El príncipe y la curandera

El príncipe y la curandera

Chat Rouge

10/09/2019

    Había una vez, en un reino ya olvidado en el tiempo, un rey tirano. Tirano con su familia, pero justo para su pueblo, por lo que era amado por los aldeanos. Él tenía un hijo, la luz de sus ojos y más grande orgullo, al único que trataba con amor. El príncipe Alois era exquisito en toda la extensión de la palabra. De porte elegante y ojos soñadores llenos de franqueza, pintados a verde jade. Labios besables, llenos, y bien dibujados. Rostro anguloso y cabellos de oro viejo. Su belleza sublime en todo el candor de la juventud y, además, poseía un carácter accesible. Dulce, justo y valeroso. Era la joya del reino, las aldeanas y también algunos aldeanos, soñaban desposarse con él algún día o al menos tener la suerte de pasar una noche entre sus sábanas. Bastaría una sola noche para vivir eternamente con el recuerdo.

    El príncipe tenía una fascinación por cabalgar, lo hacía todas las tardes como un ritual establecido rigurosamente. Y nadie se negaría a su único capricho, ni siquiera su padre, pero sabiendo de los peligros del bosque por donde su primogénito gustaba pasear, había mandado a la guardia real a escoltarlo, sin sacarle el ojo de encima. Demasiado angustiado, gracias a los rumores de que un monstruo voraz acechaba las mismas rutas . Había concluído que debía ser el encantamiento de alguna bruja peligrosa. Pensarlo le ponía la piel de gallina, por lo que les ordenó volverse la sombra de su hijo, de ser necesario.

    El rey amaba a su heredero, y lo hizo hasta esa tarde de verano, que lo vio partir con una sonrisa inocente, la misma la que desaparecería al caer la noche. Él jamás podría perdonarse.

    La guardia real siguió al príncipe, internándose en lo profundo del bosque en busca de alguna bestia de caza que muestre a su regreso. No obstante, su majestad no estaba interesado en asesinar criaturas indefensas, sino en explorar, y su espíritu aventurero lo llevaría a tomar su peor decisión, separarse del grupo.

    Vagó por senderos solitarios, bajo los rayos del sol, el viento golpeando contra su rostro, y la felicidad brotándole de cada poro. Galopó en todo su esplendor, ajeno a los ojos feroces que lo acechaban desde los matorrales. No pudo prever que un ser ajeno a este mundo se atravesara en su camino. Era un monstruo repulsivo, rasgos humanos carcomidos, con huesos entreviéndose. Una bestia indescriptible, escapada del más oscuro abismo, vomitada desde lo más profundo y tenebroso de la tierra. El caballo encabritado se alzó en dos patas, tan o más asustado que el príncipe. Perdió el control del animal, y en uno de esos movimientos bruscos por escapar furtivo, es lanzado al pastizal, a los pies del verdugo. A la muerte o algo peor.

    Desde lejos resonó un aullido horrendo que hizo vibrar el mundo, una exclamación inhumana de ayuda. La guardia real fue en inmediato socorro del príncipe, pero lo que encontraron les congeló la sangre y les ceñiría las gargantas para siempre. La visión de lo vergonzoso, de lo repulsivo e infame.

    En el reino se corrió el rumor venenoso que su amado príncipe había sufrido la peor deshonra para un hombre, tal punto que le sería imposible describirse como uno a partir de entonces. Esa deshonra ensombrecería por siempre su vida. Su legado. El príncipe había sido sodomizado por la bestia del bosque.

    El rey después de hundirse en sus culpas, estalló en una ira indómita que oscureció lo poco de bondad que le quedaba. Jamás se perdonaría por tener un corazón tan blando con respecto a su hijo, y mucho menos por deshonrar su linaje. No pudo desde esa vez, mirar a Alois, aquellos ojos de jade que tanto adoró, ahora le causaban desagrado. Esa misma tarde, las cabezas de cada soldado de la guardia real rodaron en la plaza, bajo el filo de la guillotina.

