había permanecido durante horas desmayado. Cuando sació su hambre Tizoc le suplicó que se recostara y descansara un poco más, después se encargarían de su hermano. Farid no tuvo otra opción que aceptar pues aún se encontraba cansado, así que se acomodó en el frío suelo e intentó dormir, Tizoc lo cubrió con su propio manto, tomó la antorcha y se marchó silenciosamente del lugar. Su sonrisa no podía ser borrada.
Farid en medio de la oscuridad meditó, no sabía dónde se encontraba, pero intuyó que tenía que ser así. Se sintió bien estar en ese lugar, había algo íntimo en su atmósfera. Las sombras le ayudaron a descansar, pero en algún momento se hartó de ellas; se levantó e intentó encontrar algún tipo de lámpara para ver sin éxito alguno. Fue tanto su deseo de querer alumbrar el lugar que de sus manos unas llamas de fuego emergieron. Farid se quedó atónito y su primera reacción fue intentar apagarlas agitando sus manos lo que provocó que quemara lo poco que había alrededor. Finalmente pudo extinguir el fuego en sus manos, pero, aunque no lograba ver nada, se dio cuenta que sus manos no ardían ni estaban heridas. Se concentró en formar una pequeña llama en su mano izquierda para alumbrar a su alrededor. Se dio cuenta que lo que pasó aquel día en la oficina de su tío no había sido coincidencia, verdaderamente podía crear y dominar el fuego.
Practicó en la soledad de la habitación y, poco a poco, era más fácil para él crear fuego y dominarlo; hizo una estrella, un círculo y el emblema, igual como lo había visto aquel día en su jardín. Se sintió poderoso, grande, nunca se había sentido de esa manera. Salió de la cámara y siguió los pasajes hasta que salió a una explanada. Algunas de las personas que se encontraban ahí lo miraron curiosos, todos habían escuchado sobre él. Farid se acercó a una persona para preguntarle dónde podía encontrar a Tizoc, le indicó una maltrecha casa no muy lejos. Miró con detenimiento aquella estructura, había una puerta grande hecha de madera podrida, ventanas pequeñas, las paredes estaban dañadas y con grietas. Tocó la puerta, esperó un minuto y volvió a tocar, esta vez con mayor intensidad, alguien abrió la puerta, Farid no pudo ver su rostro ya que tenía una capucha negra.
-Quiero ver a Tizoc- dijo firmemente-. Soy Farid.
El hombre se hizo a un lado para dejarlo pasar, cuando Farid se encontró dentro se dio cuenta que no veía nada a excepción de las antorchas que guiaban el camino, el hombre le pidió que lo siguiera, él obedeció aunque con algo de temor. No sabía que tan grande era aquel lugar, sin embargo sintió que había caminado mucho, aunque solo hubieran sido unos pocos minutos. Finalmente notó una puerta al final del pasillo, el hombre que lo guiaba se detuvo y con un movimiento en la mano indicó que él debía seguir. Farid asintió, dio algunos pasos hacia delante y cuando miró atrás para darle las gracias, ya no se encontraba nadie, el hombre había desaparecido.
Siguió avanzando hasta que se encontró cara a cara con otra una puerta vieja de metal. Tocó tres veces y nadie respondió. Decidió entrar y observar lo que le esperaba adentro, en medio de la sala había dos pebeteros que alumbraban una enorme silla de madera elegantemente tallada, su hermosura contrastaba con lo deteriorado del lugar; en la parte de atrás había un emblema, por la investigación que había leído de Jonathan Torres supo que se trataba del emblema de la oscuridad. Miró a su alrededor y las sombras no le permitían ver si había alguien más en la sala. De un movimiento incrementó el fuego en los pebeteros alumbrando toda la habitación. Tizoc lo miraba desde una esquina sonriendo.
-Veo que ya dominas bien tu don- Tizoc se acercó sentándose en el trono.
-No pareces asombrado. ¿Es normal hacer esto en este mundo?
