El día que un gato cambió el mundo

El día que un gato cambió el mundo

Merlucito

27/06/2019

Los humanos son divertidos.

Hablan, ríen, gritas y lloran, creyendo que son los únicos que pueden entender esos sentimientos. Caminan y correr, pasando en frente mío sin notar que estoy justo aquí mirándolos y escuchándolos… y sintiendo. Todos nosotros, en realidad. Siempre mirando y escuchando, incluso cuando no quieren decir nada. Siempre dicen que los perros son sus mejores amigos pero nosotros… Nosotros los conocemos mejor que nadie. Nosotros sabemos.

La ciudad es enorme, brillante y aturdidora. Los humanos caminan y corren, y a veces vuelan en esos coches nuevos. Mi padre siempre solía decir que recordaba cuando los coches solían caminar como nosotros, con cuatro patas redondas. Él solía decir que los coches voladores eran mejores, porque son menos ruidosos y olorosos, pero para mí siempre han sido enormes y estúpidas cagas de metal. No importa si vuelan o caminan.

A veces me gustaría volver en el tiempo, a las épocas en las que nada de esta ciudad existía y observar a los humanos. Quizás en esas épocas se preocupaban más por nosotros y menos por esas estúpidas cajas de metal.

Y los robots, ¿en qué estaban pensando? Nosotros estábamos aquí, todavía estamos, pero no, ellos hicieron esos robots que lucen como nosotros por alguna razón. No puedo pensar en una buena razón, a decir verdad. Nosotros ya somos perfectos, así que una versión mejorada es simplemente imposible. ¿Quizás querían una versión más dócil de nosotros? Eso es simplemente… inocente. Somos “domésticos” pero no idiotas, como los perros. Algún día voy a romper personalmente -¿gatonalmente?- uno de esos gatos robots y entonces se van a dar cuenta de cuan tonta fue la idea de hacer robots así.

¿Saben qué? Olvídenlo. No será algún día. Sera hoy.

Pero primero necesito un plan, porque no tengo idea alguna de dónde encontrar uno de esos robots. O varios de ellos. Si quiero que los humanos entiendan el punto, tendré que hacer esto a lo grande. Y la ciudad es demasiado grande para recorrerla por mí mismo. Aunque cueste admitirlo, solo soy un pequeño gato. Pequeño y adorable, y aunque es una desventaja en términos de movilidad por la ciudad, es una gran ventaja en términos de interacción con los humanos. Porque no importa qué tipo de humano sea, nadie puede resistirse a ciertas cosas.

Es fácil pasar de invisible observador a pequeño animalito necesitado de amor. Algunos maullidos, un poco de ronroneos, refregarse contra una pierna o mano, mirarlos a los ojos como si hiciera varios días que no comes… ¡y listo! Una jovencita me alza, pregunta a su madre si pueden llevarme a casa y ya estoy dentro de una caja de metal voladora en camino. Con suerte, podré ver o escuchar algo acerca de los catbots que me de pistas sobre dónde encontrarlos.

El viaje en la caja voladora es inexplicable, una sensación que jamás había experimentado, ni siquiera al estar mirando hacia abajo desde un balcón elevado. Era como si la totalidad de mis huesos vibraran por el movimiento, como si cada una de las fibras de mi pelaje se erizaran por la velocidad o la altura. Y el paisaje. Oh, el paisaje. Los edificios elevándose hacia el cielo, repletos de luces. Los carteles holográficos iluminando el camino invisible por el cual íbamos. Los puentes peatonales cruzando peligrosamente de edificio a edificio, siendo rodeados por los conductores de formas que, a veces, no parecían nada seguras.

Uno de los carteles captó particularmente mi atención, siendo de un robot gato que repetía una y otra vez el mismo gesto, moviendo su cabeza a un lado y luego regresándola al centro, maullando. No podía escuchar el maullido, pero su boca se movía de la misma forma que la mía y la de todos al maullar, por lo que era fácil saber qué era lo que hacía. A su lado, había un número de muchas cifras que no tenía sentido para mí. Aun así, procuré recordar la imagen del cartel, ya que sabía que los humanos solían identificar las cosas con pequeñas imágenes como esa. Y si podía volver a encontrar esa imagen, estaba seguro encontraría a los catbots.

La caja de metal se detuvo al cabo de un rato en un edificio indistinguible del resto y todos bajamos. La niña que me sostenía tuvo la brillante idea de acariciarme la cabeza mientras caminaba, por lo que no pude evitar comenzar a ronronear. Las caricias eran mi debilidad, y para los míos en general, a decir verdad. No era algo fácil de resistir.

