Llega al pueblo una mujer de mediana edad, con cabello recogido, vistiendo falda larga y camisa de la misma tela oscura; es aprendiz de maestra en la escuela católica, la enviaron a ese sitio como pasante para culminar sus estudios.
Su infancia algo triste, su madre muere dando a luz, ella queda huérfana a criarse con sus abuelos, ya que su padre había desaparecido.
Al cumplir 10, su tío Alfred los visitaba seguido llevando como regalo siempre un obsequio de calamardo (de Bob esponja), ella al principio contenta por sus regalos lo dejaba entrar en su cuarto para jugar. Lo que ella no sabía es que permitirle ingresar aquella vez solo conllevo a que fuera una exigencia por más de 6 años. Presa por el silencio que debía guardar acompañada de la vergüenza y tristeza que sentía. Solo cuando tuvo mayoría de edad pudo entender lo que en realidad pasaba cada tarde en su cuarto mientras su tío entraba y ponía seguro a la puerta.
Traumas van y vienen, cada uno los representa como mejor el cuerpo los muestre, Hugga los reprimió, acallando su voz, hablaba en tono muy bajo a veces casi insonoro. Pero siempre se las arregló para ser escuchada por sus estudiantes y compañeros.
Sus pasantías las añoraba, ella estaba contenta por poder enseñar y educar a niños pequeños, era su vocación, más si iba acompañado de la palabra de Dios, se sentía muy entregada al señor que se enfocó mucho en la Iglesia y en hacer el bien.
Un día oscuro y nublado de clases, llegaron los niños al salón; la escuela era bastante humilde, sus bancas algo destruidas, agrietadas, las paredes mohosas y descascaradas, los modulares y escritorio obsoletos, algo oxidados. Pero para Hugga era el paraíso, se sentía libre de su pasado, que en ese lugar comenzaría de nuevo y estaría en paz con Dios.
Ese día no llegaba la maestra titular y Hugga debía atravesar dos salones para poder encender el proyector, los niños iban a ver la película de Moisés. Esos salones eran muy oscuros, mucho más descuidados que el salón de clases. Hugga que siempre se caracterizó por su valentía y por su fe, se adentró a los salones, encendió el proyector y se condujo a volver al salón. Atravesó dos puertas y no llegaba al aula, cabe indicar que ambos salones estaban en penumbras igual que los anteriores, que solo el instinto la hacía dirigirse hasta ahí, pero no había luz, no llegaba al aula, se empezó a preguntar hacia donde más pudo dirigirse?
Entre tanto andar en penumbra, llego al descanso de una escalera al fin con luz, vio tres puertas cerradas que por abajo se notaba que había luz en su interior con risas y juegos de niños, pero Hugga decidió ir hacia abajo en la escalera, llega a un sitio alto de una iglesia totalmente destruida, en ruinas; Hugga salta hacia abajo, ve a un hombre joven con un pasamontañas y ropa de frio, le pide que la ayude a baja voz en su condición; El joven con aspecto enojado empieza arrojar escombros a Hugga, palos, piedras, lo que estaba a su paso, jamás emitió algún sonido despectivo con su voz, pero en su rostro se veía maldad y enojo. Al fondo de los escombros de la iglesia ya olvidada se abre una puerta, y divisa que entran, muy lento, dos personas con aspecto putrefacto, la miran a Hugga y a su actual víctima, ya que el joven corrió con la mala suerte de la buena puntería de Hugga, cayó al suelo golpeado en la espalda por una escoba que Hugga en la penumbra pudo encontrar. Ambos cuerpos extraños de aspecto muy poco vívido, la miran a Hugga, agachan su cabeza y se dirigen hacia el lado derecho, dejando la puerta abierta y su luz exterior llenando de esperanzas de terminar con ese horror.
Hugga entra en un pasillo largo de aspecto victoriano, de color celeste con filos café oscuros. Era largo y en los extremos había como una viga con cuerdas colgando que simulaban una selva. Al dar un paso en el pasillo, Hugga siente como es agarrada por la cintura, por algo incorpóreo, siendo llevada hacia atrás, una fuerza inexplicable, Hugga se agarra de una de las cuerdas tipo lianas y se sujeta muy fuerte, siente tanto miedo que empieza a orar, primero por el padre nuestro; siente como es un poco soltada y ella puede avanzar a coger la siguiente liana, así poder ir avanzando; llegando casi a la mitad del pasillo Hugga siente como se le olvidan los ave María y siente que la fuerza la vence, cuando de repente a su lado llega un hombre, alto y guapo, de tez blanca, totalmente rapado, con traje negro, sombrero de gala que empieza a rezar e hizo acuerdo de la continuación de su rosario a Hugga, así que ambos se pusieron a rezar juntos y de esa manera dar más fuerza a Hugga que casi las daba por vencidas.
Hugga sabía que no debía mirar hacia atrás, era algo conocido que a ella le habían enseñado: mejor no mirar atrás si el mal está ahí; pero en ese momento, no por tentación sino por coger la liana que se iba quedando atrás, casi mira hacia atrás, pero el hombre guapo y alto se interpuso y solo lo vio cara a cara a él; un rostro hermoso que con una sonrisa encantadora le supo decir que todo irá bien.
Hugga logra llegar al aula de clases donde los niños estaban sentados y muy atentos a la parte donde Moises abre el mar para que los israelitas puedan pasar. Hugga llorando de dolor, pena, frustración y a su vez alegría porque vio a Dios, corrió al último cajón de un armario, oxidado y viejo, abrió el cajón y estaba lleno de juguetes de todas las formas, de todos los materiales del personaje animado calamardo. Sí, aquellos juguetes que marcaban su infancia, uno por cada tarde de negación, culpa y desesperación que tuvo que vivir; Hugga solo los cogió y lloró, a mar tendido, en el suelo al lado del armario; casi sus lágrimas se juntaban con el mar rojo de la película y los niños jamás lo notaron.
Nacha se despierta con tanto dolor en el pecho, y muchas lagrimas en sus ojos sin entender el por qué de ese sueño tan extraño, había soñado que ella era Hugga, sentía su dolor infantil fungido con la manos de la desesperanza, sentía su emoción con su cercanía a Dios, sentía su añoranza de una vida diferente. Se pellizca el brazo para saber si esta del todo despierta, nota que si y se echa a llorar.
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