Escena 1
Entro en un café, me siento y pido lo usual. Cruzo las piernas y me propongo a leer el periódico. Al intentar ponerme las gafas las dejo caer al suelo con torpeza y cuando pienso recogerlas se me adelantan. Levanto la vista y veo a la criatura más hermosa sobre la que mis ojos han tenido el placer de posarse. Me sonríe dulce e inocentemente. Mi corazón palpita mientras extiendo mi mano temblorosa para recibir las gafas que me ofrece con delicadeza. Se acerca al mostrador y pide algo, no logro oír qué, para luego salir con paso presuroso. Ella tiene que ser mía.
Escena 2
Estoy sentado en el mismo café, pero no leo ningún periódico. Ha pasado un mes y no la he vuelto a ver. Poseerla, es todo lo que ahora deseo. Entro en el café, cada día a la misma hora en que la vi, y espero. Veo el ingreso, con temor de pestañar y perderme el momento en que ella entre, hasta que la ansiedad me hace imposible pasar un solo minuto más allí. Salgo y con decisión me propongo olvidarla, para cada mañana volver a empezar. No ha habido un solo despertar en el que la esperanza no ahonde en mí, y no ha habido una sola noche en que el dolor que me produce la idea de no volver a verla me sea insoportable. Estoy enamorado y, ahora que lo reconozco, me doy cuenta que no hay nada mejor ni peor en este mundo. Se escucha el crujido peculiar de la puerta al abrirse y lo que me esforzaba por considerar imposible sucede. Es ella. Me dedica una sonrisa, compra algo y sale. Estoy paralizado pero lo único que jamás me perdonaría sería volver a perderla. Junto fuerzas y salgo detrás.
Escena 3
Me encuentro en el autobús regresando a casa, contento por haber encontrado las magdalenas que a ella tanto le gustan. La sorprenderé y así me abrazará. Me encanta que me abrace. Si pudiera pedir que un momento perdure para siempre sería ese, un abrazo suyo. Así tanto la amo. Mientras veo por la ventana las imágenes pasar y pienso que si no hay tráfico en la calle 7 las magdalenas llegaran aun tibias, me percato de un movimiento a mi costado, volteo y veo una atractiva muchacha de pronunciadas curvas sentarse en el asiento continuo. Me sonríe y le sonrió de vuelta. Eso es todo. Nada, ciertamente, y aún bastó y sobró. Mi mente empieza a nublarse y ya no logro enfocar las imágenes de afuera del autobús, no consigo posar mi vista en ningún objeto, todo lo que es exterior a mis reflexiones ha dejado de existir. Un pensamiento, que nació de la ligera culpa que sentí al sonreírle a la muchacha atractiva, revolotea en mi mente. Me percato de mi situación: estoy sentado en un bus, con una bolsa de magdalenas aun tibias, camino a casa donde espera la mujer que amo y con quien me casaré la semana que viene. Pienso que no debí sonreírle a la muchacha atractiva, ya que era un hombre comprometido. Le pertenecía a alguien, lo cual, en vez de traerme la alegría que me había caracterizado las últimas semanas desde que me declare arrodillado, me trajo una gran angustia. Le pertenecía, era suyo, ya mi vida no sería mía, la perdería.
Empiezo a temblar y sujeto la bolsa de magdalenas con más fuerza de la necesaria ¿dónde estaba el aventurero que seguía al viento dónde fuese? Nunca más podré sonreírles a muchachas atractivas sin sentirme culpable, es inaceptable. El sentimiento creció y creció. Me sentí atrapado. El ser humano solo puede hacer algo cuando se siente atrapado y eso es intentar escapar. Decido tomar la única opción que me queda. El autobús se detiene en mi parada, bajo completamente resuelto y olvido la bolsa de magdalenas aún tibias en el asiento.
Escena 4
Subo las escaleras. Cada paso es un tormento. No quiero llegar arriba, no quiero hacer lo que tengo propuesto. Pero tengo que hacerlo. Mi libertad y mi vida dependen de ello. Mientras me acerco al segundo piso veo la luz prendida que se escapa por la puerta entreabierta. Ella está ahí, no hay duda de ello. En unos segundos más la veré, tendré que soportar ver su rostro alegre saludarme, ingenuo al infierno que se avecina. Mi corazón llora, la amo y por ello detesto lastimarla. Solo no tengo opción. En el fondo aún guardo la esperanza de que me comprenda, pero sabiendo que ninguna de mis razones puede ser articulada sé que es absurdo. No entenderá. Solo me queda esperar que sufra lo menos posible. Llego arriba y empujo la puerta. Su rostro se ilumina al verme, pero dura poco.