Dichas caricias fueron las que me distrajeron de tal forma que apenas noté cuando llegamos a la -suponía- casa de aquellos humanos. Para mi sorpresa, no era la única mascota allí. Apenas la niña me dejó en el suelo, un perro me saltó encima con su enorme hocico lleno de baba y sus grandes patas. Automáticamente, mis uñas terminaron clavadas en su nariz, pero no pasó mucho hasta que ambos estuvimos a una distancia razonable, fuera de peligro.

— Solo quería decir hola— dijo el perro, con sus ojos gritando culpa y el hocico visiblemente rasguñado.

— Tienes una forma muy interesante de decirlo. — Obviamente, yo no iba a disculparme, ya que solo me había defendido de lo que creía un ataque contra mi vida, pero tampoco quería hacer de este perro mi enemigo, —Vives aquí desde hace mucho?

— Sí, desde que era un cachorro. Fui un regalo para la niña pequeña, Kate ¿tú eres un regalo también?

— No, ella me encontró en la calle y me trajo aquí.

—Oh, — el perro parecía verdaderamente entusiasmado porque yo estaba allí —¿te vas a quedar?

— No lo sé, supongo. Pero tengo que hacer algo primero.

— ¿Qué cosa?

— ¡Voy a destruir a todos los catbots!

— ¿Los qué? — el perro inclinó levemente su cabeza, visiblemente confundido.

— Los robots con forma de gatos, voy a destruirlos para que no nos reemplacen.

El perro pareció sonreír. Se puso de pie y se me acercó, moviendo la cola entusiasmado. — No me gustan esos gatos, son malvados. Me gusta tu plan, ¿puedo ayudarte?

No sabía qué clase de ayuda podía obtener exactamente de un perro como aquel, que parecía bastante limitado en cuanto a experiencias reales se refería, pero aun así acepté. — Supongo que puedes, si ¿Sabes algo acerca de los ellos?

— Sé de dónde vienen.

Abrí los ojos de par en par. Justo lo que necesitaba. — Cuéntame todo.

Resultó que el perro, llamado Dodles, no sabía exactamente de dónde venían los catbots pero lo que sí sabía era que cuando un humano hablaba al número que aparecía en los carteles, recibía uno en una caja. Según Dodles, los catbots venían de esas cajas, pero yo sabía que las cosas eran más complicadas, yo venía de las calles, había visto mucho.

— ¿Estos humanos tuvieron uno alguna vez?

— Si, era muy malo, siempre me lastimaba. Luego de un tiempo creo que dejó de funcionar, porque simplemente no se despertó.

— ¿Sabes que hicieron con él luego de eso?

— Volvieron a ponerlo en la caja y así como llegó, se fue.

Eso presentaba un pequeño inconveniente. De haber estado la caja en algún lado, probablemente hubiera podido averiguar desde dónde venía. Mi decepción probablemente fue evidente, porque el perro agregó:

— La niña tiene fotografías de cuando llegó la caja, si eso sirve.

Y entonces Dodles volvió a tener mi gratitud. Siempre había pensado que los perros eran criaturas algo estúpidas, pero ahora sabía que al menos podían ayudar.

Comencé entonces a idear un plan para obtener acceso a dichas fotografías. Lo más sencillo sería ganar la simpatía absoluta de la niña para así poder rebuscar entre sus cosas sin temor a recibir una paliza.

La primera noche en aquella casa fue interesante, por decir una palabra. Jamás había estado en un ambiente como aquel, lejos de las inclemencias climáticas, de la basura, de los peligros de la noche. Vivir en las calles de una ciudad en donde todo es metal no es sencillo, aunque las viejas historias de nuestros ancestros digan lo contrario. Ellos debían estar atentos a los ataques de otros animales más grandes, nosotros a los ataques de los escuadrones de limpieza, robots sin demasiado cerebro que chupaban todo lo no se mueve. Y si eres un pequeño gato durmiendo entre cajas de cartón, entras derecho en sus enormes picos.

Otra brutal diferencia fue la comida. Apenas la vi, tuve una desconfianza absoluta. Con su color amarronado y su aspecto gelatinoso parecían desechos más que comida, pero su aroma me atrajo por completo y, luego de probar un bocado, supe que no querría volver a comer una rata en mi vida.

Luego de la cena, Dodles se durmió, y yo inicié mi plan para conquistar a la niña.

Jamás entenderé por qué los humanos han logrado conquistar el planeta, siendo tan dóciles y fáciles de manipular. Sólo bastó con sentarme en su regazo para que comenzara a acariciarme, y varios maullidos más un pequeño lamido en las mejillas, para que me dejara dormir a los pies de su cama.

Increíblemente y contra todo pronóstico, terminé por caer dormido casi de inmediato. Supongo que la suavidad de las mantas y la casi nula iluminación, acompañado de la calidez de su cuerpo, habían ayudado.

Desperté dando un salto, con todos los sentidos alerta y las uñas clavadas en las cobijas, pero pronto recordé que me encontraba en un ambiente seguro y los músculos se me relajaron. Todavía estaba oscuro, solo una tenue luz azul atravesaba una pequeña rendija de la persiana, dándole a la habitación un toque un tanto misterioso. El único sonido que se escuchaba era un pequeño zumbido metálico, probablemente de algún aparato que los humanos poseían. Eran increíble como todos los sonidos del exterior se amortiguaba tan bien, incluso para mis afilados sentidos.

Observé por un momento a la niña, que dormía plácidamente, su pecho bajando y subiendo suavemente, haciendo que las sábanas se movieran con ella. Su cuerpo tan frágil y pequeño, sin garras ni dientes para defenderse, me recordaban el por qué los humanos vivían en aquellos lugares tan protegidos: habían creado lo que la naturaleza había fallado en darles.

Lo que me dio otra razón más para acabar con esos gatos robots. No había necesidad de crearlos, la naturaleza ya nos había creado a nosotros y éramos perfectos, ¿por qué intentar copiarnos de aquella forma tan banal? Pregunta que, como tantas otras, probablemente jamás obtendría respuesta.

Comencé entonces a observar la habitación. La cama ocupaba todo el lado izquierdo de la misma, con una ventana enorme al lado del cabezal, ocupando casi la totalidad de esa pared. Del lado contrario había un escritorio y, sobre éste, pequeñas cajas de metal de diferentes colores. Una de ellas llamó particularmente mi atención: tenía una fotografía familiar, pero había jurado que cuando había entrado a la habitación, cuando habíamos venido a dormir, había otra. Me quedé observándola y, efectivamente, al cabo de unos minutos, la fotografía cambió. Ahora mostraba a la niña con Dodles y entonces supuse que ahí era donde debía mirar si quería encontrar la fotografía que el perro había mencionado.

Salté de la cama y me subí al escritorio, sentándome bien cerca de la caja metálica y observándola detenidamente. No parecía tener ningún tipo de marca, de hecho parecía ser solo una pantalla con un marco metálico. Me recordé entonces que mi padre siempre decía que la paciencia era una virtud, especialmente para nosotros, y me quedé allí sentado, esperando.

La luz azul que entraba por la ventana se fue atenuando poco a poco, dando paso a la luz del sol, anunciando el comienzo de un nuevo día. En la casa, varias alarmas sonaron y los adultos se levantaron. Escuché más zumbidos metálicos, indicios de que más artefactos comenzaban a funcionar, y entonces la madre entró en la habitación para despertar a la niña. Las observé por un momento, pero luego regresé a mi vigilancia. Las escuché reírse levemente, probablemente porque, como todos los humanos, pensaban que yo estaba simplemente mirando la caja sin entender nada.

Pero lejos estaban de comprender la verdad. Incluso varias horas después que la casa quedara sola mis ojos seguían clavados en la caja, en las fotos, observándolas atentamente en espera de lo que buscaba. Y la paciencia dio sus frutos varias horas después cuando la fotografía apareció ante mí.

La niña se mostraba con una gran sonrisa mientras abría una caja que contenía partes metálicas. En el exterior se podía ver claramente la misma imagen del gato robot que había visto en el cartel y, a su lado, además de los números que ya había visto, se encontraba una dirección. A pesar de que no la reconocía, conocía a quienes probablemente sí.

Bajé entonces del escritorio y me dirigí a hablar con el perro. Necesitaba salir de la casa sin hacer un escándalo y él era mi mejor opción.

— ¿Salir? ¿Para qué?

— No puedo destruir los catbots desde aquí dentro, Dodles.

— Oh. — Bajó las orejas, por alguna razón parecía decepcionado de que aquel no era un trabajo remoto. Pero, ¿cómo podría serlo? Mi idea había sido desde el primer momento entrar en la fábrica y hacerla volar por los aires, aunque quizás él no había entendido eso muy bien. — Quizás puedas salir por la ventana del jardín interno.

