(OBRA SIN FINALIZAR )

Año 2277, la situación mundial ha cambiado, hace más de mil años que no hemos logrado cultivar, nada crece en el nuevo mundo que habitamos.

La última vez que vimos algo brotar, algo surgir de la tierra, mis abuelos aún no habían nacido. Existen documentos antiguos que hablan de una tierra fértil, donde las personas que la habitaban eran dueñas de pequeños campos que albergaban cultivos de todo tipo, escribieron sobre el trigo, las verduras, las plantas, árboles y animales que habitaban en la naturaleza, también sobre el espacio y los planetas, las estrellas y galaxias, pero poco logro entender cuando los leo. Su sociedad era muy distinta a la que ahora tenemos. Nuestra tierra es árida, nuestros caminos están construidos con arena y cemento, todo lo que nos rodea son colores apagados y la tristeza inunda cada rincón de nuestra sociedad.

Hace más de mil años, que no hay árboles, no hay oxígeno, no hay nada.

Nuestros antepasados lograron construir una nueva ciudad, todos los que ahora quedamos estamos en una gran cúpula, una cúpula opaca que solo deja entrar los rayos de luz pero no ver a través de ella , dota a los 70km de ciudad del oxígeno necesario para poder subsistir. Existe una ciudad principal “Alekto” nombrada así por un asteroide que cayó hace muchos años en la tierra y por “Electo” el cual en la mitología griega se encargaba de castigar los delitos morales.

Nuestra ciudad no dista mucho de lo que antes era una capital con pueblos a su alrededor, con la diferencia de que ahora ya no existen pueblos, existen sombras y silencio en las inmediaciones a la capital.

La ciudad principal consta de dos partes, una central que está construida de materiales brillantes y cristales, su forma es triangular como la de los antiguos y puede verse el interior, al cual no nos dejan entrar ni acercarnos. Debe medir unos 80 hombres posados unos encima de los otros, en los días más soleados parece que su punta puede llegar a rozar la cúpula.

En la zona más alta de la cúspide una letra, la letra A.

En ella viven las familias de tipo A, los pensadores y constructores junto a sus familias. Se contaban 300 cabezas, a través del cristal se veía un gran salón y una gran variedad de puertas que llevaban a las viviendas de estos.

Alrededor de la gran pirámide, después de una gran plaza, se encuentran todos los demás hogares, de ella se bifurcan 7 caminos de tierra que llevaban a casas construidas de piedra y telas, algunas personas tienen suerte y sus techos son de metal, no es el caso de la mayoría, muchas de las casas son tierra mezclada con agua.

Cada casa tiene su propio patio interior donde las familias se reúnen a tomar el alimento, cada patio interior dispone de las duchas para cada familia, estas son suministradas por los pensadores, no es una ducha como los antiguos escribieron, estas son unas bolsas que contienen un polvo amarillo el cual nos desinfecta y ayuda a no contraer enfermedades.

Las casas se encuentran unas pegadas a las otras, con apenas una persona de espacio entre ellas, todas amontonadas a ambos lados de los distintos caminos consiguen el efecto de una comunidad igualitaria de simetría.

No se como lo hicieron los pensadores, como lograron salvar a la raza humana, conseguir una fuente de oxígeno, de agua y de comida y no es extraño que no sepa cómo lo hicieron lo guardan en el más absoluto secreto además no tenemos escuelas ni universidades, no hay maestros ni nadie que pueda enseñarnos mecánica, física, matemáticas o lenguas, únicamente nos dedicamos a subsistir con lo que nos han dejado los antiguos, somos supervivientes de una gran catástrofe.

Dentro de la gran pirámide de cristal se encuentra el gran misterio, nuestra fuente de vida, nunca nadie de tipo B o D ha entrado, y mucho menos de tipo C.

Las personas que están en la capital que deben ser unas 10.000 cabezas, deben llevar trapos en sus bocas y gafas en sus ojos, el polvo que levanta el aire cada mañana es perjudicial para los órganos internos, antes los árboles y los edificios guardaban a la gente del polvo, desde que desaparecieron en las noches que son cerradas y reina el silencio se puede oír a la gente toser, incluso en las personas más ancianas se perciben pequeños silbidos cuando duermen a través de las finas paredes.

Hablamos una misma lengua, una nueva forma de comunicarnos, consta de apenas unas pocas palabras, básicas para poder relacionarnos entre nosotros y no volvernos locos, dicen que la soledad vuelve a la sociedad enferma, no estoy de acuerdo. Con el tiempo y las experiencias que más tarde contaré he logrado desarrollar el lenguaje que todos conocéis.

Nuestra sociedad la forman grandes pensadores que son los que construyen y diseñan cada parte de la ciudad principal, también se dedican a dotar cada parte de la cúpula de oxígeno, he oído decir que esas personas son dioses, que son inmortales, pero cuando pasean por la angosta tierra seca que rodeaba mi casa parecen tan normales como tú o como yo, hace años que no veo a ningún pensador.

Yo nací en una familia de tipo B, en nuestra sociedad solo hay cuatro tipos de trabajos, los pensadores y constructores, cambiantes, destructores y exploradores, o como nosotros hemos clasificado los de tipo A,B,C o D.

Desde que tengo uso de razón mis padres solo se dedicaron a construir su casa, a mejorarla y a ayudar a las personas a construir sus hogares, nosotros eramos cambiantes.

Cada dos días debíamos acudir a las puertas de la gran pirámide, allí nos suministraban la comida que necesitábamos. Consistía en 2 bolsas del tamaño de una mano, una contiene la comida que es como una pasta gris, su sabor no era nada agradable pero lograba que nuestra salud siempre fuese buena, excepto por el polvo. La otra bolsa contiene agua, un agua amarronada y con un sabor terroso, una vez cada dos semanas nos suministraban el polvo para la desinfección.

