Historia de un jaguar de Amalfi Antioquia

Historia de un jaguar de Amalfi Antioquia

Presentación

Desde niño siempre he estado interesado en los orígenes de mis ancestros, una aventura que ahora a mi edad ha dado resultados maravillosos. En mi infancia me encontraba siempre con el obstáculo del olvido de los abuelos por parte de mi familia tanto materna como paterna. Mi familia es propiamente del Nordeste Antioqueño, una vasta región de montañas enmarcadas por poderosos ríos que descienden las cordilleras en búsqueda de las sabanas del Caribe colombiano: Río Grande, río Porce, río Medellín, río Nus, río Nare y miles más de afluentes, lagunas, lagos y cordilleras escarpadas en las últimas estribaciones de la Cordillera Central andina hacia el norte. El Nordeste Antioqueño, región de hermosos paisajes de montañas heladas que descienden hacia los cañones cálidos de dichos ríos, siendo el más importante el Cañón del Porce, reúne todos los pisos térmicos posibles, todos los vientos indomables del Himno Antioqueño que dice Amo el Sol porque anda libre, sobre la azulada esfera, al huracán porque silba con libertad en las selvas. Todas las descripciones posibles que mi primo lejano Tomás Carrasquilla hizo en sus cuentos de cómo era la Antioquia rural de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, fueron inspirados por ese Nordeste Antioqueño que hoy sigue siendo salvaje y rural, menos faltaba.

Con todo, es una de las regiones más pobres de Antioquia en la actualidad, aquella que fuera en tiempos de la colonia y, mucho más antes, en tiempos de nuestros ancestros tahamíes, la mina de oro de la gran Antioquia. Si un buscador de oro por allá por el siglo XVI venía a Antioquia, tenía que pasar por A o por B por el Nordeste Antioqueño en franca unión con el Bajo Cauca en donde se ubican las viejas ciudades españoles que hoy son pueblos olvidados como Zaragoza, Segovia y Remedios. Pero mencionar que es la región más pobre de Antioquia no es tampoco preciso. A ciencia cierta, es más fácil definir las regiones más ricas en sentido de calidad de vida de Antioquia que son, sin muchos rodeos, aquellas que coinciden con la zona más urbana del departamento, el Valle de Aburrá y aquellas áreas que fueron siempre hábitat natural de las élites blancas antioqueñas como el Oriente Antioqueño. El resto es monte, pueblos que fueron importantes por el oro o por otro tipo de explotaciones, pero que hoy por hoy encuentran difícil unirse a los procesos de desarrollo del país.

El Nordeste Antioqueño, debido a la atracción del oro que ejerció ya desde el siglo XVI sobre los colonos europeos, se convirtió también en la primera caldera de mestizaje del departamento. Antes que nada, el pueblo original conformado por los tahamíes y otros grupos étnicos relacionados a estos, se dan en la actualidad por extintos, sin que exista ningún resguardo indígena o sin que la gente de la región considere su enlace directo con los mismos, aunque ya está surgiendo gracias a las investigaciones y a la revolución genética. Ya podemos decir casi a ciencia cierta que no hubo una tal extinción de los antiguos tahamíes, tan interesantes para nuestra identidad antioqueña, como tampoco de los nutabes más al norte de Antioquia, ni mucho menos de los catíos, que son los que hasta nuestros días han tenido una mayor resiliencia a los procesos colonialistas. El aporte mestizo en la región del Nordeste Antioqueño fue tan intenso, que los ancestros indígenas pronto se dieron por desaparecidos, dejando su rastro genético en mestizos con aporte africano y europeo de diferentes orígenes, incluídos ancestros del África occidental, judíos, árabes, españoles, italianos y nórdicos.

El afán de algunos grupos blancos contemporáneos en Antioquia en demostrar que descienden puramente de europeos, un proceso que inició durante la segunda mitad del siglo XIX en el cual las elites blancas de Antioquia intentaron formar una identidad nacional, especialmente frente al hecho político de una República de Antioquia antes de 1888, borraron de manera intellectual la presencia de las otras etnias. A las comunidades indígenas las decretaron totalmente extintas, mientras que las comunidades negras las imaginaron en las cañadas de tierras bajas o calentanas, entra las cuales el Nordeste Antioqueño tiene muchas llenas de oro, o en el inaccesible territorio chocoano, al punto de que en la actualidad a un negro antioqueño se le llama despectivamente “chocoano”, como si serlo fuera una ofensa, basada propiamente en un racismo soterrado. Fue durante ese proceso de blanqueamiento de la sociedad antioqueña decimonónica en la cual se habló de “pueblos de negros” y “pueblos de blancos”.

Pero la Madre Naturaleza no se deja engañar. La idea de que los antioqueños o paisas (este neologismo ha cobrado más popularidad, pero ahora se quiere pensar como una adjetivo sólo para los que habitan Medellín), son blancos de ojos azules, no es más que una intención racista de separar a Antioquia de su legado indígena, afro e incluso de los europeos buscadores de oro que recorrieron nuestras montañas y dejaron su prole por todas partes. Los antioqueños no somos blancos: Somos de todas las razas y eso es una verdad que va surgiendo cuando vamos descubriendo como nuestros linajes ancestrales se van conectando no sólo a familias europeas, sino también judías, árabes, africanas y, muy especialmente indígenas.

En esta búsqueda maravillosa por las raíces, tengo que detenerme a fuerza del amor y el reconocimiento, con mis propios padres, hijos del Nordeste Antioqueño con todo lo que ello implica. Una región profundamente rica en recursos naturales, plena de paisajes hermosos e inspiradores que van desde los ricos valles y cañones hasta planicies gélidas con todos los pisos térmicos y antioqueños sencillos, campesinos humildes, que han sufrido por décadas la pobreza y también las diferentes oleadas de violencia política y social. Podemos ver que en los mapas de violencia de Antioquia, las regiones más afectadas han sido aquellas que han sido más abandonadas por el Estado de manera tradicional, pero también las más ricas en minería, agricultura, ganadería y muchas otras cosas.

Mi padre me ha compartido estas notas de su vida, desde su nacimiento hasta la actualidad. Las encuentro un texto maravilloso que me pone en primera evidencia con mis propios orígenes y con los abuelos y bisabuelos más recientes. Me parece una génesis maravillosa desde su infancia en las selvas de Amalfi y Anorí, especialmente, selvas bellísimas, de una gran biodiversidad y, lamentablemente, objeto de violencias a través del tiempo. En ese tiempo de infancia, podemos ver como en un cuadro de costumbres las maneras en las cuales las familias amalfitanas de mitad del siglo XX vivían y se relacionaban con la selva. Después como un muchacho campesino es sacado de su pueblo y metido de cabezas en una experiencia como soldado, puesto como carne de cañón para combatir las muchas guerras que los criminales han liderado contra el pueblo colombiano a través de guerrillas, paramilitares y bandas criminales de todo tipo, entre lo cual es sobreviviente del cruento atentado en contra del batallón Palacé de Cali del 26 de diciembre de 1961. Después del servicio militar, mi padre no ve otra opción que hacerse policía en donde continúa su periplo por Colombia, siendo además galardonado como el mejor policía del país del año 1969. De policía a profesor, una gesta extraordinaria. Siendo aún oficial, cursó sus estudios de secundaria y después universitario como educador y, jubilado, se dedicó a ser profesor especialmente de filosofía.

Toda esta experiencia de vida de mi taita, el gran tahamí Betuma de Amalfi Antioquia, el jaguar caminante, tiene que ver mucho con mi propio pensamiento, manera de ser y las batallas que yo mismo he seguido en mi propia vida. Un hombre claramente honesto y disciplinado, empecinado en leer siempre, cada día de su vida, cada día sin faltar, en su inmensa biblioteca en donde ha recogido a través de los años libros de grandes pensadores e incluso recortes de prensa que pueden ser trazados desde los años 1970 cuando estudiaba en la Universidad Autónoma Latinoamericana. Su disciplina nos la legó a mi hermano y a mí, esa idea estricta de cumplir con el deber, de hacer lo que se tiene que hacer, de hacerlo ya, sin dilaciones.

Su experiencia de niño de las selvas, en sus trabajos en fincas con su padre, mi abuelo Eduardo Rodas y el conocimiento extraordinario de la Madre Naturaleza, lo conecta directamente con nuestros ancestros indígenas, cuyos contacto con la Madreselva da inspiración. Gracias a mi padre, de niño caminamos por áreas boscosas en las cuales nos enseñaba cosas de las plantas y los animales y, especialmente, su cuidado y respeto. A él no se le olvida que una vez su abuelo, Juan de la Cruz Rodas, lo expulsó de su plantación de maíz por haber golpeado una mata: “Se nojó todo y me dijo que si no iba a cuidar las matas, que mejor me fuera”. También, como experto cazador, mi padre guarda un cierto pesar por muchas de las especies que persiguió. “En ese tiempo eso era como normal, pero en realidad fue un daño muy grande a la naturaleza”. Antes de que surgieran las preocupaciones por el medio ambiente y el cambio climático, en mi niñez, mi padre ya nos explicaba la importancia de las plantas en el oxígeno, la lluvia y la alimentación y los mostraba en libros y enciclopedias, antes de que tuviéramos televisión o siquiera se imaginara uno el Internet, sobre animales tanto nativos como del mundo.

También suelo recordar la manera en la cual mi padre nos introdujo a la lectura, siendo él estudiante de bachillerato como agente de la policía: Nos leía cuentos antes de acostarnos, especialmente de Tomás Carrasquilla, Efe Gómez, Manuel Mejía Vallejo, Gregorio Gutiérrez González y otros, pero también de su propia autoría, historias que ahora tengo toda la intención de rescatar para darles a conocer. Esa tradición de leerle libros a los hijos – y quiero decir que éramos muy pequeños cuando comenzó dicha costumbre – no es original de él, porque esta comenzó con mi bisabuelo Juan de la Cruz Rodas Roldán, quien, después del rosario en su caserón en una vereda de Amalfi, leía a la familia libros como Aura y las Violetas de José María Vargas Vil o La María de Jorge Isaac. “Todos nos quedamos a la escucha de la historia, que mi abuelo leía muy bien, con oratoria, con acento antioqueño y uno se imaginaba lo que pasaba, pero dejaba en la parte más interesante y nos mandaba a dormir”, dice mi padre. Indagar por mi bisabuelo fue siempre un misterio. Lo describían como un hombre blanco muy instruido que había tenido muchas tierras en Amalfi y que era muy sabio y bien querido por todos, pero no podía encontrar nada más, hasta que poco a poco comencé a develar los rostros de mis ancestros, tema para otro libro. Yo me imagino que tendremos que retornar a papás y mamás que leen libros a sus hijos antes de dormir, en medio de esta tendencia mundial de niños adictos al Internet que parecen no interesados más que en exponerse a la influencia de sistemas que quieren borrar el interés por la Madre Naturaleza, por el conocimiento ancestral, por el rescate de nuestras raíces.

Aquí dejo entonces los relatos de mi padre, descendiente del Cacique Betuma de El Retiro Antioquia, de María de Rodas, la hija de Gaspar, de la Cacica la Cancanera de Amalfi, de Catalina Mateos de Belalcázar y del fundador de la ciudad de Caracas don Diego de Losada. Este es mi padre, mi taita, mi cacique, uno de los jaguares de Amalfi, un jaguar caminante. Bienvenido a leerlo.

Reinaldo Albeiro Rodas Torres Inca Moyachoque

Hijo de Reinaldo Rodas Rúa Betuma

Ciudad de Kep, Reino de Camboya, 14 de junio de 2023

Primeros años

Soy Reinaldo Rodas Rúa, un exagente de la policía, profesor en retiro y escribidor que nació el 11 de noviembre de 1941 en el municipio de Amalfi (Antioquia). Soy el hijo mayor de Eduardo Antonio Rodas Fonnegra (Lalo) y Belarmina Rúa Piedrahita (Mina). Mis abuelos maternos son María Agripina Piedrahita Echavarría y Juan de Jesús Rúa Berrío y mis abuelos paternos son María de los Santos Fonnegra Paz y Juan de la Cruz Rodas Roldán. Fui elegido el mejor policía de Colombia durante el mes de mayo de 1969.

