La confabulación de Tristán Guzmán

La confabulación de Tristán Guzmán

“A Cayo Suetonio de quien aprendí a conocer

a Tristán Guzmán”

“Video meliora proboque, deteriora saquor”

(Veo el bien y lo apruebo, pero hago el mal)

Ovidio

Voz del primer fiscal del Ministerio Público del Estado de la República del Paraguay: “Es el tribunal que ha declarado bajo juramento de todos sus miembros y ante los ojos del pueblo presente que, sin pretexto de formar prejuicio ante las pruebas y alegatos reunidos por los declarantes, solicita permiso para presentar nuevos testimonios a pedido por esta fiscalía contra el ciudadano en ausencia don Tristán Guzmán”. “Adhuc sub judice lis est” (El pleito está todavía ante el juez).

Voz del primer abogado defensor: “Sabido es que será feliz quien pueda conocer las causas de las cosas, pero la duda perdurará más en lo profundo sobre los hechos sagrados. Existen numerosos argumentos que hablan de imaginarios delitos o excesos cometidos durante los años en el poder de mi defendido. También se ha visto, cómo muchos de ellos envenenan con hipocresía y privan de la verdad al tribunal. Los eventos que expone un testigo asfixiado por la amenaza o el rencor bien pago, carecen de exactitud o ignoran la causa de los hechos. No es posible detenerse en el tiempo o reemprender el pasado, ¿quién nos asegura que la afirmación de un individuo desconocido es capaz de semejante hazaña?

Señores siento que todo esto no es más que un desafío, una prueba que el destino ha elegido para instalar a un hombre singular, distinto, capaz de cambiar el curso de muchos otros hombres empeñando hasta sus propios sueños. ¿quién no ha buscado alguna vez alterar aquello que intuye pernicioso? ¿qué sabio comprometido con la providencia no ha querido corregir sanando lo que ha visto enfermo? ¿nosotros cómo nos vemos, cómo nos observamos, como dilapidamos nuestra virtud y caemos en las asechanzas y no somos capaces de contener aquellos que nos es beneficioso y abrimos nuestro corazón al odio y el abismo. Es menester si de alguna manera respetamos todo aquello que proclamamos como verdadero que afirmemos el carácter en la certidumbre y la rectitud que el tiempo de los justos correrá junto con el nuestro. La suerte está con la verdad este día y no se llega al triunfo sino venciendo mil dificultades”.

“La corte invita al testigo de la fiscalía a exponer su alegato”.

Un murmullo recorrió el salón cuando todos advirtieron con asombro al declarante. Se sentó a un costado del tribunal y mirando al público comenzó a decir: “Mi nombre, como todos saben, es Ramón Cáceres, pero más se me conoce como “su ministro de la reflexión”. No he venido a este honorable lugar para intentar torcer los sucesos ni ampararme en la falsedad. Si acepté declarar ante el jurado, no es con el ánimo de humillar su nombre, sino ajustarme a lo genuino reservándome para mi íntimo anhelo su suerte o su desdicha.

Durante todos estos años fui testigo de sus glorias y sus padecimientos y mucho he aprendido a su lado. He visto todo lo posible y podría narrar sucesos que nadie creería como verdaderos. Se hace sencillo enlazar a una fiera que ha caído en un tejido, pero solo un diestro es capaz de conducir a la bestia a su matadero”.

Luego de su introducción y como consta en el acta que figura en el expediente, el testigo de la fiscalía Ramón Cáceres, avanzó en su exposición que todos recordarán para siempre.

“Mi relato no podrá salvar ni condenar a quien la sentencia de la historia lo alcanzó antes que un juicio justo, pero propongo a quienes me oigan, redimir la verdad, si a alguien le importa todavía. Me serviré de una ayuda memoria que he confeccionado, porque son tantas sus hazañas y tan numerosas que me resulta imposible recordarlas todas.

La biografía oficial que todos conocemos y que es pública, omite un acontecimiento crucial que quiero confesar y confío que el excelentísimo tribunal lo tome como evidencia de una honrada confidencia que expongo y que dice así: La mañana del 7 de octubre de 1918 se presentó ante el despacho del Comité Nacional de Derecho Popular, un hombre cuyo nombre guardaré en secreto que expuso ante el estupor de la delegación una denuncia que trataré, si mi memoria me es fiel, de reproducirla tal cual como me llegó a mis oídos. Este señor relató en esa oportunidad, como una señora a la que nunca se pudo identificar, había quedado embazada a la edad de 59 años y que antes de dar a luz el padre del niño falleció de una enfermedad incurable. Meses después, según la crónica, moría trágicamente la señora quedando el niño desamparado con tan solo de 9 meses. Luego de un intervalo, el Comité Nacional de Derecho Popular, entregó la criatura en adopción a manos de una familia acaudalada apellidada Guzmán que le brindó educación y una nueva identidad. Y aquí lo más sorprendente y que consta en el documento que pongo a consideración del Tribunal donde afirma reconocer al huérfano con el nombre de Tristán Guzmán, nacido probablemente un 11 de diciembre de 1916 en la ciudad de Asunción del Paraguay y como evidencia de su afirmación, asegura conocer una cicatriz en su abdomen producto de un nacimiento traumático. La marca y reitero mi intención de ser fiel al relato, parece haber sido producida por un instrumento candente con unas iniciales en latín que decía: “T.G. Aeternum” (T.G. Eterno), así como yo lo describo y puedo adivinar vuestras impresiones de asombro como aquellos que asistimos a ese documento revelador.

