Cuán cortas son las mañanas, tan escasas las horas que contiene. Tan corta esta mañana, ¡cortísima! mejor dicho, tanto que ya ni te bañas, porque si entro demoro como mínimo media hora y no hay tiempo que perder, porque la mañana es muy corta, y más los domingos, y más este domingo. Ya ni desayuno tomaste, porque la mañana es muy corta, y más este domingo, porque despertaste muy tarde, Mathías; y además tienes que ir a hacer las compras, así de mala gana, así teniendo hambre. Y felizmente despertaste tarde, porque no hay plata para comprar pan y mantequilla y té… Que duerman, no los despiertes, Mathías, que sigan durmiendo para que almuercen nomás, no hay plata para el desayuno, para el almuerzo nomás.
Así de escasas son las mañanas, domingos por la mañana. Así, tan escasas como el dinero en esta casita de un barrio tan escaso de barrio, tan escaso de vecindad, tan escaso de esos “Vecinita, buenos, días” y buenas tardes, vecina, que ya son las doce ¡Por Dios!, ¿las doce? Y yo todavía no cocino ¿Qué ha cocinado usted?, para copiarme; arrocito a la cubana nomás, porque el Julio esto y la Sara lo otro, ya no sé qué hacer vecinita, y présteme veinte solcitos, Pero ¿cuándo le he fallado yo, vecina? ¿Cómo? Ah, es que esa vez no tenía platita, pero igual le mandé su encarguito con el Víctor… Así, así ya no escuchaba hace tiempo en su barrio, solo a veces por ahí, a veces en la tienda, pero siempre en el mercado.
Diez de la mañana, qué rápido se han ido las horas, hoy es domingo y qué rápido se han ido las horas ¡Las once, ya! Tu mamá te ha mandado al mercado, y antes de salir te pregunta, como siempre, si estás dejando el celular, porque no te vayan a asaltar otra vez, que si estás llevando llave, que si estás llevando la plata ¿Y la lista?, búscala, pues ¿quién ha escrito, tú o yo? ¿Acá no está? Cómo harás cuando me muera, dice tu mamá; pero falta mucho, mamita, falta un montón. Ha llovido toda la noche, parece, todo afuera está mojado, hasta la acera que casi no hay, porque en este barrio tan escaso de barrio todos construyen sus casas sin respetar los límites, límites territoriales tan básicos como el “hasta aquí nomás, que desde aquí es vereda”. Y ahora caminas por la pista, mirando siempre hacia atrás para que no te atropelle la moto-taxi, o la combi del vecino al que nunca le has hablado durante estos siete años viviendo en este barrio tan escaso de barrio, en el que si dices “pues” eres mariconcito, tienes que decir “pe”, como hombre, “pues, dicen las mujeres nomás”. Mejor no digo nada, mejor no hablo con nadie.
Recordaste la canción “Carreteras mojadas” mientras caminabas jorobadísimo, mirando la pista y el pequeño riachuelo, mini riachuelo, formado por las lluvias a tu derecha. A tu izquierda pasó un taxi que casi te atropella, pero no por tu culpa, sino la del chofer, y encima te mentó la madre y tú hiciste lo mismo cuando se había alejado un poco. “Todos los domingos debe salir el sol”, pensaste en voz alta, como siempre. Ya había vereda por dónde caminar y un señor que pasó a tu izquierda te escuchó y dijo que sí, y tú también dijiste que sí, por cortesía, pero te preguntaste – ahora para tus interiores – por qué respondió si estabas hablando solo y lo normal es que te miren como si estuvieras loco en lugar de responder algo, de decir que sí. Ya te diste cuenta de que estás jorobadísimo y te enderezaste y recordaste otra vez “… carreteras mojadas, nieblas heladas, otra vez…” y otra vez te volvías a jorobar, poco a poquito sin darte cuenta. Remplazaste esa canción por una de tu cantante favorito, allá cuando pertenecía a la mítica banda de Rock “Los Rodríguez”: Mi rock perdido… ¿Por qué dejé mi celular?, pensaste, “Ah, sí, quizás me asaltan otra vez”. En la siguiente cuadra, hace más de medio año, te asaltaron. Regresabas a tu casa a las cuatro de la tarde, escuchaste a unas personas correr y cuando volteaste a ver quién era ya estabas sentado en el piso, ya te estaban rebuscando los bolsillos, ya te decían que no te muevas, conchetumare, eran dos rateros y ya les decías que tranquilos, que no ibas a hacer nada, que se llevaran lo que quisieran, y ya te habían quitado el celular que habías comprado diez días atrás y tus zapatillas; y tú ya habías subido a la moto-taxi, ya estabas tocando fortísimo la puerta de tu casa para que tu mamá salga rápido y nadie te vea descalzo y pagues al moto-taxista; ya estabas dentro de la casa mostrándole los pies a tu mamá, y tu mamá ya… tu mamá estaba llorando, tu mamá lloró y te abrazó, ¡te amó tanto! Felizmente no te hicieron nada, tu mamá lloró, Mathías, lloró mucho porque te amaba tanto y no podía cuidarte siempre. La abrazaste, la amaste, pero no lloraste, felizmente, porque ella hubiera llorado más. Tuviste suerte, no te robaron al pasar por esa cuadra esta vez.