Desciendo directamente del Cacique Betuma de El Peñol en décima generación, pueblo tahamí. Resguardo Indígena San Antonio del Remolino, El Peñol, Antioquia, Colombia, creado en 1644.

Sobre el caso del nacimiento mío también hay inexactitud. En la parroquia de Amalfi, figura que nací el día 11 de noviembre de 1941. En mi Cédula de Ciudadanía, figura que nací el día 10 de noviembre de ese mismo año. El niño que nació conmigo, murió en el parto.

Me casé con Lilia Amanda Torres Parra de la cual nacieron Reinaldo Albeiro Rodas Torres y William Dario Rodas Torres.

Infancia de Reinaldo Rodas Rúa

Nací yo en la vereda Los Mangos, jurisdicción del municipio de Amalfi, Antioquia. Según me dijo después mi madre Belarmina Rúa Piedrahíta, vine a este mundo en la madrugada del 11 de noviembre de 1941. La señora Zoilita Blandón, la partera, fue quien atendió esa noche a Belarmina Rúa durante el nacimiento de mi hermano gemelo y yo. Según esta señora, mi gemelo nació primero, pero, ¡una lástima! él nació muerto. Luego nací yo, menos mal, sólo, desnutrido o flaco.

Con el tiempo yo he analizado y reflexionado al respecto, y no hay duda que lo anterior se debió a que Belarmina Rúa (Mina) era una persona supremamente nerviosa. Ella, por cualquier insignificancia o nimiedad se ponía temblorosa, manifestaba dolor de cabeza, lloraba e incluso entraba en estado de síncope. Mi abuela materna María Agripina Piedrahita Echavarría sufría también la misma problemática. Y se sabe que antes y durante el embarazo de mi madre, mi abuela se mantuvo en el municipio de Anorí bastante delicada de salud. Así las cosas, Belarmina Rúa, ya por intermedio de la persona que traía cada ocho días las cartas o noticias Anorí – Amalfi o viceversa y, la cual tenía que pasar por la finca los Mangos, o incluso por parte de otras personas que de una u otra manera tenían que transitar por ese camino o por allí, ella se enteraba de la mala salud de su madre, circunstancia por la cual, también mi madre, reitero, se mantenía demasiado nerviosa, enferma. Y es tan así lo argumentado en este escrito que esa noche del 11 de noviembre de 1941 cuando mi hermano gemelo y yo nacimos en los Mangos, murió en Anorí por nervios o por estado de locura, mi abuela Agripina Piedrahíta de Rúa.

Hay que tener en cuenta entonces que los primeros meses e inclusive años de la crianza mía debieron haber sido muy difíciles para Belarmina Rúa y Lalo Rodas. Que yo sepa, ellos tuvieron que viajar a Amalfi y radicarse allí por algún tiempo para que de esta manera yo pudiera estar al tanto de la atención médica correspondiente. Pero no era sólo yo el enfermo, Belarmina Rúa había quedado tan agotada por el embarazo y parto, que durante el tiempo que estuvimos en Amalfi, la lactancia mía estuvo a cargo de Roxana Rúa Piedrahíta, hermana de Mina, quien en esos días también, y menos mal, había dado a luz una criatura.

Belarmina Rúa también me comentó después que recién nacido yo o durante mi primera infancia, eran frecuentes en mi los cuadros diarreicos, los cuadros gripales y, no sólo eso, sino que me habían aparecido en las manos y en las piernas y pies, unas manchas blancas muy similares al carate o al vitiligo.

En cuanto a esto yo me acuerdo muy bien que además de unas inyecciones recetadas por un médico en Amalfi, tomas y baños con leche de yegua, y también ingerir clara de huevo y untura de esta clara en las corvas de mis piernas endebles, comencé a experimentar en general pronta mejoría. Hoy en día tengo que agradecer grandemente los esfuerzos que Lalo Rodas, Belarmina Rúa y Roxana Rúa, hicieron por mí, para yo poder superar los males que me aquejaban y, en consecuencia, después en el transcurso de mi vida, gozar de buena salud.

Zoilita Blandón siguió yendo a nuestra casa allá en los Mangos. Y en el año 1945 oí que ella mencionaba a la Cigüeña de París. Y agregaba que había que llevar a los niños a dormir en donde Juan de la Cruz. La señora se refería a Magola y a mi:

Yo, como se sabe, había nacido en 1941; María Margarita (Magola) en 1943; y quien nació la noche que a Magola y a mí nos enviaron a dormir donde el abuelo Juan de la Cruz, fue Miguel Angel. Pero la cigüeña de París no sólo visitó a Belarmina Rúa allí en los Mangos en 1941, en 1943 y en 1945, sino que la visitó también en el año de 1947, cuando nació Libia Rosa.

Finca Los Mangos

La finca los Mangos para esa década de 1940 era un lugar paradisiaco: El agua cristalina y suficiente, llegaba hasta la casa por una acequia bien mantenida. Las casas que habían y en las cuales vivíamos los familiares de Juan de la Cruz Rodas Roldán, a pesar de ser chozas, eran bien estructuradas y habitables. Se convivía normalmente en las mismas y en general con los vecinos.

Sólo un señor Julio Quintero, quien era casado con una de las hijas de Juan de la Cruz (María Rodas Chaverra), no encajaba en las relaciones interpersonales o familiares: Tenía mal carácter o se mantenía resentido o amargado o aburrido. Además, mantenía una escopeta de fisto terciada al hombro. Y decían algunas personas que era porque tenía enemigos. No obstante, se notaba que respetaba bastante a Juan de la Cruz, pues lo trataba comedidamente.

Todas las casas, principalmente la de Juan de la Cruz, además de bonitos jardines, tenían sementeras en las cuales se encontraban tomates, repollo, coles, fríjol, cebolla, maíz, yuca, cilantro; y árboles frutales como naranjos chinos y mandarinos, zapotes, mangas y mangos, banano o plátano, limones, aguacates, guayabos, entre otros.

Y se criaban también algunos animales domésticos: gallinas, pollos, cerdos, vacas y caballos. Y tíos míos como Camilo y Gabriel, cazaban agutíes o ñeques y guaguas o guatinajas; también armadillos, animales estos, todos, de carne muy agradable.

Y también en determinadas épocas del año el espacio aéreo de la finca los Mangos, lo mismo que cierta parte del cañón del Río Porce, se adornaban con la migración de aves no sólo de distintos colores, sino de variados cantos.

Me acuerdo que una vez pasaron miles y miles de guacamayos y entonces Gabriel Rodas les disparó con una escopeta y tumbó a dos de ellos, luego la cena no fue maluca, pero tampoco fue buena, pues después de echarles mucho fuego, casi no se dejan masticar. Como que eran aves muy viejas.

Y como siempre sucede, en esa finca no faltaban niños o niñas de una edad similar a la de uno; con quienes se jugaba bastante. Y como te he contado en otros escritos, con frecuencia iba yo a donde Juan de la Cruz, o al Rosario o a escuchar apartes de la Biblia o a escuchar lecturas sobre novelas o a escuchar historias, mitos o leyendas.

Vereda La Cruz

Un poco de genealogía: Juan de la Cruz Rodas Roldán, casado con María de los Santos Fonnegra Pasos, era hijo de Vicente Rodas Londoño y de María Ascención Roldán Rendón. Vicente hijo de María Silvestra Londoño de la Chica (casada con Damasio Rodas Correa). María Silvestra es hija de Manuel Ignacio Salvador Londoño de la China (casado con María Bernarda Gallego Giraldo). Manuel Ignacio Salvador era hijo de Petrona de la Chica Betuma y Blandón (casada con Sancho Londoño Zapata). Petrona era hija Francisca Betuma y Blandón (casada con Miguel de la Chica). Francisca era hija de Jeronimo Betuma (casado con Antonia Blandón de Ureña). Finalmente, Jerónimo es hijo del Cacique Tahamí Betuma de El Peñol, Antioquia.

En los primeros días de 1949, procedentes de los Mangos, llegamos a la vereda La Cruz y nos residenciamos allí en un terreno que Juan de la Cruz Rodas Roldán le había dado a Lalo Rodas. Dicha vereda, como te he dicho en otros escritos, es en jurisdicción de Amalfi, pero cerca a los límites con el municipio de Yolombó. Para ese entonces, la familia de Lalo Rodas y Belarmina Rúa (Mina), ya estaba compuesta además por María Margarita (Magola), Miguel Angel, Libia Rosa y yo, quien, como se sabe, era el hijo mayor. En esta vereda, contrario a lo que ocurría en la finca o vereda los Mangos, no había cultivos o árboles frutales. Sólo había grandes extensiones de terrenos o potreros con pasto o hierba para pacer el ganado vacuno y equino.

Tampoco la vereda era en lomas o falduda como los Mangos. Era plana y ondulada. No obstante, al lado de abajo de donde vivíamos nosotros, vivía el matrimonio compuesto por Jorge Piedrahíta Echavarría y Elisa Rúa Piedrahita, hermana de Mina, quienes para el año de 1950 tenían cinco hijos: Olga, Arnelio, Alfredo, Óscar y Elvia.

Jorge Piedrahita y Elisa Rúa

Jorge Piedrahíta Echavarría era tío materno de Elisa Rúa Piedrahita. Ocurrió que desde su niñez eran muy contemporáneos. Jorge le llevaba a Elisa unos seis años de edad. Se criaron juntos. Y según comentarios de personas serias, ellos dos jugaban mucho, no se separaban; y en las noches cuando la niña Lisa (13 años de edad) manifestaba que le daba miedo dormir en su cama porque le tenía temor al «chucho», era tal la ingenuidad de mi abuela Agripina (Pina), que de inmediato la mandaba a dormir a los pies de su tío Jorgito (19 años de edad). ¡Cómo le chocaría a Jorgito que su hermana Agripina le mandara una niña de esa edad a dormir con él, ah! Pero no pasó mucho tiempo para que Elisa (Lisa) resultara embarazada de Jorge (Jorgito). Entonces mis abuelos seguro dijeron: «A lo hecho, pecho», y de una, o en el menor tiempo posible, decidieron librar a Jorge de la cárcel, pues en esa época al hombre que tuviera «una relación sexual con una menor valiéndose del engaño o de la superioridad que se tenía sobre ella», se le sindicaba del delito de estupro y la solución era: Se casa o se va pa´ la guandoca.

Fue ese entonces, pues, el compromiso que mis abuelos maternos y el mismo Jorge Piedrahíta, adquirieron con las autoridades judiciales de Amalfi, Antioquia: Jorge decidió casarse con Elisa, pero de una. Para ayer era tarde. Pero mis abuelos y Jorge Piedrahíta, al respecto, no podían sentirse aún tranquilos. Faltaba enfrentar todavía a la autoridad eclesiástica de Amalfi, con el fin de que se llevaran a cabo pronto las nupcias, como se ha reiterado, de Jorge y Elisa. Hasta que por fin, después de tremendo regaño, a todos ellos, por parte del párroco de ese entonces en Amalfi y de muchas súplicas a éste para que permitiera el matrimonio católico entre tío y sobrina, la temperatura comenzó a bajar, y se realizó el acto nupcial.

Días después del matrimonio, nació una bella niña a quien en el bautizo dieron el nombre de Olga. Y que yo sepa, después no sólo tuvieron los hijos de los cuales hago referencia en este escrito, sino otros más. Y se les veía a todos vivir bien.