Parece inútil fijarnos en detalles, porque ya podemos darnos por satisfechos si logramos distinguir los hechos principales que marcarán su existencia en medio de una oscuridad tan completa.

La biografía oficial de quien marcaría los pasos de este bendito país afirma que Tristán Guzmán, llamado “El Procurador” o como se hizo bautizar después “César Máximo Emperator”, nació en Asunción del Paraguay. Su familia otrora próspera, había caído en desgracia a causa de las maniobras descabelladas de su abuelo, Don Isidro Guzmán, quien intentó mediante un dudoso convenio con el gobierno del Brasil, hacerse cargo de las exportaciones de café prometiendo utilidades extraordinarias. Según narra la prensa de la época, el acuerdo provocó la baja internacional del grano obligando al gobierno brasileño a comprar gran parte de la cosecha para quemarla en las locomotoras o arrojarlas al mar.

Ya de niño se entregó al estudio y a la recitación, cultivando varios deportes, algunos muy exigentes como el lanzamiento de la bala y la carrera. Se sabe que asistió a instruirse con el “curador de almas” Jaime Parra, más conocido como “el negro mentiroso” que supo tramar con fortuna los abismos cerebrales de quien sería el conductor de nuestros destinos.

De su familia solo se conoce a su madre, Margarita, como ya lo esclarecí era adoptiva, y un primo que luego desapareciera en circunstancias nunca aclaradas. Se dice que en una procesión de gallo eucarístico donde participaba como feligrés, la Virgen que era conducida por los parroquianos se la vio moverse y señalar con su mano al “Procurador”. Ese día se recuerda como el advenimiento del tercer libertador y todavía hoy se lo festeja. Algunos autores afirman que fue cautivo inocente de la perversidad de su madre apadrinada, e inclusive se sostiene que lo prostituyó para satisfacer el deseo tenebroso de un funcionario extranjero.

Ya de joven, tuvo como instructores al “perro” Rodríguez y a Gilberto “anchoa” Molina quienes lo adiestraron en el arte de la elocuencia. Junto a ellos, emprendió largos viajes por el mundo y no perdía la oportunidad de entremezclarse con toda clase de dignatarios y hombres de fortuna.

Tenía 29 años cuando trabó amistad con el General Ovidio Lagos, por entonces responsable del área de Información Pública del gobierno de Anselmo López Iturbe, quien lo nombró “Procurador” y le concedió la tarea de redactar los discursos oficiales. De ese modo llegó al gobierno, y aunque por aquellos años pesaba sobre el poder la incertidumbre política y las acusaciones de los sectores democráticos, no tardaría en seducir hábilmente a la oposición sellando un pacto (superando las aventuras de su abuelo Isidro) que garantizaba una rápida solución republicana para el país a cambio de un masivo respaldo a un golpe de Estado.

La discusión se entabló secretamente entre el grupo de los liberales y el partido Alerta Nacional que atendiendo los antecedentes familiares de Guzmán se opuso a cualquier negociación. Antes que la dilación hiciera peligrar la maniobra, hizo difundir en los principales medios de prensa un informe fraguado donde daba cuenta de la intención del gobierno de disolver la resistencia y enviar a prisión a los cabecillas.

Esto no hizo más que precipitar la intriga, con el agravante de que Guzmán se arrogaba el derecho de conducir el Ministerio de Información Pública y la explotación de los bosques del Chaco.

Amparado por las sombras de la noche y un reducido grupo de personas, tomó el edificio del Palacio Nacional y declaró una rebelión con el apoyo de los cuarteles de Villarica y Mariscal Estigarribia, pronto se unió el Comando de la Flota de Guerra y el Regimiento de Escolta Presidencial.

Echó personalmente a patadas al presidente Anselmo López Iturbe, y ya instalado en el poder, dictó nuevas condiciones. No solo ignoró los compromisos que había asumido con la oposición, sino que mandó a encarcelar a quienes había traicionado. Separó a varios miembros de las Fuerzas Armadas asegurándose la subordinación de los militares, disolvió el parlamento y liquidó a la Corte Suprema de Justicia corrigiendo gran número de leyes. Tomó el control de los medios de comunicación e instituyó una nueva Constitución plagada de amenazas.

