Andresito los guerrilleros

Andresito los guerrilleros

Pepe Franco

09/09/2019

Los órganos internos eyaculan y aquella falacia social por fin se comprende. Por las ventanas de nuestras niñas vemos los colores de la sociedad hipócrita y penetramos con fuerza a nuestras mujeres para no ser olvidados. La ciencia no explica a la sociedad. En su cama observaba las estrellas y la luna alumbrando su techo, sentía a lo lejos la discordia del pueblo. Si no fuera por las grandes ramas que se extendían formando las paredes de su habitación, podría ver las nubes que decoraban sus cielos y sus luces. Sus sabanas olorosas a vagina y tabaco proveían un aroma intenso a su habitad, lograba que la maldad de la gente no penetrara aquella selva. Guerrillero le llamaban algunos, bandido le decían otros, campesino le decía su madre. Era violador y asesino, pero había sido obligado a serlo, justificación que el amor perdonaba. Las sirenas de ambulancia son el nuevo toque de silencio que anuncia el final de los fuegos artificiales que matan niños. Entre ríos teñidos de rojo por el fruto prohibido de la muerte, algunas piedras cómplices abrían caminos para los desadaptados. No había gran sabiduría en su mente, había oído hablar de las escuelas en leyendas del monte, aun así daba consejos a los jóvenes que se unían a las filas. Entre todos recitaban poesías de aquel muerto que todos llamaban “Che”, pero ninguno de ellos sabía bien quien había sido. El LSD lo despabilaba viviendo aquellas pesadillas que retornaban a su mente y dejaban notar la desdicha en su conciencia perturbada y rendida. No lograba entender por qué una sociedad maldita que siempre había llamado puta a su madre, hoy le extendía las manos, lo perdonaba y le ofrecía un sueldo. Él quería pagar sus inmundicias pero la corrupción había poseído la razón del pueblo y había sido perdonado sin haberlo pedido. Varias almas deseaban su muerte pero escondido entre las largas hierbas blancas de su nuevo apartamento, alejado completamente de la naturaleza y lo salvaje, no dejaba notar su presencia ante sus verdugos. Bárbaro aquel que como él había asesinado y violado por placer, aun así obtenía el perdón en la gente y en el ácido. El gozaba sentir la muerte de aquellos que soltaban la lengua, atormentar sapos era tradición. Es fácil notar a la persona corrompida, expide un aroma putrefacto en su cínica actitud, pero el pueblo estaba ciego de paz y eso lo hacía invulnerable. El LSD le recordaba la sangre ajena que había derramado y le agradaba, odiaba ser un hombre común, deseaba recordar que alguna vez fue la ley del monte.

Cuando era un niño había sido engañado con sermones de igualdad y socialismo, él había comprendido más tarde que la lucha era por la cocaína y no por la gente. Fue ascendiendo en las filas de los bandidos hasta volverse comandante, porque era uno de los mejores asesinos que la chusma había podido reclutar. Fornicó con varias mujeres, la gran mayoría a la fuerza, ellas eran sumisas ante el nombre de la pandilla. La presencia desmovilizada no exigía respeto, la gente lo veía como un bienhechor más. Odiaba la sensación de no despertar miedo y resentimiento. Alguna vez estando en el monte, pensó en ir a ese pueblo de la costa atlántica al que todos van a suicidarse, dicen que es tanta la gente que se quita la vida, que a los habitantes les pagan por cada persona que entierren, y dizque la población vive de eso porque no hay nada más que hacer por allá. Las ganas de suicidarse se fueron opacando por las ganas de asesinar y eso lo mantuvo en el frente de la muerte, en el frente de los soldados del pueblo que socorren, secuestran, violan y asesinan a la gente. Un artículo transitorio de la constitución colombiana ofrecía la redención a los individuos perversos.

