Mi deseo más fuerte había sido tener otra familia. Una familia donde mi papá y mi mamá estuvieran juntos en un idilio de amor, vivieran únicamente para mi hermana y para mí, consintiéndonos, mimándonos, cumpliendo todos nuestros caprichos. Unas navidades llenas de regalos, unos cumpleaños con maravillosas sorpresas. Donde el beso de bienvenida y el de despedida fueran cálidos y los abrazos estuvieran llenos de amor y de paz. Padres que fueran a nuestras reuniones escolares orgullosos de sus hijas, de recibir esas felicitaciones, que hincharían sus corazones de vanidad. Planearían las vacaciones pensando en lo divertidas que serían para todos, en vivir momentos inolvidables, que quedarían registrados en montones de álbumes fotográficos, que serían mostrados con alegría a nuestros amigos y familiares, acompañados de las diferentes anécdotas que realzarían el relato.
A cambio de eso recibí unos padres que antes de mis 7 años de edad, ya no podían ni verse, ya el beso de saludo y el de despedida eran impensables, lo único que era evidente para ellos era la traición, el poder escapar de esa relación que los ahogaba y nosotras no contaríamos allí, porque sus sentimientos de odio y rencor segaron sus corazones. Las navidades y los cumpleaños se convertían en disgustos, porque no se habían puesto de acuerdo en los regalos o en las sorpresas, lo que pensaba el uno disgustaba al otro.
Todo esto terminó un día, cuando mi padre decidió por fin empacar sus cosas e irse a vivir con alguien que, si lo hacía feliz, que lo hacía olvidar las aflicciones de esa vida caótica y amargada que un día había escogido vivir y había prometido frente a un altar que iba a respetar y amar hasta que la muerte los separara.
Así quedamos las tres sumidas en un profundo desconcierto, todas las ilusiones y promesas que se hicieron, con el simple cierre de una maleta y una puerta quedaron desechas, se rompieron, se incumplieron. Ahora sólo teníamos a mi madre, una mujer herida en su orgullo, traicionada, con sus esperanzas hechas trisas. Una mujer con su autoestima arroja al fango por un amor que no cumplió su palabra, que no cumplió con un juramento, que toda mujer que se casa piensa que se va a cumplir por la simple razón de hacerlo frente a un altar y ante un Dios, al que se mandó amar por sobre todas las cosas, pero que, al momento de decidir, anteponemos nuestra voluntad y no la de sus mandatos.
Derrotada, con su corazón roto, sin un hogar, sin una vida, mi madre, regresa ante su padre, debe volver a vivir nuevamente bajo sus normas, de las que había querido escapar envuelta en los brazos de un amor ficticio y farsante, que sólo había robado su alegría y su amor propio.
Qué podrían esperar unas niñas de 7 y 3 años de una madre que se estaba derrumbando, que no sabía cómo manejar la nueva situación por la que su existencia estaba pasando. En este momento se me ocurren muchos caminos, unos beneficiosos otros duros, pero la verdad de nuestro paso por este mundo es que venimos a aprender, a mejorar, a entender que no hay un camino correcto y uno incorrecto, debemos probarlos todos para así recoger las enseñanzas que nos dé cada uno.
En este momento entiendo que mi madre fue la mejor mamá que pude escoger en el mundo, que nos protegió a mi hermana y a mí, contra los peligros que ella consideraba que en ese momento nos atacarían, nos sobreprotegía, en muchas ocasiones impidiéndonos que experimentáramos las diferentes experiencias que nos ofrecía la vida, para así evitar que sufriéramos, prohibiéndonos que nos relacionáramos con personas que según su ojo crítico y experiencia nos harían daño.
Es difícil para una niña comprender que todo ha cambiado de un momento para otro, es difícil ponerse en los zapatos del otro y comprender que ciertos impactos que recibimos, nos trasforman radicalmente en un momento, que las desilusiones pueden hacer que nuestros sentimientos se congelen y empecemos a ver a quienes están a nuestro alrededor como potenciales asesinos de nuestros sentimientos y entonces sea mejor crear una coraza para protegernos de ellos. En la mente de una niña sólo puede existir esas ganas de querer escapar, volar hacia un mundo donde todo esto que está pasando no sea verdad y donde su madre no se convierta en la mala del cuento sin previo aviso.
Aceptar que somos seres humanos, que estamos en constante evolución, que debemos aprender de nuestro entorno y que sólo nosotros somos quienes decidimos ser felices o infelices es un proceso que para algunos podría ser como caminar sobre brasas incandescentes, o que, si simplemente lo empezamos a racionalizar, para nuestra vida sería un proceso tan enriquecedor donde podríamos estar llenos de agradecimiento y de amor para quién nos lo hace vivir.
Entendiendo ¿quién es mi madre?, ¿quién he llegado a ser yo, para qué escogí vivir estas experiencias?, puedo vislumbrar mi verdadero yo, lo maravillosa que es mi vida, lo agradecida que estoy por vivirla, por esa madre y esa hermana que me fueron asignadas para recorrer este camino, que me llevó a compartir mi tiempo con el ser más maravilloso en mi vida, mi abuelo, quien enriqueció mi mente y mi corazón con grandes historias y con el conocimiento que hoy me lleva a ser la mujer que hoy en día soy, y que me siento orgullosa de ser.
Nuestros padres nos llevan por diferentes caminos, debemos estar seguros de que nos enriquecerán y harán de nosotros los verdaderos seres que debemos ser.
Dýnami 03/03/2017
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