Julio no había logrado publicar.

Ese sábado lo invitaron a una fiesta del ambiente literario. Era inédito, pero solo su nombre. Era un «Ghost», un «Negro» de equipos de escritores con firma, que depués de todo era lo que realmente valía. Comprar un libro de un autor desconocido solo lo hacían los familiares y amigos que se veían obligados. No los leían. Los dejaban por ahí, y muy a menudo terminaban en la boca del perro.

Julio era rápido. Podía escribir un capítulo por día, o a veces mas, por eso era muy buscado en los equipos, y a veces le encargaban novelas solo a él.

Esa noche, un hombre que ya había tenido un hijo, plantado un árbol, y solo le restaba escribir un libro, le propuso hacer una serie de ocho novelas cortas con temática policial.

Tal vez por un error de cálculo, o por querer sacar un precio mejor, le propuso a julio la co-autoría de las publicaciones. El «Cartel» sería » En colaboración de…»

Con el tema de promocionar su nombre, Leo, que asi se llamaba quien le hacía la propuesta, le regateo un precio mucho mas bajo que lo acostumbrado. Julio aceptó.

Tenian una oficina con vista al rio, alli estaban los dos. Julio escribia, mientras Leo se dedicaba a cursar invitaciones, responder los mails, y a no hacer nada, excepto disfrutar la fama de ser un escritor de éxito.

Tenía muchas mujeres, de las que se enamoran de la fama, y a Leo le sacaban fotos junto con sus ocacionales acompañantes.

Pasaros dos años, y Julio estaba por terminar la última novela. Con eso abría de dar por teminado el contrato. Estaba feliz. Por fin habia logrado tener un nombre, que, por el momento era secundario, pero solo hasta que comenzara a escribir su material.

Esa noche estuvo pensando la mejor manera de darle el cepillazo a su socio. Pensó que lo mejor sería imvitarlo a un restó de moda, donde recibiría muchas felicitaciones y pedidos de fotos, y asi sería mas fácil de soportar la amarga noticia. Julio sabia que no lo tomaría bien. Podía conseguir un «Gosth» o varios, armar una oficina a su servicio, pero no podrían núnca igualar el estilo impecable de Julio. Eso Leo lo sabía.

Se citaron en el Zahav. Leo pensó que era un encuentro para elegir la portada de la nueva y última novela.

Llegó con una carpeta que tenía las fotos para la nueva portada, y un nuevo contrato para ofrecerle a Julio.

Entró en uno de los reservados. Julio se paró. Se saludaron, y se sentaron.

Leo sacó la carpeta, eligió una foto, Julio estuvo de acuerdo, sacó el contrato, pero esta vez Julio dijo NO.

Llovieron los insultos sobre Julio, y plato se estrelló en la pared. Tanto asi, que la discreta seguridad del lugar se llevó a Leo.

Julio terminó de comer. Se bebió el borgoña, y sintió liberarse de las cadenas. Era lo que siempre había sido. Un escritor.

Estaba terminando de corregir la última novela para enviar los originales al editor, cuando llamaron a la puerta.

–¿ Quien es.–Preguntó.

Nadie respondió.

Caminó hasta la puerta y la abrió.

Leo estaba parado ahí. Tenïa en la mano un 38 corto, y le apuntaba a la frente de Julio, que empezó a esbozar una sonrisa que teminaría en una sonora carcajada.

–Es que núnca te inquietas.–Inquirió Leo

–¿Te olvidas que soy un escritor de policiales?

–No llevas guantes, tu dedo no está sobre el gatillo, y el tambor está vacío.

Leo rió inquieto. Sacó de una bolsa una botella de espumante caro, tomó dos copas, y le pidió disculpas por el episodio del restó. Julio las aceptó.

Su ex socio tenía una casa en la montaña a 200km de la oficina, y le ofreció pasar una fin de semana ahí, y a pesar que Julio tenía una cita marcada con su novia para cenar, aceptó.

Tomaron por el camino panorámico hasta llegar a la tienda de ultramarinos. Leo entró.

–Bienvenido. –Dijo Rus, la viuda dueña del local.


Leo le pidió el TE, y desde alli llamó a la novia de Julio.

–¿Como estas Ema ?

–Hola Leo- –Respondió algo apagada.

–¿Sabes?, Julio se quedarä todo el fin de semana en la oficina terminando la novela.

–Bien, no te preocupes, ya sabes como es él. Sabes el TE de la cabaña, recuerda que ahí no ha señal de móvil.

–Gracias Leo, ojala Julio no fuera tan obsesivo…

–Nos veremos.–Se despidió Leo y colgó


Por un camino sinuoso y solitario llagaron a la cabaña. Julio, con cierto remordimiento por la cita cancelada, llamó a Ema desde el TE de la cabaña.

–Hola mi amor.

–Hola mi vida.

–Pronto te compensaré por…–

La comunicación se interrumpió. Leo le disparó a la cabeza de Julio, quien dejó parte de su masa encefálica en la pared de la cabaña.

No te relataré los pormenores de la limpieza, matar ensucia mucho, solo te diré que metió el cadaver en el baúl de su coche envuelto en una manta, a la espera de poder desacerse de el.


Pasaron alguna horas hasta que llegó a su casa en la ciudad. No se le ocurrió mejor idea que tirar el cuerpo en la puerta de su casa y llamar a la policia.

Al llegar los detectives, acordonaron el area, y uno de ellos entró a la casa de Leo. Le sorprendió ver al lado del TE un sobre recién abierto de una factura de servicios. No era lo que una persona a la que le tiran el cuerpo de su ex socio pudiera hacer, estaría muy consternado para verificar el consumo de la factura.

Tomaron huellas y esas cosas. En el interrogatorio de rutina, Leo había sugerido que el hecho lo había perpetrado la mafia, y que la aparición del cuerpo en la puerta de su casa había sido una clara advertencia.


Pasaron los dias y Leo fue a un concierto con su nueva novia, pero en el hall sintió que lo llamaban. Era Rus.Quería hablar.

Leo trató de zafar. Rus le dijo que ese día, en el que Él había ido a su tienda diciëndole que esta vez iba solo a su cabaña, ella, curiosa, había espiado por la ventana y había visto a su socio dentro del coche. Leo accedió a una conversación. Fueron a un restó, fueron a Pan Seared.

Rus le pidió quince mil dolares por su silencio. Leo aceptó. Rus lo invitó a una cena en su local. Leo volvió a aceptar.

Al otro día fue al banco y retiró el dinero, subió al coche, y se dirigió a la tienda.


Rus lo esperaba ligeramente vestida. Leo llegó con bebidas. Se sentaron a comer y a beber. Leo sacó un maletín con el dinero. Rus lo abrió y lo olió antes de recibir un martillazo en la nuca.

Nadie lo sabía, pensó Leo. No podrían relacionarlo con el crimen. Había limpiado bien sus huellas, aunque los dedos estaban pintados con laca de uñas incoloro para mayor seguridad. El cuerpo lo dejó tal cual. El martillo lo tiró al río, y al otro día depositó nuevamente el dinero en el banco.


Los detectives de homicidios inspeccionaron la escena del crimen, no encontrando ningún indicio que lo relacionara con el crimen. Si bien Leo había reconocido que compraba regularmente en esa tienda, había negado conocer a Rus, no saber como se llamaba, y solo tener trato indispensable para hacer la compra.


Antes de retirarse, uno de los detectives, observó un libro solitario sobre el mostrador, y, como era del género policial lo abrió.

En la primera página estaba la dedicatoria de Leo a Rus con la fecha de su última cena.




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