A lo largo de estos años, fue blanco de numerosos ataques que supo aplastar con su “martillo” como él mismo le decía, como el que sufriera a la vuelta de un viaje por el Brasil cuando enterado de un plan para derrocarlo lo llevó a asesinar a los miembros de la pandilla y nombrar a quien les habla como su ministro de la “Reflexión”.

Existen abundantes pruebas que testimonian de su adoración o desprecio por el pueblo. Pero ¿quién puede aventurar un juicio condenatorio sin excluir los propios? ¿acaso no somos cautivos de nuestros personales caprichos? Desde este momento, expondré todo aquello que conozco de su conducta íntima e intentaré, si me es posible, esclarecer el carácter de un hombre único.

Siempre guardaba respeto por las “buenas costumbres”, sobre todo en la mesa y en las recepciones oficiales, aunque es justo señalar que la bebida hacía muchas veces naufragar ese cuidado.

En una oportunidad en que estaba celebrando su cumpleaños, intentó apagar una gran vela que adornaba el pastel y su esfuerzo fue tan grande que al soplar se le desprendió su dentadura postiza estrellándola contra el postre. Todos los que se atrevieron a reírse fueron estrangulados.

En otra ocasión en que había asistido a la inauguración de un monumento con su figura, reprimió duramente al artista porque consideraba que el bulto masculino había sido esculpido con economía. Inmediatamente hizo que tallaran uno de tal magnitud que el pueblo lo llamaba “el Guzmán de dos cabezas”.

Sumergido en la bebida, motivaba gran repugnancia su hábito por el eructo y la fuga intestinal y muchas veces era advertida su presencia en los recintos oficiales a causa de la pestilencia o los temblores repentinos. Siempre acusaba extraños dolores y cuando estos parecían aumentar, hacía flagelar a un criado con el pretexto que el sufrimiento ajeno aventaba su malestar.

Su salud tampoco le permitía emprender grandes esfuerzos y cuidaba mucho que el público se percatara de su debilidad. Cuentan que, en una maratón benéfica, recorrió como participante simbólico 66 kilómetros consagrándose como ganador. Naturalmente nadie discutió la validez del triunfo. Pero a poco de terminado el evento, se supo que la carrera la había protagonizado un atlético joven, y que él, se apareció súbitamente a pocos metros de la llegada.

Su disgusto por el frío invernal era conocido, y aunque los inviernos en este lado del mundo no son muy rigurosos, se hacía vestir con la piel de un oso pardo.

Se habló mucho de una cicatriz en forma de zarpazo que le bajaba por el cuello. Se comentaba que había sido producido por la resistencia de una mujer a ser ultrajada, pero él se apresuraba a aclarar que era el resultado de la lucha con una fiera.

Era muy inclinado al dinero y la ostentación, y en cuanto podía se jactaba de su fortuna. Pocas personas lo superaban en avaricia. Afirman que, en una ocasión, comisionó a un sirviente para que distribuyera entre los asistentes a un banquete un recipiente donde contener los desperdicios que ordenó distribuirlos a los invitados. Una vez colmados, organizó otro bacanal, y al ver que la mayoría de los comensales se negaba a probar bocado, fingió devorar con pasión obligando a todos a seguirlo.

Su vida no fue otra que prevalecer sobre la traición, como la que cuenta Martínez Martínez, un chacal penado de horribles crímenes que relató cómo en una oportunidad el “Procurador” habiéndose olvidado una túnica femenina a la salida de un baño troyano, la prenda fue utilizada como testimonio de un homicidio pasional. Guzmán, al verse comprometido ante un tribunal se arrodilló y sollozando exclamó: “Hoy los perdono, mañana los desconoceré”.

Durante su mandato menospreció a la conducción de la Iglesia y al Ejército, pontificándose en el primero de los casos y nombrándose “César Máximo Emperator” en el segundo. Semejante conducta no hizo más que atraerse el odio y la oposición, sin embargo, se cuidó muy bien de asignarles recursos suficientes para mitigar la irritación.

No había autoridad que soportara su vehemencia. Durante una conferencia con un mandatario extranjero, este le reprochó su flaco presupuesto educativo y el procurador disgustado por la observación, lo desafió a encontrar un solo cerebro digno de contener su ilustración.

Tuvo hijos de varias mujeres y a ninguno reconoció, nombrándose donatario y heredero terrenal, lo mismo hizo con su patrimonio que contradiciendo la costumbre, y en un arrebato de egolatría desconocido por la jurisprudencia, se proclamó beneficiario universal en este o en cualquier otro mundo.

Muchas de sus decisiones eran el resultado de sus sueños, y cuando el descanso se hacía pesadilla los interpretaba como un vaticinio funesto. Era muy supersticioso y para aventar su incertidumbre, recurría a numerosos talismanes y clarividentes.