Abuelo Juan de Jesús Rúa Berrío

Un poco de genealogía: Juan de Jesús Rúa Berrío nació el 5 de febrero de 1988 en Anorí, Antioquia. Se casó con Agripina Piedrahita el 30 de abril de 1910. Juan de Jesús era hijo de Anastasio Rúa Calderón y María Concepción Berrío Hernández. María Concepción era hija de José Antonio Berrío Blandón y Candelaria Hernández Londoño. José Antonio era hijo de Antonio Berrío Hincapié y Francisca Blandón Gil. Antonio era hijo de Francisco Javier Berrío y María Josefa Hincapié Penagos. María Josefa era hija de Ignacio José Hincapié Zapata y Juana María Penagos. Ignacio José era hijo de Mateo de Hincapié y Valencia y Juana Zapata Vanegas. Mateo era hijo de Domingo Hincapié Ramírez y Polonia Valencia González. Domingo era hijo de Pedro Martínez Hincapié y Tomasa Ramírez Cartagena. Tomasa era hija de Francisco Antonio Ramírez de Coy Belalcazar (descendiente del conquistador Sebastián de Belalcazar y Leonor de Anserma, así como de la indígena yamesí Luisa Vivancos) y Catalina Cartagena la Cancanera (hija tahamíe), la cual era hija de Francisco Cartagena de la Serna y la indígena tahamí la Cancanera.

En la casa de Elisa allá en La Cruz, conocí, como te comenté alguna vez, a mi abuelo Juan de Jesús Rúa Berrío . No me acuerdo si fue en el año de 1949 ó de 1950 (tendría 68 años). Entré a donde él y se conmovió bastante y se mostró muy afectuoso conmigo cuando le dije que yo era Reinaldo de Jesús (así me llamaba yo antes, después en los registros me quitaron el “Jesús” que era en honor al abuelo materno), el hijo de Lalo Rodas y Belarmina Rúa. Me acuerdo que se le vinieron las lágrimas. Y después de que me hizo algunas preguntas sobre mi edad, de que si estaba amañado en La Cruz, entre otras, me dijo que donde él no era conveniente que me quedara mucho rato debido a su enfermedad o cáncer que padecía en el cuello y en la parte izquierda de la cara. Me puso su mano izquierda en mi hombro derecho y cogió un Cristo que tenía cerca a la cama en la cual estaba postrado, y me echó varias veces la bendición con él. Entonces le dije Adios reiterativamente y que ojalá se aliviara y que yo volvería pronto a visitarlo y salí. Pero fue la primera y última vez que lo vi, pues murió algunos días después.

Después de que yo estuve donde él se agravó demasiado, incluso, los familiares adultos no permitían que niños o niñas lo viéramos: Quedó muy desfigurado. En camilla fue trasladado a Amalfi y luego sepultado. Pero no me acuerdo bien la fecha. Tampoco a los niños nos permitieron estar presentes cuando se lo llevaron para Amalfi.

Vecindad de familiares

De donde Elisa nos regalaban a nosotros todos los días una vasija con cuatro ó cinco litros de leche. Yo iba por ella. Me acuerdo que Belarmina Rúa me regañaba con frecuencia porque yo me demoraba al quedarme jugando con alguno de los hijos de Elisa.

Y también vivían cerca a nosotros, en la misma vereda, Ángel Rodas Fonnegra y Carola Rúa Piedrahita, pero no tenían hijos todavía.

Y en un sitio ubicado ya al salir de la vereda con dirección a la Linda en donde vivía Juan de la Cruz Rodas Roldán, era la residencia de Roxana Rúa Piedrahíta. Roxana, estaba casada con el señor Jesús Castañeda, lo llamaban el Mono. De su unión con el Mono, Roxana, en esa época, tenía cuatro hijos: Luis, Manuel (Manolo), Rosalba y Luz Elena.

Nosotros vivíamos también bien en esa vereda. La casa era, como en los Mangos, una choza, pero bien organizada. Los vecinos eran, como se vio, todos familiares.

Y además de la leche regalada por Elisa, Lalo Rodas trabajaba en la finca panelera llamada La Campana de propiedad de un señor Pastor Castrillón, un señor bastante formal, pues además de un buen salario que le pagaba a Lalo por el trabajo, le regalaba la panela que gastábamos en la semana.

Y cuando íbamos a viajar a Amalfi, el otro abuelo Juan de la Cruz Rodas Roldán en la Finca la Linda o Lindona, nos prestaba una o dos bestias, ya para llevar el mercado desde Amalfi, o por estar alguien enfermo.

Y si se dañaba la acequia por causa casi siempre de la pisada del ganado o de las bestias, en donde Roxana estaba alguien presto a acompañarme a mi para ir a hacer el arreglo. El agua que venía por la acequia, era tomada de una quebrada cristalina, siendo la cañada en donde ésta nacía, bastante distante de la casa en donde vivíamos.

El único problema que se nos presentó a Magola y a mí fue que cuando Belarmina Rúa nos mandaba a traer leña o chamizas para cocinar, íbamos a un bosque que quedaba en dirección a la finca La Campana. Todo transcurría normalmente hasta que durante dos ó tres días seguidos a alguien le dio por esconderse en el mismo bosque y gritarnos: «¿Con qué muy forasteritos por acá? Me los voy a llevar». Y otra vez dijo: «Son groseritos, va a venir el diablo por ustedes». Nosotros salíamos corriendo hasta la casa de Carola Rúa. Pero no podíamos llevar la leña. Hasta que Belarmina Rúa no nos volvió a mandar por más leña. Le dio miedo, según ella, que de pronto le hicieran daño a Magola, pues apenas era una niña de unos siete años de edad. Y sobre el tipo, Lalo Rodas estuvo averiguando a ver quién era, pero no pudo concretar nada.

Estudios

Procedente de la vereda la Cruz llegué a Amalfi junto con mi familia a mediados del mes de febrero de 1951. Como te dije alguna vez, nos hospedamos en la casa de Inés Rúa, hermana de mi madre Belarmina Rúa. Como huéspedes allí y por espacio de casi tres años nos fue bien.

Ya con anterioridad y cuando estábamos recién llegados, Lalo Rodas me matriculó en el grado primero de primaria de la escuela Urbana de Varones de Amalfi, hoy Instituto Educativo Gerardo Montoya. Me acuerdo que el primer día que asistí a clases en dicho grado, – las clases hacía días habían iniciado-, el educador que me recibió llamaba don Gabriel Zuluaga, un señor bastante competente al respecto. Y la primera clase que recibí enseguida fue la de matemáticas, pero como me fue difícil entender la suma, un compañero de nombre Víctor García comenzó a explicarme. Entonces don Gabriel no le permitió, adujo que interferíamos la clase y que por otra parte yo así no aprendía nada. Este muchacho Víctor García se retiró o dejó a asistir a clases a mediados de ese año 195l y hasta el sol de hoy, no lo volví a ver. Al terminar el año lectivo de ese año, aprobé todas las materias y fui promovido al grado segundo de primaria, el cual como se ve, correspondía ya al año 1952.

Durante el año 1952 , como ya ponían algunas tareas y Lalo Rodas permanecía trabajando y Belarmina Rúa no era muy experta al respecto, recurrí a donde una señora Genoveva Neira , quien vivía cerca de la casa de Inés Rúa y quien era modista. Esta señora me ayudaba mucho y era tan formal que cuando estaba ocupada y no podía colaborarme, le decía a una de sus hijas que me ayudara. Las hijas de esta señora eran Eva, Raquel y una que era maestra y la solían llamar «señorita Lula». Estas personas eran muy católicas, humanizadas y serviciales.

Mi directora de grupo en el grado segundo fue la señorita María Alvárez . Ella era exigente principalmente en lo que tenía que ver con la disciplina. Una vez en la misa del domingo a las ocho de la mañana, me pilló dentro del templo de Amalfi, pasándome de una banca hacia otra. De inmediato me paró al lado de un confesionario durante el resto de la misa, y al día siguiente lunes en la escuela no sólo me sacó al frente de la formación y me puso como mal ejemplo, sino que determinó que durante esa semana yo debía permanecer arrestado una hora después que los niños salieran para sus casas. Es decir, como la jornada de estudio era entre ocho y doce del día y entre dos y cuatro de la tarde, me correspondió quedarme dentro de la institución en los cinco días, diez horas, y no echado durmiendo, sino haciendo aseo. Así que no me quedaron ganas de volver a cambiar de puesto o de banca en el templo durante la misa. Muchos años después o en la década del 90 allá en Amalfi, dos veces me encontré con ella y la vi agradecida cuando le reiteraba que yo había sido alumno suyo, pero en realidad ella ya estaba muy viejita y le noté que no me recordaba. Entonces opté por dejarla quieta las pocas veces que después la vi; hasta que un día que regresé de vacaciones a Amalfi, no me acuerdo bien la fecha, pero fue en la misma década del 90, supe que había muerto. No dije nada al respecto, pero como es lógico suponer, la muerte de todo ser humano no lo hace sentir bien a uno.

Ese año lectivo segundo lo superé, al igual que el primero, con buenas notas, y entonces pasé al grado tercero. En 1953 los estudiantes del grado tercero estuvimos al principio sin profesor porque don Antonio Bonnet , quien era el profesor que figuraba como director de ese grupo se retiró, y entonces tuvimos que esperar varios días a un nuevo profesor. Hasta que por fin llegó un muchacho muy joven, y el cual no era de Amalfi. Este profesor explicaba bien los temas, pero tenía un problema grave y era que cada ocho días o los días lunes llegaba al aula de clases aún en estado de embriaguez. Y nos insultaba. Yo por ejemplo como quedaba en la primera fila y además cerca del pupitre de él, algunas veces le oí decir cuando los estudiantes hablaban mucho: «A estos hijueputas si no los calla nadie». Este profesor se fue pronto de Amalfi, tanto que no me acuerdo de su nombre. Y en reemplazo de él nos enviaron a don Ernesto Freidel, un señor de Sopetrán, Antioquia. Este profesor era muy estricto en todo sentido, pero correspondía evaluando bien las materias y dando unos conceptos reales, favorables y discretos respecto a uno.

Hay que tener en cuenta que durante los exámenes finales al aula de clase además del profesor se hacían presentes el director de la institución, el párroco u otro sacerdote enviado por él, un representante de la alcaldía municipal y un miembro del concejo. O sea que si uno quería salir bien en dichos exámenes, tenía que estudiar parejo. Ese grado tercero también lo aprobé satisfactoriamente.

Y fue ese año 1953 en el cual además comencé a trabajar en algunos locales comerciales allá en Amalfi: Trabajé en el almacén de don José Assuad, quien era de origen libanés y de quien Inés Rúa tuvo una hija llamada Nohemy. Trabajé también en la tienda de un señor Abigail Trujillo, tienda que era administrada por un señor de apellido Yepes y a quien apodaban el «tío». Estos trabajos los realicé yo como una especie de medio tiempo, pues tenía que ir a trabajar los sábados y domingos y durante vacaciones escolares.

Retiro de la escuela

Las clases del grado cuarto las inicié yo como correspondía en el año de 1954 y hasta que me retiré, me parece que en el mes de agosto de ese año, me fue bien en mis estudios. Tanto que el profesor Javier Villa director del grupo, me decía el historiador. Y a la vez yo en algunas tareas le ayudaba a varios de mis compañeros, aunque no faltaban dos o tres estudiantes a quienes yo les notaba envidia. Pero entonces me esmeraba más en el estudio y era difícil para ellos superarme. Cuando me retiré, como te digo, dicho profesor, según Belarmina Rúa, lamentó mi ida e inclusive le dijo a ella que si era por dificultades económicas, se podía hacer algo para que yo regresara a clases. Entonces Belarmina Rúa le dijo que el asunto de mi retiro del estudio era porque tenía que irme a acompañar a Lalo Rodas en una finca en la cual íbamos a cultivar.

Yo en realidad era buen estudiante, pues ese año 1954, como en el mes de mayo, algunos profesores del plantel, tales como don Abraham Sánchez, Ernesto Freidel, Isaura Rivera, me manifestaron que por parte de la parroquia de Amalfi y de la alcaldía había el interés para que yo una vez terminara la educación primaria, estudiara becado el bachillerato en el municipio de Santa Rosa de Osos .

Ese año también trabajé, las veces que me llamaron, en la tienda de don Tulio Escobar y en la panadería de don José Múnera y de la «monita» Roldán .