-¿Normal? Podría decirse. Pero solo existe un Hijo del fuego y ese eres tú. Nadie más puede hacer lo que tú haces. Por eso necesitamos necesitamos tu ayuda, muchacho. Queremos vencer al pueblo que nos ha oprimido.
-¿Quieres que te ayude por lo que puedo hacer?- Farid lo miró preocupado- No lo tomes a mal, pero no sé si sea prudente involucrarme en asuntos de tu mundo.
-Desde tiempos inmemorables sabíamos de tu llegada, una profecía se había dicho, sin embargo, hace poco las estrellas lo confirmaron- Tizoc tomó sus hombros con fuerza-. Tu destino está aquí.
-Yo…- Farid pensó en la familiaridad que sentía al estar en este mundo, sin embargo el recuerdo de su madre y su tío vino a su memoria-. Lo siento, tengo que ir a mi hogar.
-Entiendo- Tizoc suspiró tristeza-. Necesitarás algo de provisiones para tu viaje- sobre una pequeña mesa había una bolsa que le entregó a Farid-. Me disculpo que no sea mucho, aquí no hay suficiente comida.
Farid abrió la bolsa y revisó su interior, había pan duro, manzanas cafés, plátanos y mangos negros, envuelto en unas hojas carne casi podrida y un recipiente con agua ligeramente verdosa. El joven miró angustiado esos alimentos, no solo tenían poca comida, la que tenían era prácticamente desperdicio; lo que más afectó a Farid fue que ellos, teniendo poco, habían decidido compartir con él.
-Te ayudaré a librarte de tus opresores. Haré lo que pueda.
-¡Gracias, Hijo del fuego! Ya verás que los pueblos hablarán de esto por generaciones.
Farid asintió y le dio la mano a Tizoc, este a su vez sonrió satisfactoriamente, había logrado su cometido. Mientras Farid estuviera de su lado podría comprar tiempo suficiente antes de que la profecía se cumpliera. Necesitaba poner en orden a su ejército pronto. La guerra en Wayak’ era inminente y él tenía asientos en primera fila para verlo.
-Y dime, ¿qué decía la profecía?- preguntó Farid recordando la conversación anterior.
-Eso, mi amigo, es ya irrelevante.
Diego despertó bruscamente, el sueño de la pirámide lo atormentada nuevamente. Miró a su alrededor, se encontraba en una linda habitación acostado en una cómoda cama cubierta con una bella tela parecida a la seda, al lado de la cama había una mesita en donde una jarra con agua y una copa reposaban; notó muchos espejos en la habitación, eran unos siete, de diversos tamaños, brillantes, hipnóticos. Las ventanas abiertas permitieron que la luz de la luna alumbrara el lugar.
Observó toda la habitación, los detalles que había en ella le encantaron, en las paredes se habían tallado flores, buganvilias, begonias y dalias. Le pareció encantador aquel jardín eternizado, parecía que de un momento a otro el viento soplaría haciendo que sus hojas y pétalos se movieran. Todavía se sentía algo extraño, aquel golpe que recibió en la cabeza lo dejó bastante aturdido, sin embargo creía que era lo mejor ya que no se hubiera comportado de una forma muy prudente. Necesitaba primero saber exactamente en dónde estaba su hermano y escapar de ahí. Un sonido lo sacó de sus pensamientos, alguien se aproximaba, sus pisadas eran firmes pero ligeras, se levantó y esperó enfrente de la puerta para saber quién era. Cuando la puerta se abrió, la silueta de Ixchel apareció. Ella entró y fue directamente a la mesa, colocó ahí un plato que llevaba, en él, había una gran variedad de fruta y carne.
-Come, no sé lo que te guste, pero espero que esto esté bien- dijo sonriendo-. Escucha, con respecto a cómo es que te traté… lamento el golpe, ¿de acuerdo?
-Está bien, sin embargo tengo muchas preguntas, sobre mí y mi hermano.
-Primero come. Me quedaré aquí para platicar y responder todo lo que quieras- ella se sentó frente a él esperando calladamente.
