Pobre diablo. Te bamboleas sin cesar en tus propios pensamientos viendo sin parar como te acercas a tu desgracia. La aceptas grandiosamente mientras te ves deslumbrado por su flamante figura de piel y tormento, y con una sonrisa absurda bailas al son del canto demoniaco de sus palabras. Yacerás bajo sus pies una vez más después de haber descansado en las aguas del olvido, para seguir observando aquel ser que perpetúa en tus memorias y cicatrices. Pobre de aquel que como tú ha tocado fondo y sigue cavando para hundirse un poco más en los deseos de su lacerado corazón, que aguarda silenciosamente sin latir hasta volver a encontrar un ritmo insalubre con su mirada.

Vivirás siempre condenado a esos labios carnosos y seductores que jamás pronunciarán lo que quieres oír. Morarás eternamente en la lúgubre sombra de aquel que solías ser mientras sonreías en ese tiempo en donde no conocías tu condena, y seguirás aguardando aquellos brazos que con su calidez te quemarán más que las llamas del infierno.

Pobre despojo de ser humano, pobre hombre doliente que se toma a libertad de sufrir a gusto ¿Qué será de ti cuando no vuelvas a verte jamás? Aquellos seres que escogen su condena no pueden ver su propia liberación. Y tú, con tu alma empeñada te alejarás del rumbo prometido mientras llevas bajo tus hombros la carga de un amor eterno que te fue ajusticiado divinamente por ser la condena que decidiste aceptar.

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