Traté de conciliar el hecho de que un jardín fuera interno y tuviera una ventana, pero me dije a mi mismo que era inútil tratar de buscarle lógica a las cosas que los humanos hacían, por lo que simplemente seguí al perro hasta dicho jardín. Se trataba de una habitación con piso de tierra en donde había varias plantas e incluso un árbol considerablemente alto, tanto que llegaba a la altura del techo del primer piso. Había un pequeño estanque en un costado y juguetes desparramados por el pasto. Al mirar hacia arriba, me decepcionó ver que era techado, pero tal y como Dodles había dicho, tenía ventanas. Y enormes, a decir verdad, que ocupaban todo el ancho de cada pared, lo suficientemente grandes como para que pasara por ellas con comodidad.

— Gracias, Dodles. — Me dirigí entonces al árbol y trepé por él, dispuesto a llegar a dichas ventanas.

— Espera, — el perro se sentó bajo el árbol, observándome — ¿volverás?

— No lo sé, quizás. — Estaba siendo completamente sincero. Nunca había tenido una familia humana, ni siquiera un hogar fijo, no sabía si estaba hecho para ese tipo de vida, pero siempre podía intentarlo. Si es que salía vivo de mi plan.

Sin decir más y sin mirar abajo, salté de rama en rama hasta que llegué a la más alta y, desde ahí, salté hasta el alféizar de la ventana. Desde allí se podían ver los otros edificios, los puentes peatonales que los conectaban y las cajas metálicas que volaban entre ellos. Lo que no se podía ver era el suelo, ni siquiera del nivel más alto, y eso me puso un poco nervioso. Tenía que calcular muy bien hacia donde saltaría, o era gato muerto.

Decidí que lo mejor sería saltar hacia uno de los puentes peatonales. Podían estar muy elevados, pero al menos eran una zona segura y desde ellos podía ir hacia otros edificios, donde probablemente encontraría a algún otro gato que supiera guiarme hasta la fábrica de robots.

El puente más cercano no estaba muy concurrido, lo que me permitió caminar rápidamente hasta el edificio y escabullirme en su interior para poder pasar al siguiente puente, un poco más abajo, más cercano al nivel del suelo. Repetí eso tres veces más y, cuando estaba a mitad del último puente, me encontré con quién buscaba: un gato más viejo que yo, al que le faltaba un ojo y un pedazo de oreja, recuerdo de cientos de peleas y una vida en la intemperie. Era uno de los gatos más sabios que conocía, versado en el mundo humano tanto como en el gatuno e incluso perruno.

— ¡Pope!

— ¡Little Ali! ¿Qué te trae por aquí?

— Estoy en una misión. — El viejo gato me miró intrigado. — Voy a destruir a todos los catbots, y necesito tu ayuda.

Pope lanzó una pequeña risita. — ¿Y para qué necesitarías la ayuda de un viejo como yo? Eso parece trabajo para jóvenes, ágiles y rebeldes jóvenes.

— La agilidad no es lo es todo, se necesita también información, conocimiento, y tú tienes mucho de eso. No podré lograr nada sin ti, porque no sé dónde está la fábrica, he visto la dirección, pero no la reconozco.

— Has resultado más astuto de lo que imaginé. — El viejo gato se enderezó, sentándose apropiadamente y mirándome fijamente con su único ojo brillante. — Puedo decirte donde queda. Puedo incluso guiarte, pero antes debes decirme quién más está en este plan. Porque te lo aseguro, no podrás hacerlo solo, las fábricas suelen ser enormes y tener muchos guardias de seguridad.

Bajé levemente la cabeza. No había pensado en eso, solo le había dicho mi plan a Doddles, pero él no podía ayudar, era un perro de familia. No sabía en qué estaba pensando al imaginar que podría hacerlo solo. Era evidente que necesitaría más ayuda, que necesitaría reunir a mis amigos y hermanos.

— Tengo que hablar con los demás.

— Muy bien. Te acompañaré. Creo en ti, pequeño Ali, me gusta como piensas y, más que nada, odio a esos robots.

Encontrar otros gatos no fue difícil. Había muchos en las calles: los callejones oscuros y sin salida eran escondites predilectos, pero también puentes peatonales derruidos y en desuso, azoteas de edificios en otras épocas considerados de lujo, que ahora quedaban relegados a construcciones bajas y olvidadas por la mayoría de los humanos, usados como refugio de los sin hogar.

Para cuando cayó la noche, ya éramos suficientes y nos encontrábamos hablando acerca del plan. Era sencillo: distraer a los guardias, entrar, destruir la fábrica, salir. No estaba seguro si la última parte sería posible, pero en ese momento no importaba, tenía que pensar en quienes irían y como nos organizaríamos para hacer las cosas a la perfección y que los humanos no se dieran cuenta de lo que estaba pasando. El hecho de ser gatos y que los humanos tuvieran una debilidad por lo adorable hacía la parte de distraer a los guardias mucho más sencilla, eso era seguro, pero no podíamos utilizar nuestros encantos por demasiado tiempo, por lo que teníamos que idear una forma más duradera de distraerlos.

Pope fue quién terminó de pulir el plan, con varias alternativas y planes B por si las cosas no salían del todo bien, y una vez nos dividimos en grupos, marchamos hacia la fábrica.

Nunca había visto un edificio como aquel, ni siquiera me había imaginado que pudiera existir algo así. Era enorme, ocupaba fácilmente el mismo espacio que diez edificios, quizás incluso más. Las paredes eran altísimas, grises y lisas, con dos hileras de ventanas muy pequeñas, una a mitad de las paredes y la otra casi tocando el techo. Y el techo… Eso sí que era extraño. Normalmente los techos de los edificios tenían antenas, estructuras, algunos incluso zonas verdes con árboles; pero aquel no tenía nada, solo una extraña forma en diagonal que hacía parecer imposible que alguien pudiera pararse allí. Además, un perímetro de rejas la rodeaba por completo, y los guardias caminaban de un lado al otro observándolo todo.

Afortunadamente, Pope había considerado todas aquellas peculiaridades y ya sabíamos más o menos qué esperar. Nos dividimos entonces en tres grupos y entramos en acción.

El primer grupo era el encargado de la distracción, por lo que estaba formado por los gatos más cachorros y adorables. Solo dos de ellos eran adultos y serían los que entrarían en acción cuando detectaran que los guardias ya estuvieran distrayéndose de los gatos.

Yo formaba parte y dirigía el tercer grupo, que junto al segundo nos escabullimos por las rejas y nos dirigimos a uno de los huecos de ventilación. La distracción estaba funcionando a la perfección, porque incluso cuando tuvimos que meternos de a uno y la tarea se volvió algo lenta, no tuvimos problema alguno. Pronto estuvimos caminando por la sala de máquinas, donde los robots eran construidos… por otros robots. Los humanos eran verdaderamente especiales.

Fue entonces cuando volvimos a separarnos. Yo, Pope y otros cinco gatos nos dirigimos a la sala de control, mientras el otro grupo -formado por unos diez gatos- se dedicaban a cortar cables y destruir circuitos en aquellas máquinas constructoras de otras máquinas.

La sala de control era increíble. Incluso con todo apagado, se podía apreciar su magnitud. Pantallas por doquier, probablemente para tenerlo todo controlado, y teclados gigantescos con cientos de botones. Dos de mis compañeros se subieron y comenzaron a caminar sobre ellos, apretando todas las teclas posibles, solo por el disfrute de hacerlo.

— Allí está la fuente de energía. — Pope señaló una especie de caja de cristal con un artefacto dentro. — Es pequeña, sí, pero es lo que mueve a toda la fábrica.

En verdad parecía que aquella cosa era demasiado pequeña y sencilla para ser una gran fuente de energía, pero el brillo que emitía me decía que Pope no estaba mintiendo. Era el mismo brillo que emitían todos los grandes artefactos que los humanos usaban en la ciudad. Incluso los edificios brillaban de esa forma cuando tenían las luces encendidas.

— Enciendan la computadora. — Dijo entonces el anciano, y los que estaban sobre los teclados lo hicieron. Las pantallas comenzaron a encenderse y, abajo en la sala de máquinas, se comenzó a escuchar el sonido de engranajes moviéndose. Pero eso no fue todo lo que se escuchó. Nuestros compañeros del segundo grupo habían hecho evidentemente un buen trabajo, porque en vez de iniciar su funcionamiento, las máquinas comenzaron a entrar en cortocircuito. Un cartel rojo apareció entonces en las pantallas y supimos que las cosas se pondrían agitadas ahora. — Dice que hay fallas en los sistemas mecánicos. Ahora debemos sobrecargarlo todo.

Coloqué entonces, junto a mis demás compañeros, las patas delanteras sobre uno de los lados de la caja de cristal y comenzamos a empujar. Era pesada, de ahí que tuvimos que hacer bastante fuerza los seis juntos, pero logramos no solo moverla sino también tirarla hacia un costado, provocando que se rompiera el vidrio.