    Asimismo, se convocó en palacio a los mejores curanderos y médicos, entre ellos se destacó Alessia, una campesina muy hábil en el manejo de hierbas. Sus manos benditas habían curado a enfermos terminales, lavaba heridas que supuraban pus y cantaba nanas que se decía sanaban las almas atormentadas.

    Ella se ganó la confianza del rey en la primera entrevista, y cuidaría del príncipe desde ese día hasta los próximos meses.

    Le lavó el cuerpo magullado con devoción, curó las yagas abiertas, borró las marcas de sangre y semen seco que le manchaban los muslos. Lo amó y veneró en silencio, entre caricias y sonrisas dulces. Mas Alois la odió con cada fibra de su ser, le repugnó su adoración, la piedad que reflejaba en su mirada, en sus facciones justas. Su amabilidad terminó por quebrar la fragilidad del príncipe.

    Noches de llanto descontrolado, Alois con el rostro sumergido en el pecho cálido de la curandera, entre los brazos macilentos que recomponían sus pedazos. Él continuó aborreciéndola. Alessia era fea en toda la expresión de la palabra. Su figura regordeta no tenía las curvas exquisitas de la belleza femenina y una estatura tan baja como una niña. La frente pequeña, ojos negros y soñadores. Cabello cobrizo que encajaba graciosamente con las pecas que salpicaban sus mejillas y la nariz chata. Una boca desbrida. Y lo más detestable para el príncipe era el hedor que desprendía su piel, tan reconocible y vomitivo. En las llamas de su ira centellaba un anhelo enfermizo quemándole por dentro, deseaba tenerla gimiendo en su cama, perderse con ella entre las sábanas hasta quedar sin fuerzas, hacerle conocer el vigor de su sexo. Quería aniquilar esa mirada piadosa, dejar de ser la criatura frágil que ella pensaba que era.

    Pasarían seis meses para que Alois pudiese nuevamente pasearse por los jardines de palacio y visitara el pueblo, sin sufrir algún ataque de pánico. Aún los rumores viajaban de boca en boca. Los aldeanos le sonreían burlescos, susurraban entre ellos y mantenían sus miradas puestas sobre él todo el tiempo. No había más veneración. El príncipe se juró limpiar su honra sin importar el costo.

    El plan se ejecutó al cabo de unos días, cuando ya no requirió de los cuidados amorosos de Alessia. La muchacha abandonó palacio para reincorporarse a sus labores como curandera en la posada más modesta del reino.

    Él, decidido a usarla para recomponer su virilidad mancillada, comenzó a visitarla todas las tardes sin falta al caer la tarde. Le llevaba carísimos obsequios: flores de dulces fragancias, vestidos hechos con las más finas telas y los dulces predilectos del rey. Le hablaba despacio, contándole repetidas anécdotas de sus aventuras en otros reinos y le leía libros para entretenerla. Alessia amaba esas historias de amores eternos que el bellísimo efebo le narraba en la intimidad de la noche. Cuentos de hermosos príncipes que se enamoran perdidamente de simples aldeanas de buen corazón. Brujas que encantan manzanas con el fin de separar a los jóvenes amantes y dragones custodiando castillos de bellísimas princesas.

    Las primeras citas fueron a las orillas del bosque, en una cabaña abandonada. Alois solía temblar, aunque fingía que nada le sucedía, que los temores no habían regresado a visitarle, y Alessia le acariciaba las manos para infundirle valor. Ella amaba esas manos varoniles y suaves que al ocultarse el sol le llenaban de caricias tiernas. El príncipe, según su percepción, era el único hombre de amores verdaderos y no puramente estéticos, a su lado se sentía como la mujer más hermosa del reino.

    »Me siento tan halagada de ser amada por ti».

    »Eres hermosa, no lo dudes».

