A Antonio le han quitado la sedación y la entubación para ver cómo reacciona e intentar subirle a planta; actualmente está en la UVI.

“No sé cuántos días llevo así, ni por qué no me he muerto, como era mi intención. Mi familia se habría llevado el disgusto en ese momento, pero ahora no estaría padeciendo un sufrimiento tremendo, innecesario, provocado por mí”, pensaba Antonio cuando despertó de la sedación.

“Ahora me arrepiento, me he dado cuenta de lo que vale mi familia para mí. Todos mis sobrinos pendientes de mí, no me han dejado solo en ningún momento; hasta los que no viven aquí han venido a cuidarme, turnándose entre ellos para estar conmigo. ¡Menuda carga para todos! Si pudiera volver el tiempo atrás…Yo era consciente de lo que me querían, pero no sabía que pudieran llegar a dar tanto por mí”.

“Pero no sabía qué hacer; estaba desesperado. Mi Josefa se negaba a que nos fuéramos a una residencia, y yo ya no podía cuidar de ella; por esto intenté desaparecer, haciendo acopio de toda mi valentía, que para llevar a cabo mi plan hay que ser valiente; en absoluto un cobarde, o ¿quizás he sido un cobarde por no aguantar el vivir en esta situación e intentar quitarme la vida?”

Antonio revivía una y otra vez los momentos previos a la ingesta del aguafuerte; la mañana del 21 de mayo salió de su casa sin reloj, sin cartera, sin alianza; sólo llevaba dos euros en el bolsillo y la compañía de Chiripa, su perra. Se fue a un lugar apartado, en las afueras del pueblo, para que nadie le pudiera encontrar y le impidiera llevar a cabo la determinación que había tomado. “Esto no termina, ni siquiera con la bolsa en la cabeza; el estómago y la boca me arden, tengo ganas de vomitar, estoy mareado, pero no pierdo la consciencia, no llega el fin…Oigo voces a lo lejos” Contra lo previsto por Antonio, por allí pasaron dos personas que le reconocieron porque junto a él estaba Chiripa gimiendo.

Avisaron a los servicios de emergencia y a la familia.

−Pero tito, ¿qué has hecho?-le preguntó su sobrino Juan Miguel.

Antonio los miraba llorando y les decía con mucha dificultad: “Perdonadme, decid a mis hermanos y al resto de vuestros primos que les quiero mucho, pero que ya no puedo más, mi vida con Josefa se ha convertido en un infierno”.

“Ahora tengo vagos recuerdos de cuando estaba en la UVI. Mis sobrinos y mis hermanos hablaban conmigo, y yo me comunicaba con ellos con un leve apretón de mi mano, o abriendo y cerrando los ojos, ya que era lo único que podía hacer; imposible hablar entubado y sedado. Pero los he sentido siempre a mi lado. Quien no ha estado a mi lado ha sido mi Josefa”.

“Soy consciente de mi gravedad, de la pena que he causado a todas las personas que me quieren, y, sinceramente, no sé si merece la pena tanto desvelo por mí.

¿Y qué voy a hacer ahora? Si antes no podía cuidar de mi Josefa, ¿qué va a ser de nosotros dos ahora?

Si ella dejase de ser tan tarugo y quisiera que los dos nos fuéremos a una residencia, el tema de nuestro cuidado estaría resuelto, pero lo veo tan complicado…”

Y no dejaba de pensar en su mujer, en lo que él la había querido, desde que la conoció, siendo los dos ya algo mayores, mocitos viejos que decían en el pueblo. Rememoraba los días en los que la cortejaba, ilusionado como un adolescente; el día de su boda, lo feliz que se sentía…porque el sempiterno soltero de Antonio por fin se casaba y sabía que su madre se sentía tranquila porque su hijo Antonio “se recogía” y cuando ella faltara no tendría que depender de sus hermanos.

Si, realmente, Josefa había sido siempre de trato difícil, no quería mucho, por no decir nada, a la familia de Antonio, pero esto no impidió en ningún momento que él siguiera totalmente enamorado de ella, como el primer día, a pesar de haber pasado ya tantos años y la pena de no haber tenido hijos.

Antonio se había convertido en sus pies y sus manos, por no decir su esclavo, y sólo disponía de su tiempo un rato por las mañanas, cuando los asistentes del ayuntamiento iban a cuidar de Josefa. Entonces Antonio se iba con Chiripa de paseo por el pueblo a ver a sus hermanos y a sus sobrinos, saludando a todas las personas con las que se encontraba en su paseo y gastando bromas a todo el mundo.

Pero cuando regresaba a casa, a pesar de querer tanto a su Josefa, todo se le hacía cuesta arriba; desde la hora de comer ya no salía hasta el día siguiente.

“¡Por fin me van a operar! ¡Ojalá salga todo bien y pueda regresar pronto con mi Josefa, marcharnos los dos a una residencia, que ahora ya si está dispuesta a irse!…un poco tarde; pero no importa, si estamos los dos juntos, estaremos bien. Y además, podré comer, que mira que tengo ganas de pillar un gazpacho, un arroz con pollo o unas albóndigas” pensó Antonio.

La operación tuvo muchas complicaciones, tal y como habían anticipado los médicos; en menos de cuarenta y ocho horas pasó dos veces por quirófano.

La fiebre no remitía, él ya no tenía ganas de bromas, pero seguía reclamando que le dieran algo de comer.

−Tito, ya podrás comer cuando te recuperes; ahora hay que obedecer a los médicos- le decía uno de sus sobrinos.

Pero Antonio sabía que no iba a ser así.

Llevaba casi treinta días de agonía, una agonía lenta, demasiado lenta, y cuando se desesperaba se arrepentía de no haberse tomado toda la botella de aguafuerte y no sólo un poco; habría terminado ese mismo día con su padecer y el que había provocado a su familia. De hecho, en algunos momentos se le pasaba por la cabeza terminar de una vez con tanto sufrimiento, pero no sabía cómo: se encontraba en la cama inmovilizado, no tenía nada a su alcance que le permitiera acabar con su vida.

Sólo una cosa le hizo sentirse feliz; ver que sus hermanos y sus sobrinos estuvieron junto a él en todo momento; en los pocos días que sobrevivió al intento de suicidio no se volvió a sentir solo. Pensaba que fue un plazo de gracia que le había dado la vida para saborear más todo el amor que sentía su familia por él.

Aunque la persona que más le animaba era Mari Carmen, la más pequeña de sus trece sobrinos. Cuando llegaba para quedarse con él se le iluminaba la cara; era la que más bromas le gastaba, la que más caña le daba, la que más picardías le decía a su tío, y Antonio, por su parte, le correspondía en la misma manera, además de contarle chistes, la mayoría de ellos verdes.

En alguna ocasión sus sobrinos llevaron a Josefa al hospital y la última vez que la vio se despidió de ella de una manera diferente, sabía que ya no volvería a verla. Antonio se encontraba muy, muy mal; los dolores eran cada vez más intensos y se sentía sin fuerzas…hasta que una septicemia pudo más que las ganas de vivir que él había sacado después de aquella fatídica mañana del 21 de mayo.

“Cuidad Chiripa, y en cuanto a mi Josefa, por favor, aunque solo sea por mi recuerdo, buscadle un sito donde la puedan atender igual o mejor de lo que yo lo hice”

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS