No me ha visto últimamente señorita de mi alma. No sabe el trajín que soporta mi cartero con ese recurrente estrépito de bujías, para recorrer con vehemencia y contratiempos las ajetreadas calles de ésta ciudad tan suya, que a diario cuenta con la invaluable experiencia de verla lidiar con los mismos infortunios mundanos de todos. No me ha visto recalcarlo en un papel tras otro, junto a la mística de nuestros impredecibles encuentros, para terminar incompletos y difusos en la cesta, con el resto de las ideas equívocas que forman una inmensa montaña de folios semiarrugados y de imprecisa incertidumbre.

No me ha visto rendirme ante las luces de los espectaculares que se cuelan a través de mi ventana, para contemplar con impaciencia los brumosos bordes que remarca el horizonte. Deseando que en algún momento, coincidan nuestras miradas, que expectantes y curiosas, observen un mismo punto al unísono. Aunque posiblemente, desde una dirección opuesta, para llevarnos seguramente por un camino distinto.

No me ha visto racionar el café y los centavos de igual manera, esperando que éstos perduren como el amor que le tengo, pero todo se termina mucho antes de lo planeado. Y yo sobrevivo así, con las latas y los bolsillos vacíos, pero con una mente repleta de historias para contarle. Qué desconsuelo tan maldito éste que me provoca el no hablarle, para en cambio escribirle hasta en la sopa, en los folios del curro, y en las hojas viejas de mi pequeño bloc de notas.

No me ha visto dirigir mi frustración hacia los conductores impertinentes que predominan las grandes avenidas, sin pensar que en muchas otras ocasiones, la culpa es de nosotros los peatones, y nuestro nulo sentido de la orientación, pues buscamos señales en las farolas, y encontramos hartazgo en los letreros indicativos. Exactamente como hemos seguido siempre la vida. Perfilándonos de frente a los peligros, conciliando apenas las precauciones.

No me ha visto implorar que la soledad por elección que yo mismo propuse, termine de tajo al igual que ésta insoportable agonía. Que no se siga anticipando el eco mientras pronuncio su nombre, y no me incite a buscar en mis viejos relatos, los singulares secretos de su fugaz estadía. Olvidando mencionar por costumbre, que el tacto de mis dedos se ha reservado a las interacciones constantes e insatisfechas que estos mantienen a conciencia con mi bolígrafo, y que me llevan a la guerra constante con mi subconsciente. Exactamente como usted solía hacerlo. A base del peso y la defensa de sus estoicos ideales, y del milagro tan sublime de su bendita existencia.

A la espera de mi inoportuno ingenio para escribir mi siguiente carta, dejo pendientes para dicha ocasión propicia, el resto de mis singulares vivencias. No crea usted que disfruto mantener el suspenso, puesto que, a éstas alturas, lo que temo es volverme totalmente predecible, y perder la única parte rescatable que me queda, que es sin lugar a dudas, la de exagerar los hechos cotidianos, para pretender que en mi vida acontece algo importante desde su partida. Aunque sin importar los sucesos que pueda narrarle en adelante, sé que todas mis innumerables experiencias carecerán de su brillante perspectiva, pues definitivamente usted, señorita de mi alma, no me ha visto.

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