Añoranza (carta a mi madre)

Siempre me has hecho falta, desde mi primer latido necesité de tu protección, de tus cuidados. Cuando conocí la luz del sol tus brazos fueron mi refugio. Aunque todo era nuevo y diferente para mi, tus brazos eran lo único que conocía como seguro; sentir el latido de tu corazón me hacía sentir que todo estaría bien.

Aunque estaba completamente en blanco de experiencias y recuerdos, sabía que tu eras el único lugar al que podría regresar para volver a estar bien; que siempre serías el centro de mi universo.

Pero como ave que vuela temprano, un día partiste para no volver; desde ese día soy un naufrago navegando por mares y desiertos, selvas y bosques. Mi brújula se quebró cuando te fuiste. Y nunca me dejaste el manual de reparación, que, sabiendo lo que pasaría, estoy seguro que me lo hubieras dejado.

Hoy sólo intento encontrar el camino, el rastro de aquella estrella que te mostró la senda del adiós, para volver a encontrarte; y cuando lo haga, ya no necesitaré más ni manual ni brújula, porque contigo lo tengo todo.

Cuando te vuelva a ver, a abrazar, a escuchar tu voz; sabré que el viaje y la espera terminaron, y la añoranza que hay en mi ya no existirá.