Alemania estaba vencida. Todo el horror que acompaña a todas las guerras- porque no hay ninguna que aporte algún bienestar al pueblo.

Alemania estaba por el suelo, nunca mejor dicho, pués no quedaba casa en pie. Y la mitad de la población masculina bajo tierra

Que horror! Que clase de cerebros habían sido capaces de hundir un pueblo donde había nacido un Goethe, un Schiller, un Beethoven por no nombrarla inmensa cantidad de científicos que deslumbraba al resto del mundo.

Los vencedores se repartían la tierra donde no había mas que escombros, dividiendo el país en cuatro partes como una tarta de fresas. Pero en fresas no se podía ni pensar ya que no había ni harina para unas migajas de pan. La situación era desoladora en un país desolado. Su cuerpo estaba en ruinas pero su alma seguía viva y había que arremangarse y reconstruir este país.

Del sexo masculino solo quedaban ancianos y chiquillos y había que echar mano a las mujeres, invencibles ellas y conscientes de que eran ellas las que tenían que sacar el país de este desastre. Formaban cadenas kilométricas para descombrar los solares y poder construir de nuevo. Las calles se llenaban de mujeres arropadas con un pañuelo en la cabeza y en sus manos guantes y una piqueta delante de las ruinas y así trataban del limpiar los ladrillos y apilar los que podían servir para una nueva casa Lo que no servía se llevaba a las afueras formando una gran montaña que ahora sirve para una pista de esquí donde los berlineses pueden hoy día disfrutar del deporte que en invierno encuentra una gran afición

Yo vivía con mis hermanos – ya éramos cinco- con mi madre Edith y con mi abuela Berta en una cercanía de Berlin- Bruchmúhle se llama- porque se había ordenado a las familias con hijos que abandonasen la ciudad y buscasen un sitio más donde era más difícil que llegasen los ataques aéreos. Mi abuela tenía allí una casita que en principio había sido construido para 2º 3 personas. Pero allí cabíamos ahora 8 o más porque también se habían apuntado dos tías. Alrededor de la casa había un huertecillo que mi abuela atendía. Le gustaba la tierra y el aire libre. Allí sembraba guisantes, coles, patatas y otras verduras. Grandes árboles frutales – ciruelos, manzanos e incluso un nogal. Todo ello nos salvó de una avitaminosis durante la postguerra. Mi tía y yo le ayudábamos a quitar las malas hierbas y las orugas que se daban grandes festines comiéndose las coles. Detrás de la casa había un refugio que nos servía para jugar al escondite. Mi padre no estaba con nosotros y que tenía que servir en el frente.

Después de la rendición, ya no quedaba ejército ni carros de combate, el pueblo estaba exhausto- llegaron días caóticos. Ya no funcionaba nada, ni servicios públicos, ni trenes ni autobuses. Solo algún camioncillo que te podía llevar de un sitio a otro. Mi madre quería ir a Berlín para ver nuestra vivienda si existía todavía o si también había sido víctima de los bombardeos. La vivienda era una planta baja donde se encontraba también el taller de mi padre que era cristalero.

-¿Cómo quieres llegar a Berlín si no tienes ningún vehículo? le pregunté a mi madre.

-Aunque sea en un camión – contestó ella – pero tengo que ir a ver si tu padre ha vuelto ya del frente o si seguía prisionero.

-Pues yo no te dejo ir sola.

Nos pusimos en marcha, mi madre mi hermano mayor y yo con las mochilas llenas de comestibles y las cestas llenas de manzanas. Hicimos autostop. Nos paró un camionero al que seguramente dábamos lástima al vernos tan cargadas. Mi madre subió delante con el conductor porque su pierna derecha era una prótesis que no le dejaba mucha movilidad y nosotros nos acomodábamos en la parte trasera del camión donde nada más arrancar el camión la manzanas iban dando tumbos.

Al llegar a Berlín el camionero nos dejó al lado de un puente por el cual no podía pasar ningún vehículo porque todos los puentes que daban acceso a la ciudad habían sido volados para impedir la rápida entrada a la ciudad al ejército ruso. Nos tocó hacer de equilibristas para llegar a otro lado del río pero nos ayudó un buen alma con toda la carga que llevábamos. Después de caminar aún varios kilómetros llegamos por fin a la vivienda. El edificio estaba en pie, se había salvado milagrosamente de las bombas.

Después de la rendición y la invasión de los vencedores Berlín se dividió en 4 sectores. Nuestra casa se encontraba en el sector americano. Poco a poco volvían algunas familias a sus casas, a las que habían quedado de pie. Había mucha hambre y poca comida. La gente t sobre todo los niños se acercaban al cuartel de los americanos y esperaban que les tirasen algo de comida. Delante de mi casa había una tienda de comestibles y cuando llegaba algún saco de azúcar los niños eran los primeros que se servían a su gusto instalándose de espaldas a los sacos y con sus dedillos haciendo u agujerillo en la tele del saco abasteciéndose de esa materia dulce que les ayudaba a calmar el hambre.

A nosotros nos salvó de la hambruna el huertecillo que nos abastecía de lo más necesario. La familia de mi amiguita también pudo disfrutar de la generosidad de mi madre.

Pero la amistad entre los vencedores no duró mucho. Rusia decidió levantar un muro, creando así dos Alemanias, una oriental y la otra occidental queriendo llevar su política de convicciones comunistas a esta parte de Alemania. Con esta teoría se creó una gran diferencia entre las dos Alemanias y un gran descontento en su población que acabó con un levantamiento popular después de muchos años de sufrimientos.

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