Caperucita y el invierno rojo

Caperucita y el invierno rojo

trouble gurl

06/09/2019

Ya había pasado mucho tiempo desde que conocí al lobo.

Lo primero que recordaba de él eran sus ojos profundos, contemplándome desde la oscuridad del bosque. Nunca entendí por qué jamás fui capaz de temerle, ni siquiera cuando se me acercó por primera vez. Tampoco logré comprender qué fue lo que ese lobo vio en mí, porque después de aquella noche no se alejó de mi lado ni un instante.

Cada noche, mientras mis padres dormían, salía afuera sin hacer ruido y me sentaba en las escaleras de la entrada. Solo entonces veía los brillantes ojos del lobo acercarse y yo le sonreía en la oscuridad.

-¿Por qué estás aquí?- me dijo, una noche.

Yo me quedé inmóvil al escuchar aquella voz dulce y profunda que sonaba a tras sus colmillos.

-Es que no puedo dormir- mentí.

Por la expresión de sus ojos, supe que no me había creído ni una palabra.

-¿Y tú?-espeté-¿Por qué estás aquí?

El lobo soltó una risa sarcástica y trató de evadir mi pregunta.

-Siempre estoy aquí.

Desde entonces, cada noche el lobo me paseaba en su lomo a través del bosque hasta quedarme profundamente dormida. No recuerdo qué es lo que pasaba después. A la mañana siguiente despertaba en mi cama, con las botas y el abrigo puestos.

Recuerdo que intentaba mantenerme con los ojos abiertos el máximo tiempo posible pero, era en vano. Solo podía balbucear algunas palabras inaudibles antes de caer en los brazos de Morfeo.

-Ojalá nunca te vayas de mi lado- dije, entre murmullos.

-Nunca lo haré, Caperucita.

Pero una noche el lobo dejó de venir a verme. Me pasaba horas esperándole hasta que las primeras luces del amanecer se colaban entre los árboles, pero él nunca apareció. No le volví a ver y, al final, acabé por comprender que tan solo había sido un sueño.

(…)

Hacía tiempo que mamá y papá discutían muy a menudo. Yo siempre mantenía la puerta cerrada para no escucharles, aunque en el fondo ya estaba tan acostumbrada a los gritos que casi podía hacerlos desaparecer en mi mente. El lobo era lo único que se mantenía ahí, reciente, demasiado presente como para poder borrarlo. Como tampoco podría borrar jamás aquel grito ahogado seguido de un súbito disparo.

Bajé las escaleras y en el momento en el que mis pies descalzos tocaron el suelo de la cocina, mi padre ya había muerto.

Mi madre aún sujetaba la pistola, muy quieta, apuntando hacia su cuerpo inerte. Estuvo así un par de minutos hasta que su mano comenzó a temblar. Entonces me miró. Me miró con unos ojos desconocidos para mí. Unos ojos que no eran los de mi madre. Y después de eso, lo único que sus labios lograron pronunciar fue un inaudible “lo siento”, antes de gastar su última bala con ella.

Yo tan solo me acosté en medio de los dos y me hice un ovillo. No sé cuánto tiempo estuve allí, tirada, mientras mi cabello se impregnaba de la sangre entremezclada de mis padres. Al fin y al cabo eso es lo que era yo. Vaya metáfora.

Para cuando me desperté el sol ya rozaba las copas de los árboles.

¿Por qué?- dije sin querer en voz alta -¿Por qué me dejaste sola?

En ese momento estaba tan rota que decidí marcharme de aquel lugar para siempre. Me limité a vestirme despacio y dejé que aquel silencio inundara por completo la casa. Un silencio que nunca había existido hasta entonces. Antes de salir me detuve un segundo en la puerta, pensando en si realmente merecía la pena mirar hacia atrás una vez más.

-Lo siento- susurré cerrando la puerta tras de mí.

Me coloqué la capucha y comencé a correr con todas mis fuerzas hasta que perdí de vista por completo la casa. Corrí con rabia durante un largo rato sin pararme ni un segundo, hasta que mis pulmones comenzaron a doler. Apoyé mis manos en mis rodillas y respiré hondo. No sé por qué pero de pronto empecé a llorar. Ya no de tristeza o temor, sino de pura rabia. Pensaba que siempre había estado sola, pero me equivocaba. Nunca conocí la verdadera soledad hasta ese momento. Sin saber qué hacer, ni a dónde ir.

Solo entonces comenzó a nevar y parecía como si el cielo se hubiese compadecido de mí. Los primeros copos de nieve de aquel rojo invierno cayeron como luciérnagas inertes, precipitándose al vacío.

Sentía el calor de los rayos del sol colándose entre las rojas copas de los arces y las caricias frías de la lluvia helada en mis mejillas. Era una sensación reconfortante después de todo. Una sensación que me llevaba a inviernos atrás.

-¿Por qué me dejaste sola?- repetí en voz baja.

Cuando sentí que las lágrimas volvían a inundar mis ojos, me hice un ovillo en el suelo escondiendo mi cabeza.

-Nunca fuiste real- me dije.

La nieve crujía mientras los pasos del lobo avanzaban hacia mí.

-Nunca fuiste real- repetí, levantando la voz.

Sentí su cálido aliento en mi nuca.

-¡Nunca fuiste real!- grité.

-Siempre estoy aquí- dijo la voz profunda del lobo.

Y al girarme, solo vi los inertes copos de nieve precipitándose al vacío.

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