    Al caer la noche se llenaron de besos tiernos, y por primera vez, después de muchos intentos, pudieron amarse con la piel. Compartieron el lecho. Alessia conoció la dicha de ser amada tan plena e intensamente, jamás se sintió tan plena. Ella, una chica que creía no merecer el amor por carecer de belleza, y é le ayudó a recobrar su confianza. Alois, por su lado, volvió a sentirse como un hombre completo. Conquistó sus miedos, domó los demonios que le atormentaban y fue libre.

    El edén de Alessia se marchitó al despuntar el alba. Su cuento de hadas llegó a su fin. Su ingrato amor no regresó a visitarla, dejándola confundida.

    Alois, aparentemente curado de la desazón de su pasado, intentó probarse a sí mismo e ir en busca de nuevos amores que consideraba dignos de alguien como él. Doncellas bellas que borraran el fresco y desagradable recuerdo de Alessia.

    Los días corrieron, y Alessia permaneció esperando el regreso de su precioso príncipe, ignorando los nuevos rumores que corrían entre los campesinos. Era imposible que él estuviese cortejando a otras jovencitas del reino. Alois la amaba con todo su corazón, porque a sus ojos ella se convertía en la mujer más hermosa del mundo. Un amor tan puro no puede romperse. Se repetía como mantra entre lágrimas.

    Los amores ingratos crecen como la hiedra, arruinando todo lo bello que pudo haber existido. Porque los corazones de los hombres son complejos mundos y no existe manual que ayude a comprenderlos. Si amas a la rosa, deberás amar a las espinas. Es la ley del amor, y Alessia lo comprendió cuando comprobó por ella misma que su amado visitaba otros lechos, encontraba consuelo en otros brazos y gritaba otro nombre al alcanzar el orgasmo. Y a pesar del dolor de su traición, lo perdonó, esperando que encontrara el camino hacia el nido que nunca debió abandonar.

    Perdonó que sus besos conocieran la ternura de otros labios.

    Perdonó que encontrase placer en cuerpos muchos más apetecibles que el suyo.

    Perdonó los»Te amo» que dedicó a otras doncellas.

    Perdonó todas esas bajezas.

    Lo perdonó porque su devoción por él rayaba en la dependencia emocional.

    No, Alessia no amaba a Alois, pero estaba convencida de hacerlo. Era puramente amor estético. Él era bello. Él significaba su triunfo. Ella amaba el modo en que solía tratarla, porque a su lado, ella no se sentía disminuida por esa fealdad de la que siempre fue consciente.

    »¡El príncipe Alois va a casarse! ¡La novia es una preciosidad! »

    » ¡El príncipe pronto se unirá en nupcias con una bellísima princesa! «

    Así fue como el infierno se desató bajo su piel, ardiendo en su pecho. El sentimiento hermoso del amor se quebró, mutó en algo muchísimo más peligroso que amenazaba con arrasarlo todo hasta dejar la tierra árida. Alessia sintió por primera vez una rabia tan poderosa que la sacudió hasta las lágrimas, presa de la impotencia. Odió a Alois con cada partícula de su cuerpo, al saberse usada vilmente para curar una herida, que atendió amorosamente durante meses. Fue burlada y humillada.

    La misma noche que se anunció el compromiso, unos desgarradores gritos de dolor resonaron en todo el pueblo. Una bestia herida emergió desde el abismo del rencor, y se rasgó las vestiduras a la luz de la luna, casi desfalleciendo. El odio había envenenado su corazón y los corazones oscuros son el platillo predilecto de las brujas. Mujeres condenadas a morir en la hoguera o guillotina, por practicar la magia. Mujeres sin amor, que buscan alimentarse de almas atormentadas. Alessia convocó a la bruja del bosque sin saberlo y encontró su perdición en esos ojo ámbar que se encendieron ante ella como la única esperanza.

    »Mi dulce niña, obtendrás lo que quieres si así lo deseas, sólo si estás dispuesta a asumir las consecuencia de tus deseos. ¿Estás dispuesta a pagar el precio del trato? »

    Alessia accedió.

    A la mañana siguiente el mundo despertó en un estallido de colores y alegría. Jamás hubo tanto festejo por un compromiso. Bailes y música a todo dar. Su príncipe iba a desposarse, y su amada era el ser más sublime en todo el reino. Un ángel hecho mujer. Ellos eran la pareja más hermosa de todo el linaje real.

    Alois resplandecía. Más precioso que nunca, había hallado redención en los brazos de una princesa y se sentía al fin completo, sin la necesidad de probarse nada. Las tenebrosidades de su corazón se disiparon en cada beso compartido, y despertó en él una dulce devoción por quién sería su futura esposa. La primavera llegó a su vida. Y, aunque aún punzaba en su pecho la culpa, de haber desquebrajado cientos de corazones en el proceso de curación, todo había valido la pena para recomponer su confianza. Si no eres egoísta, jamás sobrevivirás. Él lo sabía bastante bien y estaba dispuesto a devorarse el mundo, de ser necesario.

    Al caer la tarde, había establecido la costumbre de salir a pasear por lo alrededores del reino junto a su princesa, enseñándole cuántas riquezas poseían esas tierras. Le contó historias de valor, de jóvenes amantes que se enfrentan a temibles brujas en nombre de un amor puro e inquebrantable. Llegó a compararse con los protagonistas y le susurró al oído el amor sincero que le profesaba. Su cándida amante le sonreía, entonces Alois se confirmaba a sí mismo que a su lado todo tenía sentido.

    Todo era dulzura e inocencia, hasta que vio entre los arbustos, a las faldas del bosque, la silueta recortada de una mujer, cuya belleza eclipsaba a la de su amada. El corazón casi le escapa del pecho, sacudido por una sensación que no podía reconocer completamente, pero fue consciente del terror que le infundía la penetrante mirada de la misteriosa dama, lo atravesaba, y casi podía jurar que sopesaba sus pecados más secretos. Se sintió desnudo ante ella, frágil y disminuido. La odiaría al instante de no ser por su rostro, tan sublime que le despertaba un deseo insano e inmoral, que le horrorizó y avergonzó, sabiéndose ingrato con su dulce amada. Su princesa le apretó del brazo para retirarse del lugar, y pero él quedó hechizado por la mujer.

    »No se asuste mi dulce príncipe. Soy sólo la humilde hija de un granjero «.

    »¿Cómo te llamas, hija del granjero?»

    »Me temo que no tiene sentido decírselo, lo olvidaría al poco tiempo».

    »No lo haré, es una promesa. El nombre es lo único que nos pertenece hasta el fin de nuestros días, y deseo conocer el suyo, así como el de todo habitante de mi reino. »

    » Alyssa. Mi nombre es Alyssa, mi señor «.

    »Es un bellísimo nombre».

    Los días siguientes, Alois procuró visitar el bosque sin la compañía de la princesa, cuya desconfianza en el príncipe comenzó a crecer y agriar su candidez. Entre los prometidos se creó un abismo, pero a Alois poco o nada le importó, sólo quería volver a toparse con la hija del granjero. Le era inconcebible pensar que, su encuentro de segundos sería toda su historia juntos, y sin saber explicarse su propia agitación, estaba dispuesto a cometer la locura de recorrer cada casucha del pueblo hasta dar con su paradero. No quería admitir que había perdido el control sobre sí mismo, pero tenía la necesidad atroz de ver nuevamente a Alyssa… Deseaba probar la miel de sus labios carnosos, perderse en el oscuro de sus ojos hechiceros y enredar los dedos en la cabellera sedosa de mechones flamígeros.

    »Aquí estoy, mi señor».

    »Llámame Alois, se lo ruego».

    La hija del granjero le sonrió enternecida. Alois se preguntaba qué entretenimiento consumía a la joven, para estar en la entrada del bosque a pocas horas que anochezca, frente a la cabaña abandonada que tiempo atrás fue testigo de sus hazañas de buen amante. Ella era un misterio que tenía la necesidad de descifrar.

