Que poco detallista ha sido el ser humano al simbolizar el amor con la figura de un corazón, y no un corazón real, con arterias, venas y alguna que otra válvula, sino un mamarracho con líneas semicurvas a medio colorear con rojo desteñido. ¿Han visto los ojos de alguien que ama?, ¿Y el corazón? Pues bien, si acudimos a lo tangible como muestra de lo real, -porque no he logrado inmiscuirme en el tramo izquierdo del pecho de alguien- me quedo con el manifiesto brillo de unos ojos que sin control alguno estallan el universo de sensaciones atrapadas en un cuerpo enamorado.
Si, quizás suene algo cliché lo que acaban de leer, pero mi teoría es sencilla de comprobar, basta contemplar lo que sucede al interior de la relación entre un perro y su compañero humano. Yo lo hice, fui espectadora de incontables encuentros entre Noviembre y su perra Luna, en verdad, les juro, dicha escena no tenía nada que envidiarle a uno de esos dramas hollywoodenses, podía sentir como se paralizaba el tiempo cuando la cuadrúpeda criatura se abalanzaba sobre Noviembre encontrando el espacio preciso entre sus brazos para posar su hocico marrón, hocico que utilizaba como cimiento para fijar su inocente mirada en la de él, justo ahí, ocurría la magia, sus orejas hacia adelante, su cuerpo relajado, una cadena de suspiros y sus pupilas… ¡Dios! Sus pupilas dilatadas, con las cejas arqueadas acompañadas de movimientos involuntarios lograban contagiar de inocente amor el ambiente que alrededor los acompañaba, un amor que si pudiera transmutar en ondas sonoras estremecería al oído más escéptico.
Es interesante lo que hago, el cuadro es tan real que no necesito hiperbolizar en lo absoluto, podría pensar en desbordantes líneas que lograran inducir el encuentro de una y mil emociones de quien lea esto, pero la conexión de los protagonistas es innegable que basta con evocar olores o alguno que otro sonido para que la inspiración haga lo suyo.
Tras presenciar en primera fila no solo encuentros sino despedidas que desprendían nostalgia en la opacidad, conseguí interpretar lo que hasta entonces concebía como ficticio, ¿Cómo era posible que existiera otro tipo de comunicación efectiva entre dos especies diferentes? Si, así de limitado cursó mi pensamiento antes de conocer semejante verdad. Luna amó a Noviembre hasta su ultimo latido, amaba sus piernas y brazos revestidos de un castaño rizado que acariciaba con su lengua como si se tratase de un adictivo sabor para sus papilas, amaba su voz cual notas de Pavarotti acariciadas por la acústica del Colón, amaba posarse en su regazo, escudriñaba entre sus piernas hasta conseguir su objetivo y esto sí que era una hazaña conquistada no como las de media tarde intentando escapar de lactantes hambrientos; y amaba sus ojos, si, era indudable la atracción, Noviembre también la amaba.
La amaba, y aunque quizás faltaron horas de juego con la luz roja de ese láser morado que adoraban tanto, la historia de ese par fue tan profunda que las vivencias compartidas se valorizaron al ritmo de ronquido perruno, de los cuidados mutuos, del intento de baño matutino, de los mimos con un ‘’Antonieta’’ cruzado, del pie entre el vientre caliente, y un sin número de detalles que sólo la complicidad de aquellos pudo atesorar. Si, pudo, en pasado, Luna fue ‘’rescatada del desamor, pero la maldad humana la volvió a tocar’’, no pasó mucho tiempo en conocerse lo sucedido, una llamada corta y las lágrimas que deambularon las mejillas de Noviembre lo explicaban, su amiga había emprendido un eterno viaje que no dio tiempo de planificar despedidas. Como Luna llena que culmina su fase en el mes de Noviembre partió a ascender con su cuarto menguante a otro lugar.
11 de Junio, 2019.
San José del Guaviare, Colombia.
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