Mi amor es una brisa fresca de una mañana de verano, de cielo azul y sonrisa fácil. Se llama María.

Me conoció antes que yo a ella. Mi recuerdo de ella viajó como un polizón, escondido en mi vagón de los amores platónicos durante gran parte de mi vida. El vagón de los sueños que me gustaría que fuesen y no eran.

Un día, años más tarde, recibí un correo de ella. Me invitaba a dar una charla en una clase de Primaria. Acepté sin pensar. Y aquel mismo día, sin más, saqué al polizón de mi vagón de amores platónicos le miré y me pregunté ¿Por qué?.

Nos encontramos y la vi. Me divertí mucho con ella y otros veinte seres diminutos más hablando sobre robots y dibujando coches cuadrados con cien ruedas. La miro y me mira.

El día después, veo las fotos de nuestro encuentro y mi mano sin pensar, se las lleva a mi corazón: un vagón amplio y un tanto destartalado por entonces. Me sorprendo de mi decisión y sonrió.

Aquella tarde, mi vagón del corazón dejo la puerta entre abierta. Aquella y otras tardes con María se colaron por aquel resquicio. Con ella, sus charlas, sus ojos, su mirada, su pelo, su piel y su olor.
Cena tras cena entre estación y estación mi cuerpo entablaba conexiones de millones de terminaciones nerviosas que sin saberlo me conectaban con ella.

Llego un día y una fotógrafa nos inmortalizó en foto convertida en un imán de nevera. Aquello quedo pegado a una de las vigas del vagón de mi corazón, por entonces sin orden y en completo caos. Por otro lado, el maquinista no echaba cuenta de lo que ocurría o al menos no quería darse cuenta.

Un beso, cuando el Orient Express de mi vida atravesaba las llanuras de Siberia, hizo descarrilar mi vagón del corazón. El maquinista no pudo tomar el control y el vagón del corazón se desparramó por toda la nieve blanca.

– !Que desgracia! y !que alivio!- gritó el maquinista. Meses de reconstrucción del vagón del amor en medio de aquella estepa sin recursos y con el viento frío del norte. Aquel vagón había perdido la fuerza de su bastidor de hierro. Los recuerdos con María de su voz, su mirada, su cariño, su maravillosa forma de ver la vida y su creciente amor hacia mi fueron la vigas nuevas.

Faltaban aún muchas partes del vagón pero lo más importante: el amor, ya estaba reparado y con ruedas de acero sobre los raíles, el maquinista decidió continuar.

Después de Siberia, llegaron las fértiles llanuras de Mongolia. María y yo viajábamos de la mano, cogidos, besándonos, acariciándonos, jugando con el viento y mirándonos a los ojos.

Hoy, las estaciones se suceden una tras otra y en cada una de ellas el vagón de mi corazón se llena de amor hermoso y fuerte hacia María.

Te quiero Amor.

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