Llegó esa tarde al bar donde se encontraba todas las tardes con los escritores. Algunos estaban de moda, otros eran «ghost» y los mas, inéditos.

Al llegar, sus amigos la miraron desde la mesa, y preguntaron:

—¿ Que te olvidaste ?

La cara de sorpresa de Atalanta nos congeló.

Ella no admitía haber estado con nosotros hasta hacía un momento, sino que decía que recién había llegado.

Ese episodio del bar nos preocupó. No sabíamos que le ocurría.

Yo era el más amigo, si se pudiera dar una amistad en esta feria de vanidades, pero en mi caso era perfectamente posible, pues escribía libros por encargo. Nunca iba a las presentaciones de las editoriales, invitarme a ni era como invitar a tu boda al amante.

Había cosas que me hacían reír mucho. Muchos de los personajes que aparecían como autores, los invitaban a los programas y les hablaban del libro que habían escrito,y, para eso, yo les guionaba una parrafada para salir de la situación.

Era por eso que mi ego estaba tan disuelto entre todos los libros que había escrito, que me era posible ser un don nadie. Eso era lo que me permitía ser amigo de Atalanta.

A la tarde siguiente la vimos llegar radiante, nos saludó a todos con un beso, nos informó de lo que estaba escribiendo. No le dijimos nada de lo de la tarde anterior, pero tampoco lo preguntó.

No sabíamos que pensar. En eso estábamos cuando volvió a entrar Atalanta, se acercó a la mesa ya sin la sonrisa. Estaba vestida igual, pero ella decía que no había estado ahí hacía un momento.

Seguimos bebiendo y charlando, nadie se animaba a preguntarle nada, se la veía desmejorada. Entonces ella habló:

—Sé lo que están pensando, que estoy loca…Pero lo que me pasa es así. Ayer fui a cobrar el cheque por los derechos de la tira televisiva, y me dijeron que ya había retirado el cheque…Y no…No lo retiré…Les pregunté si le habían pedido el documento, y contestaron que me conocían perfectamente y que no hacía ninguna falta…No me animé a decirles que no era yo…Solo me fui…

La mesa entera escapó de ella, menos yo. Le dije que le creía, pero solo para tranquilizarla. Pensaba que estaba delirando.

Atalanta tubo una idea.

Al otro día iría al canal a presenciar la grabación de la tira. Ella tenía una forma clásica de vestir. Camisa, blusa, trajes sastre, y zapatos. Nada ostentoso, pero con la elegancia fría de las mujeres talentosas.

Iría vestida muy distinta.

Fue a una feria de ropa usada y se eligió varias prendas raídas, zapatillas gastadas, perfume Patchuli, y un gran moño rojo en su nuca.

La idea era simple. Estaba segura que su doble se presentaría en la grabación, y como ya le tenía el estilo de ropa, de peinado, y de perfume, se presentaría con un aspecto cutre, y así sabrían quien es la verdadera Atalanta.

Esa tarde no quiso manejar, me pidió que la lleve. Accedí y subió a mi coche. La fui a buscar a un hotel, porque no había querido pasar la noche en su piso.

Llegamos al estudio y el portero no la dejó ingresar. Abrió su bolso para buscar su documento y credenciales, pero no las encontró. El portero le informó que Atalanta ya estaba dentro y que la grabación ya había comenzado. Que era sin público, y que lo sentía.

Salió llorando, y me pidió que la lleve a su piso. Al llegar, abrió el bolso para sacar las llaves y no las encontró. Llamó por el portero eléctrico a la mucama, que le dijo que esperara. Bajó y no la dejó entrar. Activé el seguro de las puertas del coche, y me fui.

Al otro día fuimos al bar. Atalanta apareció radiante, nos saludó con un beso, habló de lo bien que estaba yendo la grabación de la tira, y de un extraño incidente de una mujer que se quería hacer pasar por ella, que había intentado cobrar su cheque de derechos de autor, y hasta había tratado de entrar a su piso mientras ella estaba en el estudio.

Al otro día, en el diario, vi la foto de una mujer, con ropas raídas, que había sido ingresada a una clínica psiquiátrica. Decía ser Atalanta, pero en ese lugar casi todos decían ser quienes no eran.

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