Se hacían colas de 500 cabezas en los 7 caminos, los pensadores repartían ellos mismos la comida en las puertas de la pirámide y siempre rezaban un pequeño «mantra» cuando nos la suministraban. No pasabas más de media mañana, eran rápidos y eficaces, nadie se peleaba por llegar a la comida antes que otros, todos recibíamos la misma cantidad de comida. Una vez un amigo de un amigo de un constructor nos contó que los pensadores comían mucha menos cantidad que nosotros, que preferían nuestro bienestar al suyo.

Llevamos el mismo calendario que los antiguos, necesitamos contar horas y días para saber en que momento debemos dormir y cuando despertar, aunque ya no existan estaciones como el invierno o la primavera, nuestro año consta de 13 meses y días de 40 horas.

Cuando recibíamos la comida comenzaba el trueque en cada calle de cada camino, la gente cambiaba bolsas, agua, incluso habían casas hechas con el material con el que estaban las bolsas construidas. Yo acompañaba a mi madre a hacer el cambio, no solía interesarle nada de lo que se ofrecía, así que lo veía más como una forma de pasar el tiempo que de conseguir algo, en nuestra sociedad no tenemos muchas actividades que realizar en las 15 horas que permanecemos despiertos, construimos, dormimos, cambiamos y nos comunicamos, la monotonía hace que el truque sea la mejor y única manera de divertirnos.

Cuando se acababa el truque cruzábamos el tercer camino entre gente comerciando, mi madre agarraba mi mano para protegerme de los empujones y de la gente que pasaba sin mirar por nuestro lado. Cuando miraba hacía arriba solo veía el reflejo de la gran cúpula y de algunas prendas de ropa colgando en casas. Siempre me había preguntado que habría tras esos reflejos, que encontraría si en ese momento pudiese salir volando y cruzar esos espejos inmensos, y jamás comprendí porque nadie a mi alrededor se lo planteaba, porque miraban al suelo pudiendo mirar hacia el cielo.

Cuando llegábamos a casa mi madre guardaba la comida en unos cajones hechos de barro, comíamos de la bolsa directamente y luego guardábamos su envoltura para cambiarla.

No había lo que antes se llamaba electricidad, la gran cúpula hacía reflejar los rayos de luz durante todo el día. Sólo había oscuridad en las zonas más alejadas de la capital, a las cuales no nos dejaban acercarnos por la gran cantidad de polvo que se cernía sobre esos lugares, nuestro hogar estaba construido estrategicamente para que nunca nos faltase luz, ni siquiera cuando dormíamos.

Mi casa era pequeña, había una entrada donde comíamos y dos habitaciones, una para mis padres y otra para mi. Cuando me tumbaba en mi cama los pies y la cabeza me rozaban con las paredes, mis padres habían conseguido dos camas y 3 sillas a cambio de una casa más grande que habían construido cuando eran jóvenes, no era fácil conseguir esos objetos pues pesaban mucho y costaba de transportarlos, con lo que había sobrado de comida y agua consiguieron construir esta nueva casa antes de que yo naciese.

En mi barrio era común que la gente tuviese cosas que habían pertenecido al pasado y para conseguirlas tenían que ver a los exploradores.

Los exploradores convivían en una pequeña comunidad más alejada de la capital, al final del camino número 7, ellos habían llegado más lejos que nadie, eran 50 cabezas, no se relacionaban con los de tipo B o C, se dividían en pequeños grupos y salían todos los días a explorar, lograban traer cosas del pasado, muchas de estas cosas, las más interesantes se las quedaban los pensadores, las demás se cambiaban en el mercado, habían objetos brillantes donde antes comían las personas, se llaman cubiertos y se usaban cuando había una variedad de alimentos, conseguían camas de metal y telas gordas con las que nos tapábamos las noches frías, una vez trajeron un trozo de metal dorado pero se lo quedaron los pensadores para poder investigarlo.

Eran personas serias y muy valientes, héroes para muchas personas, arriesgaban su vida para conseguir los mejores objetos y se adentraban en lo más profundo de la cúpula, los más expertos llegaban hasta los bordes más alejados de la cúpula,estos llevaban grandes aparatos de oxigeno que les daban un par de horas para explorar, nadie excepto ellos los pensadores y los constructores sabían lo que había al otro lado de la ciudad.

En mi comunidad no existían leyes, ni gobernadores, hacía años que nadie había cometido asesinato y la gente vivía en total armonía, había dos normas no adentrarse dentro de la gran pirámide ni fuera de la ciudad y que si eras de tipo C y te encontraban eras desterrado a lo más lejano de la cúpula, a tu suerte.

Los de tipo C, eran destructores, se dedicaban a robar, a coger de la gente sus pertenencias y llevárselas a su destierro, destruían nuestra comunidad y se rebelaban contra los de tipo A, ellos querían saber que había al otro lado de la cúpula, que escondían dentro de la pirámide y como habían logrado salvar a la raza humana, siempre me gustó llamarles curiosos y no destructores, pero su afán por robar y destruir les había dado ese sobrenombre. Tenían un líder, alguien que los dirigía y planeaba todos los movimientos del grupo, vivían infiltrados entre nuestra comunidad y atacaban cuando dormíamos o cuando habían tormentas de arena, jamás le han hecho daño a otra persona, y las pertenencias que robaban jamás se encontraban, nadie sabe a donde se las llevan o que quieren hacer con ellas.

Nadie nacía encasillado, podías cambiar de profesión con el paso del tiempo aunque no estaba bien visto, exploradores se habían convertido con el tiempo en sabios y destructores que habían sido perdonados ahora eran exploradores, todo el mundo podía lograr un estatus en la sociedad, aún sabiendo que los de tipo A, como decían, tenían mucho menos alimento y espacio que nosotros todos querían ser como ellos y tener su responsabilidad, siempre he pensado que la gente que quería convertirse en tipo A lo hacían para poder ver que se escondía dentro de la pirámide, pero no era tan fácil, muy poca de nuestra gente había logrado superar sus pruebas.

