Creo que lo que más me costó aprender a lo largo de estos años es saber que somos instantes, momentos pasajeros y una sucesión de recuerdos. Ahí, entendí que nuestra alama es un rompecabezas y cada pieza es una persona que llega a enseñarte algo, cuando ya aprendiste lo suficiente, se van y dejan su pieza, de eso estamos hechos, pequeñas piezas que van apareciendo para dejar su rastro.
Memorias y sentimientos que se quiebran y que poco a poco intentan recomponerse, aun así, la nostalgia que se va incrementando con el paso de los días.
Entendí que los sitios los hacen las personas y a veces hay que decir adiós, eso implica cerrar un ciclo para siempre, ahí donde no cabe un hasta luego, un quizás o un a lo mejor. Esa fase de duelo, dejar de mirar atrás y admitir las pérdidas de puntos que amamos, aunque no correspondamos como deberíamos.
Volver a comenzar y darme cuenta de que la vida es mía. Aprender a dejar amistades que no sirven, amores que no funcionan, cosas que no nos aportan para poder cerrar ciclos y ser feliz.
Era hora de subirse al tren, dejar ir y despedirse de las cosas que no van a cambiar, aunque creyésemos que sí. Viajar a otro lugar donde si puedas sonreír de verdad. Darme la oportunidad de algo nuevo, de no regresar a viejos sitios, de ser feliz en otro lugar con menos miedos, menos preocupaciones y más amor.
Entonces me di cuenta de que las personas son temporales. Ese punto en el que descubres que pase lo que pase tú puedes ser feliz porque tienes tu tranquilidad en tu corazón y sólo te necesitas a ti. Una paz mental que nunca había descubierto.
Entendí que todo puede pasar y no puedes evitarlo, sólo puedes dejarte llevar. Una vez leí: «La vida es eso que sucede mientras tú haces planes».
Entonces la clave era no resistirse ni protestar, aceptarlo y seguir adelante, dejarme llevar, y si es bueno para mi vida, pasará. Que tenga que ser breve o eterno, y sino, que siga caminando.
Almas llenas de piezas.
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