El objeto brillante que estaban dentro hizo entonces un sonido extraño, como de un ventilador trabajando dificultosamente. Cortamos entonces los cables que salían de él y a medida que íbamos cortando, más fuerte era el sonido, más le costaba trabajar. Comenzaron a escucharse explosiones en la sala de máquinas y entonces uno de los gatos del segundo grupo apareció en la puerta.

— ¡Los guardias escucharon la explosión, tenemos que salir!

Y eso hicimos, pero no sin antes terminar nuestro trabajo. Empujamos la fuente de energía hasta la puerta y de allí por la escalera que bajaba a la sala de máquinas. Cada vez que el aparato chocaba contra un escalón, lanzaba un chispazo y para cuando tocó el piso, provocó una explosión tan grande que casi nos deja ciegos. Más explosiones le siguieron y tuvimos que correr, con la vista algo averiada, hacia los túneles de ventilación. Podíamos escuchar a los humanos hablando a los gritos afuera, probablemente pidiendo ayuda, y las explosiones que continuaban dentro.

Cuando logré salir, miré el edificio, y pude ver como grandes llamaradas comenzaban a invadirlo. Todos mis compañeros comenzaron a salir de a poco y afortunadamente todos parecían a salvo.

— ¿Dónde está Pope?

— Venía a lo último, ya debe estar por salir.— Miré hacia dentro de los túneles de ventilación, pero cuando el último de los gatos salió y seguía sin ver a mi viejo amigo, decidí que no iba a quedarme simplemente a esperar. Si Pope se había quedado atrás, quizás estaba herido o las explosiones le habían afectado de alguna forma, por lo que tenía que ir a ayudarlo. — Iré a buscarlo.

Una de las gatas que había estado en la sala de máquinas, pelirroja y con una mirada que francamente daba miedo, intentó detenerme. — No puedes meterte ahí, el edificio va a explotar en cualquier momento.

— Eso me da aún más razón para ir a buscar a Pope, ¡no puedo dejarlo ahí dentro mientras todo se viene abajo!

Sus enormes ojos amarillos se clavaron en los míos y sentí que iba a apuñalarme con la mirada. Retrocedí un poco, pero no dejé de mirarla, decidido. — De acuerdo, apúrate. Yo guiaré a los demás lejos de aquí, conozco la zona.

Asentí con la cabeza y volví a meterme en el edificio, escuchando como ella comenzaba a dar órdenes para reorganizar a todos los gatos y llevarlos a un lugar seguro. A medida que volvía a adentrarme en los túneles de ventilación, podía sentir más y más el humo que se iba acumulando, haciendo difícil respirar y ver. Pope era ya muy anciano y quizás eso había provocado que no pudiera seguir avanzando, lo cual me preocupó aún más.

“Ali.” Escuché una voz débil que me llamó en cuanto pasé por delante de un cruce de túneles. Me volví y vi que Pope estaba allí, acurrucado contra una de las paredes. No sabía cómo exactamente, pero Pope siempre sabía quién pasaba por su lado aunque no pudiera verlo. — ¿Qué haces aquí?

— Vine a buscarte. Tenemos que salir rápido, el edificio se está quemando. — Me le acerqué y vi que una de sus patas estaba lastimada y era probablemente lo que lo había dejado atrás. Sin embargo, no parecía demasiado grave y estaba seguro de que con mi ayuda podría salir. — Déjeme ayudarte. — El anciano se incorporó levemente, lo suficiente como para que yo pudiera pasar parte de mi cuerpo por debajo del suyo y levantarlo. — ¿Puedes subirte a mi lomo?

— Creo que sí.

Y efectivamente así era. Pudo terminar de pasar sus dos patas derechas por sobre mi lomo, quedando ubicado adecuadamente encima mío, con la pata lastimada colgando suavemente a uno de los lados. Afortunadamente, el túnel tenía el tamaño justo como para caminar adecuadamente incluso en aquella situación. El humo se había vuelto aún más espeso, pero también se notaba que estaba saliendo fuera por esos mismo túneles, lo cual tenía sentido, ya que para eso habían sido construidos.

Sentía como el respirar se hacía cada más difícil, especialmente con Pope encima, pero aun así no dejé de avanzar en ningún momento hasta llegar por fin hasta fuera, donde la gata pelirroja de antes estaba esperando junto con otro de los gatos, uno de los que conocía desde hacía muchísimo tiempo y que había sido el primero en aceptar aquella locura de plan.

— ¡Al fin! Creí que no lo lograrían. — Tanto mi amigo como la gata se acercaron a nosotros y ayudaron a Pope a bajar de mi lomo, para luego ayudarlo a caminar fuera del perímetro de las rejas del edificio. — ¿Estas bien?

— Sí, sí. Cuiden a Pope.

Permanecí un momento sentado en el mismo lugar, respirando profundamente, tratando de recuperar el aliento y fue entonces cuando vi que los humanos ya estaban reunidos alrededor del edificio, intentando apagar el incendio. Pero las llamas seguían expandiéndose y el eco de las últimas explosiones seguían inundando el ambiente junto con el espero humo.

Quise ponerme de pie para salir de allí antes de que los humanos me encontraran, pero sentía el cuerpo tan pesado que me fue imposible. Pude ver una vez más cómo la gata pelirroja se me acercaba con sus enormes ojos, pero se detuvo en seco apenas cruzar el perímetro de rejas. Sentí entonces como unas manos me tomaban y alzaban, para ver luego el rostro de un hombre que francamente parecía preocupado.

— ¿Qué haces aquí, pequeño? No te ves bien, debes haber respirado todo ese humo tóxico, vamos a revisarte, ¿sí?

El humano entonces me llevó hacia afuera, donde estaban las demás personas. Me colocó en una camilla, donde una mujer se me acercó y me colocó boca abajo. La mujer tenía un extraño aparato en sus manos, que colocó entre mis patas delanteras. — Has respirado mucho de ese humo, amiguito, ¿qué hacías aquí?

— Vine a destruir esos robots horribles. — Le respondí, pero obviamente ella no pudo entenderme. Probablemente todo lo que pudo escuchar fue un “miau” ahogado y débil, que era como me sentía en aquel momento.

— Tienes suerte de que te encontráramos. — Dijo luego, colocándome una especie de máscara.

Pude sentir como una oleada de aire limpio entraba en mis pulmones y le agradecí por aquello ronroneando levemente. Deseé poder decirle que no estaba solo, que Pope probablemente necesitaría aquella máscara también, pero obviamente era inútil. Los humanos no podían entendernos, no con palabras. Poco a poco, mi cuerpo se fue sintiendo cada vez más liviano, recuperando fuerzas a medida que respiraba más y más aire limpio.

Fue entonces cuando vi que otro humano traía a otro gato entre sus brazos. La mujer que estaba atendiéndome fue a verlo automáticamente y para mi sorpresa, era Pope. Lo colocaron también en una camilla y le pusieron una máscara igual, pero por alguna razón tanto la mujer como el hombre no parecían muy felices. De hecho, parecían tristes.

Me incorporé, para poder ver mejor. Intenté bajar de la camilla y pasar a la de Pope, pero no pude. Obviamente, todavía estaba débil. La mujer negó con la cabeza y el hombre se fue, con la cabeza gacha. Maullé lo más fuerte que pude, y ella se giró a verme. Le había quitado la máscara a Pope y vi con desesperación como su cuerpo no se movía para nada. Parecía dormido, pero no se movía en absoluto, ni para respirar. Volví a maullar más fuerte e intenté volver a saltar, pero la mujer me lo impidió. Me tomó entre sus brazos y me llevó ella misma junto a Pope.

— Lo siento, pequeño. — Acarició mi lomo y se fue, dejándome solo junto al cuerpo de mi viejo amigo.

Me acosté a su lado. Su cuerpo aún estaba caliente, su pelaje aún era suave, pero ya no respiraba, ya no estaba allí. Los humanos creen que nosotros no entendemos la muerte, pero si lo hacemos. Sabemos que no hay vuelta atrás, sabemos que es un adiós definitivo. Y aunque no podemos derramar lágrimas por aquellos que hemos perdidos, los lloramos. Y los recordamos.

Pope había dado su vida por mi loco plan y jamás lo olvidaría por eso. Era el gato más sabio y valiente que había conocido en toda mi vida, que todos nosotros habíamos conocido en nuestras vidas. Y eso nunca se olvidaría. No podía dejar su cuerpo a merced de los humanos, no estaba seguro de qué hacían con nosotros una vez moríamos, por lo que debía llevarlo al parque en donde usualmente vivía y enterrarlo allí, para que descansara rodeado de la naturaleza que tanto adoraba.

Me incorporé y me quité la máscara con las patas. Costó un poco en salir, pero eventualmente lo hizo y para mi sorpresa, en cuanto miré hacia los costados, vi a muchos de mis compañeros gatos acercándose. La pelirroja de antes subió la camilla con las orejas gachas.

— Cuando vimos que le estaba costando respirar mucho, lo acercamos hasta los humanos, esperando que lo ayudaran, como a ti. Supongo que para él fue demasiado tarde.