Llegaba un momento, cuando cumplías 12 veranos que debías decidir a que querías aspirar, que querías lograr con el tiempo, entonces te ponían un número y te convertías en uno más de la comunidad.

Cuando cumplí los 12 veranos llegó mi gran día, nunca había conseguido encasillarme, no quería la responsabilidad de un pensador, ni el trabajo duro y complicado de un constructor, no veía bien destruir el trabajo de los cambiantes ni ser uno de ellos con mis padres.

Todos los demás desde pequeños habían sido dirigidos a su destino, yo no lograba decidirme.

Ese día mi madre me había conseguido un vestido verde hasta el suelo que se pegaba a mi cuerpo, lo había cambiado por todas las bolsas de alimentos que habíamos guardado durante semanas. El vestido no había perdido su color, era de un verde intenso como un tallo de una flor, como una hoja de un árbol, lo había leído en la biblioteca del camino 4, la cual contaba con 134 libros antiguos, incluso algunas fotos ya desmejoradas y rotas, las fotos eran 20, las había visto tantas veces que seguro que gran parte de sus desmejoras habían sido provocadas de tantas veces que las observé, contenían 8 fotos de distintas plantas, 2 fotos de pinturas realizadas hace siglos, 5 fotos de edificios altos antiguos, 4 fotos de casas y 1 foto de una persona. Las fotografías se encontraban sin color a excepción de una planta, la cual aún se podía ver un poco de verde en ella.

Nosotros conocíamos muy pocos colores, muy pocas palabras y teníamos muy poca información.

Nunca había visto una foto del cielo o de un paisaje antiguo, incluso faltaban fotos de animales, los cuales ya no existen de ningún tipo, siempre quise saber como eran los animales pero no había ningún libro que los describiese. Yo siempre me imaginaba a los animales redondos como la gran cúpula, brillantes y transparentes y que proporcionaban la comida necesaria, no sabemos como eran pero debían ser maravillosos, estoy convencida de que contaban historias mucho mejores que las que me cuenta madre por las noches.

Tras ver el color pensé que esa misma mañana mi madre había ido antes que nadie a los exploradores para conseguirlo, había pasado más tiempo en la cola por mi, por mi vestido.

Minutos antes de salir , me acerque a una pequeña pieza de metal colgada de la puerta principal que servía como reflejo,siempre me miraba todas las mañanas antes de salir de casa, esa mañana me miré más fijamente, tenía en pelo más blanco de lo normal, todos en la comunidad teníamos el pelo blanco, nuestra piel era blanquecina por la falta de luz, tan solo salpicada por pequeñas manchas más oscuras que cubrían nuestra piel, como si alguien nos hubiese tirado al barro y ahora estuviésemos cubiertos de suciedad, solo que estas manchas no desaparecían con la ducha. Mi madre que se llama 4567 tenía los ojos verdes y mi padre llamado 4534 azules, yo había nacido con un ojo de cada color, uno de mi padre y uno de mi madre. Nuestros cuerpos eran delgados y todos teníamos la misma estatura y grosor, como si nos hubiesen creado sin imaginación, como todas nuestras casas iguales, todos eramos una copia de los que nos rodeaban, a excepción de algunos matices en la tez que nos hacían diferenciarnos aunque en ocasiones eramos tan parecidos que teníamos diferenciarnos por la cantidad de manchas.

Los únicos diferentes eran los sabios tenían el pelo dorado y una gran barba larga del mismo color, cuando entraban en la pirámide sus cabellos eran teñidos para poder ser diferenciados de todos los demás, sus cuerpos eran más rechonchos y encorvados y sus caras lucían ya las desmejoras de la edad.

Esa mañana cuando salimos de casa, nos encaminamos por el tercer camino hasta llegar a la pirámide de metal, allí se reunían 2000 jóvenes, todos vestidos de grandes galas, pero nadie con un vestido tan colorido como el mío, una chica llevaba un vestido corto rojo desgastado, todo el mundo se quedó mirándome, nunca quise ser el centro de atención pero no podía negar que no me gustase mi vestido, parecía una planta.

Un pensador, el más anciano de todos, presidia en la puerta de la gran pirámide, llevaba un bol dorado lleno de agua, como aquel metal que vi una vez del explorador. Debíamos ir pasando, dar un sorbo de agua y nos dirían el número al que pertenecemos, entonces diríamos en alto nuestro futuro y todos aplaudirían, no era la primera vez que lo presenciaba pero si la primera vez y la última que participaría.

Estaba muy nerviosa, no había decidido que iba a ser, sería exploradora? cambiante? constructora? las piernas me temblaban y hacían mover mi vestido hacía los lados. Mi madre me había preguntado sobre mi futuro incontables veces y siempre le respondía que quería ser cambiante como ella.

Entonces una voz me hizo salir de mis pensamientos.

  • Preparada, tu salir en breve -Dijo mi madre-
  • Preparada -Mentí-

Sonó una campana, todo el mundo empezó a menearse nervioso de un lado a otro, habían acudido por lo menos 6000 cabezas. Una segunda campana rompía el murmullo de la gente, todo quedó en doloroso silencio.

  • Vamos comenzar el día de los números nombrados -dijo el sabio con un tono de voz alto y seguro- todos estamos aquí para ver como los hijos se hacen adultos y aportan a la comunidad, no deber sentir tristeza, sino alegría y valentía. Comenzaremos por caminos como siempre hacer. Comenzar camino uno.