Su memoria era extraordinaria y en una circunstancia en que debía resolver una disputa entre dos estados litigantes, sorprendió al auditorio recordando con increíble precisión los códices romanos.

Se hacía difícil disuadirlo no bien abrazaba una decisión, muchos perecieron a causa de su negativa a retractarse o anteponía cualquier excusa antes que evidenciar inseguridad.

Numerosas veces fue socorrido por su inclinación a la bebida. Una noche que estaba enloquecido por el licor intentó cortarse una pierna, porque según decía, “era más honroso arrastrar un cuerpo trunco que el dolor de no haberlo hecho”.

Acude a mi memoria muchas veces las palabras de su biógrafo e historiador, Moncho Mejías, y que ringo homenaje por su constante apego a todas las cosas justas. Su palabra que era venerada por el soberano, ejerció gran influencia sobre las decisiones de Estado, aunque es preciso señalar que carecían de eficacia para modelar en Guzmán a un hombre reflexivo.

Recuerdo que daba concejos de buen sentido como cuando contaba a modo de ejemplo con estas palabras: “Tristán, decía, ¿la razón no puede ser un instrumento ilimitado? ¿no es capaz de dañar a quien la usa como aquel que es blanco de ella? Sin embargo, como una costa accidentada que tiene innumerables estribaciones de ello se sirve para darse forma” “cuentan que unos hombres que le llamaban los caminantes errantes, visitaban puertos y ciudades hablando con las gentes y ofrecían dádivas proclamando a la voluntad como la mayor de las virtudes. Dicen que un hombre se les cruzó en el camino y que les preguntó cómo se podía mantener semejante conducta ante el acoso de los tributarios. Uno de los nómadas le respondió: “¿No hay mayor riqueza que compartir la virtud de las cosas justas con aquellos que carecen de ellas? ¿no hay peor dolor para aquel que pierde la fortuna después de haberla conocido? ¿no es más doloroso engañar que ser engañado? Si empuñas el martillo contra tu enemigo te habrán librado de él, pero ¿quién nos asegura que al arrancar una hierba dañosa no crecerá otra peor? Amigo, la tormenta tiene su ocaso y como el agua que corre para regar la siembra habrá de podrir también la raíz del árbol pernicioso.

Parece inútil fijarnos en detalles porque ya podemos darnos por satisfechos si logramos distinguir los hechos principales en medio de una oscuridad tan completa.

A todos nos guarda el mismo fin y cuando la muerte nos lleve al sepulcro ¿qué importa que procedamos de una cuna real o del más miserable lecho? El viaje es el mismo. Procuremos no formar demasiada elevada opinión de nosotros mismos porque no hallemos algo por encima de la generalidad de los hombres, pues no estamos más seguros de nuestras coronas que ellos de los bienes que poseen. La guirnalda que adorna hoy tu cabeza después de haber pasado por la de tantos monarcas, pasará a la de tus sucesores. ¡no te envanezcas con un bien tan inseguro como pasajero!”

Con estas palabras lograba conmover a Guzmán y luego de un largo silencio, éste prorrumpía en una escena de histeria y llantos que debía ser controlado por sus colaboradores.

Recordemos algunos de los actos “heroicos” del líder que hoy juzgamos y que es preciso refrescar en nuestra memoria. “Cuenta que una vez que “Tristán Emperator” había quedado encerrado en un vestidor con una pantera negra. Testigos afirman haberlo visto ensayando la famosa llave de Catch “la doble Nelson” para someter a la fiera. Los bomberos, acudieron llamados por los vecinos que rescataron a la bestia que la dieron por muerta. Felizmente no fue así y el animal se lo puede ver hoy en el zoológico de la ciudad. En otra ocasión, el famoso luchador “Van Gork” retó a Guzmán en el propio Palacio de los Deportes, a hacer estallar una bolsa de agua caliente con la fuerza de sus pulmones. Guzmán aceptó el desafío y le cedió la iniciativa al provocador. “Van Gork”, tomó la bolsa y rojo como una brasa avivada, intentó hacerla explotar sin alcanzar más que hincharla. Guzmán se paró en el centro del cuadrilátero, se la llevó a su boca y todos vieron como la bolsa multiplicó su volumen hasta hacerla estallar. Todos quedaron sorprendidos por la energía de su cuerpo privilegiado. “Van Gork” sospechó una treta y al recoger los pedazos esparcidos en la lona fue rodeado por los guardias de seguridad del mandatario que le impidió exhibir ante la audiencia que se trataba de un globo de cumpleaños. “Van Gork” reconoció finalmente que Guzmán lo había vencido y hoy el luchador sigue siendo admirado trabajando en circos por todo el país.

Vestido con una toga pompeyana acostumbraba a embadurnarse el cuerpo con excrementos para luego arrojarse sobre una multitud donde se ejecutaban las más perversas inclinaciones.