ARTICULO TRANSITORIO 30.Autorizase al Gobierno Nacional para conceder indultos o amnistías por delitos políticos y conexos, cometidos con anterioridad a la promulgación del presente Acto Constituyente, a miembros de grupos guerrilleros que se reincorporen a la vida civil en los términos de la política de reconciliación. Para tal efecto el Gobierno Nacional expedirá las reglamentaciones correspondientes. Este beneficio no podrá extenderse a delitos atroces ni a homicidios cometidos fuera de combate o aprovechándose del estado de indefensión de la víctima.

Sus delitos habían sido atroces y se había aprovechado del estado de indefensión de la víctima varias veces, aun así era perdonado. Había desmovilizado su cuerpo, pero su mente seguía en combate. Llevaba 98 días de inocencia, perteneciendo a la sociedad y aparentando total cordura y arrepentimiento. Se preguntaba como alguno de sus perversos delitos podía considerarse político, posiblemente quitar cabezas y violar mujeres y niños ahora hacia parte de la política del país. Recordaba al “Tuerto Alirio” allá en el Cauca, cuando su grupo llevó la violencia a esa región, le quitaron la cabeza mientras miraba como penetraban a su mujer, no aguantaron el llanto del tuerto y por eso alias el “Negro Bembon” le corto la cabeza de un machetazo. Aun así al “Negro Bembon” también lo habían perdonado, en tiempos de paz todo delito es político. En esos años el “Negro Bembon” combatía junto a él en el Frente 29 de las Farc, que operaba entre Nariño y Cauca y se caracterizaba por atacar a la fuerza pública con artefactos explosivos. Pobres y ricos valían lo mismo, a todos los mataban por igual, el negocio de la cocaína no distingue clases sociales. Había mandado a tantos al lugar donde nacen los sueños, que sus sueños habían dejado de existir.

Recordaba cuando su madre le llamaba “Andresito” por cariño, -“¡Andresito, venga a comer!”, – “¡Andresito ayúdele a su papa con la siembra!” gritaba su madre cuando él aun pertenecía a una familia. Esos gritos mutaron a un tono menos cariñoso y “Andresito el campesino” se convirtió en “Andresito el guerrillero”. Con apenas doce años ingreso en las filas de los desadaptados, por obligación, porque así se reclutan los soldados de la revolución. Cambió los juegos del campo por los de la guerra, los azadones se convirtieron en metrallas, las risas fueron opacadas por el miedo y los llantos. Durante mucho tiempo extrañó su casa, mientras en el aun existían los valores enseñados por su madre. Apenas la muerte penetró la mente del niño, se convirtió en hombre y se alejó de todo buen sentimiento. Algunas veces quien nace bueno y se cría bueno, se vuelve malo gracias a la vida que le tocó, por eso los violentos una vez fueron paisanos pero ahora son malignos. Empezó allá en Florida en el Valle del Cauca, esa zona era la suya, Choco, el Valle, Cauca y Nariño, él ni sabía por qué mataba pero le tocaba hacerlo. Cumplidos sus 13 años, cuando las fiestas, el alcohol y las prostitutas se encontraban reunidos en las fincas cercanas y el campamento de la pandilla se trasteaba a gozar de aquellos aquelarres, probó por primera vez la razón de su lucha. Una roca de cocaína sólida y espesa que le entrego su amigo “El carnicero Montoya” para que se le pasara la “fuma”. Ese polvo blanco lo hizo despertarse, la embriaguez se disipó y lo estremeció una gran euforia y unas ganas desesperadas de tener sexo que termino desbordando en la primera prostituta que encontró a su paso. Desde pequeño supo que no creía en esos cuentos de igualdad y revolución, pero la cocaína lo había fascinado, desde sus 13 años creyó a muerte en el blanco negocio del diablo.

Desmovilizado se encontraba en el centro de la capital de Colombia, allá entre la calle 22 y la carrera 17, donde los sueños se vuelven realidad y las reinas besan varios sapos al día. El barrio Santa Fe le llamaban a ese mágico lugar, y Andresito adoraba pasar por sus calles y levantar su ego a punta de piropos y propuestas indecentes.

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