Los tres años y medio que estuve en Amalfi esa vez, también me alcanzaron para ir varias veces al aeropuerto de Amalfi a acompañar a la señora Cándida Morales Moreno, segunda esposa de un señor Tulio Pino, quienes vivían en el Alto del Cielo y tenían unas vacas y a nosotros no nos faltaba la olla de leche todos los días. En ese entonces la ida al aeropuerto era por camino de herradura y ella iba a esperar a algunos familiares. Al aeropuerto lo vigilaban siempre dos ó cuatro policías, los policías municipales eran muy formales, pero los departamentales eran bastante mal encarados. También algunas veces me tocó ir hasta la Cancana a traer bestias de personas que viajaban a Medellín. Se iba uno con ellas por la loma de guayabito y ya en la cancana apenas las personas cogían carro escalera, uno se devolvía con la bestia para Amalfi. Le pagaban a uno un peso con cincuenta centavos, y había veces que de regreso la bestia se cansaba y entonces el tiempo del viaje se duplicaba o se alargaba hasta por la noche o incluso hasta el otro día.

En ese tiempo también me tocó presenciar, como te comenté alguna vez, la actitud descomedida que tuvo un médico venezolano con Lalo Rodas y Belarmina Rúa cuando a ella se le aproximaba un momento de parto. El médico no la quiso atender aduciendo que todavía no era el momento de ella dar a luz y además le dijo a Lalo Rodas que lo que pasaba era que ella era muy floja y que tuviera en cuenta que cuando él, el médico, estuviera en descanso, no se le volviera a ocurrir ir a molestarlo. Nosotros ya vivíamos en la carrera Salazar o en «Porroliso » y dos horas después del médico haberse ido, a Belarmina Rúa hubo que llevarla urgentemente al hospital para que tuviera el hijo. Ese médico murió ahogado en el río Nechí del Bajo Cauca dos años después.

Es del caso también hacer mención en este escrito de que en esa época que estuve en Amalfi, toda la población vivía con mucho temor: los liberales con miedo de que llegara la contrachusma; y los conservadores de que se hiciera presente la chusma. Y me acuerdo que a finales de 1953 llegó un grupo como de setenta hombres armados hasta los dientes, entraron por Otrabanda, y según la gente, era contrachusma, pero no pudieron hacerle mal a nadie porque por una parte Rojas Pinilla hacía poco estaba en el poder y su intención era pacificar el país, y por otra parte no encontraron liberales en el pueblo, pues a éstos desde hacía dos ó tres días le habían avisado del peligro.

También es del caso hacer referencia de algunas de mis impertinencias: una vez me encontré un cartucho de fusil y corrí y lo eché de una en el fogón de leña. La explosión fue bastante fuerte y yo quedé cubierto de ceniza principalmente en la cara. Belarmina Rúa y otras señoras vecinas casi se mueren del susto. Otra vez le dije a Belarmina Rúa que yo me había encontrado un billete lleritas de cincuenta centavos y se lo había entregado a la maestra llamada Cesarina. Conforme llegó Lalo Rodas del trabajo fue informado al respecto, y ambos se pusieron muy tristes y Lalo Rodas, dijo: «Vea hombre, uno bien pobre y este muchacho regalando la suerte de esa manera, mañana iré a reclamarle ese billete a esa maestra». Al escuchar lo anterior, no tuve más remedio que retractarme del caso y escuchar además de severo regaño, más cantaleta y por mucho rato.

El Jardín

En agosto de 1954 iniciamos pues, Lalo Rodas y yo, actividades en el lugar llamado el Jardín perteneciente a la finca la Florida de propiedad del señor Víctor Escobar. Lo primero que construimos fue una choza grande para vivir, a la cual le adaptamos además, un zarzo en donde pudieran descansar o dormir entre ocho y diez trabajadores. El sitio escogido para tal fin fue un terreno plano rodeado en su mayoría por colinas, e hicimos esto para que los huracanes o tempestades no nos destecharan la vivienda. Hay que tener en cuenta que ese lugar, el Jardín, lo mismo que la vereda los Mangos en donde vivimos junto al abuelo Juan de la Cruz Rodas Roldán, queda también en la margen derecha, río abajo, del cañón del Porce y sus terrenos son similares, es decir, pendientes, faldudos, hasta el punto que, de dicho río, no sólo se percibe el sonido de sus aguas al chocar contra peñascos y piedras, sino que a kilómetros de distancia, se le puede ver, espumoso y turbio, dirigirse raudo hacia su desembocadura en el río Nechí.

A los pocos días de nosotros estar allí subió el señor Víctor Escobar y se manifestó satisfecho con nosotros por lo realizado. No obstante, le reiteró a Lalo Rodas que de acuerdo a lo hablado en Amalfi tuviera muy en cuenta que él quería ver sus potreros y pastizales sin ninguna maleza; como también, esos sitios llenos de ganado cruzado. También hizo referencia el señor Escobar sobre el bosque que por nosotros debía ser talado y después de seco y quemado, el terreno utilizado en la producción de alimentos, siendo repartidos luego dichos productos entre él y nosotros, por partes iguales. El señor Víctor Escobar se movilizaba o cabalgaba esa vez en una mula, animal que, como se sabe, es fuerte, resistente. Este señor observó que yo calzaba unos tenis bastante deteriorados y entonces le dijo a Lalo: «Eduardo, no me deje olvidar el domingo que nos vemos en Amalfi para que le traiga unos zapatos nuevos a este muchacho, no vaya a ser que tropiece por ahí contra un chuzo, contra una piedra, o lo joda una culebra. Dicho y hecho, al domingo en la tarde el calzado, botas, estaba a mi lado para mi uso, y «regaladas, Reinaldo», dijo Lalo Rodas.

Unos días después en compañía de varios trabajadores, entre ellos, Darío Y César Sánchez, Pedro Ríos, y un señor de apellido Porras, comenzamos con rublas de 24 pulgadas de longitud, a socolar monte, es decir, a talar arbustos y a cortar bejucos, siendo tanto los unos como los otros, muy abundantes en los bosques. De esta manera en esa época se tenía acceso más fácilmente a aquellos árboles gruesos o corpulentos para poderles hacer el corte con el hacha. Nosotros incluso encontramos árboles de tanto grosor y altura, que fue necesario hacer parales altos a su alrededor para poderlos derribar. Mientras más alto el paral, más delgada la zona del árbol por donde se podía cortar o darle con el hacha. Hay que tener en cuenta que en ese bosque habían árboles hasta de ocho abarcaduras, rodear con los brazos, correspondientes a un hombre adulto o a un hombre de más de 1.70 metros de estatura. Nosotros en corto tiempo tumbamos de una vez hasta 80 árboles: con el hacha le hacíamos corte a los árboles hasta determinado punto, calculando que no se fueran a ir a tierra inclusive ni aun cuando hiciera mucho viento. Cuando ya teníamos bastantes árboles señalados o picados, escogíamos el árbol arriero, árbol que arbitrariamente llamábamos así y el cual debía ser el más frondoso y alto de todos. A este árbol le dábamos hacha entre varios y por todas partes a lo redondo con el fin de tumbarlo pronto y de que se llevara a los demás por delante. El estruendo era aterrador, máxime que el terreno era pendiente. Creía uno que había llegado el fin del mundo. Este era el método, por cierto no muy religioso, ético, estético o científico, pero de todas maneras considerado para la época, el más eficaz para talar bosques. Hay que saber que en ese entonces si se hablaba de la conservación de la biodiversidad, o del arboricidio, debió haber sido demasiado poco porque, por ejemplo yo al respecto, ignoraba el mal que esa destrucción le causaba al medio ambiente o al Planeta.

Cocineras

Como durante algún tiempo llegamos a tener hasta diez trabajadores, Lalo Rodas, para que nos hicieran de comer, conseguía señoras de más de 50 años de edad. «Así, decía él, se nos presentan menos problemas sentimentales». Las tres mujeres que a nosotros nos ayudaron en tiempos diferentes, fueron personas muy trabajadoras, con carácter y determinación en el oficio de cocinar, y tenía que ser así, pues dicho trabajo obligaba a que la sirvienta estara en la cocina desde las tres ó cuatro de la mañana hasta las siete u ocho de la noche porque, había que preparar para los trabajadores una alimentación correspondiente a tragos, desayuno, mediamañana, almuerzo, algo, comida y merienda.

La primera señora que nos hizo de comer me acuerdo que se llamaba Olga, doña Olga; la segunda de quien tampoco recuerdo su apellido, llamaba María. Y la tercera fue Joaquina Fonegra, familiar de mi abuela Santicos. Joaquina Fonegra además de ser una persona noble, a la vez se le notaba que había sido demasiado sufrida. Por eso cuando yo estaba ahí en la casa, me entraba a la cocina y le ayudaba en algo. Ella tenía un hijo llamado Aurelio, pero a quien las personas le decían el Mono Fonegra (en Colombia, a los rubios se les dice “monos”). Este Mono Fonegra durante algunas vacaciones escolares estuvo allá en el Jardín ayudándole a ella y a pesar de ser un niño de unos doce años, se le veía animoso para el trabajo. Después supimos que ese Mono, como en Amalfi no había bachillerato, adelantaba estudios de normalista en ese municipio. Y en el año 1989 cuando yo regresé a Amalfi a trabajar en el magisterio, Joaquín Fonegra, tío de él y quien también trabajó con nosotros en el Jardín, me comentó que el Mono Fonnegra había trabajado en juzgados en Medellín, pero debido al licor había muerto en la década del ochenta, pues una cirrosis le había destruido el hígado.

El señor Víctor Escobar siguió subiendo a donde nosotros con alguna frecuencia. En cierta ocasión le dijo a Lalo que le iba a fiar una yegua en 500 pesos para que no sólo llevara sus cosas a Amalfi, sino también para que trajera el mercado. Y que para pagarle el animal, no se preocupara, pues podía ir abonándole lo que quisiera, cuando pudiera. Lalo Rodas le aceptó de una la propuesta y la yegüita bastante que nos sirvió. El señor Escobar me seguía pareciendo a mi una persona razonable y formal. No obstante, yo tenía en cuenta que en el pasado Lalo me había dicho a mi que cuando el hombre llegaba con rabia había que tenerle miedo. Y en verdad, Lalo lo conocía bastante, pues cuando vivíamos en los Mangos, él había trabajado con don Víctor en esa finca llamada la Florida. Pero no pasó mucho tiempo para que don Víctor exteriorizara su comportamiento bipolar: una vez que él subió a pasarle revista a los potreros, al ganado y a los trabajos que nosotros habíamos llevado a cabo, no me encontró a mí junto con los otros trabajadores y, según Lalo, el reclamo o grito que le pegó fue tremendo al notar mi ausencia. Inclusive no le creyó a Lalo cuando le dijo que yo estaba trayendo leña para el fogón. El señor decidió esperar a ver si era cierto lo que sobre mi le decían, y arrancó en la mula y se fue, cuando me vio que venía casi que tapado con un viaje de chamizas. De ahí en adelante traté siempre de comprenderlo: unas veces era muy formal, y otras, por cualquier insignificancia, se volvía demasiado irascible.

Muerte del novillo

Un día a eso de las seis de la mañana cacé un agutí y el animalito muerto colgaba de mi mano izquierda, pero al pasar por donde había un ganado de engorde, uno de los novillos se me acercó demasiado y entonces levanté el agutí con fuerza hacia arriba. El novillo se asustó y al lanzarse por encima del tronco de un árbol caído, no pudo vencer el obstáculo y se encostilló sobre el tronco del árbol y se fue hacia abajo unos cincuenta metros hasta un rastrojo. Noté que no se pudo parar y entonces alargué el paso y en la casa no le comenté absolutamente a nadie sobre lo que me había ocurrido.

Ese mismo día en horas de la tarde el señor que manejaba todo el ganado de esa finca la Florida, a quien llamaban el Negro Jaramillo, desde un cerro, llamó: «Eduardo, mándeme el muchacho para darle carne de un novillo que se rodó». Me hice presente en el sitio y ya habían personas con carne dentro de costales. A mi el señor Jaramillo me puso en el hombro un pernil del animal y no pude con él, tuve que quitarle mucha carne para poder llevarlo. Meses después le comenté a Lalo el caso y él me dijo: «Cuando don Víctor se dé cuenta, nos formula una denuncia ante las autoridades y no sólo nos cobra ese novillo, sino que no duramos ni un minuto más en esta finca».