    Alessia salió de entre la maleza, sin olvidarse de sacudir los bajos de su vestido y meciendo la canasta que llevaba colgando en un brazo.

    »Recogía flores, Príncipe Alois. Ellas son bellísimas, amo su aroma «.

    »Ninguna flor se compara a tu belleza, Alyssa».

    Acordaron así encontrarse todas las tardes en la cabaña. Allí se sumían en un edén de besos y caricias dulces que acaban en ambos cuerpos enredados hasta el amanecer. Ella abandonaba el lecho antes que Alois despertara, pero dejaba en las sábanas su aroma a rosas. Cuán estúpido y voluble es el corazón, el príncipe olvidó pronto el amor que tenía por su princesa e incluso la boda que se celebraría al cabo de una semana. Se había dejado consumir por el deseo de una nueva conquista.

    »Quédate, te lo ruego. Quiero despertar a tu lado, con el calor de tu cuerpo. No quiero pensar que esto solo es un sueño «.

    »Mi amado, no puedo. Mi padre me mataría si se enterase que me entregó a un hombre antes del matrimonio «.

    »Entonces me casaré contigo. Sé futura esposa, porque mi prometida ya no me importa, desde que te he conocido.

    »Mañana en la mañana mi padre partirá de viaje a visitar a unos parientes en otro reino, por asuntos personales … Entonces mañana. Mañana me quedaré a su lado, su príncipe, así como me lo ha pedido».

    Alessia se había convertido en todo lo aborrecible de un ser humano. Peligrosa y detestable. La belleza de su exterior no podía ocultar lo horrible de su interior. Se regocijaba con el sufrimiento de la princesa, la que observaba a través del espejo de la bruja, y todas esas lágrimas de dolor que la veía derramar, se convirtieron en el vino con que celebraba su gran triunfo. La bruja la había acogido como una aprendiz desde que se conocieron por primera vez, le dio también un nuevo hogar en el interior del bosque, donde los hombres temen explorar, y le obsequió la belleza con la que siempre soñó, pero todo un cambio de una sola cosa … Alessia debía traerle lo que más amaba del príncipe. Sólo así, el hechizo sería permanente y podría ser por siempre hermosa.

    El terrible trato concluía a la mañana siguiente.

    La curandera que ahora se hacía llamar «Alyssa, la hija del granjero», maquinaba el modo en que cumpliría lo prometido. Sería mentirse decir que tenía lástima por a Alois, y a pesar de todo, no hallaba suficiente odio dentro de sí, para cumplir su misión sin dudas de por medio. Lo amó a rabiar cuando lo tuvo, y lo odió con la misma intensidad al perderlo. Y ahora, que él había regresado a su lado, hechizado por su belleza; comprendió que nunca lo necesitó. Llegó hasta plantearse si realmente, ese amor que decía profesar, era real. Ella por sí sola, obtuvo su más grande deseo, sólo por invocar a la bruja. Había comprendido que el príncipe no era más que un simple peón en el juego de ajedrez, necesario para alcanzar su más preciado anhelo. Por lo que, no debía sentirse culpable por utilizarlo, si al fin y al cabo, él la había utilizado primero a ella. Era lo justo.

    Al caer la tarde, Alessia lo esperó en la cabaña. Él llegó puntual como siempre, obsequiándole los dulces predilectos de su padre, el rey. Ella fingió una sonrisa, en su pecho estalló la ira del recuerdo amargo de ese primer desamor.

    Se besaron hasta que les dolieron los labios. Se llenaron de caricias, susurrándose ternezas al oído. Hicieron el amor lento y doloroso, con sabor a despedida, queriendo alargar el tiempo. Alessia se estremeció, la sensación cálida de su tacto le hizo rememorar esa primera vez que intimaron, la dulzura de esas manos grandes acariciando gentilmente su cuerpo falto de belleza, haciéndola sentir la mujer más dichosa de la historia. Ella amaba esas manos con locura y devoción. Fueron esas mismas caricias que la hicieron obsesionarse con la idea de ser amada, y las causantes de tantas lágrimas de amargura.