Los jóvenes iban pasando uno a uno entre ovaciones, se acercaban a la gran pirámide recorriendo su camino, unos iban riendo, otros serios, los más sensibles incluso sollozaban de emoción por su gran momento. Uno tras otro, sorbo tras sorbo, grito tras grito, acabó el primer camino, de el salieron al menos 7 aspirantes a sabio y 15 exploradores.

  • Segundo camino -Dijo emocionado el sabio, siempre decía ese camino con más intensidad, pues era de donde él procedía al contrario que muchos de los sabios que ya nacían en la pirámide y por lo tanto eran nombrados sabios por derecho de familia-

Y así sucesivamente pasaron todos los jóvenes del camino dos.

Llegaba el momento, el camino tres se acercaba, las manos comenzaron a sudarme y no podían mantenerme en pie, un sudor frío subió por mi espalda, de repente todo el mundo parecía dar vueltas y sentía que iba a desvanecerme en cualquier momento. No estaba preparada, no sabía que quería ser, como decidir todo tu futuro en un solo grito, y delante de tanta gente, no podía decepcionar a nadie y un velo se posó delante de mis ojos, lágrimas de histeria comenzaron a caerme por las mejillas, el corazón me latía en ambas orejas levante la cabeza hacía la cúpula y pude ver como unas mujeres de entrada edad me miraban asombradas por mi actuación se pensaban que estaba emocionada, feliz por mi gran momento, en unos minutos entendería que mis lágrimas no eran de felicidad.

Al levantar el cuello, buscando un soplo de aire fresco , mis ojos se posaron en una parte lejana de la cúpula, al este de la gran ciudad, una grieta del tamaño de una persona se abría lentamente, nadie parecía darse cuenta del hallazgo, la grieta se cerró, dejando la cúpula de nuevo impenetrable. La cúpula acababa de abrirse, había entrado aire del exterior, todos permanecíamos intactos, porque había sucedido esto justo ahora, lo tomé como una señal, quise pensar que así fue, necesitaba una señal para poder salir del bucle que me encontraba y entonces decidí cometer el mayor acierto y el peor error de mi vida.

No se en que momento me arme de valor para salir corriendo, tenía miedo y estaba asustada por todo lo que acababa de suceder, oí un grito confuso de mi padre mientras salía corriendo, arranqué de la mano de mi madre la bolsa de agua que íbamos a ofrecer al gran sabio como ofrenda y la acerque a mi pecho mientras aumentaba cada vez más mis pasos. Podía notar la decepción, la confusión en al aire, como la gente se cruzaba y me agarraban de brazos y piernas obstaculizando mi momento de libertad, logré zabarme de ellos, los llantos y gritos de mi madre que cada vez sonaban más apagados, los insultos de la gente y el escozor en mis piernas tras varios arañazos impregnados ahora en sudor. Escuche al sabio dando ordenes, todos sabían que sucedía, creían poder sacarme los pensamientos, quitarme mi libertad, mi inocencia, alcancé el final de la plaza con más barro que vestido, con más heridas que piel y con más miedo que antes, llegué al camino uno y seguí corriendo sin mirar atrás.

Lo estaba haciendo, era la primera persona desde que comenzó la comunidad en huir, en huir de la pirámide, de la ciudad, de los caminos y de la gente.

Cuando dejé de correr me dolían los pies, no recuerdo cuanto tiempo pasé corriendo, la ciudad se veía lejana y los pulmones estaban llenos de polvo y mi instinto hizo que cortase un trozo del vestido para hacerme una pequeña máscara que até detrás del pelo. Mis piernas quedaron expuestas al aire, el sudor me hacía sentir frío, sin darme cuenta había llegado al punto donde la cúpula se había abierto pero no quedaba rastro de la grieta, como si un golpe del destino me hubiese llevado hasta ese mismo punto.

Me senté en una piedra en mitad de la nada, la tierra era seca y agrietada. Comencé a menear mis zapatos hechos de tela,los miraba con lágrimas en los ojos levantando más polvo incluso del que ya había. No podía pensar, apenas podía respirar y el miedo volvió con más fuerza.

Un nuevo pensamiento pasó fugaz e intenso por mi cabeza. Qué has hecho?

No podía volver, había decepcionado a una ciudad entera,estarían buscándome y sería desterrada con los destructores, había decepcionado a mis padres, a mi camino y a los sabios, Cómo eres tan estúpida?

Tampoco podía quedarme, no había agua ni comida. Solo se me ocurrió una cosa, comenzar a andar, no quería encontrarme con los destructores así que ande con pies de plomo. Los días siguientes están borrosos, el polvo en los ojos, las llagas en los pies y el cansancio no me dejan acordarme y tampoco quiero.

Recuerdo el día en que llegué a la casa, no he vuelto a ella desde hace 4 años, iba andando por la tierra cuando un gran golpe en la frente hizo que me cayese al suelo de espaldas, quién había puesto una roca tan transparente en un sitio así?

Pero no era una roca, era el final de la cúpula.

Mis manos recorrieron la superficie, jamás la había tocado, era rugosa pero flexible, podía introducir mis manos y hacerlas pesar a través de ella, estaba formada de una fina capa que en cuanto sacaba mis manos volvía a reconstruirse.

Podía pesar a través de ella? Me encontrarían los exploradores?

Seguí la cúpula, con la intención de darle una vuelta entera y de morir en el intento, a los pocos metros me encontré con una pequeña casa, estaba construía de piedra como todas las casas de la ciudad, pero tenía una gran diferencia, la mitad de ella estaba en el otro lado de la cúpula, mientras que la otra mitad se encontraba dentro de ella.

La bolsa de agua se había terminado el día anterior y debía encontrar comida, hubiese quien hubiese en esa casa no me importaba. Tenía miedo de atravesar la cúpula y jamás poder volver a entrar así que decidí entrar en la casa.

Encontrarla fue lo que cambió mi vida, gracias a ella soy la persona que quiero ser porque en ella encontré a mi persona favorita, yo me llamé 3 por el camino en el que crecí y él se llamaba Coo.