Quema de bosques

Otra cosa que se constituía en una especie de acabose del mundo eran las quemas de los bosques derribados cuando ya estaban secos. Se les prendía fuego en forma simultánea en varios sitios de la parte de abajo buscando siempre que el viento hiciera su labor. Si lo anterior se cumplía, era como si a ese monte seco se le hubiera rociado gasolina, en cuestión de segundos las llamas se elevaban sinceramente digo yo entre cincuenta y cien metros. Se oía un traqueteo permanente que ensordecía y hasta troncos de árboles volaban por los aires. Uno tenía que correr a ubicarse muy lejos del fuego o de la quema, pues si no estaba uno a prudencial distancia, el peligro era inminente en lo que tenía que ver con pedazos de madera o incluso con piedras que salían disparadas; además, el calor era infernal y el humo le cortaba a uno la respiración.

Después de unos cinco días de la quema el terreno ya era propicio para sembrar las semillas. Nosotros sembrábamos arroz, maíz, fríjol, yuca y plátano. Y luego cogíamos la cosecha de acuerdo al tiempo en que se demoraba cada planta para producir, el fríjol, por ejemplo, era el que más pronto se producía. Durante el tiempo que estuvimos trabajando con el señor Escobar, cultivamos unas veinte hectáreas de tierra, lo que vino a representar un terreno bastante grande, pues, como tú sabes, una hectárea equivale a una manzana, o sea, que se cultivó un terreno equivalente a veinte veces el marco de la plaza de Amalfi. Don Víctor al principio se mostraba muy satisfecho con nuestro trabajo porque, según él, los productos cultivados le estaban sirviendo mucho para los trabajadores de su finca, los cuales eran más de cincuenta. Pero después su interés cambió ostensiblemente, y comenzó a exigirnos que mermáramos lo que tuviera que ver con cultivos, pues necesitaba ese terreno para incrementar sus hatos de ganado. Dadas estas circunstancias, nosotros cada vez nos convertíamos sólo en contratistas, cuyos contratos consistían en reparar cercas de los potreros y limpiar de malezas los mismos. Por eso tuvimos que largar a algunos trabajadores y también suspender la venta en Amalfi de productos, tales como maíz, yuca, fríjol y plátano, productos que llevábamos a algunos tenderos.

Decadencia de la finca de don Víctor Escobar

A toda la finca la Florida don Víctor Escobar la mantenía como un espejo, no permitía potreros enrastrojados o llenos de malezas. Estos estaban siempre bien cercados y con ganado solamente cruzado. En cuanto a lo hidrográfico, en la mayoría de las cañadas de la finca brotaba agua cristalina por doquier. Y en lo que tenía que ver con árboles frutales, en casi todos los potreros encontraba uno árboles de naranja china, naranjos mandarinos, mangos y mangas, zapotes, caimitos, limones, ciruelos, guamos, entre otros. Yo, por ejemplo, los días domingos en la tarde me iba a una montaña a observar y a esperar a Lalo Rodas cuando venía del pueblo con el mercado, y comía mandarinas hasta quedar tan lleno que luego rechazaba el verlas. Y debido a que las selvas o bosques de dicha finca se extendían hasta municipios como Zaragoza, Segovia, Remedios, Santa Isabel y el Tigre, abundaban también animales silvestres o de caza como el agutí, la guagua, el coatí, el armadillo, el mono cotudo, el mico maicero, el mono tití, el mono araña y el jabalí. Fueron muchos los animales de estos que Lalo y yo cazábamos para consumir su carne. Colgada al humo del fogón de leña no faltaba carne para comer 3 ó 4 días después de curada, así se le decía a la carne que había estado al humo, carne curada: era muy deliciosa. Pero también abundaban las serpientes. A mi por poco me pica una mapaná, las cuales, como se sabe, son una de las más venenosas del mundo.

Ya estábamos próximos a irnos de esa finca para la Esperanza, finca del señor Mono Escobar, hermano de don Víctor, pues a don Víctor, como te dije, no se le veía interés en que nosotros siguiéramos cultivando. Nos encontrábamos Lalo y yo solos terminando de tumbar o cortar a punta de rubla un rastrojo para, según don Víctor, ampliar un potrero. Lalo iba adelante con su tajo y yo enseguida con el mío, era un terreno faldudo, cuando observé que en la parte de encima por donde yo iba había una culebra lista y amenazante para atacarme en el pecho o en la cara, entonces yo en forma instintiva o intuitiva, le mandé la rubla curveada o con curva hacia arriba y retrocedí rápido hacia atrás. La rubla se me voló de la mano y cayó lejos, y yo fuí a caer al lado de abajo cerca de unas estacas de arbustos, arbustos que nosotros mismos habíamos cortado. Y cuando volví al sitio, ya Lalo estaba mirando la culebra, animal que medía más de un metro de longitud y a la cual le colgaba la cabeza sólo de una tirita de la piel de su nuca, pues la rubla la decapitó totalmente. Cuando Lalo Rodas hace como cinco años estuvo aquí en esta casa me recordó el hecho, me dijo: «¿Te acordás Reinaldo cuando en la Florida casi te pica esa culebra tan grande?» Le dije que sí, e hicimos algunas reflexiones al respecto. Y además concluimos luego que al final de cuentas don Víctor Escobar no había tenido un buen comportamiento con nosotros. Pero lo hicimos sin rencor, pues principalmente yo en el año 1967 en Porcesito traté con él y me pareció que no era una persona de mala índole. Y ambos, Lalo y yo, sabíamos que don Víctor había muerto en la década del ochenta aquí en Medellín, debido a una enfermedad terminal.

Anécdotas en El Jardín

El agutí

En la orilla de la parte de arriba de una cañada boscosa allá en el Jardín, finca la Florida, comprobé que entre las seis y siete de la mañana, salía un agutí a comer frutas de árboles que ahí habían, tales como caimitos, mangos, guayabos, guamos, entre otros. Me acuerdo que un día le madrugué a las cinco y treinta de la mañana y me subí a un paral que previamente había instalado en uno de los árboles más frondoso. Unos veinte minutos después de las seis de la mañana salió el animal y se dirigió a un sitio cercano al caimito y allí se sentó a frutiar. Entonces con mi escopeta de fisto le apunté en una de las paletas y presioné el gatillo, pero la pólvora como que estaba fría porque la escopeta chispunió. Fue tanta la velocidad del agutí hacia el bosque que ni lo vi desaparecer.

Al otro día le madrugué a las cinco de la mañana, no apareció por ninguna parte, pero al bajarme del paral como a las siete, comprobé que el animal había salido al frutiadero a eso de las cuatro de la madrugada. Lo dejé quieto tres días y le caí de nuevo a las tres y media de la mañana. Amaneció y nada que el agutí se asomó. No lo esperé más y me tiré del paral, pero luego en el suelo, me di cuenta que cuando yo llegué a las tres y media de la madrugada el agutí estaba ahí comiendo frutas, me vio ir hacia donde él y huyó. Lo seguí asechando por la mañana en varias oportunidades. No salía. Hasta que por fin comprobé que estaba saliendo a comer entre las seis de la tarde y las siete de la noche, salvando así su vida, pues en esos días tuve que irme del todo de la finca la Florida en compañía de Lalo Rodas, para la finca la Esperanza del señor Jesús el Mono Escobar.

El novillo

En cierta ocasión echaron en el potrero en donde quedaba nuestra vivienda allá en el Jardín, finca la Florida, cuarenta novillos cruzados para el engorde. Uno de ellos desde que llegó le gustaba permanecer cerca de la casa. Entonces comencé a darle sal en mis manos, a sobarle la frente y la nuca y a traerle chócolos o mazorcas tiernas de maíz, con todo y capacho, del cultivo que teníamos. Al cabo de dos meses ese animal parecía un perro detrás de mí: me acompañaba hasta una cerca arriba distante como tres cuadras de donde vivíamos. Y al medio día cuando yo bajaba por el almuerzo para los trabajadores, apenas me veía ir salía a mi encuentro, le daba su mazorca tierna de chócolo y aún así se iba conmigo hasta la casa.

Un día salí al potrero, me eché sobre el pasto y le puse mis dos pies en la frente y lo presioné fuertemente para que se nojara, de inmediato se puede decir que se me fue encima. Pero le noté que no quería hacerme daño, pues no ejerció la fuerza suficiente que debió haber utilizado contra mi. Y así sucesivamente, fueron muchas las veces que jugué con él y su trato para conmigo, digo yo, no fue violento, fue cordial. Y cuando el Negro Jaramillo, el vaquero de la finca la Florida, desde un sitio alto, pegó el grito de vamos y sonó el látigo de su zurriago arriando a ese ganado para que se dirigiera hacia el portillo de ese potrero con destino a la feria de Amalfi, el novillo en mención no quería moverse de los alrededores de la casa, para hacerlo o para que se uniera a la manada, tuvieron que ayudar algunos trabajadores nuestros.

Entre fincas

A mediados del año 1958 llegamos Lalo y yo a trabajar, jornalear, en la finca la Esperanza del señor Jesús el Mono Escobar. Esta finca ubicada también, como la finca la Florida, en la margen derecha del cañón del río Porce. Allí permanecimos durante unos cinco meses realizando diferentes actividades, entre ellas, dedicados en los potreros a arrancarle las hierbas o malezas a los pastos; como también, a pasarle revista y bañar y curar unas trescientas reses para que se mantuvieran libres de nuches o gusanos. En dicha finca en términos generales nos fue bien: no nos sentíamos mal con nuestra labor y a la vez el Mono Escobar estaba satisfecho con nuestro trabajo.

Pero cuando se acercaba el fin de ese año 1958 el señor Alberto Mesa Suárez, en Amalfi, llamó a Lalo Rodas para que le sirviera como mayordomo en la finca el Jardín situada en jurisdicción del municipio de Yolombó. Lalo Rodas aceptó inmediatamente la oferta, pues don Alberto además de ser una persona seria, era conocido como alguien que trataba muy bien a los trabajadores. Este señor compartía la propiedad de la finca el Jardín con su primo hermano, el señor Víctor Suárez Jaramillo, a quien las personas solían llamar, como te dije alguna vez, el doctor Suárez, por ser el doctor Suárez un agrónomo. Y tenía don Alberto Mesa otras dos fincas ganaderas, una llamada la Primavera, al otro lado o al frente de donde quedaba la finca la Florida de don Víctor Escobar, pero en territorio del municipio de Anorí. Allá trabajó Miguel Angel Rodas Rúa, mi hermano, como vaquero o manejador del ganado vacuno y equino. Y la otra finca de nombre la Clara más cerca del municipio de Remedios que de Amalfi, pero en territorio amalfitano. En esta finca también trabajó Lalo Rodas años después como mayordomo del señor Alberto Mesa, siendo la sirvienta de la finca en ese entonces, y por un buen tiempo, Libia Rosa Rodas Rúa.

Contratos con los Marulanda

Respecto a mi en la finca el Jardín, por recién llegado, me correspondió durante uno ó dos meses desempeñarme en distintos trabajos: ayudar a bañar y curar ganado, herrar caballos, mulos y mulas, marcar ganado con hierro candente, traer leña para el fogón, entre otros. Pero después, en esa época, con dos muchachos que habían estudiado conmigo en Amalfi y cuyos nombres eran o son Angel y José Marulanda, me dediqué a hacer contratos. Y los contratos en dicha finca no eran solamente arreglar cercas o limpiar de malezas los potreros, sino, por el contrario, con rublas de 24 pulgadas, cortar toneladas y toneladas o matorrales de zarza. Por la tarde al dejar el trabajo uno quedaba con chuzones de las tunas por todas partes principalmente en las manos y los brazos. Y al tener que lavarse o echarse agua hervida bien caliente con sal para no irse a infectar, uno casi lloraba. No obstante, al otro día se madrugaba con más ánimo, pues si se le daba duro al trabajo, la ganancia en jornales podía ser entre 35 ó 40, o sea, 175 ó 200 pesos en contrato. Ángel era el mayor de los tres y conseguía buenos trabajadores en Amalfi. A éstos como el salario mínimo por ley y por día era de cinco pesos, nosotros les pagábamos seis pesos y de esta manera el trabajo rendía bastante y la ganancia en el contrato, como se ha mencionado, era también muy buena. Por otra parte, nosotros estábamos pendientes también de que la alimentación, como se había acordado en el contrato con don Alberto Mesa o con el doctor Suárez, no diera lugar a reproches o disgustos.