    Esperó hasta que el príncipe se durmiera profunda y plácidamente. Le había dado de beber horas atrás vino con una potente mezcla de hierbas relajantes, lo suficientemente potentes para no dejarlo despertar por más dolor que sintiese. Lo contempló entonces, en un silencio que la aterraba. La vida era tan injusta, darle la belleza a un ser tan ingrato y negársela a ella, que siempre veló por el bienestar del prójimo. No, Alessia arreglaría las cosas. Sería hermosa, halagada por cualquier hombre en la faz de la tierra y le arrebataría a Alois algo mucho más valioso que un rostro bello, algo que lo haría sentirse incompleto el resto de sus días. Le haría experimentar el dolor que ella sintió.

    Desenvainó el cuchillo y comenzó su atroz venganza. No titubeó mientras el filo cortaba la carne, disfrutó cada segundo, a un nivel tan impresionante que casi creyó llegar al orgasmo. Bebió extasiada la sangre que le manchaba los dedos, y quebró los huesos que mantenían unidas las manos que tanto amaba con el hombre que más aborrecía.

    Sería bella por siempre, su sueño estaba realizado. O casi.

    Corrió con las manos cercenadas dentro de una valija, rumbo al hogar de la bruja. El cielo iba aclarando, y su trato estaba en peligro. Temía llegar demasiado tarde, pero otro sentimiento terminó por alojársele en el pecho, oprimiéndole el corazón, aunque no podía detectar qué era. Alessia temblaba presa del miedo, sus piernas poco le ayudaban para correr y acabó cayendo de bruces cuando un grito de horror sacudió la tierra, tomándola por sorpresa en medio camino. Alois había despertado. Había descubierto lo que le hizo.

    Alessia ahogó un gemido, la culpa era un filoso puñal presionando sobre su corazón, entró en pánico, sin ser capaz de ponerse en pie. Apenas se había dado cuenta de en qué se convirtió, un ser monstruoso capaz de lo más bajo por cumplir sus deseos. Se aborrecía. ¿De qué valía ser bella si era capaz de ser tan vil? Terminó siendo idéntica a Alois o incluso peor. ¿Por qué? Ella sólo quería ser amada y sentirse hermosa. Lloró inconsolable, besando las manos que tan hábilmente arrancó de su dueño, para reconfortarse.

    »Es demasiado tarde».

    Susurró la bruja, observándola desde lo alto de un árbol. Disfrazada de un ave de rapiña.

    »No vale la pena ser hermosa si es este el costo».

    »Tampoco ibas a serlo».

    En ese momento, Alessia comprendió su error y, también todos los secretos que guardaba el tenebroso bosque que abrigaba a la bestia. El disfraz de su belleza se derritió, dejando a la vista la fealdad de su interior, algo que la tierra debería ocultar en su misericordia. Era un monstruo repulsivo, de lejanas formas humanas. Idéntico al que había atacado a Alois tiempo atrás.

    Alessia lo supo, los verdaderos monstruos son humanos.

    Los reyes justos pueden pensar más en su honra que en sus hijos. Los dulces príncipes pueden ser egoístas. Las princesas pueden abandonadas como accesorios. Piadosas curanderas pueden convertirse en terribles monstruos y no todas las brujas son villanas.

    Se cuenta que la bruja le obsequió a Alois unas nuevas manos de madera y metal, para ocultar sus vergüenzas, así reconfortarlo en su tragedia. Algunos afirman hasta el cansancio que llegaron a amarse, pero lo más probable es que él buscara morir después de ser mutilado y nuevamente humillado. Lo único que sabemos con certeza es que nunca pudo dejar de ser egoísta, y menos darse cuenta que sus desgracias eran producto de sus propias acciones. En cambio, Alessia se quedó deambulando en el bosque, a la espera de algún pobre incauto que pueda liberarla de su condena. Otra alma oscura y desesperada que hiciera un trato, y se convirtiera en la nueva bestia.

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