Esa noche, él y yo nos mandábamos mensajes por whatsapp. Yo tenía ganas de que viniera a visitarme y decidí invitarlo. Iba a ser nuestro primer encuentro solos.

Me preguntó la dirección y al rato tocó timbre.

Solté, con la torpeza que me caracteriza, la taza que estaba lavando. Empecé a dar pasos cortitos y apurados por la casa para ponerme el buzo, correr la silla hacia la mesa y agarrar las llaves para bajar a abrirle.

El ascensor tiene espejo. Evito mirarlo cada vez que subo, prefiero estar atenta al suelo hasta llegar a planta baja. Nos miramos a través de la puerta de vidrio con sonrisa pícara. Cuando nos saludamos, exhalé en forma de aire contenido, las inmensas ganas que tenía de verlo desinflando el pecho y quedando encorvada hacia adelante. Con los pasos cortitos y apurados, lo llevé al ascensor.

Esta vez, además de evitar el espejo, también evité su mirada. Ya sentía el calor en mi nuca y picazón en los cachetes. Él dijo algo para romper el hielo, pero no me acuerdo qué, estaba bloqueada sintiendo, no podía procesar más información.

Llegamos. Yo solamente pensaba en abrazarlo, pero salí apurada en dirección a la puerta con los pasos cortitos y cada vez más rápidos. Él venía detrás de mí un poco más lento, haciéndose amigo del pasillo y las paredes del edificio.

Entramos al departamento, y tampoco recuerdo la secuencia pero enseguida me vi envuelta en sus brazos. Me abrazaba fuerte, me sentía un fideo de muchos que estaban esparcidos en un plato grande y que él empezaba a apelmazar enrollándolos como si fuese un tenedor. Tenía las manos frías, yo sentía el contraste de temperaturas de sus dedos en mi cuero cabelludo como una corriente que a medida que avanzaba, iba activando interruptores nerviosos ubicados en fila. Hasta que sus manos llegaron a mi cadera y sus dedos se separaron entre sí con fuerza, como si se hubiesen preparado para agarrar algo, pero no lo hicieron. Las frenó y subió a la altura de la cintura, me abrazó de nuevo y me dijo al oído con olor a vino “estoy haciendo las cosas mal” y me dio un beso en la cabeza. Sentí que un proyecto de león, de golpe, se había vuelto una abuela tierna que besaba a su nieto antes de ir al colegio.

Me fui hacia atrás, dejando el abrazo en el aire. Le di su espacio, esta vez mis pasos fueron grandes y lentos.

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