Artritis reumatoide

Una tarde después de yo boliar rubla todo el día en el valle el Verdún, el cual atraviesa la finca el Jardín de oriente a occidente o viceversa, omití pasar la quebrada la Cruz por un tronco de madera que servía de puente. Me lancé al agua unos cincuenta metros más abajo del citado puente y el agua que estaba bastante fría me subió hasta el pecho. Crucé la quebrada entonces sin problemas y así empapado de agua subí la loma de al menos un kilómetro para llegar a la casa. Ya en la casa, como siempre, me lavé los brazos y piernas con agua caliente y tomé el alimento y una hora después me acosté a dormir. Por el malestar en todo mi cuerpo no pude pegar los ojos en toda la noche. Y por la mañana al levantarme, noté que mis rodillas y manos estaban hinchadas, tenían además cierta rigidez y me dolían intensamente las articulaciones. Varias personas tuvieron que ayudarme a bajar del zarzo. Y como en el transcurso de la mañana me empeoró la enfermedad, Lalo Rodas me ensilló un caballo y en el menor tiempo posible partimos con dirección al hospital de Amalfi. Y allí me atendieron muy bien el médico Laureano Buriticá y la enfermera María Josefa Montoya. Y después de hacerme el examen correspondiente, la prescripción médica incluía algunas inyecciones antirreumáticas y una caja de pastillas salicilato de sodio. Y según el médico Laureano Buriticá, yo tenía artritis reumatoidea, enfermedad que, como se sabe, es muy grave. Y había sido causada, en el caso mío, por un factor externo: un virus o una bacteria. Me apliqué esa droga de acuerdo a las recomendaciones médicas y en tres semanas estaba yo de nuevo en la finca el Jardín y, en lo adelante, tuve más cuidado con mi salud y menos mal, hasta el sol de hoy en día no he vuelto a sufrir dicha enfermedad.

El Negro Jaramillo

Se aproximaba el año 1960 y a la finca el Jardín aparecieron procedentes de la finca la Florida, Víctor el Negro Jaramillo, su esposa Julia Rita Jaramillo y cinco hijos que tenían: dos niñas y tres nilños. Según el Negro Jaramillo tuvo una discusión fuerte con don Víctor Escobar por cosas insignificantes y entonces le echó mano a su familia y a sus corotos y emprendió la loma con destino a Amalfi en donde don Alberto Mesa no sólo estuvo muy atento con él, sino que lo mandó para la parte del valle el Verdún que pertenecía a la finca el Jardín y le dijo que construyera allí su vivienda y que estuviera listo o pendiente porque en cualquier momento cuando esa finca el Jardín estuviera lista para tener bastante ganado, lo necesitaba a él como vaquero, pues pensaba meterle a la misma finca unos trescientos novillos. Lalo Rodas entonces me mandó a mi con otro trabajador para que le ayudáramos al Negro Jaramillo por el tiempo que nos necesitara. Le ayudamos a construir la casa, rancho de paja bien organizado como solía hacerse en esa época en la región. Pero por las tardes que uno se venía, a los niños, seguro por su corta edad y la soledad del lugar, se les veía la incertidumbre y lloraban, haciéndole dar lástima a uno. Víctor el Negro Jaramillo murió en Amalfi pocos años después víctima de un ataque cardio-respiratorio. Y su niña mayor llamada Miryam, cuando sólo tenía 16 años de edad, se casó con tipo que conoció durante unas fiestas en Amalfi. El hombre era de Medellín y según me dijo alguien años después en Amalfi, el individuo le había quitado la vida a esta jovencita durante una riña intrafamiliar. Y para acabar de ajustar, un día del año 1969 estando yo de policía en el municipio de Yalí, Antioquia, me vi con Víctor, uno de los hijos del Negro Jaramillo, y me dijo que venía del municipio de Maceo de ayudar a llevar un ganado y que iba de regreso para Amalfi, pero que lo tenía muy aburrido un vecino allá en Amalfi, pues en varias oportunidades y por una mujer el tipo había jurado matarlo.

En ese momento este muchacho Víctor era una persona de unos 17 años de edad. Lo aconsejé al respecto principalmente para que tuviera mucho cuidado con el tipo y para que lo denunciara ante las autoridades y para que en lo adelante fuera muy respetuoso y tolerante con los demás. No volví a saber de este muchacho hasta años después que, similar a como había ocurrido con su hermana Miryam, alguien en Amalfi me dijo que a ese muchacho lo había matado un vecino cuyo apellido era Roldán. Cuando trabajé en el magisterio en Amalfi traté con el tal Roldán, inclusive alguna vez le compré un chance. El tipo aunque no tenía muchos años, aparentaba ya muy viejo. Lo vi muy pobre y me dijo que sufría de la presión. Consideré prudente no comentarle sobre el caso con el hijo del Negro Jaramillo, pues vi que era una persona que luchaba a brazo partido por sobrevivir.

Compañeros de trabajo

En esa época en la finca el Jardín los trabajadores, inclusive las sirvientas, no sólo eran personas buenas trabajadoras, sino también muy buenas compañeras. Y también eran muy alegres, por ejemplo, la mayoría de ellas no faltaban de las romerías o fiestas que con frecuencia se realizaban en la vereda la Piedra, situada entre la vereda la Cruz y la finca el Jardín. A mí a cada rato me invitaban para que los acompañara a la Piedra, pero como yo sabía que a veces se presentaban unos boleos de peinilla o machete tremendos con heridos y todo, les decía que algún día iría con ellos, pero jamás llegué a ir. Entre otros, me acuerdo de algunos compañeros y compañeras trabajadores de dicha finca: María Botero, Ana Acevedo, Francisco Rave, Guillermo Alvárez, Enrique Alvárez, Eduardo Montoya, Eliecer Londoño, Angel Marulanda, José Marulanda, Víctor Monsalve, Pastor Monsalve, Pedro Velasquez. Cuando yo trabajé en Amalfi en el magisterio sólo me vi con dos de ellos, Eliecer Londoño, el cual me dijo que tenía una finquita por los lados de Yalí y que casi no salía a Amalfi porque Yalí le quedaba más cercano. Me manifestó además que se mantenía muy enfermo. Hace ya como quince años que me vi con él. Y el otro fue Pastor Monsalve, me dijo que trabajaba en jurisdicción del municipio de Yolombó y que a su hermano Víctor lo habían matado hacía ya muchos años. Me vi con él hace como 18 años y en ese momento controlaba yo un desfile de estudiantes. Los demás si no han muerto, deben estar ya octogenarios, pues en ese entonces, a excepción de los hermanos Ángel y José Marulanda, eran mayores que yo hasta quince y más años.

El Valle del Verdún

El valle el Verdún del cual mucha parte pertenecía a la finca el Jardín, era un ecosistema muy bonito principalmente no sólo por el conjunto de sus paisajes, sino por las distintas especies de animales y plantas que se encontraban allí. También por su riqueza hidrográfica, por ejemplo, al valle lo cruza la quebrada la Cruz y sus distintos afluentes. La quebrada la Cruz más arriba servía de lindero entre la finca de caña del señor Agustín Alvárez y la finca la Lindona de nuestro abuelo Juan de la Cruz Rodas Roldán, y la quebrada el Zarzal afluente de la quebrada la Cruz, era el lindero entre la finca del señor Germán Gaviria y la finca de Juan de la Cruz Rodas Roldán. La quebrada la Cruz además estaba adornada a lado y lado de su cauce por árboles de suribio, suribios cuyos ramajes se inclinaban hasta tocar las aguas atraídos seguro por la serenidad y claridad de las mismas. También encontraba o encuentra uno en las orillas de esta quebrada algunas piedras grandes, metiéndose el agua incluso por debajo de estas piedras, piedras que al echarse uno en ellas bocabajo y mirar seguido la corriente de agua, pareciera que la piedra se va con uno quebrada abajo. Yo a dichas piedras las utilicé además en otra actividad como era la pesca: A las seis de la mañana o a las seis de la tarde le ponía a mi anzuelo un mojojoy como carnada y me iba con mañita sobre la piedra y tiraba al agua bien arriba el anzuelo, la corriente de la quebrada se encargaba de meter debajo de la piedra el anzuelo con el mojojoy como carnada y eso era preciso que caía tamaña sabaleta de las llamadas dorada con un peso de hasta dos, tres ó más libras. De esta manera era mucho el pescado que yo llevaba a la casa o a la mayoría de la finca para el consumo de todos.

A pesar de haber sido yo atacado por la enfermedad de artritis reumatoidea y haber sido el trabajo duro, la finca el Jardín me pareció un lugar muy agradable para vivir. Si me fui de allí voluntariamente fue porque, como te dije en otro escrito, el doctor Víctor Suárez Jaramillo se quedó incómodo por el hecho de yo haber profundizado bastante el azadón cuando limpiaba de malezas el cañaduzal adyacente a la casa o mayoría de la finca y por tal causa dañarle a algunas matas de caña sus retoños. Este señor hasta charlando era “Reinaldo cuidado con tal y tal cosa, cuidado Reinaldo, cuidado”…

El agutí sin cabeza

En la tarde de un viernes Lalo Rodas se internó en el monte hasta donde teníamos un cebadero de animales a los cuales les poníamos principalmente bananas. Y se internó, según él, con el fin de cazar un agutí o guatín y llevarlo al día siguiente al resto de nuestra familia en Amalfi. Yo estaba en el potrero cerca del bosque y cuando a eso de las cinco y media sonó el disparo, me dirigí a donde Lalo y ya no estaba en el paral, sino que se había bajado y afanosamente buscaba el animal y me dijo que a pesar de estar muy oscuro le había disparado a un guatín, pero que notó que éste no tenía cabeza. Prendí el yesquero y comprobé el desorden dejado por las balas o postas en el sitio por donde pasaba el animal cuando Lalo le disparó, pero no encontré señales de que el guatín hubiera sido impactado por el disparo. Le ayudé a Lalo a buscarlo y no pudimos encontrarlo. Al otro día fui a ver si lo podía encontrar y preciso, estaba a unos treinta metros abajo del cebadero y ya animales del monte o tigrillos habían comenzado a devorarlo, pero menos mal o siquiera se aclararon las dudas o el misterio y por lo tanto yo haya logrado evitar que se generara un temor más, pues del guatín, entre otras partes de su cuerpo, vi que era un animal normal: tenía cabeza.

El mono araña

Una tarde en el Jardín, finca la Florida, me subí a un árbol en el cual yo había construido un paral por considerar que dicho árbol estaba ubicado en un sitio estratégico para proteger, de los micos maiceros, el maizal que teníamos Lalo y yo. Los micos maiceros no se asomaron esa tarde. Pero cuando eran más o menos las seis, bajó por la orilla del monte en donde yo me encontraba, y como un huracán saltando entre los árboles, un mono araña. Apenas me vio, el mono araña se detuvo en el brazo o en la rama gruesa de otro árbol distinto del que yo ocupaba, y comenzó a chillar y a hacer piruetas. Me acordé en ese momento de los comentarios que había escuchado a campesinos, cazadores, como los señores Carlos Montoya y José Atehortúa, en el sentido de que no se debía disparar a un mico solo porque las balas no le entraban y luego el animal lo hacía extraviar a uno en el bosque. No obstante, y teniendo en cuenta además que mi escopeta estaba cargada con postas cruzadas, le monté el gatillo a la misma y la extendí con dirección al animal, le apunté, y le aflojé el tiro. Vi que el mono araña saltó a otro árbol y muchas hojas cayeron al piso. Además, el disparo retumbó muy duro en todo el cañón en el cual me encontraba, y enseguida todo quedó en silencio. Un instante después escuché chillidos del mono araña bastante abajo, pues era un terreno pendiente. Pero no quise ir a buscarlo porque ya estaba muy oscuro y la escopeta, además, como era de fisto, la tenía descargada. Me tiré entonces del paral y me fui para la casa en donde algunos trabajadores me dijeron que era cierto: no se le debía disparar a un mico solo para evitar problemas. Sin embargo, dos días después volví al maizal y vi buitres en árboles aledaños al lugar en donde yo le había disparado al simio. Penetré al monte para ver cuál era la verdad al respecto y comprobé que todos esos buitres se habían dado todo un festín con dicho animalito: o con el mono araña.

