Y sin embargo el tiempo no pasaba cuando la piel de ambos se erizaba.
Los pelos de punta y las agujas del reloj … se estremecían.
Las miradas desnudaban sus harapos y una risa juguetona, invitaba.
Su lengua naufragaba por su espalda y con una caricia bajó la guardia.
Una flor ungía sus pétalos con aceite de deseo.
Un juego de palabras que abría una caja de Pandora.
Y sin embargo ahí…
Sólo ellos.
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