— Vivió una gran vida, él no querría que estemos tristes.

— Y aun así, tu pareces el más triste de todos.

No respondí, tan solo bajé la cabeza y empujé levemente su cuerpo con mi hocico. — Ayúdame a llevarlo al parque, deberíamos enterrarlo allí.

Ella asintió con la cabeza, pero no pudimos avanzar mucho, porque la mujer que me había ayudado volvió a aparecer y se quedó estupefacta al ver la cantidad de gatos que se habían amontonado de un momento al otro. El humano que me había encontrado tanto a mi como a Pope también apareció, igual de estupefacto.

— ¿Qué les pasa a estos gatos?

— Creo que están aquí por su amigo. — La mujer se nos acercó y me acarició el lomo suavemente. — Ojalá pudiera entenderles, me intriga saber qué hacían todos juntos en la fábrica. — Lancé un maullido, deseando que efectivamente pudiera entenderme. De esa forma comprendería. — ¿De qué era la fábrica?

— De robots. — El hombre inclinó levemente la cabeza, mirándonos. Quizás algo había hecho click en su mente. — De gatos robots.

La mujer lo miró, entrecerrando los ojos. — ¿No crees que…?

— Son gatos, siempre han tenido fama de astutos. E independientes. Quién sabe. — Se encogió de hombros. — Creo que deberíamos dejarles llevarse el cuerpo de su amigo.

La mujer asintió con la cabeza y tomó el cuerpo de Pope en brazos, para después llevarlo hacia los demás gatos. Bajé de la camilla junto a la pelirroja y me uní a los demás. El cuerpo de Pope quedó suspendido sobre los lomos de todos. Comenzamos a caminar, yendo de a poco hacia el parque.

***

Al día siguiente me encontraba en el parque, sentado en una de las ramas del árbol que se encontraba en el centro, cunado la gata pelirroja, que había descubierto se llamaba Kit, se me acercó, saltando desde una de las ramas más altas. Se sentó a mi lado y estuvo varios minutos sin decir nada, ambos mirábamos los coches voladores que pasaban cerca.

— Parece que tu plan no fue tan descabellado al fin y al cabo, ¿has visto?

La miré. Sus ojos aun me parecían muy intimidantes, a pesar de que estuviera hablando tranquilamente. — ¿A qué te refieres?

— Los humanos han declarado los catbots obsoletos, ya no los fabricarán.

Estuve a punto de caerme del árbol de la emoción. — No puede ser.

— Claro que sí. Lo he escuchado en las noticias humanas. No más catbots para nadie, los humanos han comenzado a buscar animales reales para ser mascotas nuevamente. — Definitivamente, iba a caerme del árbol si seguía así. — Pope no murió en vano, Ali, el cambio ha iniciado.

— Tengo que avisarle a Dodles.

— ¿Quién es Dodles?

Le conté sobre el perro que me había ayudado, sobre la familia que me había recogido de la calle y que había dicho que quizás regresaría. ¿La vida como gato de familia seria para mí? Quizás era hora de descubrirlo. Kit me preguntó si podía acompañarme y como supuse que no pasaría nada si lo hacía, nos dirigimos a la casa de Dodles. Rehíce el camino que había hecho el día anterior cuando salí de la casa y terminamos entrando por aquel árbol enorme.

MI amigo perruno estaba durmiendo en el suelo del pequeño jardín y, cuando ambos saltamos a su lado, se asustó tanto que se puso de pie rápidamente. — ¡Volviste! ¡Y trajiste una amiga!

— Así es. Lo hice Dodles, destruí los catbots.

El perro me dio un lambetazo por el cuál deseé no haberle dicho nada. — Bienvenido a casa, Ali. Kate estará muy feliz de que has regresado. Y de qué has traído a una amiga también.

Y así fue. La niña humana estaba tan entusiasmada de volver a verme que me abrazó fuertemente, tanto que un momento creí que me asfixiaría. Los adultos, al ver la emoción de su pequeña, dejaron que tanto Kit como yo nos quedáramos. A medida que los días pasaban, no solo nos íbamos acostumbrando más a estar en aquella casa -aunque seguíamos saliendo para pasear por los puentes peatonales y las calles elevadas- sino que además pudimos ver en las noticias como los humanos volvían a descubrirnos, no solo a los gatos, sino a todos los demás animales.

Pope en verdad no había muerto en vano. Había muerto para que una nueva era comenzara. Destruir los catbots había sido el comienzo de algo maravilloso: la vuelta a la naturaleza.

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