La Calera

A mediados del mes de enero de 1960 y, con la venia de Lalo Rodas, abandoné pues la finca el Jardín, propiedad, como te he dicho, de los señores Alberto Mesa Suárez y Víctor Suárez Jaramillo y me dirigí a Amalfi, en donde sin pérdida de tiempo salí por ahí en busca de trabajo. Y preciso, al poco tiempo lo conseguí con el señor Juan Emilio Pérez García, quien para esa época tendría unos sesenta años de edad y quien vivía con su familia en un terreno pequeño llamado Taparal, el cual queda por los lados de la mina la Viborita, tirando para el cañón del río Porce.

Allí, según lo acordado antes con don Juan, me hice presente un domingo en la tarde … Y al día siguiente, lunes, a eso de las siete de la mañana y en compañía de don Juan y de su hijo Tomás (Tomasito), llegamos al sitio de trabajo denominado la Calera, cuya producción de cal aún era incipiente, e iniciamos de una, manos a la obra: lo cual consistía en desmenuzar piedras calizas a punta de mazos o a punta de una especie de martillos grandes. Lo anterior, con el fin de poder calcinar la piedra caliza en un horno horizontal rotativo que don Juan tenía en dicho sitio.

Este sitio, propiedad de don Juan, quedaba en la margen izquierda del camino de herradura Amalfi – Anorí, lugar por donde además pasaba imponente la cordillera de la piedra caliza, hoy en día muy desgastada, que nos servía para sacar de ella la piedra o materia prima y de esta manera poder llevar a cabo el proceso de producción de cal viva que don Juan requería para satisfacer en Amalfi las demandas al respecto.

Como se sabe, desde la antigüedad la cal se ha usado en el planeta y principalmente en municipios antioqueños para pintar las paredes o tapias o muros de las viviendas. Desde hace ya bastantes años toda esa cordillera es propiedad de Peldar, funcionando a la vez una planta de carácter químico en la vereda la Viborita, en donde además de los distintos análisis en cuanto a la diversidad de productividad de esta piedra caliza, aparece la marca de propiedad de esta empresa: «Roca de piedra caliza, Peldar». Peldar, o Cristalería Peldar S. A., fue fundada en Medellín, Colombia en 1949.

Para mi todo con don Juan «iba viento en popa», buen trato, buena alimentación y un sueldo diario también bueno: doce pesos, incluyendo el trabajo del día sábado sólo hasta las dos de la tarde, y el día domingo también pago sin tenerlo yo que trabajar. Pero el día domingo de la cuarta semana, todo comenzó a «irse a pique», pues como siempre bajé animoso a donde don Juan a trabajar la semana y no me fue muy bien que digamos: lo encontré bastante embriagado y para acabar de ajustar insultando con palabras de grueso calibre a su esposa, hijas e hijos y demás familiares que vivían en la casa junto con él. Apenas don Juan me vio a mi, me llamó y, como siempre ocurre con la mayoría de borrachos, me dijo que yo era el mejor trabajador que había tenido en su vida; y acto seguido me solicitó que le hiciera funcionar la vitrola porque quería escuchar música guasca o de carrilera y que a dicho aparato alguien de ahí de la casa, a propósito o deliberadamente, le había dañado la cuerda al verlo a él tomando aguardiente. Que le colaborara yo esa noche sonando esa vitrola y que al día siguiente, lunes, no fuera a trabajar, pues él de todas maneras me pagaba ese día. Miré la vitrola y también varios discos y noté que a algunos de ellos otras personas los habían hecho sonar aplicándoles el dedo índice o el dedo del corazón en la parte central del disco: hice algo similar, e hice reproducir al aparato, revoluciones, digo yo, entre 45 y 50 por minuto, o revoluciones de todas maneras suficientes para que sonara la música y así don Juan escuchara esa noche: rancheras, tangos, pasillos, porros, valses, zambas, entre otros. A las tres de la mañana vi que estaba dormido y entonces subí al zarzo y me acosté a dormir. Pero a las diez de la mañana, lunes, cuando se despertó, comenzó de nuevo a ingerir licor o a tomar en copas tragos de aguardiente doble, entonces yo ni corto ni perezoso aproveché el momento para coger mis cosas, despedirme rápido de quienes allí estaban y arrancar con destino a Amalfi en donde de nuevo o una vez más, tuve que comenzar a buscar trabajo. Es de anotar que con don Juan no me volví a ver jamás.

Caficultor

Dos ó tres días después de haber llegado a Amalfi en ese febrero de 1960, me fui a trabajar durante tres semanas con el señor Víctor Assuad, el turco, propietario de la finca llamada el Misterio, ubicada bastante abajo del sitio denominado Montañita por donde cruza la vía Amalfi – Medellín y viceversa, es decir, muy cerca ya del río Porce. Allí, en compañía de otras personas, le ayudé a don Víctor a recolectar parte de una cosecha de café, la cual en Antioquia y en Colombia se suele llamar traviesa o de mitaca. Esta cosecha en general se da entre los meses de febrero y abril o entre marzo y mayo. A mi no me había tocado coger café. No obstante, a los pocos minutos ya le había cogido el golpe al asunto: se ataba uno un canasto a la cintura, y se cogían los granos rojos y amarillos, y llenado el canasto los granos o frutos se echaban en costales, costales que eran llevados luego al agua o quebrada para lavar el café y así pasarlo por la máquina despulpadora; lavados de nuevo ya sin cáscara o pulpa los granos de café, quedaban listos para ser secados al sol en una especie de camillas y de ahí ser empacados en costales especiales y llevados a la federación de cafeteros de Amalfi. Don Víctor Assuad, en ese entonces, hacía parte de dicha federación.

Don Víctor Assuad fue asesinado a mediados de la década de 1980 en el sitio la Playa de la vía Amalfi – Vegachí, por integrantes del ELN, no les quiso dar «vacuna» o dejarse extorsionar.

Calenturas

Después como a mediados de marzo de 1960, comencé a trabajar en la finca de nombre Calenturas, también en el cañón del río Porce, del señor Roberto Mesa Suárez, hermano de don Alberto Mesa Suárez, propietario, como se ha reiterado, de la finca el Jardín. Pero el trabajo conseguido por mi en la finca Calenturas no era directamente con don Roberto, quien era gerente de la caja agraria en Amalfi, sino con un muchacho de nombre Martín Pérez, de origen afro, pero nacido en Amalfi, quien había estudiado algunos años de educación primaria conmigo en Amalfi y, quien además nos ayudó o trabajó con Lalo Rodas y yo en el sector el Jardín de la finca la Florida del señor Víctor Escobar. El trabajo con Martín Pérez tenía que ver principalmente con siembra o cultivos, tales como maíz, frijol, yuca, plátano, entre otros; y limpieza o desyerba de sementeras y también de potreros. En Calenturas y con Martín, como dije antes, trabajé seis semanas, y luego me fui de ahí para la finca el Valle porque don Daniel Escobar, hermano de don Víctor Escobar y propietario de esa finca el Valle, me ofreció mejores garantías de trabajo. Sobre el tiempo que trabajé en la finca el Valle haré referencia más adelante.

Con Martín Pérez me volví a ver brevemente en Amalfi en el año 2001 y me comentó que había estado por mucho tiempo trabajando en fincas de los Santanderes y en el Magdalena Medio y que en términos generales le había ido bien. Después de dicha fecha en que hablé con él, no lo volví a ver.

Vueltero y ciclista

En la finca el Valle de don Daniel Escobar me correspondió trabajar como vueltero. Como tal, yo ganaba, para esa época, buen dinero, me alimentaba bien, dormía el tiempo suficiente y para donde me movilizaba era a caballo, pero tenía uno que vivir de las cinco de la mañana a las siete de la noche colgado del trabajo: echarle sal al ganado en los saladeros, ir a Amalfi para ver si había correspondencia para don Daniel, revisar las cercas de alambre de los potreros, revisar las bestias que no les fuera a faltar herraduras y no fueran a tener garrapatas, mantenimiento a la planta eléctrica, aseo y mantenimiento al campamento y zarzo de los trabajadores, etc. El trabajo, como se ve, era sin descanso. No obstante, el día domingo se le respetaba a uno. Para don Daniel al igual que para sus hermanos don Víctor y don Jesús, el domingo era sagrado, es decir, si uno no salía al pueblo, Amalfi, y más bien se permanecía en la mayoría o casa principal de la finca, jamás a uno se le empleaba o se le pedía algún favor respecto a un trabajo. En otras fincas era usual para el trabajador el día domingo hacer dizque tarea, es decir, trabajar dos horas en alguna actividad de la finca o traer un viaje gordo de leña para el fogón. Yo era de los que salía poco al pueblo los fines de semana, me quedaba en el zarzo del campamento de trabajadores escuchando programas radiales más que todo deportivos. Por ejemplo, el 16 de junio de 1960, escuché el desarrollo de la décima quinta etapa de la vuelta a Colombia en bicicleta de ese año, entre Riosucio, Caldas – y Medellín, Antioquia, ganada por Rubén Darío Gómez, el «tigrillo de Pereira»; segundo en la etapa fue el antioqueño Hernán Medina Calderón, el «príncipe estudiante»; y tercero Roberto «pajarito» Buitrago, cundinamarqués. Y como en Medellín ese año terminó la vuelta ciclística a Colombia, el ganador fue Hernán Medina Calderón, segundo Roberto Buitrago y tercero Rubén Darío Gómez. Estos tres ciclistas fueron excepcionales principalmente en los premios de montaña. Por ejemplo, ese 16 de junio de 1960 le sacaron chispas a sus bicicletas en el Alto de Minas y su llegada a Medellín fue como ya dije; Gómez, Medina, Buitrago. Me gustaba también mucho escuchar la narración de los pormenores de las etapas hecha por el puertorriqueño Carlos Arturo Rueda; como también, los análisis que en el intermedio o al finalizar las etapas hacía el argentino Julio Arrastía Brica. Uno escuchando a estos señores aprendía en verdad fluidez verbal.

La finca el Valle era también muy falduda, por eso, como una especie de sátira, la llamaban el Valle. Quedaba en el cañón del río Porce. Tenía suficiente agua cristalina, árboles frutales y, como es lógico suponer, biodiversidad vegetal y animal.

Y ahora que hago referencia del ciclismo, cuando yo era pequeño en Amalfi y estudiaba, no podía coger veinte centavos porque ahí mismo me iba a donde don Mélik Assuad y me los gastaba montando en bicicleta. Don Mélik, como alguna vez dije, tenía un taller de bicicletas y las alquilaba a veinte centavos la hora. Yo, como en ese entonces, no habían motos, ni carros y Amalfi, como se sabe es bastante plano, adquirí una velocidad tal en bicicleta, que la gente me decía que estaba bueno para ciclista. Yo me sentía muy contento con lo que la gente me decía y le imprimía más velocidad a la cicla, hasta que un día en la esquina en donde quedaba la escuela urbana de varones, hoy institución educativa Gerardo Montoya, iba yo que volaba en una bicicleta y conforme me abrí para superar la curva o esquina, vi que me iba a chocar con un vecino de la casa donde vive hoy en día Martha Lucía Rodas Rúa, llamado Gilberto Pino, y entonces me descontrolé y me estrellé contra la pared de la cantina de un señor Manuel Duque y, menos mal, sólo tuve o sufrí raspaduras principalmente en los brazos y las piernas. Pero en lo que tuvo que ver con la bicicleta, ésta quedó muy maltrecha. Belarmina Rúa casi se muere del susto, y Lalo Rodas tuvo que pagarle no muy poca plata a don Mélik por los daños del aparato. De ahí en lo adelante tuve que controlarme bastante y no andar en cicla como un loco. En esa época yo me identificaba con Ramón Hoyos Vallejo, quien, entre otros triunfos incluso internacionales, completó años después cinco vueltas a Colombia ganadas. Amalfi no ha sido ajeno al ciclismo. Por ejemplo, en la década de 1950 del siglo pasado encontraba uno ciclistas turismeros de la talla de Ramoncito Gómez, Mariano Cárdenas, Julio Galeano, Gustavo Galeano, Ignacio Restrepo, quienes sobresalían en los circuitos ciclísticos realizados en el pueblo o en carreras dobles al aeropuerto el río.

