Se supo que ella partía con una gran sonrisa y en su interior los mejores deseos de volver a ser feliz.
Aferrarse a este lindo sentimiento le regalaba nuevas esperanzas de que suceda aquello que hace tantos años espera y anhela.
Viajó sin importarle más que la posibilidad de quedar allí entre sus brazos. Unos brazos tibios cargados de ausencias, mezcla de sueños y melancolía.
Se escuchó por ahí que al regresar su rostro no iluminaba como muchos saben que sucede al encontrar el sitio esperado.
Se dijo que llegó tarde o simplemente a destiempo. Algo que a ella no le sonprendió pues lo ha vivido en
otras ocasiones.
Era una madrugada algo fría, el camino de regreso apenas se divisaba gracias a los focos del coche que la llevaba.
Se tomó el tiempo necesario para aprender a cuidarse, para evitar derramar una nueva lágrima, para no volver a sentir como en su pecho se acelera el ritmo cardíaco y un leve dolor se esconde allí, bien en el centro, hasta quitar la capacidad de respirar profundamente.
Alguien la observaba a la distancia, alguien deseó poder contenerla, alguien necesitaba poner en palabras este tumulto de sentimientos y emociones. Alguien sabía que esta vez tampoco sería lo que ella tanto sueña.
Alguien necesitaba decirle que el amor no siempre regresa.
Alguien pudo mirarla a los ojos en el momento justo en el que se apagaron las luces del pasillo, alguien que era ella misma intentó hacerla sentir querida.
Betina Jeres
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