Acá te espero

Acá te espero

Aramis

13/09/2019

-Acá te espero -dijo el anciano de lento caminar que cargaba sobre sus hombros esa pesada experiencia combinada con sabiduría, la cual todo hombre llega a tener en cierta etapa de su vida. No es fácil llegar a viejo, y cuando se llega a serlo, forzosamente se aprende algo, incluso de los errores-, acá sentado te espero. ¡Ay, qué rico solecito! -se lo decía a sí mismo más que para su acompañante.

No puedo tener la certeza de que el anciano de lento caminar tenga un tipo de sabiduría magistral, lamentablemente no llegue a entablar conversación prolongada con él. Y es justo eso lo que me embarga de angustia. Todo pudo ser distinto si me hubiese animado, más pronto, a dejar mi libro a un lado y decir hola.

¿Cómo un saludo puede cambiar el destino? En realidad nunca he creído en eso de que tenemos unos hilos que nos atan a sucesos benignos o adversos. Pero solo un «que tal, ¿linda tarde, no? Hubiese cambiado todo.

-Vuelvo rápido, espérame acá.

-Tremendo grandulón y hablando tonterías, ¿a dónde más puedo ir? ¿No ves que estoy viejo? -Tenía esa mezcla de abuelo conmovedor con el irreverente y divertido que hacía de alcahuete con sus nietos.

El anciano llevaba una bufanda a cuadros al rededor de su cuello. Sí, ese día estaba soleado, pero bastaba con pararse en la sombra para sentir los 7 grados centígrados que predominaban. Unos botines marrones con barro que cubrían un cuero que había sido recientemente lustrado. Un pantalón de vestir colo negro, una camisa cubierta por una chompa conformaban su outfit de esa tarde.

A pesar de su edad tenía una mirada esperanzadora, yo lo veía de reojo. Él asentía la cabeza en forma de saludo a todo aquel que pasaba, nadie le devolvía el saludo. A pesar de ello, una orgullosa y confortable sonrisa no se desdibujaba de su arrugado rostro. ¿Qué pasaba por esa mente? ¿En serio creía que alguno de estos sujetos detendría su ajetreado caminar para conversar con un viejo? Tal vez lo sabía bien y era un juego para él.

Ese anciano había visto todo y aún mantenía una mirada de sorpresa sobre los elementos de su entorno. No se sorprendía por ese gran panel publicitario que habían puesto en frente y reproducía vídeos de pésima calidad. No se sorprendía porque la tierra donde nació habría progresado de un momento a otro a pasos agigantados.

Él solo contemplaba con ternura a ese pajarillo que llevaba pequeñas ramas para formar un nido, un hogar provisional. Lo seguía con la vista, tan entretenido como un niño con una tablet nueva. ¡Bah! Si eso es progreso, no quiero progresar. Estaba contagiado por ese espíritu de encontrar satisfacción en lo sencillo.

Decidí dejar mi libro a un lado y sumergirme en lo que podría ser una larga historia, una historia de esas que los abuelos tienen a montones y tienden a exagerar. ¿Y qué si exageran? A las personas les gustan las historias exageradas, como esta.

Al saludarlo, me lo devolvió intercambiando bromas, su risa era contagiosa. De pronto, sin decir nada, se puso de pie, con la mirada fija. Le hice la pregunta más absurda que pude haber formulado en ese momento, «¿está todo bien?» Él solo atinó a mirarme como si fuese la primera vez que ve a una persona. Miró hacia los lados como si buscara algo y comenzó a caminar hasta que lo perdí de vista.

Acá te espero, recordé. El anciano dijo, acá te espero.

-Joven, ¿sabe qué pasó con el señor que estaba sentado acá? -Acá te espero, volví a recordar. El tipo estaba pálido mientras preguntaba por su padre, yo no pude pronunciar palabra alguna. El hombre se notaba agitado, preguntando a todo peatón por su padre, acá te espero, volví a recordar.

Alzheimer, fue lo primero que se me vino a la cabeza. ¿Pero quién rayos deja solo en una banca a un anciano con esa enfermedad? Me puse de pié inmediatamente dejando mi croissant a un lado, mientras corría en dirección a dónde marchó el abuelo. Acá te espero, volví a recordar.

Tenía la esperanza que al doblar la esquina lo encontraría, desubicado y viendo a los pajarillos formar nidos. Con lo único que me encontré fue con una larga y desierta calle en el parco día que se había convertido mi primer lunes de agosto.

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