Un diálogo entre aquel y yo

Eran las cinco de la tarde cuando salí de mi hogar. Me dirigía a la comisaria, pues habían dado con el Asesino de las flores amarillas, infame asesino serial que mató a 17 personas en el transcurso de 10 años, de 1983 a 1993 en Providence, Rhode Island. Todas sus víctimas eran niñas y mujeres adultas, de entre 13 y 25 años, todas ellas fueron violadas y torturadas antes de ser asesinadas.

Mi felicidad era inmensa pues, como detective que soy, el hecho de que un reino de terror tan largo haya acabado me llenaba el corazón.
Al llegar a la comisaria vacié mi mente, hay que ir bien preparado a un interrogatorio, hay que borrar todo, volverse frio y dejar de lado todo aquello que culminé en un atisbo de distracción.
Me dirigí a la sala de interrogaciones, en la última sala del pasillo del ala este del edificio. Apenas entre todo se sentía extraño, a pesar de que había estado miles de veces allí las paredes parecían de papel y el techo de plastilina. Supongo que mi mente me estaba jugando feas pasadas.

Y ahí estaba él, Jack Camerowd, un carnicero de oficio y claramente de pasión. Estaba vestido con unas viejas ropas que seguramente usaba en la carnicería. Era un sujeto de tez pálida como el cuarzo, extrañamente bajo (mediría 1 metro y 65 centímetros, altura poco usual para este tipo de persona), de pelo negro como los vacíos cósmicos, ojos celestes y llevaba gafas de lo más setenteras. Jack contaba con 47 años y tenía 37 cuando comenzó su racha asesina.

Me senté en el asiento claramente dispuesto para confrontarlo. Un leve rumor surgió de su boca:
Buenas tardes, detective –Susurro el asesino, con la mirada totalmente fija en mí.
¿Me podrías explicar por qué tu ADN estaba en el semen encontrado en 10 de las 17 víctimas? -Yo no iba con rodeos, conocía a este tipo de personas muy bien, no hay que seguir su juego, hay que ir por la cabeza.
¿Semen encontrado en las victimas? No recuerdo haberle hecho nada a tu madre -Susurro nuevamente, pero con un tono burlón.
¿Tengo que repetirlo? -Contesté
¿Qué explicación quieres? ¡Me las cogí! Por el amor de dios, ¿Te haces llamar detective? -Me dijo entre risas.
¿Y tú te crees gracioso? ¿Qué tal si intentas darme una respuesta menos estúpida? -Le dije pasando de la risa a la seriedad.
¡Si no quieres respuestas estúpidas no hagas preguntas estúpidas! Mierda, ¡me cogí a perras más inteligentes que tú! -Volvió a responder riéndose.
Y ahora tú eres mi perra, no te creas importante, aquí no eres nada –Le dije firmemente.
No termine de hablar, detective, ¿Qué tal si te metes mi pene en tu boca? Así sabrás si es el mismo semen que encontraste –Respondió, pero esta vez parecía enojado.
No, gracias. Eso te lo dejo a ti cuando entres a la cárcel. Aquí a los pedófilos los llaman catadores de pene –Le dije riéndome-. Continuemos. El 13 de marzo de 1983 usted asesinó a Marian Janes, de 13 años de edad, ahorcándola, después de violarla y previamente tortura con una picana eléctrica, ¿verdad?
Correcto –Me respondió
Jack, quiero que seas sincero, ¿Por qué lo hiciste? -Pregunte en tono triste, pues este caso me conmovía.
Sabe, usted me cae bien detective –Me dijo-, le voy a decir una cosa: en la vida no todo es rosa, tampoco es negro, de hecho, no es de ningún color –Se rio como niño-, pero en mi caso es distinto. Usted no sabe lo que es ser yo, usted no sabe lo que es despertarse todos los días y ver todo lo que te rodea de un color totalmente mundano y apagado. Usted no sabe cómo yo pienso. Si, es cierto, no tengo escrúpulos, pero sin embargo soy incapaz de lastimar a un perro, ¿Sabías? Jamás le hice un daño a un animal. De hecho, aborrezco a las personas que les hacen daño a los animales, yo lo haría crimen con pena capital. Volviendo a lo nuestro; no es una necesidad. Es una sensación de curiosidad, es una virtud de la existencia, una perpleja sombra paralela a un haz de luz que viene de la nada misma. Yo no siento nada por nadie, pues nadie demostró merecerla, ni siquiera una pequeña niña. Yo no odio, detective, yo amo de forma distinta. Tal y como Edgar Allan Poe veía la belleza suprema en la muerte femenina, yo veo la belleza suprema en el amor distinto. En el amor que solo existe para pocos y que solo yo puedo comprender. Pero no es importante, usted quiere respuestas, yo no necesito darlas, más bien usted necesita plantearse más preguntas -Jack golpeo suavemente la mesa y llamó al guardia para reclamar por su abogado-. Fue un gusto detective. Recuerde, vea el atisbo de mentira en la realidad, vea el daño que no quiere ver y deje de sentir lo que quiere sentir. A partir de ahora mi voz quedara silenciada.
Adiós, detective –Me dije a mi mismo.


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