Diego comió despacio, pero acabó con todo. Se sentía muy satisfecho, no obstante todavía no podía descansar, tenía que encontrar a su hermano y una salida para ir a su mundo. Ixchel esperaba sentada a que su visitante terminara para al fin empezar una conversación que cambiaría todo lo que Diego creía saber acerca de su vida y del mundo. Él se levantó y con el agua que había en el recipiente sobre la mesa se lavó la cara, volvió a sentarse frente a su acompañante y respirando profundamente la miró a los ojos para empezar.
-¿Quiénes son?- fue la primera pregunta que hizo, no titubeó, estaba dispuesto a saber todo.
-Descendientes de los mayas de tú mundo- fue la respuesta.
-Por eso el nombre de Chichén Itzá les llamó la atención- ella asintió en respuesta- ¿Cómo es que están aquí?
-Hace ya muchas lunas que nuestros ancestros vinieron a este mundo para escapar de la amenaza que se aproximaba.
-¿Qué significa su profecía?
-Que algún día un hombre del mundo que abandonamos llegaría y tendría el poder de acabar con nosotros, de destruir nuestro pequeño mundo. Al principio creímos que su poder sería tan grande que terminaría por destruirse, sin embargo ahora entendemos que puede hablar de ti y tu hermano.
-Quieres decir, ¿qué mi hermano y yo estamos destinados a pelear entre nosotros?
-Sí, lo siento- Diego apreció el que ella pareciera avergonzada-. Dime, ¿qué elemento gobiernas?- la pregunta de Ixchel lo impresionó. Ella aludió a lo que él había intentado ignorar. Aquella conversación con el agua vino a su mente, ciertamente no podía aun definir si lo había soñado o no, no obstante, su sueños hace tiempo habían dejado de pertenecerle.
-Agua -Diego se echó para atrás, miró hacia abajo-, el agua o eso creo. Todo ha sido muy raro las últimas semanas.
-Intenta mover el agua que se encuentra en ese recipiente. Tú puedes, solo concéntrate- Diego miró el agua, recordó lo que había vivido aquella noche en su sala, se sintió algo tonto frente a Ixchel, sin embargo estaba en un mundo distinto así que no debía ser una idea tan descabellada. Miró a el recipiente, juntó las manos como si sostuviera un balón entre ellas, con gran fuerza extendió los brazos e hizo como si hubiera arrojado el balón, el agua en el recipiente se movió estrellándose contra uno de los espejos, Diego continuó moviendo las manos y entre ellas reunió toda el agua, se concentró cerrando los ojos para que poco a poco el agua desapareciera-. ¡Lo lograste!
-Creo que mi hermano posee el elemento del fuego- se encogió de hombros-. Sería bastante lógico.
Ixchel pidió que lo siguiera, él titubeó por instantes y al final la siguió, cuando avanzaban las antorchas comenzaron a encenderse una a una y cuando las pasaban se apagaban dejando todo otra vez en oscuridad. Bloqueaba el paso una gigantesca puerta de madera, tan grande que un remolque podría pasar sin dificultad; Ixchel tocó, después el silencio, esperaron lo que pareció ser una eternidad hasta que se escuchó que alguien abría la puerta. Se trataba de Anom, los invitó a pasar a una gran habitación, el techo estaba descubierto, había una gran fogata en medio y un círculo la rodeaba, Diego se dio cuenta que ese círculo estaba hecho de sangre. Al ir caminando se podía notar una cama, que era cubierta con una hermosa piel de puma. Ixchel notó que a Diego observaba la sangre que rodeaba la fogata, se acercó a él y lo llevó a sentarse no muy lejos del fuego.
-Esa fogata nunca se apaga, ni de día ni de noche, ni cuando hay tormenta o cuando hay sequías, siempre se mantiene encendida. Nuestros antepasados la encendieron hace ya mucho y aún sigue con vida- explicó Ixchel.
-¿Y la sangre?- preguntó Diego.
-Eso es por el Ah Kin, que es nuestro sumo sacerdote, lo que hace es cortar una de sus muñecas y con la sangre que corre forma este círculo, significa que hay una reconexión con nuestros antepasados y que no tiene fin- contestó Anom- ¿A qué debo el honor?
-Tus sospechas eran ciertas, padre. Diego es el Hijo del agua y probablemente su hermano sea el Hijo del fuego- Ixchel miró a Diego-. Es por causa de ellos que ningún guerrero pudo despertar a las Tribus, los verdaderos amos aún no habían llegado.
-Diego, ¿has escuchado de las Tribus?- él negó. Su investigación solo hablaba de los emblemas y de su códice, pero nunca leyeron nada sobre unas Tribus-. La isla tiene sus cuatro Tribus- explicó Anom-, que representan los cuatro elementos. Aunque hay dos elementos más, Luz y Oscuridad, éstos van más allá del tiempo y espacio, por eso no pueden ser gobernados de la misma manera- Anom se levantó y le enseñó un tapiz con los emblemas-. Cada Tribu responde a un emblema y el emblema solo reacciona al Hijo del elemento que representa- Anom miró el cielo estrellado, sus ojos leían entre las estrellas-. Las estrellas confirman el despertar de las Tribus. Nada podrá detener esto.
-¿Cómo despierto a mi Tribu?- Anom lo miró, sabía que en este momento debía ser prudente. El anhelo de Diego era buscar a su hermano, sus amigos y escapar de Wayak’, seguro pensó que si obtenía más poder podría lograrlo. Poco entendía sobre el poder de las profecías.
-La Tribu Ha’ sería la que te representara. Hay cuatro cámaras en la isla, cada una se encuentra en los puntos del viento, al norte el fuego, al sur el agua, al este el aire y al oeste la tierra. Cada cámara tiene una puerta sagrada que guarda lo que está en su interior. En la puerta hay un tipo de marca en donde va un sello, el emblema de la Tribu, cuando colocas el sello, la cámara se abre y es tiempo de liberarla.
-¿Dónde está el emblema?
-Tu instinto es el que te tiene que guiar, el poder de tu emblema te dirá dónde buscar. Cuando lo encuentres lo único que tendrás que hacer es continuar- guardó silencio un momento, suspiró como si se resignara en una batalla interna-. Sin duda alguna eres muy parecido a él- dijo Anom con una sonrisa entristecida-.
-¿A quién? –Diego lo miró confundido. Ambos eran de mundos distintos, no era posible que él se pareciera a alguien.
-Padre- una voz varonil se escuchó detrás de ellos interrumpiendo la conversación-, padre he vuelto con nuevas noticias de la frontera.
-Nematini- dijo Anom levantándose para darle un afectuoso abrazo al recién llegado-, hijo, que bueno que has regresado.
-¡Hermano!- gritó Ixchel eufórica- ¡Que bueno que has regresado!
-Hermanita, me alegra verte- respondió sonriendo Nematini-. Espero que estés estudiando mucho para convertirte en la siguiente gran gobernante.
-Sí, pero esperemos que aún falte mucho para eso, ¿verdad padre?- Anom solo se limitó a sonreír, aún veía a Ixchel como a una niña de cuatro años- Pero hermano, ¿a qué has venido?
-Ah, sí, es verdad. Padre, se ha desatado el rumor de que…- miró por un momento a Diego y dudó-… que el Hijo del fuego ha aceptado pelar en contra nuestra. Supongo es tu hermano, la descripción que me dieron concuerda contigo también.
-Farid nunca haría eso- dijo fríamente Diego-. No atacaría a nadie que jamás le ha hecho daño. Tal vez eso haría yo, es cierto, pero él no.
Diego no toleró el silencio que hubo en la habitación, se marchó rápidamente dispuesto a obtener lo único que creía los ayudaría a salir de ahí. Anom, Ixchel y Nematini se quedaron un minuto donde se encontraban, cada uno pensaba cosas muy distintas y a la vez con un mismo significado. Ixchel miró a su hermano, éste miró a su padre, quien en un intento fallido quiso desviar la mirada.