Las mañanas son cortas, las horas pasan raudas, veloces, rapidísimas, y más los domingos, y más este domingo. Pero lentos pasan estos minutos camino al mercado, recordando una vida entera en poquísimos minutos que pasan volando, y más este domingo, domingo en la mañana. Y ya llegaste. Todo está abarrotado de personas, así como todas las mañanas, como todos los domingos por la mañana. La pregunta de siempre era: ¿Qué compro primero? Y la respuesta también: primero el pollo. Siempre pollo, casi nunca carne, pues el pollo es más barato. De camino hacia el puesto avícola te encontraste con la señora Maribel, ¿te acuerdas?, claro que te acuerdas, ¡claro que te acuerdas!, si puso cara de cojuda cuando le dijiste que estabas estudiando Ingeniería industrial e inglés. Y después te cagó cuando dijo que su hijo estaba estudiando Ingeniería industrial e Ingeniería civil en la UNI; ja, ja, ja, ja; ahora tú tenías cara de cojudo y le dijiste que qué bueno, que te alegras por su hijo, que cualquier día voy a visitarlo, el sábado voy, señora, domingo en la mañana no, porque tengo cosas que hacer y las mañanas se van volando y más si es Domingo por la mañana. Luego llegaste al puesto de pollos.
— Señor José, buenos días.
— Dígame José, joven ¿Qué te vas a llevar? ¿Te corto medio pollito?
— No, deme una pierna con encuentro, por favor.
— Esta te cuesta cuatro veinte – Estaba agarrando una pierna un poco chancada, el señor José, e intentó taparla con la mano, pero lo hacía mal.
— ¿Tendrá una más chica?
— A ver… esta llévatela a tres con cuarenta, es la más chiquita que tengo.
— Hay que comer más, hijito, por eso estás tan flaquito —Dijo una señora que estaba junto a ti.
— No, mujer, el pollo te vuelve maricón — Comentó el marido de la metiche.
- Cállese pe, tío, que me vas a espantar a la clientela. Ahí está, chibolo, cuatro veinte, toma.
- Gracias.
¿El pollo te vuelve maricón? Ya habías escuchado eso hace tiempo, pero esta vez le prestaste más atención al tema. Finalmente, no hayaste respuesta, pues pensaste que debías informarte más, porque puede que sea verdad. No te diste cuenta de que te cobró cuatro soles con veinte céntimos por la presa de tres con cuarenta. Distraído caminaste, lento. Ya estabas en la abarrotería y por casualidades de la vida el esposo de la metiche estaba junto a ti otra vez. Era tu turno de comprar – que raro que lo respetaran – entonces, pediste sal, arroz, harina, aceite, papel higiénico y medio kilo de huevos, por favor, señora. El señor pidió detergente y volvió a hacerte un desatinado comentario: “El huevo también te vuelve maricón, pues, chocherita.” Qué desagradable comentario. Tardaste tres segundos en pensar una buena respuesta, porque el señor ya te quería agarrar de cojudo. Tu respuesta hizo soltar una pequeña risotada a la dueña del negocio:
— Solo los maricones dicen “pues”, señor — En cuanto dijiste eso, el señor se puso rojo, y, exaltadísimo, se rascó la nariz y te huevoneó.
—Oye, huevón, yo digo “pues” cuando se me da la gana y eso no me hace maricón, porque ya tengo tres hijos.
— Y yo puedo comer pollo y huevos cuando se me dé la gana y eso no me hace maricón, pero conozco maricones que tienen hijos y son veganos.
El señor ya estaba preparado para sacarte la mierda bien sacada, ¡preparadísimo!, pero tuviste suerte, porque se apareció uno de tus tíos y pregunto qué estaba pasando, y el señor respondió que hay que educar mejor al chibolo, y se fue. Le explicaste a tu tío lo que había pasado y se carcajeó y también bromeó sobre lo maricón que debe ser el señor que se nota que se asustó cuando me vio, sobrino. Te dio la razón en aquello de que “pues” solo dicen los mariconcitos, aunque tú no pensabas igual, pero no dijiste nada.
¿Ya son las doce y media? ¿Mi mamá te mandó a buscarme? Qué rápido se han pasado las horas, cómo te distrajiste tanto, pues. Rápido que tu tío te va a llevar en su carro, porque ya son las doce y media y tus hermanos ya se despertaron y tienen hambre porque no han desayunado… Pero qué rápido se ha ido la hora, felizmente ya estás en casa y tu mamá no está molesta, pero qué rápido han pasado las horas y pensar que hace un rato, hace unos minutos nomás, era temprano, era domingo en la mañana.
OPINIONES Y COMENTARIOS