Cuentan que una vez lo vieron gesticulando ante te un gran espejo y cuando le preguntaron el propósito se limitó a decir “que el pueblo lo debía verlo exultante de belleza” y que los ademanes que ensayaba era “para seducir a las multitudes hipnotizando sus mentes primitivas”

Sufría de frecuentes picazones que le brotaban por todo el cuerpo y para calmar el tormento, recurría a unos sirvientes que presentaban degeneraciones cutáneas que habían extendido sus uñas en varios centímetros que se encargaban de mitigar su molestia.

La lista de hazañas son interminables. Residentes de la isla japonesa de Sapporo afirman haber visto a “Tristán Emperator”, arrojarse desde una torre de alta tensión del complejo termoeléctrico que abastece a la isla y que por una extraña razón que nadie supo explicar, hizo saltar los dispositivos de seguridad cortando el suministro eléctrico de la de las principales ciudades. Las autoridades paraguayas argumentaron que el líder poseía indescifrables cualidades físicas que escapaban al sentido común.

Existen innumerables testimonios recogidos que hablan de extraordinarios eventos protagonizados por el líder que le dieron fama en el mundo entero. Desde que lo vieron limpiando ventanas en el pio 72 del rascacielos del Rockefeller Center de Nueva York, hasta sortear una alfombra de brasas de quebracho cerca de la laguna “mordida del perro” sin sufrir quemaduras. Habitantes de una ladera del monte Korbu en Kuala Lumpur, lo observaron arrastrando un enorme tronco de pino manarus sujetado a una inmensa cadena que es solo posible mover por no menos de cien hombres.

En una ocasión se discutió en una asamblea la demolición de un viaducto donde había atravesado una famosa expedición. Se determinó desmantelar la edificación sin deliberar el asunto con “Tristán Emperator”. La obra de llevó a cabo y para eso se necesitó de muchos hombre y recursos. Guzmán a poco de enterado, convocó a la asamblea que es recordada por las derivaciones que ocasionó. Luego del discurso de rigor, proclamo el hecho como criminal y atentatorio a la memoria del pueblo y resolvió que fuera reconstruido en su totalidad y para ello ordenó bajo pena de muerte que aquellos que habían decidido su destrucción fueran enviados a trabar en las tareas de reedificación. Y así se vieron que senadores y tribunos debieron exponer sus cuerpos a la tarea desdichada.

Era manifiesta su predilección por los agasajos y las fiestas fastuosas, como la que ofreció en el séptimo aniversario de su abordaje al poder. El espectáculo que se celebró, figura como la máxima apoteosis consagrada a un soberano que se tenga memoria. La procesión, inspirada en la de Tolomeo Filadelfo de Alejandría, todavía hoy se la recuerda. Para ese día patrio, se acondicionó sobre la avenida principal de Asunción, gradas de cien metros de altura que se extendían por varios kilómetros. Se dispusieron miles de soldados que hacía de cordón entre las tribunas y el pavimento donde iban a circular la extraordinaria caravana que atraería la atención de todo el país. Se construyó una torre de unos cincuenta metros de altura donde un animador se encargaría de anunciar a las delegaciones invitadas y los informes oficiales que se irían propagando.

La ceremonia se abrió con toda pompa en horas de la mañana y no se tenía claro cuando terminaría. El festejo comenzó con una carroza arrastrada por 500 hombres con la diosa Ñandesy de Asunción que, gracias a un artefacto escondido entre sus vestidos, derramaba cántaros de vino entre los asistentes que atinaban a arrojarse sobre los conductos muñidos de jarras o simplemente abriendo sus fauces. Lo seguía, una multitud de hermosas mujeres vestidas con túnicas doradas y el cabello ricamente adornado con flores de aguapé y conchas del río Acaray. Más adelante, aparecieron ante el asombro de la muchedumbre, 200 asnos cubiertos con piedras finísimas y tallas de los cuernos del ciervo Guazú Pucú. Lo seguían las delegaciones que describiré atendiendo a las más sobresalientes y que tengo apuntadas en este recordatorio: La representación africana de Mali fue la primera delegación extranjera que se presentó arrastrando 800 troncos de ébano, luego venían los representantes de Madagascar que causó un revuelo entre la multitud, sujetando de sus collares a 2000 cucarachas gigantes conocidas como Gromphadorhina portentosa, consideradas las más grandes del mundo de extrema peligrosidad. Las sujetaban tirando de unas gruesas cuerdas evitando el gentío que se alarmaba y tomaban distancia ante semejante curiosidad. Lo siguieron los Embajadores de Sierra Leona, muy aplaudidos por su colorido que desplegaba 400 loros habladores yaco con su plumaje de color carmesí. 600 caimanes eran conducidos encadenados en una sucesión de carruajes por la comisión de Nueva Papúa, mientras les arrojaban pedazos de carne podrida que tragaban de un bocado para calmarles su ansiedad. 150 elefantes, y no estoy exagerando, según consta en el acta y que todos pudimos observar, movían una colosal estatua del “Procurador” de 300 metros de altura que hizo bramar al gentío, cuando de su abdomen se soltaron un sinnúmero de palomas como símbolo de la libertad. Un coro de 200 tenores encaramados en lo alto de una gran carroza entonaba la marcha de “Tristán” que hizo llorar de emoción a Guzmán.

A continuación, desfilaron 5000 operarios transportando otros tantos ídolos tallados en maderas representando las hazañas del procurador. Luego venían los “flagelantes”, devotos adoradores del soberano que espoliaban sus cuerpos con tiras de cuero en señal de obediencia. Más adelante lo seguía el “carro de Baco”, de la delegación de Burundi, tirado por 30 panteras negras encadenadas entre sí que mostraba una escena del Dios del vino en total estado de ebriedad.

Cada tanto, la guardia presidencial, tenía que retirar a latigazos a desconocidos que aturdidos por semejante espectáculo perdían la compostura. Como la que protagonizó un sujeto que intentó arrancarle la nariz con una tenaza al procurador y al ver que su empeño no prosperaba, le echaron fuego a sus ropas pereciendo entre las llamas.

El animador que, desde lo alto de una torre muñido de un novedoso megáfono, transmitía a la multitud los pormenores de la celebración. Cada tanto, daba a conocer numerosos reportes que le llegaban como cuando pidió un llamado a la solidaridad para socorrer a un individuo que se había atragantado con una espina de merluza mientras le introducían por la boca un fragmento de pan a fin de arrastrar la pieza asesina. El hombre había tomado un color azulado y según se cuenta falleció camino a un hospital asfixiado por la hogaza.

Vecinos se acercaban a entregar donaciones de todo tipo. Desde pestañas postizas hasta un peluquín reforzado del tipo “araña negra”. También llegó un rollo de papel higiénico con tres vueltas todavía. Una docena de jarrones chinos de la dinastía Ming robados del Museo Británico y la auténtica letrina del Duque de Windsor donde se habría limpiado el traste con el documento del tratado de Versalles. El animador que a viva voz no paraba de enumerar las donaciones que seguían llegando para la gran marcha, como botellones de aceite de castor para combatir las inflamaciones de las vísceras atentos a los manjares que la población está recibiendo del bien amado, un elástico de cama en buen estado, 18 dentaduras postizas retiradas de difuntos donadas por la Universidad de Odontología de Asunción, el Teatro Nacional, concedió entradas sin cargo para ver la función de gala patrocinada por la Unión de Padres de Familia donde se representará la obra “Hasta el intestino grueso” aclamada por la crítica.

Otro espectáculo que llamó la atención fue el paso de Dulcinea, una soprano que según se comentaba astillaba el cristal de una copa con la fuerza de su voz. Guzmán, la llamó a un costado y la exhortó a hacer lo propio con su ponchera. Dulcinea, reunió todas sus fuerzas y ensayó un bramido que no hizo más que aturdir los oídos del palco. El procurador, defraudado, despedazó el copón contra el suelo exclamando: “La fuerza prevalece sobre la belleza”. Por lo que tengo entendido, la soprano jamás fue vuelta a verse en el Paraguay.

Siguieron después: 22 rinocerontes amarillos (los últimos que se han visto en público), 50 linces, 41 osos pardos, 18 jirafas enanas, 120 carros transformados en acuarios con innumerables especies marinas, una mula blanca de cinco patas y un carretón que exponía a un hombre y una mujer unidos por el vientre.

Tristán Guzmán, se levantó de su sitial cuando al cierre de la marcha, se pudo observar ante el estupor general, al “Tronador de Pompeya” con quien se identificaba, un sujeto capaz de doblar metales con la fuerza de su espíritu intestinal.

Luego de semejante peregrinación que se prolongó durante el día entero, dio libertad al pueblo para que se entregaran al pillaje sobre todos los manjares y regalos. Nunca pudo aclararse la versión que el propio procurador, disfrazado con una piel de leopardo, echó fuego sobre varias viviendas de distinguidos caballeros aprovechando la confusión.

En Asunción, y fuera de ella, el nombre de Tristán Guzmán se levantó sobre las demás voces señalando un nuevo tiempo. A él se le debe su notoriedad trascendiera más allá de su nación e inclusive, se ganara el odio de los países vecinos.

Por aquellos años la opinión pública se vio conmovida por la noticia que afirmaba de la ocupación de la isla Talavera por las fuerzas argentinas. La información, irritó aún más los ánimos cuando se conocieron los apellidos de los primeros conscriptos caídos en la incursión. El gobierno de Buenos Aires, se amparó en un antiguo reclamo de límites que reconocían para su país a la isla y el subsuelo fluvial que se extendía hacia el interior del territorio nacional. La respuesta no se hizo esperar. Ordenó zarpar a la cañonera Comodoro Maza que desembarcó a 255 hombres que, en una operación táctica deslumbrante, envolvió a las fuerzas enemigas obligándolas a huir.