-¿Le ibas a contar todo sobre ti y Balam?- preguntó Nematini.
-Es lo mejor. Tiene que saber.
Farid aguardaba en su habitación, el deseo de encontrar a su hermano y sus amigos lo motivó, cuándo salió de la casa notó que el sol no se veía, la neblina cubría el lugar haciéndolo parecer más triste y abandonado que por la noche. Fue a buscar a Tizoc para continuar la plática de ayer y comenzar con un plan muy bien elaborado para rescatar a Diego. Abrió la puerta y entre sombras se dirigió al salón donde había tenido su encuentro con Tizoc la noche anterior. Él ya lo esperaba, se encontraba sentado en aquel trono imponente, Farid lo miró a los ojos y se acercó a él.
-¿Cuándo vamos por mi hermano?
-Primero tienes que despertar a la Tribu Kaak, ¿recuerdas que te hablé de ella?- el joven asintió-. El recinto se encuentra en el norte de la isla, pero tienes que encontrar el sello que la protege. El emblema de fuego. Busca en toda la isla, solo tú puedes hacerlo, entre más pronto mejor. Será mejor que no regreses hasta que no consigas despertarla- Farid lo miró extrañado, parecía que le daba órdenes y en ningún momento mencionó el rescate para su hermano. Tizoc, adivinando sus pensamientos continuó.- Será muy cansado ir y venir, la isla es muy grande y no podrás rescatar a tu hermano sin la Tribu. Yo solo quiero guiarte, hijo.
Farid asintió poco convencido, tomando la bolsa con comida para su viaje se marchó dispuesto a encontrar la llave para despertar la Tribu Kaak. Sabía que era como encontrar una aguja en un pajar, la isla era muy grande y él no conocía la zona, ni los caminos, tampoco los peligros. Al alejarse más y más el pueblo pudo mirar el cielo que no había visto en dos días. Se sentía bien el sol en su piel, caminó entre la espesa selva y en su mente comenzó a pensar en dónde se podía hallar el emblema, así que se dirigió a la montaña que se erguía en medio de la isla, atravesó un río caudaloso y subió una parte de la montaña. Pudo notar todo lo que había a su alrededor. En medio de la isla la gigantesca montaña, al noreste el lago congelado, al suroeste niebla que cubría parte de la selva, al este se veía una torre sumamente alta en ruinas y lo que parecía ser una tormenta de arena y al sur un grupo de pequeños volcanes que se encontraban activos. Al noroeste pudo apreciar la ciudad Ahavil Sasil. Tizoc le había dicho que Diego estaba ahí, probablemente encarcelado. Debía tener el control de la Tribu si quería rescatarlo. Bajó del árbol, se sentó un minuto, sacó una manzana de su bolsillo e intentó comerla.
-Ya sé a dónde ir. El fuego es mi elemento, la lava es fuego, la lava está en los volcanes, al sur debo ir.
Diego salió del pueblo, había pensado durante ya algún tiempo como comenzar su búsqueda, hacia donde tenía que dirigirse. Comenzó a adentrarse en la selva, con cada paso la gran pregunta llegaba a su mente sin ninguna respuesta, así que solo siguió caminando. Estaba consciente que tanto él como su hermano eran capaces de dañarse en el otro mundo, pero esto era diferente. Muy diferente. Como fuera, sabía que muchas personas morirían si llevaban esa pelea a un nuevo nivel y no estaba seguro si él se iba a encargar de acabar con sus vidas. Tenía que enfocarse, ocuparía ese poder para tomar a Farid y escapar de ahí. Eso era todo.
En algún momento de su recorrido parecía que alguien lo seguía, miraba a sus espaldas pero nunca vio a nadie, siguió caminando y escuchó pasos detrás de él, esta vez giró muy rápido aun así no vio nada. Siguió caminando sin bajar la guardia, sabía que lo seguían.
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