No pensé que sería tan difícil, a penas puedo escribir, me embarga una angustia que no tiene ganas de terminar. Siento ira, impotencia, que no son nada comparado a los dolores físicos que provoca el nosaber, debo romper algo, debo liberar la rabia, debo dejar acontecer el impulso de asesinar a alguien tan solo por el gusto de hacerlo, otra vez…

Desperté extrañamente alegre, parecía que no era yo, quizá me marché momentáneamente para dejar fluir el acontecer del tiempo, del paisaje, del clima. Para tan sólo ser partícipe de un devenir involuntario, dejando que mi instinto hiciera lo que quisiera, sin represión, sin lenguaje, sin razonar. No existía prejuicio de ningún tipo, lo bueno y lo malo era una masa indiferenciada con la cual hacía figuras antropomórficas para luego aplastarlas. Al parecer me parecía gracioso.

Reía sin sentido, deambulaba de lado a lado del dormitorio como si buscara algo, pero como si me alegrara por no encontrarlo. Tarareaba una pegajosa melodía, ahora no la recuerdo, pero no paraba de hacerlo, incrementaba el volumen de mi canto.

Comencé a gritar, a gritar como nunca antes lo había hecho. Fue cuando todo giro de la alegría a la ira. Inmediatamente deje de emitir cualquier sonido, y volvieron las ideas, pero de una forma imperiosa por acceder a mi mente.

Me atacaban diez mil pensamientos por segundo, si bien no podía poner atención sostenida a ninguno en particular, todos ellos tenían el mismo objetivo, incrementar mi frustración y potenciar una inusitada ira.

Me situé en medio de ataques colectivos a mi mente, un sin parar de imágenes, palabras, sonidos indescifrables y destellos de luces que armonizaban la maldita comparsa.

Desde ese minuto me olvidé de mi cuerpo, olvidé el devenir del universo y de la completa alegría, tan sólo sentía dolor en mi cabeza, que en cualquier minuto estallaba a punzadas generadas por la loca lucha en mi mente. Todo era ataque, no había posibilidad de defensa.

Sólo recuerdo la horrible sensación de impotencia, cuando el enemigo es más grande, y sabes que no tienes oportunidad, una pelea salvaje sin chance de sobrevivir, y rogando morir, sin poder hacerlo. Una tortura infinita, quizá lo más parecido a lo que describen como infierno.

En un momento de piedad uno de mis pensamiento tomó el lugar de director de orquesta, me dio un segundo de respiro y me hizo entender que la única alternativa posible para cesar la tortura era cumplir su voluntad, ya que la muerte no acabaría con el sufrimiento. Dentro de mi desesperación hubiera accedido a cualquier cosa, realmente cualquiera, y así lo hice, me puse al servicio de él.

Paulatinamente retomé mis sentidos, y ahora la voz era clara y precisa, invadía mi mente y cuerpo por completo, una coercitividad convertida en obligación, me convertí en su esclavo, le regalé sin más mi voluntad, me convertí en el mejor vasallo.

Me explicó que lo que había experimentado antes, no era nada comparado al extremo sufrimiento que puedo llegar a sentir. Me enseñó que la irá es parte nuestra, que nos enriquece abriendo un abanico de sensaciones. Me condujo a sentir y disfrutar el sufrimiento de aquel que no quiere hacerse partícipe de esta maravilla.

Entendí que el amor al odio era la única alternativa, y que ahora era el encargado de sancionar a aquel idiota que no lo entendiera. La idiotez abunda en el mundo, sufriendo por cosas que no causan sufrimiento, anhelando cosas que no traen felicidad, pasando la vida idiotizando a los idiotas, y acallando a los que no caben en su juego.

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