Cazador Maldito

En medio de la conmoción me siento asechada por una mirada fiera, tal cual si fuese solo una carnada en espera. Unos ojos brillan, me acechan, y los percibo. Soy huidiza, quiero escapar. ¿Acaso nadie me ve? ¿Soy invisible al resto o viene por mi forma de ser?

Y cómo odio y odié ser solo una tortuga que ante el peligro se cubre bajo su caparazón, inmóvil. Y calla. ¡No! ¡No calles!

¿Quién me ayudará?

¿Quién me auxiliará?

Él es el león, yo su presa.

Él es el gato y yo el ratón.

La carnada de un vil y cruel tiburón.

Camino por los pasillos y ahí lo observo, regreso al centro y allí lo encuentro…

Esquivo, me muevo, lidiando con el quehacer, unos pasos aquí y allá y allí sus ojos están, fijados a mi carne como estampas.

Su mirada anda por mis filos sin la más mínima piedad. Sus ojos victoriosos observan más lugares, analizando, memorizando, escudriñando meticulosamente.

Va con un fin muy perverso, a esta altura vine a realizar.

Momento crucial en el que ya sus ojos no fueron suficientes para poderle complacer su hambre de monstruo en cuarentena; que recurrió a sus manos con un villanezco toque sobre mis caderas y más allá del sur, exploró mis puntos cardinales casi en su plenitud. Ahora con asco recuerdo aquel vil y asqueroso cerdo.

Me toca. Siento miedo, como si sus palmas fuesen tóxicas, como el contacto de un depredador asesino.

Y al separarnos en el laberinto de gente sus ojos me buscan, mas con aún más causa les evito.

Ahora parezco títere de la paranoia y como un imán del diablo vuelve a aparecer.

Su piel es destructora y sus manos letales: ¡Usurpan mis espacios personales! ¡Auxilio!

¿Quien me verá? En una multitud estoy realmente sola, sin nadie más. Sola.

Me alejo y me busca, me escabullo y me persigue.

Aprovecha los baches del tiempo como la oportunidad afrodisíaca, cuál fuese tocar mi carne el agua en pleno desierto. Y es mi desgracia que los ojos colectivos miran distraídos los detalles equivocados que desfavorecen mi suerte. Chance perfecto para un cazador maldito.

Entre las personas camino, no hay un destino. Huir es mi vía y que no alcance su objetivo, mi meta más grande sería.

Lleno de almas aquel lugar que en el encuentro inadvertido, parece infinito; más me hago pequeña y me siento sola. Me he ahogado en su invasión, he asumido la derrota y no puedo gritar. Implosionan mis sentidos ante la moral herida.

Ahora la cazadora se vuelve presa, la valentía se vuelve tristeza; incomodidad que se cierne de tener la belleza.

Y a ti ¿Quién te hizo tanto daño para que estés tan jodido? Ojalá yo hubiese podido a las señales reaccionar, más ante el roce gritar, de tus manos tirar de mis hilos.

Finalmente aquí nos encontramos cazador y presa, serpiente y ave, avispón y abeja. Como el rayo dibuja una circunferencia sobre mis sentaderas. Mi descuido y distracción fueron mi perdición, pues le otorgué la victoria sin la mínima intención. Y a estas horas he de imaginar a cuantas otras pieles sus manos han de marchitar.

Muchos hay como aquel, de eso no tengo dudas, sin embargo jamás en la vida esperé encontrar tal rufián, que me hiciera incluso dudar si tenía yo el derecho de sentirme ofendida.

Y ante la historia sufrida, si de derechos hablamos, de invadir mis encantos, él potestad no tenía.


Marzo 2019

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