Escena 5
Acostado en mi cama he dejado de sentir. El revoltijo de emociones y pensamientos que me han envuelto los últimos días me han dejado exhausto. Ella ya no está y no volverá. Nunca podré descifrar porque tanto deseaba que desapareciese. ¿Realmente lo deseé? ¿En qué momento llega la felicidad de haber tomado una decisión difícil sabiendo que es correcta? ¿Era en realidad correcta? Todo en la casa expresa mi interior; no hay un solo objeto que haya sobrevivido en pie mi arrebato. Cada adorno roto y cada cuadro partido me recuerdan nuestro último encuentro; la irreparable realidad de haber destruido algo hermoso. Me encuentro débil por la falta de alimento, no he comido nada consistente en días, así que me levanto y me propongo a servirme algo pero me doy cuenta que en realidad no tengo hambre. Me acerco vacilante a la ventana para ver la calle que, a diferencia de mí, aun rebosa de vida. Pienso de nuevo en ella ¿dónde está la libertad que pensaba conseguir? La tengo, simplemente no significa nada sin ella. Nada tiene sentido sin ella. Me paro en el borde de la ventana ¿Era en realidad necesario hacerlo? Ya no importa. No tengo hambre, por eso no como, no tengo ganas de vivir, nada me obliga a hacerlo. Un razonamiento simple que con una mente tan alborotada me es imposible rebatir, así que salto de la ventana. Todo se torna negro.
Escena 6
Despierto postrado en una camilla. Un sonido a mi derecha aumenta de intensidad; logro encontrarle sentido y me doy cuenta que está repitiendo mi nombre. Viene de una voz conocida. Termino de despertar, abro los ojos con esfuerzo y la veo, es ella. Si hubiera podido pararme y escapar lo hubiera hecho, pero mis piernas lastimadas por la caída no me lo permiten. Lo único que me queda es espantarla, hacer que ella se aleje de mí. Los seres humanos somos hábiles en ello, y para lograrlo solo tengo que encontrar las palabras adecuadas. Nuestros ojos se interceptan y cuando junto las fuerzas necesarias para decir la primera frase ella se adelanta. –Todo va a estar bien- dice con su tierna voz. Me deja mudo, ya no puedo contener su mirada y bajo la vista. -Todo va a estar bien- repite con suavidad. Esas palabras me llevan a mi límite. Estoy a punto de gritar que salga, que se largue de mi vida, que me mire y se dé cuenta de lo que ha hecho, que nunca más nada iba a estar bien. Utilizo toda la voluntad que me queda para levantar nuevamente la mirada y enfrentarla, pero al hacerlo encuentro que sus pardos ojos tienen un tono rojizo y que una lagrima empieza a deslizarse. Cierro los míos con fuerza. Ella extiende su mano y sostiene la mía. La sensación que me produce trasciende lo material, se extiende por mi brazo a mi corazón y luego a lo más profundo de mí ser. Algo dentro de mí se rompe, ese algo soy yo mismo.
Ahora entiendo todo. Por primera vez comprendo el amor. Veo el pasado y lo que nos sucedió con una nueva luz, que revela la verdad. Me espanto de cuan equivocado estaba; estar con ella no me usurpaba mi libertad, sino que era una expresión plena de ella. Por propia decisión escogía estar a su lado, la escogía a ella, y para eso tenía que romper la cadena del miedo que me esclavizaba. No estaba perdiendo mi vida, sino regalándosela a ella, que con su amor podrá cuidarla mejor que yo mismo, y a cambio estaba obteniendo algo infinitamente más bello: la suya. De esta entrega nace nuestra unión, pronto dejaremos de ser dos y seremos uno, y al mismo tiempo seremos más de lo que en el pasado jamás fuimos. Es cierto, mi antiguo yo tuvo que morir, pero solo para que el nuevo nazca. Romper el cascaron para salir a la vida, ya que no hay vida sin amor, así como tampoco hay amor sin entrega. Esa rotura fue dolorosa, sí, pero la felicidad que conlleva hace que ese sufrimiento se torne dulce.
Hago un esfuerzo por sentarme y el dolor de mis huesos rotos se extiende como espinas clavándose por todo mi cuerpo. Ella intenta detenerme pero le pido que por favor no lo haga, ya que me parece apropiado sentirlo. Algo en mi voz la convence. Acerco mi rostro al suyo y con palabras que brotan de todo mi ser le pido que me perdone. Suave pero de manera decidida le digo que la amo, que la amo de verdad, con todo el peso de la palabra, que decido amarla, ahora y por toda la eternidad. Me abraza y ambos rompemos en llanto, pero son lágrimas de alegría. Realmente podría estar así siempre, ¡Dios! como extrañaba sus abrazos….
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