Supuestamente somos seres sociales,

pero en nuestro día a día

parece ser que reinen los auriculares,

pues damos mayor importancia a un objeto

que una conversación entre iguales.

Es curioso subir al metro y ver cada día un secuestro,

secuestro humano,

cuyo atracador no es más que el móvil en la mano,

apartándote del mundo real,

sumergiéndote en una realidad imaginaria,

la mirada atenta a una pantalla,

impidiéndote mirar más allá.

Nos sentimos ansiosos por encontrar novedades,

pero no vemos que la novedad está en el mundo que no ves,

el que te pierdes por caminar de cara a los pies.

Acabamos siendo una conversación de WhatsApp,

existiendo al estar en línea,

y desapareciendo al buscar nueva compañía,

sin embargo, es con esa compañía cuando vivimos la vida,

cuando apreciamos los pequeños detalles de cada día,

aquellos que no te pierdes aunque se agote la batería.

Cierto es que acerca a las personas lejanas,

pero aleja a las cercanas.

Intentemos valorar más nuestra realidad,

aquello que podemos mirar y palpar,

el mundo que tenemos para volar,

para alzar el vuelo y comenzar a viajar.

Viajar a un mundo fuera de internet,

un mundo en el que queda mucho por ver.

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