Podría pedirte perdón…

Podría pedirte perdón…

Tania Buchard

18/06/2019

Podría pedirte perdón por, a veces, volverte un nudo en la garganta que no se va hasta que me demuestras amor, hasta que me profese tan sumergida en tus brazos que sienta que seré parte de ellos. Podría, también, descargar todo aquello que creo que está mal conmigo, librarme de culpas con el primero que creo que las tiene, para así no hacerme responsable de ello; por ejemplo, decir que las tiene ese ex que hizo que me sintiera la persona más insignificante e intrascendente, ese que hizo que mis noches en vela, al final las apagara con la última lágrima que brotaba por mis rostro, acompañada de la misma interrogante de siempre “¿por qué tiene que ser así?”, sin saber que al final era la víctima de mis propias acciones pues era yo quien permitía tanto daño.

Podría, también, hacerme cargo y no pedir perdón. No elegí necesitar que estés, sólo que ya sé bien lo que son las presencias ausentes. Cargué muchas a mis espaldas y no quiero eso para mí, ni para ti, ni para nosotros.

Entonces, ruego, sin decirte nada, (nunca te digo nada), que me expreses que me quieres. No importa si un poco o un montón. Rezo escuchar que me quieres para cuando me siento reemplazable, para aquellos días en los que se me olvida que a mí también me pueden querer. Pido que lo susurres hasta que el nudo se desate, porque, a veces, cuando pasa el tiempo y no lo escucho, mi corazón se intranquiliza, y sólo se calma con alguna palabra dulce que me recuerde que todo sigue igual, que nada ha cambiado y que me quieres como ese viernes que nos conocimos, en donde sólo éramos tú, yo y el cigarro contemplando a dos personas quererse desde un primer encuentro fortuito.

Podría pedirte perdón por, a veces, volverte un nudo en la garganta que no se va hasta que me demuestras amor. No sé cómo sucede, todavía no he encontrado una causa que lo origine, y no tengo forma de exterminarlo si no es con tu ayuda, aunque jamás la pido para no contagiarte mi dolor.

Y si pudiera, elegiría no sentirme así, confiar en que tus sentimientos permanecen intactos, y en que ninguna va a hacerte cambiar de opinión. Pero no te voy a pedir perdón, porque, aunque sea agotador y forzoso ser espectador y percibirme algo apagada e insegura de vez en cuando, no sabes lo desgastante que es estar en la vereda de enfrente, y no poder decirte nada.

Nunca te pediría que apacigües este infierno. Jamás te cargaría con un peso que no es tuyo, incluso si no sé a quién atribuírselo. Puede que a mí, puede que a los que me hicieron daño o puede que a nadie. O a cualquiera. Excepto a ti. No es de tu amor sano y genuino de dónde surgieron mis miedos.

No, tu amor no es de esa clase, el tuyo es ese que me inspira a querer anotarte en mi lista de cosas por las que valió la pena vivir, a decirle a todo el mundo que alguna vez quise tanto, que hice locuras, como salir domingos en la noche en una de las ciudades más peligrosas, solo por el hecho de saber que al final te vería y podría quedarme hundida en tus brazos.

Entonces, vas a ser el trasfondo de mis mejores poemas, y todos van a desear un amor como el nuestro. Aunque el nuestro siga existiendo o aunque ya no lo haga.

Voy a eternizar nuestro mejor momento, lo más puro que sentí cuando te miré. Y vas a ser la anécdota por la que mis amigos me admirarán. Y me van a preguntar «¿Qué hago si quiero mucho?». Y les voy a contar todo lo que yo hice cuando te amé más que a mí misma. Aunque sigamos juntos o aunque ya no lo hagamos.

Yo no sé si existe el para siempre, pero tampoco importa. No sé si va a salir bien, pero no interesa. Yo voy a capturar nuestro presente en letras, como una foto capturada al cielo en el mejor color del atardecer. Aunque después no haya nada, o llegue la oscuridad. Y jamás me voy a arrepentir, porque voy a hacer tanto arte con mis sentimientos, y voy a narrar tantas veces nuestro cuento, que algún día gracias a lo que hice con lo que me pasaba, alguien va a arriesgarse a dar el sí.

Y entonces, nuestro amor habrá sido una semilla que otros siguieron regando, y jamás se extinguió.

En los libros estará congelado nuestro mejor momento, como la mejor foto del atardecer que alguien haya tomado jamás. Esa que te recuerda que, a veces, sólo se trata de escribir justo en el momento de gloria, porque aunque después lo que se solía sentir se disipe, queda en el papel.

Así como un prócer es prócer, porque murió cuando tenía que morir.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS