Sus ojos son como ventanas a un cielo nocturno de febrero, entre tanta obscuridad, dan calma, llevan tanta luz, que apostaría tiene un mar de estrellas ahí dentro.
Y luego, después de deleitarme con su absoluta presencia, me miró; ¿Y yo? Colmandome de su gracia, regocijandome entre sí, mimandole con el pensamiento. No he tenido la dicha de verle, sin embargo, en un rincón de mi atrabancada materia gris, le escucho, imagino su aroma impregnandose a mí piel, siento sus manos sobre mis desenfrenadas ganas de besarle, y ahí, le expongo al universo mi deseo de tenerle, no de poseerle, sino más bien, tener la dicha de vivirle. Si usted tuviera la oportunidad de contemplar su rostro, se daría cuenta que lo que yo le digo no es producto de mi exageración. Es un ser de sol, su creación fue meramente un regalo de los dioses.
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