No bastaron cuatro días de jolgorio entre la población para ver pasar los nombres y los despojos de los vencidos. Guzmán, se consagró definitivamente y su fama se multiplicó hasta la adoración.

Ese laurel le aseguró una larga dictadura y su apellido corrió como un canal abierto en la conciencia de todos. Para la ocasión, se hizo erigir un panteón nacional que lo mostraba conduciendo a la cañonera entre los disparos del enemigo, muy contrario a la verdad, cuando puedo de fe de ello que unos días previos a la reconquista, había fugado secretamente a Birmania donde estuvo refugiado hasta que le confirmé el éxito de la intervención.

Guzmán, que sabía interpretar muy bien los deseos del pueblo, mandó a edificar un inmenso estadio donde e desarrollaron los juegos de “Tristán Emperator”, donde se vio la lucha de los juegos grecorromanos y otras monstruosidades que saciaban su paladar. Además, dio otros espectáculos no tan gratos, como los que sufrieron los mímicos “Los buenos” que desde sus recursos criticaban la figura de Guzmán y lo exponían ante la opinión pública como un demente homicida. Esa actitud, les aseguró que el avión que los conducía de regreso de una de sus giras, se estrellara en el Brasil pereciendo todos en ese horrible atentado.

Si por alguna razón se hubiera hecho renunciar a Tristán Guzmán o el pueblo lo hiciera caer con mociones de censura, se habría producido una crisis institucional que en una nación de tradición oligárquica arrastrándola hasta un dilema político de insospechadas derivaciones. Por lo tanto, quedaría la única alternativa de volver a las urnas o pactar con la oposición rebelde de la Liga Norte que en los últimos años venía protagonizado resonantes hechos de protesta, como el levantamiento en Ciudad de Este que con el apoyo de gran parte de la población y acaudillados por el prófugo más codiciado de la nación, Cipriano Reyes, que provocó gran número de desmanes y el desconcierto en el seno del poder. Aquí comenzó lo que para algunos se dio en llamar “la cacería de Guzmán” y que produciría el enigma más trascendente de la vida política del Paraguay.

Era necesario pues, liquidar esa amenaza al poder que se alzaba sobre la cabeza del líder en términos pacificadores, bien por medio de un pacto político, o bien con la alternativa de torcer la voluntad de los rebeldes con los métodos que Guzmán conocía a la perfección.

Pero el tono irreconciliable de Cipriano Reyes, era el de un caudillo quizá algo inexperto para la dimensión que tomó el acontecimiento y observando los hechos desapasionadamente, no hizo más que sacrificar ingenuamente la oferta política, prefiriendo la barricada a la negociación que tantas vidas de inocentes provocara.

Lejos de amilanarse, Guzmán, armó a 17 mil hombres de la guardia urbana, elegidos entre aquellos que tantos honores habían entregado al Paraguay en la lucha por la reconquista de la isla Talavera, y sitiaron durante veintisiete días la Ciudad de Este, resultando que todos los territorios bajo control rebelde resultaron de grandes padecimientos, enfermedades y una gran mortandad llegando a colmar estos males la fatídica peste que se desató. El gran número de víctimas que se hallaban por doquier, amontonados, donde habían expirado o donde los habían echado a la calle, afligiendo la vista e infectando la atmósfera. Y como se corrió la voz que decían que la guardia urbana logró envenenar los pozos de agua, los sobrevivientes echaron mano a la depredación más aberrante convirtiéndolo todo en un aquelarre delirante.

Cuando las tropas hubieron terminado el genocidio y en la ciudad se veían evacuar los últimos cadáveres, Guzmán, como en una encarnación de la maldad, irrumpió triunfador y alzando su vista sobre las sombras humeantes dijo: “Alea jacta est” (La suerte está echada).

Después de haber pacificado al país al ritmo de sus métodos, llevó a cabo las reformas “Del nuevo siglo” que devolvía al pueblo ciertas libertades que narcotizaban los deseos e imponía un velo de hierro sobre las calamidades de su régimen.

