El corazón de Caronte

El corazón de Caronte

trouble gurl

05/09/2019

Aquella macabra figura se aproximaba despacio hacia el viejo embarcadero. La barca fúnebre flotaba con desdén sobre las almas errantes de la laguna Estigia, las cuales se aferraban a la madera con sus huesudos dedos, tras los que se asomaban, tímidos, diversos rostros violáceos y penitentes.

Casi invisible entre el rubor de la espesa niebla infernal se vislumbraba un cuerpo pálido, traslúcido, ligeramente bañado por la luz color ámbar de un candil. Su demacrado y anciano rostro se levantó hacia su pasajera, abriendo la oscura boca de par en par. Tras las negras y profundas cuencas de sus ojos, brillaba su nombre.

Caronte. El barquero del Inframundo.

Cuando la castigada madera de su barca tocó la orilla, este acercó a la joven su brazo izquierdo con movimientos sosegados, casi mecánicos, abriendo la mano. Ella permaneció inmóvil sobre la tarima del embarcadero. El blanco vestido se mecía suavemente con la brisa, acariciando sus pies desnudos. Entre los rizos de aquel denso cabello rubio se escondía el olor de mil flores silvestres. El solitario barquero llevó los dedos hacia los labios de la joven y ella abrió la boca muy despacio, mostrándole la reluciente moneda que escondía bajo su lengua.

La barca comenzó a navegar por las gélidas aguas, atravesando el espectro de las infinitas almas que allí yacían. Era triste en cierto modo contemplar a aquellos desventurados espíritus que perecían encerrados en su propio dolor. El eco de sus voces llenaba el lugar con una melodía lúgubre. Sin embargo, al oído de Caronte se le antojaba una sensación cálida y reconfortante.

La joven contuvo un sollozo llevándose la mano a la boca. Sus ojos se elevaron hacia la espalda de su impasible barquero. Lo cierto es que haría falta mucho más que los gritos de unos fantasmas para calar en los sentimientos del olvidado anciano.

-Dime una cosa, Caronte -dijo la joven deliberadamente- ¿Es cierto que tú tienes corazón?

El solitario personaje se volvió lentamente hacia su acompañante. La barca se paró en seco en medio de la laguna. Se podía sentir cómo los espíritus arañaban la madera del casco desde abajo. Aquella voz gutural y ronca resonó desde el interior de su negra garganta, haciendo temblar el agua.

-¿Qué te lleva a preguntar semejante cosa?

Ella se detuvo un momento en sus pensamientos.

-A lo largo de mi vida había escuchado a la gente hablar continuamente sobre ti. Algunos te describían como un ente sombrío, lúgubre y macabro. Otros, simplemente te tenían como un pobre infeliz incapaz de sentir. El mundo ha repetido tanto estas palabras que incluso yo misma llegué a creerlas…

-Bueno, quizá tengan razón-interrumpió el anciano-. Al fin y al cabo eso es lo que parezco ser.

La joven le dirigió una mirada suspicaz.

-¿Es que acaso te conformas asumiendo todo aquello que se diga de ti? ¿Incluso aunque no sea cierto?

El barquero se encogió de hombros. Su torso huesudo dibujó las líneas de sus clavículas y sus costillas.

-El mundo habla. Y yo tan solo lo escucho.

-¡El mundo habla demasiado!-gritó ella, indignada- ¡una y otra vez!, pero nunca sabe mirar a través de las cosas. Eso es lo realmente difícil. Buscar más allá. Sin embargo, yo sí que conseguí ver aquello que la gente nunca hacía.

Caronte soltó una profunda risa cargada de pesar, y continuó su travesía.

La otra orilla de la laguna Estigia estaba ya muy cerca. Las imponentes puertas del Hades se encontraban abiertas de par en par. Desde allí se vislumbraba la grotesca figura de Can Cerbero oculto tras una niebla violácea y rojiza. Las tres cabezas se gruñían entre sí continuamente. La pasajera se incorporó, despacio, agarrándose al extremo trasero de la embarcación para ver con más claridad el interior del Inframundo.

Mientras, el solitario Caronte acercaba la barca fúnebre a la orilla. Permaneció muy quieto mientras esperaba a que su pasajera desembarcara hacia su destino final. Ella saltó hacia el otro lado, dejándole atrás. Caronte no pudo disimular su desilusión cuando comprendió que su conversación había terminado.

-Y bien. Dime una cosa -espetó el viejo con tono incrédulo- ¿Qué fue aquello que conseguiste ver en mí?

Hubo un breve silencio.

-Vi a un hombre al que amé. Hace mucho tiempo.

Ante estas palabras Caronte se giró bruscamente y la barca se tambaleó por unos segundos.

-…Logré verlo por un instante. Ahí, justo detrás de tus ojos.

Comenzó a alejarse de la orilla con pasos indecisos, mientras el atormentado anciano rogaba que regresara.

-…Pero ahora ese hombre está oculto muy dentro de ti. Tanto, que ni si quiera tú puedes verlo.

Las violentas súplicas del solitario hombre se ahogaban entre las sinceras palabras de la joven.

-…Espero que algún día tú también logres encontrarlo.

Ella ahogó un sollozo y echó a correr entre la niebla. Las lágrimas de Caronte brotaron por primera vez en mucho tiempo.

Eran dulces como el agua de la laguna y color ámbar como su candil.

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