Entré en la casa, no lo pensé mucho, necesitaba comer y estaba muy cansada, la puerta se abrió haciendo un ruido espantoso, parecía como si hubiesen pasado años desde que alguien hubiese entrado. Cuando entré la diferencia de luz no me dejaba ver, al poco tiempo mis ojos se acostumbraron, una habitación sin objetos se visualizaba en mis ojos. Debía haber servido como una casa provisional para los exploradores o una casa para los destructores.

Una puerta a la derecha, otra puerta a la izquierda. Sin dudarlo me encaminé a la puerta de la derecha, cuando la abrí quedé asombrada.

La cúpula se erguía al otro lado de la puerta , atravesando la habitación de lado a lado, el suelo de tierra no parecía un mal sitio donde dormir, me apoye en la pared como pude y cuando quise darme cuenta estaba sumida en un profundo sueño.

Desperté por lo que me pareció unos minutos después, la sensación de desconocimiento hizo que saltara de miedo, mi brazo pegó contra la pared de detrás, un sonido hizo que mi mirada se fijase hacía adelante, algo se había movido al otro lado de la cúpula.

Un olor me llagó casi al instante, nunca había olido una cosa parecida, al otro lado de la cúpula había un gran objeto, se podía ver a través de ella cuando estabas muy cerca. Una gran sombra, aterrada me levanté con la esperanza de que fuese un destructor bondadoso, introduje un pie a través de la cúpula, otra vez ese sonido, el olor era cada vez más intenso pero no resultaba desagradable. Atravesé la cúpula.

Por primera vez pude entender que el olor que había presenciado era del aire fresco, de un aire no manipulado por la cúpula, del aire real, del aire de fuera de la cúpula.

Al otro lado de la cúpula, el otro lado de la habitación, al principio contuve el aliento pensando que no habría oxígeno, una gran bocanada de aire se introdujo por mi boca.

Estoy respirando? Creía que no se podía respirar al otro lado de la cúpula.

Y en una esquina de la habitación había un agujero en el suelo, dejaba ver un aro de luz, al principio no lo ví, pero allí debajo de ese aro de luz se encontraba Coo.

En ese momento sentí miedo, nunca había visto un ser humano tan menudo y extraño, mis miedos se esfumaron y de mi boca solo pudo salir una palabra.

  • Hola -Dije a Coo-

Coo, giró su cabeza sorprendido, mi voz lo había sobresaltado.

No sabría como describir a Coo, no era como ningún humano con el que había tratado hasta ahora, había leído un libro en la biblioteca de la ciudad sobre como eran los humanos en la antigüedad, cuando la tierra acababa de comenzar y Coo parecía uno de ellos, se llamaban neandertales y vivieron hace muchos años.

Era más menudo que nosotros, mucho más menudo, apenas se levantaba del suelo y la superficie de su cuerpo estaba cubierta de pelo en lugares donde nosotros no tenemos, andaba encorvado, debía tener alguna malformidad en su espalda, pues no se pudo levantar del suelo en todo el tiempo que pasé junto a él. Sin embargo sus movimientos eran veloces y podía desplazarse con facilidad sobre el suelo.

Tenía un bigote encima de su boca, brotaban de el pelos que salían a ambos lados de su cara sin ningún tipo de simetría. Sus manos tenían grandes uñas que no debía haber cortado en años Parecían faltarle un par de dedos en sus manos y pies y su pelo estaba mugriento, de un color negruzco que pese a los años y lavado tras lavado no he logrado limpiar, en su cabeza tres tipos de colores negro, blanco y marrón.

Coo parecía más anciano que yo, su cabello tenía pequeñas canas que salían de su cabeza, a pesar de su menudo tamaño supuse que debía tener más años que yo.

Sus ojos y boca eran muy distintos a los nuestros, su frente era prominente y se le juntaba con dos orificios que eran lo más parecido a una nariz, los ojos estaban más separados que los nuestros casi a ambos lados de la cara de un color negro intenso, apenas sin color en ellos, su boca estaba partida en los labios superiores, debió sufrir algún accidente fuera de la cúpula.

Sus dientes eran irregulares y tenía los dos dientes delanteros más grandes que los traseros. Era un ser humano de lo más extraño,y la mayor rareza que tenía era que tenía un idioma distinto al nuestro, el idioma del exterior de la cúpula.

  • Coo! -Chilló él, y entonces fui yo la que se sobresaltó-

Así comenzaron los mejores años de mi vida, hasta hoy.

Hoy Coo ha enfermado y necesito encontrar una manera de salvarle la vida.

El primer día en esa casa pasó con lentitud, yo en una esquina, Coo en la otra. Apenas cruzamos un par de miradas, cuando intentaba acercarme a él para poder conversar o saber como había sobrevivido tanto tiempo solo se asustaba e intentaba huir por el hueco de la esquina. No quería que se fuese, necesitaba su compañía, su sabiduría.

Mis tripas rugieron, tenía mucha hambre, pensaba que Coo al oír mis tripas me traería algo de comida, pero se quedó allí, inmóvil, durante horas, observándome sin acercarse.

Sin previo aviso Coo salió por el hueco de la pared, con una agilidad asombrosa se arrastró hacía el otro lado. Yo sin dudarlo fui detrás de él.

Al otro lado de la cúpula había una luz cegadora, mis ojos se dirigieron de inmediato al cielo, a las nubes y a una gran bola de luz que debía ser el sol. Quedé sorprendida de la altitud del cielo que nos rodeaba, incluso tuve que sentarme, pues sentí que el cielo y todo lo que me rodeaba se iba a desplomar encima de nuestras cabezas.