Pero lo que Tristán Guzmán imaginó un día para alzar sus sueños disparatados fue el principio de su debacle. Admirador de los arquitectos europeos que edificaron el viejo continente durante el siglo XVIII y XIX, fantaseó que podía edificar sus utopías es este lado del mundo. El proyecto consideraba la construcción de una pinacoteca que reuniría las obras de los más grandes artistas de la época. Pero lo que nadie sospechaba, era que estaría expuesta en un palacio semi sumergido que debería ser recorrido ayudado por una embarcación para recorrer sus inmensas galerías. La idea era surrealista, como todo lo que “Tristán Emperator” se proponía, aunque hundiera en la miseria a la nación misma. Para ello, contrató a dos arquitectos italianos de Milán para edificar su más íntimo anhelo. La obra de características apoteósicas, no iba a tener parangón en América del Sur, y creo que en ningún lugar de la tierra. La construcción superaba todo lo conocido y su financiamiento agotó los recursos del Estado. Eso no le importó demasiado, ya que su instinto no concebía límites. La espectacular edificación de estilo neo clásico, se construyó a las afueras de Asunción en cuatro años, llevándose la vida de muchos trabajadores, pero el resultado de semejante emprendimiento es difícil de describir. Las dimensiones del palacio hoy en ruinas, eran estratosféricas. Según consta en los planos hoy en poder del Ministerio de Infraestructura Nacional, aseguran que tenía cuatro kilómetros de circunferencia. Estaba dividido en siete plantas que podía observarse desde cualquier lugar de la ciudad. Pero lo que más llamaba la atención, era su pinacoteca situada en el subsuelo de la edificación. Ordenó construir un inmenso recinto de cien metros de altura adornado con exquisitos frisos, columnas, capiteles y ornamentaciones de todo tipo que daban la impresión de estar entre los museos más grandes del mundo. Reunió la obra de innumerables artistas que él admiraba y las colocaron sobre las paredes del perímetro que se dividía en decenas de galerías conectadas entre sí. Inundó el lugar según dicen, hasta una altura de siete metros que obligaba a recorrer la sala en una barca que conducía personalmente. La embarcación tenía cuatro metros de eslora lo que le permitía llevar a escogidos invitados. La iluminación provenía de conductos que se originaban desde la superficie otorgándole al lugar un aspecto fantasmal. Según cuentan algunos que lo acompañaron, el caudillo, muñido de un remo, recorría el singular emplazamiento cantando una olvidada polca en idioma guaraní. Algunos dicen que lloraba y cada tanto suscitaba un grito o alarido de pena que se replicaba en todo el lugar. Cuentan también que muchas noches recorría en soledad el lugar y que cada tanto, caía rendido sobre la barca hasta que era rescatado horas después llevándolo a sus aposentos.

Así pasaron los años lleno de excesos que comenzaron a erosionar su credibilidad. El pueblo sumergido en la pobreza debido a sus despilfarros inútiles que solo saciaban su vanidad y su demencia, comenzó a inquietarse. Las arcas del Estado estaban agotadas y las hambrunas comenzaron a aparecer. Las voces se alzaron en principio tímidamente hasta que se sumaron sectores cada vez más numerosos. El ejercito otrora incondicional, mostró signos de agotamiento y la prensa no podía disimular el descontento popular que empezaban a tomar las calles. El clima social se había enrarecido y surgieron los primeros focos de resistencia urbana. Los sindicatos prohibidos, se sumaron a las protestas y los partidos de la oposición que habían sido proscriptos hacía décadas, convocaron a una marcha inimaginable hacía pocos años. Las revueltas comenzaron en Asunción y pronto se trasladaron por todo el país. Guzmán, en un acto desesperado y superado por la rebelión, ordenó a su guardia pretoriana que todavía le respondía, abrir fuego sobre la multitud para contener lo inevitable. El ejército ya en rebeldía, se unió al pruebo y junto a los sindicatos le exigió la renuncia. Guzmán al verse acorralado, liberó a todos los presos comunes de las cárceles del Paraguay prometiéndoles un indulto definitivo a cambio que salieran en su defensa proveyéndolos de armas y pertrechos. Esto no hizo más que sumergir al país en un caos ya imposible de contener. Los reos escaparon ignorando las órdenes del líder en decadencia y se unieron al pueblo pidiendo la cabeza de Guzmán para colgarlo en una picota. El país estaba en llamas y nadie respondía a las órdenes de quien alguna vez se había proclamado como “César Máximo Emperator”. Guzmán, desesperado y sin respaldo, emprendió una fuga disfrazado de mendigo con un grupo reducido de colaboradores que todavía le respondía, hasta el Aeródromo de Pedro Juan Caballero, donde lo aguardaba un avión que lo sacaría de país con destino incierto.

Es hoy que todavía se desconoce su paradero. Algunos dicen que solicitó refugio en el Brasil, pero el gobierno de Itamaraty negó su entrada al país. Pidió socorro en otros países, pero nadie atendió a sus reclamos. Lo último que se sabe y doy fe de ello, es que la aeronave aterrizó de emergencia en un claro de la selva amazónica del Perú desapareciendo para siempre. Tengo noticias, según me han informado que se unió a una tribu desconocida en las inmediaciones del río Urubamba y jamás se supo más de él. Para finalizar, lo que tengo que atestiguar ante este tribunal que Tristán Guzmán, fue un hombre singular y atento a su instinto marcado a fuego en su piel volverá según dicen para reclamar su paraíso perdido”.

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