A veces te veía bajo el sol con tu aguja de sortilegio

dando vueltas a un hilo inmortal.

Sobre tu falda un bulto oscuro como tu gato negro,

ronroneante emperador contaba sus misterios, tal vez,

confesaba amores obscenos.

Tus labios se movían, tantas veces, en el uno, dos, tres de la vareta

o la sorda fonoprotesta de un disgusto alojado desde la infancia.

Nadie lo podrá saber.

Yo te veía, tan magnífica bajo el sol, en pura lazada con destino

incierto.

Hasta veía un prolijo pañuelo blanco

sobre el pelo cano, para cubrir el fuego de un rayo irreverente,

sin dejarlo ciego.

Me sentaba en la vereda de enfrente, paciente y silenciosa, bajo el fresno

indolente, intentaba descifrar tus esperanzas

o tu extraña aceptación de un tiempo irremediable o bendecido.

Aún te veo y no en mi sueño que cobijo amorosamente, en este transcurrir,

como esa estampa borrosa y próxima que anticipa

esta tan Úrsula soy.

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