Mi instinto más primario fue volver, cuando giré la cabeza , una gran grieta estaba cubriendo el hueco por donde habíamos salido, intenté volver, lo intenté con todas mis fuerzas, golpeando la cúpula una y otra vez, esta vez se había endurecido y no podía pasar a través de ella. Coo había entrado y había salido, cómo sabía el cuando se abría una grieta? Cómo sabía que en ese mismo momento se iba a cerrar?

Habían pasado unos minutos apoyando la frente en la cúpula, de rodillas sollozaba. El aire estaría contaminado? No habría comida? Dónde podía encontrar agua?

Mis manos tocaban el suelo, pero ya no era arenoso, era suave y verde como mi vestido, deslicé mis ojos por primera vez hacía ese suelo tan extraño, era hierba, habían flores y tierra. No lo estaba disfrutando, siempre había querido ver la hierba, las flores, pero en ese momento todo me aterrorizaba, el desconocimiento, lo que era perjudicial o no para mi, solo sabía una cosa segura, Coo había sobrevivido todo este tiempo fuera y él estaba bien, estaba vivo, y lo más importante, dónde estaba Coo?

Segunda parte: El encuentro

Pasaron un par de minutos, hasta que pude localizar de nuevo a Coo, seguía sentada apoyada en la cúpula con la esperanza de que se abriese de nuevo, de volver con el a la ciudad y de enseñar a todo el mundo ese ser humano tan poco común, me levanté con cautela para no asustarle y mis intentos dieron sus frutos, Coo se acercó a mis pies y pude notar su pelo rozando en mis tobillos, como si del destino dependiese Coo se encaminó y giró su cabeza hacía mi, comencé a seguirle.

Mi amigo iba delante, se desplazaba con gran agilidad, la tierra que pisabamos estaba desbordante de flores, de madera y de hierba, todo a nuestro alrededor era verde, hasta donde me llegaba la vista era un gran campo, un gran paisaje y detrás de nosotros la cúpula se hacía cada vez más pequeña, me recordó a la vista de mi ciudad cuando me alejaba de ella, era la vista del cambio, de un futuro lleno de respuestas.

Cuando pisaba alguna madera que crujía más de lo normal Coo se asustaba y se adelantaba, lo que me hacía aumentar la velocidad de mis pasos, era como un sueño. Un rato después llegamos a lo que fue la cosa más bonita que había visto en la vida, delante de nosotros, imponente, alto, se encontraban miles de arboles, enredados unos con otros, unidos por sus ramas como una comunidad, lo que más me sorprendió fueron los colores, jamás había visto tantos, mis ojos no podían centrarse en un solo color, no podía dejar de mirarlos, quería tocarlos y jamás moverme de donde estábamos, de esa maravillosa imagen que mis padres no verían jamás, me sentía afortunada y despreciable por poder ver lo que ellos siempre hubiesen deseado. Sin darme cuenta estábamos a unos pocos metros de ellos y Coo se paró en seco delante del primer árbol, podía ver un camino entre los árboles, sin adentrarse, se acerco a uno de los árboles y comenzó a escarbar debajo de el. Yo imité sus movimientos, tocando por primera vez la tierra húmeda, la corteza de un árbol, era rugosa y llena de surcos, estaba viviendo un sueño…

Coo! Coo! -Chilló sacándome de mi sueño-

Qué pasa Coo, tu asustar de que -dije inclinándome y mirando hacía donde se posaba su mirada-

Pasaron unos segundos de completo silencio, y con la rapidez de una brizna de aire, se logró esconder detrás de mis piernas justo antes de que un trozo de madera en punta se clavase en el árbol donde estábamos agazapados a pocos dedos encima de mi cabeza, la madera retumbó y se tambaleó hasta quedarse estática, el ruido cesó y se convirtió en unos pasos que se acercaban cada vez más.

A pocos metros de mi, seis caras desencajadas y asustadas nos miraban sin mediar palabra. Su aspecto era distinto al nuestro aunque no se parecían en nada a Coo. Eran más altos que nosotros, su piel no tenía manchas como las mías, sus pieles era blanquecinas y amarronadas, la textura era suave y sin asperezas como el nuestro en las partes manchadas, no tenían el pelo blanco, tenían el pelo de distintos colores negro, marrón, amarillo y rojo.

Coo salió de entre mis piernas y se posicionó al lado, ocultándose parcialmente detrás de mi espalda, desplacé mi mano para protegerle y poder mirar con detenimiento a esas personas que nos miraban con más miedo que nosotros a ellos.

Se podían diferenciar sus caras a la perfección, sus rasgos eran muy distintos, habían cuatro hombres y dos mujeres. El hombre que llevaba las maderas en punta en la mano y el que más adelantado estaba parecía ser el más joven, la cara era angulosa como la pirámide a diferencia de la mía que era redonda como una cúpula, su cabello era negro y corto, le tapaba las orejas sin llegar al cuello a diferencia de los hombres de mi ciudad, su cabello estaba empapado de sudor y le caían mechones de pelo por encima de los ojos, los cuales no paraba de tocar con incredulidad. Detrás de el las dos mujeres, tenían el pelo rojizo, formando bucles hasta la cintura, una de ellas lo llevaba recogido en una gran trenza con flores incrustadas, eran las que más se parecían entre si, debían tener la cara más redonda y su cuello era más largo que el de los demás, a su lado los tres hombres restantes, dos de cabello amarillo y otro de cabello marrón, no me dio tiempo a poder ver con claridad a esos hombres pues la voz del muchacho de cara piramidal rompió el silencio.

– No os acerquéis más, no sabemos si puede vernos o como va a reaccionar -Dijo levantando la mano a las dos mujeres que se aventuraban a dar unos pasos hacia adelante, deteniéndolas en seco-

– Bueno, espantarla para que nos de el conejo, han visto a algunos de ellos y nunca han atacado, cuando se vaya llamaremos para que la capturen -Susurró el hombre de pelo amarillo a las dos mujeres que se giraban para oír sus palabras-


– Os habéis vuelto locos? Vámonos ahora, antes de que nos contagie, que le den al conejo, ya encontremos otro -Dijo la mujer de pelo rojo al hombre de pelo amarillo-

– Hace años que no hemos visto a uno, yo lo quiero coger, además no es un conejo, es una cobaya -Dijo el hombre de cara piramidal, con una voz más grave que la vez anterior y con aire de superioridad, mientras daba pasos cautelosos hacia nosotros-

Todos volvieron a quedar en silencio. El hombre de cara piramidal se acercó unos pasos hacia donde yo estaba, había escuchado toda la conversación, pero muchas palabras que decían jamás las había escuchado, solo sabía dos cosas que creían que era peligrosa para ellos y que le iban a hacer daño a Coo, y la segunda no lo iba a permitir.

– No acercarse! -Grité con todas mis fuerzas, asustando ligeramente a Coo y sobresaltando a todos los que allí se encontraban, esta vez parando yo en seco al hombre que se acercaba-

El hombre de cara piramidal retrocedió todos los pasos dados y levantó sus palos puntiagudos hacia nosotros, sus manos temblaban y todos se posicionaron detrás de el.

Lo habéis escuchado? Ha hablado? – Habló por primera vez la mujer de la trenza, con una voz suave y melodiosa-

– Sí, yo he hablado, dejadme ir, mi amigo y yo no hacer daño a hombres de pelos de colores, adiós –Me arriesgué a decir, levantando a Coo del suelo y guardándolo entre mis brazos no tenía nada que perder, y quería irme de aquellos humanos lo más lejos posible-

Me encaminé sin mirar atrás, con miedo de recibir una madera puntiaguda, que de haberme dado la primera vez me hubiese dañado más que el polvo de Alekto, ningún humano me detuvo, seguí andando hasta que desaparecí de su vista. La tensión y el miedo acumulados de la situación hizo que mis piernas fuesen más deprisa hasta el punto de echarme a correr, solo los intentos de Coo por saltar de mis brazos hizo que me detuviese, me había adentrado en los árboles.

Bajé a Coo, el cual había agarrado con demasiada fuerza y este comenzó a correr, huyendo de mi, mi único amigo estaba alejándose, no me quedaban fuerzas para seguir andando, hacía días que no me alimentaba ni bebía y la situación pudo conmigo, sin darme cuenta había caído en un profundo sueño.

Cuando desperté sentí una sensación espantosa, abrí los ojos y no había nada a mi alrededor, todo estaba negro, era como si no estuviese abriendo los ojos, me los tocaba y notaba que estaban abiertos pero alrededor no había nada.

A los pocos minutos, sin mi mayor apoyo y amigo, pude comenzar a recobrar la respiración que había sido hasta entonces forzada y ahogada, logré vislumbrar un atisbo de arboles a mi alrededor, seguía en el bosque pero no podía ver, acababa de descubrir la noche por primera vez. Temerosa agarré mis piernas y me senté de espaldas en uno de los árboles más grandes que percibía, en ese momento sentí una respiración tras mi espalda.

Una dolorosa punzada jamás sentida recorrió cada parte de mi ser, desde las puntas de mis zapatos ya desgastados hasta el último de mis cabellos, era terror. En Alekto jamás tuve miedo, no había nada que pudiese dañarnos y la seguridad hacía que todos los habitantes conviviésemos en un estado emocional con poca alegría y neutro. Mi cabeza no podía asimilar tantos sentimientos y no pude reaccionar a tiempo cuando en la más oscura oscuridad escuché una voz más que conocida.

– Creo que esto te va a gustar -Dijo con voz suave el hombre de la cara puntiaguda- Lo he encontrado mientras volvíamos a casa y he pensado que te ayudaría a no sentirte mal, no te preocupes mi familia no están aquí.

Debí saltar dos metros hacía adelante porque casi choqué con un árbol que teníamos delante, a cuatro patas con las rodillas clavadas en la arena mojada y las manos arañadas clavé mi mirada en ese extraño hombre que entre sus manos sostenía a mi mejor amigo, el pelo caía entre mis ojos y mis brazos temblaban cada vez más.

– Déjalo -Chillé-

– No te asustes, no quiero hacerle daño, pero si lo suelto se irá otra vez, mira he traído una caja para que puedas guardarlo si quieres -En sus pies se encontraba una pequeña caja de madera dónde introdujo a Coo- Hacía mucho tiempo que no veíamos un animal tan grande en los bosques, mi nombre es Silas, ahora dime tu tienes nombre?

No podía quitar la mirada de esa caja de madera, mi amigo estaba ahí y no podía dejar que volviese a desaparecer, había dicho que Coo era un animal, por fin podía saber como era un animal, y si eso era cierto Silas quería a Coo para alimentarse. Me abalancé sobre la caja, perdiendo el miedo una vez más y la agarré con todas mis fuerzas, el hombre dio un salto aún más grande hacia atrás, me temía, pero no comprendía porque, yo era la que había entrado en su hogar y la que debía sentirme amenazada y no el. El ambiente se había tranquilizado, y con cierta distancia decidí sentarme abriendo la caja un par de veces comprobando que mi amigo estuviese bien.

– Entiendes lo que te digo? -Recalcó una vez más-

– Sí, yo entender, has decido que Coo ser un animal, yo nunca he visto un animal,no dar tiempo a que me pusieran nombre, me gusta que llamar tres, por camino en que nací. -Fijé mi mirada en la suya, que por primera vez me miraba sin miedo, Coo no paraba de revolverse en la caja por lo que la agarré mas fuerte –

– Hola tres, no sabía que los asteroides podíais hablar, yo tampoco había visto a uno de vosotros nunca, encantado de conocerte, puedo hacerte una pregunta?

-Sí -dije sin más, no quería hacer nuevos amigos, solo quería que desapareciese poder irme de nuevo a la cúpula, disculparme con los sabios y no contar nada de lo sucedido, con un poco de suerte dejarían que Coo viviese conmigo, a que se refería con asteroides, porque nos llamaban de esa manera-

– Tienes hambre? Coméis como nosotros? – Dijo sacando una esfera roja que hizo revolverse aún más a Coo en la caja y la lanzó hacía donde estaba, haciéndola rodar y colándola entre la caja y mis piernas-

Cogí la esfera entre mis manos en el mismo momento que Coo salia despedido en busca de la misma y se abalanzó sobre ella dándole un gran mordisco, nunca había visto una comida sólida, acerqué la esfera a mis labios y la mordí, una explosión de sabor hizo que abriese los ojos, contenía agua en su interior, un agua no terrosa, era deliciosa y a Coo parecía gustarle tanto como a mi.

– Es una manzana, si te gusta tengo muchas más en casa, también tengo agua y plátanos, deberías acompañarme y te lo enseño.-Dijo Silas levantándose-

Tercera parte: Un nuevo hogar

El sol rompía las nubes después de una larga noche, los árboles y sus colores se iluminaban una vez más, el olor de la tierra y de las hojas verdes provocado por el rocío de la noche era más intenso que el día anterior, el azul del cielo se encendía y el aire fresco movía mi pelo levemente mientras caminaba.

En mis brazos mi amigo, que dormía plácidamente en su pequeña caja, en mi cara los rayos del sol que no me impedían ver allí a escasos metros a mi acompañante, que andaba sin pausa. Su espalda se encorvaba para esquivar las ramas que le daban en la cabeza, por el contrario a mi, ni me rozaban. Debía medir 3 cabezas más que yo, y por primera vez me fijé en su ropa, llevaba una camisa verde clara rasgada que dejaba ver parte de su hombro, parecía que le había quedado estrecha tras años de llevarla, en la parte de abajo unos denimes color azul ya desgastados con el tiempo que habían adquirido ciertas manchas marrones parecidas a las de mi piel, en sus manos una chaqueta gris de un material desconocido para mi en ese momento, que más tarde conocería como lana le colgaba de uno de sus brazos, y en el hombro que no llevaba descubierto una bolsa de la cual sobresalían las maderas puntiagudas.

No sé como lo había logrado, pero ese hombre de la cara piramidal se había ganado mi confianza, estaba siguiéndole a un lugar desconocido, me había ofrecido comida y agua y eso había bastado para que le siguiese ciegamente, pensé en ese momento si todos los hombres y mujeres del exterior de la cúpula eran tan convincentes, si todos hubiesen logrado lo que Silas logró en una noche, no iba a pensarlo más, si me intentaba atacar me defendería, además no se acercaban a mi, este último pensamiento me hizo abrir la boca.

– Porque tener miedo? Porque llamar asteroide?

-Ya estamos llegando, cuando lleguemos te lo explicaré todo y podremos hablar con tranquilidad -Dijo guardándose un objeto redondo que marcaba la dirección de su hogar- Aquí estamos, bienvenida

Dejamos los árboles, el sol ya no nos daba en la frente ahora lo sentía acariciando mi espalda, al oír las palabras de Silas levanté la mirada de la caja, había estado dándole a Coo trozos de manzana durante el último tramo de camino y había perdido la noción del tiempo, si en ese mismo momento hubiese tenido que huir no sabría por que camino habíamos llegado.

Delante de nosotros desde la mirada de un alto precipicio, a vista de águila la inmensidad de una ciudad se alzaba.

Era como la describían los antiguos en los libros que aún quedaban, grandes edificios como en las fotografías que se guardaban en Alekto, pero esta vez era diferente, la ciudad se haya inundada de agua hasta las primeras plantas y los edificios no eran brillantes sino grises y recubiertos de vegetación, toda la ciudad estaba en un gran valle y nosotros la podíamos ver desde arriba.

La naturaleza había invadido el lugar, cada ventana, puerta y calle estaba plagado de matorrales y plantas que se enredaban por todas las grietas de lo que antes fueron los hogares de miles de personas, objetos metalizados que en otra época servían de transporte flotaban sin rumbo entre las calles, parecía que de un momento a otro todo se desplomaría, cubriéndose de agua en su totalidad, un olor clavado en el ambiente como el rocío de la noche cuando estaba en el bosque, era una mezcla de clorofila y agua estancada como la que nos hacían beber dentro de la cúpula, el sol se reflejaba en el agua, creando colores inimaginables y lo que más llamaba mi curiosidad, el silencio, no podía escuchar animales, ni personas, aquel lugar había sido abandonado hacía muchos años y ahora pertenecía a Silas. Carteles con alimentos publicitarios que ya no se distinguían con claridad, el aire y el agua los habían oxidado y tan solo se podían ver ya algunos resquicios de lo que antes fue. A pesar de ello, era grandiosa y en lo único que pensaba era en explorar cada rincón en busca de respuestas.

Llegamos hasta el borde de la ladera y comenzamos a descender pegándonos a las paredes de aquella montaña hasta que nos llegó el agua, al poco tiempo a mi ya me alcanzaban las rodillas aunque a Silas apenas le llegaba un poco más arriba de los tobillos, me costaba caminar y me tropezaba con pequeños objetos que se habían depositado en el poso del agua, Coo daba saltos en la caja y yo lo agarraba con más fuerza para que no se cayese al agua.

Silas miraba de un lado para otro, sosteniendo su mochila tan fuerte como lo hacia con Coo, y delante de nosotros una gran puerta metalizada hizo que se detuviese, se acercó a ella y tocó la puerta dando unos ligeros golpes que retumbaron en aquel lugar silencioso.

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