Pero el ciclista más sobresaliente de Amalfi fue el señor Rigoberto Lopera Echavarría, nacido en 1952 y quien se destacó ciclísticamente a nivel municipal, nacional e internacional: venció en pruebas de ciclismo en municipios vecinos de Amalfi y en el mismo Amalfi, participó en vueltas de la juventud colombiana y en dos vueltas a Colombia y obtuvo premios en carreras realizadas en Ecuador, Panamá y Venezuela. Según el señor Albeiro Berrío, director de la casa de la cultura en Amalfi, «el ciclista Rigoberto Lopera Echavarría, se retiró oficialmente del ciclismo competitivo en 1981 y en ese mismo año estando como acompañante del clásico RCN se accidentó y fue intervenido de un hematoma cerebral y debido a ello siete años más tarde empezó a tener ataques epilépticos deteriorando su salud mental, el 27 de octubre de 2007 salió de su casa para nunca más volver, luego de larga búsqueda por su familia, fue encontrado como NN en el cementerio universal de Medellín el 29 de julio de 2010, según dictamen forense su muerte fue diagnosticada por politraumatismo, al ser arrollado por vehículo en el centro de Medellín el mismo día de su desaparición».

Servicio militar

Un domingo de agosto de 1960 procedente de la finca de don Daniel Escobar, llegué a Amalfi y al dar una vuelta por la plaza principal me senté en una de las bancas que aún quedan frente al edificio de la alcaldía municipal y me puse a observar las personas que compraban carne de cerdo, y yucas, plátanos, panela, maíz, fríjol, así como diferentes tipos de frutas; y hasta ropa y baratijas, pues ese lugar los días domingos era convertido principalmente por campesinos y cacharreros, en plaza de mercado.

Ya estaba yo próximo a moverme de ahí cuando llegó el señor Roberto Ríos Rendón, quien había sido policía municipal con Lalo Rodas, luego fue policía departamental y en ese momento era ya policía nacional y me dijo: «Roditas, acompáñeme a la alcaldía que allá un capitán del ejército lo espera para que le preste servicio a la patria». Yo le puse peros al respecto, pero entonces él me dijo que mirara para el balcón de la alcaldía al capitán, quien ya tenía referencias mías y quien había mandado por mí. No tuve más remedio que acompañar a Roberto Ríos. Dentro de la alcaldía el capitán, del cual no recuerdo su nombre, me inscribió para prestar el servicio militar obligatorio y me dijo que pasara hacia uno de los patios traseros de la misma dependencia en donde estaban algunos médicos del ejército para los exámenes físicos y psicológicos de rigor.

Después de estos exámenes, en la tarde de ese domingo a eso de las cinco, el capitán leyó la lista de los veinte jóvenes que habíamos resultado aptos para prestar el servicio militar, de otros tantos que quedaban aplazados seis meses o un año; como también, de los que definitivamente quedaban descartados de prestar dicho servicio. Y además el capitán nos reiteró a los veinte que resultamos aptos, no fuéramos a dejar de estar en el municipio de Barbosa, Antioquia, a las tres de la tarde del día miércoles de esa misma semana y que sólo lleváramos la muda de ropa que vistiéramos y jabón de baño y crema y cepillo de dientes, y listos a viajar lejos.

Al miércoles, después de despedirme de la familia, y como dijo el capitán, salí para Barbosa. Me tocó caminar bastante entre Amalfi y el sitio la Cancana, hoy en día bajo el agua de la represa Porce III, pues los trabajos de la carretera Medellín – Amalfi, apenas iban en el sitio el Mango.

Batallón Palacé en Buga

En la Cancana pues, cogí un carro escalera y estuve antes de la hora indicada en Barbosa. Cuando llegó allí el tren que ese día hacía el recorrido Puerto Berrío – Medellín, más de ciento ochenta jóvenes del Nordeste Antioqueño y listos a prestar el servicio militar, acabamos de arrimar en ese tren a Medellín. Y en ese entonces, en la estación San Juan del ferrocarril de Antioquia, fuimos subidos en camiones del ejército y llevados ya de noche al batallón de infantería nro. 10 coronel Atanasio Girardot, ubicado en el oriente de esta ciudad, Medellín. Y luego, esa misma noche fuimos embarcados en buses del expreso Trejos de Cali con destino a diferentes lugares o batallones: un grupo para el batallón Pichincha de Cali, otro hacia el batallón Codazzi de Palmira, y a mi me tocó con un grupo de más de sesenta jóvenes para el batallón de artillería nro. 3 Palacé, hoy en día batallón de artillería nro. 3 «Batallón» Palacé, con sede en la ciudad de Buga, Valle del Cauca.

Como resultamos ser muy pocos para ese batallón principalmente porque en el centro y el norte del departamento del Valle del Cauca se libraba una guerra civil intensa entre liberales y conservadores, a la semana siguiente llegaron al batallón Palacé más jóvenes procedentes de Buga y Tuluá y del departamento de Caldas y, de esta manera, se engrosaron más las filas nuestras hasta completar una compañía de ciento sesenta hombres divididos en secciones de cuarenta soldados nuevos o reclutas, pasando a ser nosotros en ese batallón, como el tercer contingente de 1960.

Los Pájaros del Valle del Cauca

A nosotros como soldados recién ingresados al batallón Palacé, según nos dieron a entender en sus instrucciones los oficiales y suboficiales; como también nos comentaron algunas personas de las zonas urbanas, Buga, Tuluá, entre otras, y personas de zonas rurales del norte del Valle del Cauca, con quienes logramos conversar: durante los gobiernos de Mariano Ospina Pérez, Laureano Gómez, Roberto Urdaneta Arbeláez e inclusive durante la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla, y de la junta militar, se dio un accionar contra los liberales del Valle del Cauca demasiado asfixiante, despiadado, delictivo y cruento, por grupos de individuos a los cuales la gente solía llamar «pájaros», porque estos tipos cometían las masacres muy rápido y asimismo huían: muy rápido.

Estos grupos armados e ilegales estaban conformados por campesinos y también por habitantes de las ciudades y pertenecían al partido conservador y los financiaban caciques de dicho partido y su misión, como se reitera, era la de asesinar, aniquilar e intimidar personas de filiación liberal. Sobre esta ola de asesinatos o depredación, los gobiernos en referencia, como se sabe, no hicieron absolutamente nada, se hacían los de la vista gorda así corrieran ríos de sangre como ocurrió en el Dovio, norte del Valle, cuando una terrible cuadrilla de asesinos, «pájaros», a mediados de la década de 1950 barrió o asesinó a todos los liberales de dicho poblado, pasando a ocupar, además, sin que nadie dijera nada, sus tierras.

Lo anterior tiene que ver mucho con la pasividad como jefe de gobierno del señor Alberto Lleras Camargo, quien tampoco hizo nada para darle solución efectiva a la violencia partidista que en ese entonces no sólo se daba en el Valle del Cauca, sino en Colombia, o sea, cuando él subió al poder en 1958, frente nacional, también se hizo el de la vista gorda respecto a la violencia que contra los conservadores ya estaba bien consolidada por parte de cuadrillas liberales también peligrosísimas.

Por ejemplo, cuando nosotros llegamos al batallón Palacé el 30 de agosto de 1960 como integrantes del tercer contingente de ese año, las masacres o asesinatos individuales contra personas de filiación conservadora, eran por doquier. Prueba de eso es que muchos de nosotros con apenas un mes en filas y ya patrullando regiones como Barragán, Monteloro, entre otros, y no sólo eso, sino haciéndonos presentes en donde tipos como Carlos Gustavo Espitia Valderrama, alias el «mosco», le decían así porque hacía una masacre en un sitio y al momentico hacía otra en otro lugar; bandolero liberal bastante demencial él, al mando de un a cuadrilla de más de veinticinco hombres, no descansaba en cometer una y otra atrocidad, como ocurrió una vez en jurisdicción del municipio de la Victoria, lugar en donde asesinó a toda una familia campesina y conservadora, compuesta por el padre, la madre, una niña y dos niños, siendo tanto el sadismo o crueldad del tipo que le ordenó a algunos de sus compinches que las cabezas de los padres las ensartaran en sendas puntas de dos polines, quedando a la vez con las caras como mirando a sus hijos también muertos tirados en el patio de la casa en donde vivían.

Ante esta clase de escena se quedaba uno sin palabras, sólo se sentía, no obstante ser los forajidos tan peligrosos, un deseo vehemente de encontrarse uno con tipos asi tan brutales, o asi tan bestiales. Aunque nosotros también sabíamos que además de su peligrosidad, las armas que portaban eran mejores que los fusiles tiro a tiro de nosotros. Todavía me acuerdo del número del fusil que me dieron de dotación: era de perilla y de tiro a tiro, le introducía uno cinco cartuchos y luego a disparar de a uno, era número 4041, me acompañó hasta que me vine el 30 de agosto de 1962. Hay veces que hago ese número en chance, pero nada que ganó.

Zarpazo

Durante los dos años de servicio militar que presté en ese batallón fue haciendo malabarismos para no ir a morir en manos de bandoleros. A principios de 1967 en esa región del norte del Valle a Miguel Angel Rodas Rúa sí casi lo mata un tipo de esos, Conrado Salazar García, alias Zarpazo. Cuando eso Miguel prestaba su servicio militar en el batallón Vencedores de Cartago, Valle.

Esa vez en Coloradas, municipio de Sevilla, este bandolero con su cuadrilla liberal, dio muerte a trece soldados, a un teniente de apellido Jiménez y a un sargento. Pero el resto de soldados se reorganizaron y fueron a la carga y lograron dar de baja a veinticinco de estos individuos. Después el tal «zarpazo» fue ubicado y muerto por ejército en Corinto, Cauca.

El presidente que sí ordenó exterminar esas cuadrillas de bandoleros, fueran liberales o conservadores, fue Guillermo León Valencia. Y así se cumplió, durante sus cuatro años de su gobierno, cayeron tipos como Chispas, Desquite, entre otros.

A Zarpazo le decían así porque a la persona conservadora que agarraba la despedazaba, nacido en el municipio de Obando, del mismo Valle del Cauca. El tipo era un criminal o sanguinario, pero como él solo él. Conforme murió el «mosco» en mayo de 1961, «zarpazo» tomó el mando de la cuadrilla y su intención ya no era sólo como la del «mosco» de asesinar personas de filiación conservadora, sino, además, el de tomar revancha o venganza contra la fuerza pública, lo cual como es lógico suponer, por la caída de su antiguo jefe el «mosco». Este personaje con frecuencia emboscó patrullas de los batallones Codazzi, Palacé y Vencedores, aumentando bastante el asesinato de soldados. Al batallón Palacé por ejemplo semanalmente llevaban militares muertos o heridos en combates contra la cuadrilla de este criminal. Me acuerdo por ejemplo de un soldado de origen afro que llevaron lesionado en la columna por un balazo de fusil famage, eso fue a principios del mes de octubre de 1961, era un muchacho que seguro no tenía aún los 18 años de edad y después de la debida atención médica, quedó recluido en la enfermería del batallón Palacé, y debido a que uno como centinela en dicha enfermería se le facilitaba conversar de vez en cuando con los soldados incapacitados o enfermos, él me comentó que cuando un grupo de soldados de dicho batallón, Palacé, patrullaba por los lados del río la Vieja en el norte del Valle, fueron atacados por gente de «zarpazo», entonces ellos se lanzaron a tierra de una y permanecieron tendidos por espacio de más de media hora, al cabo del cual el suboficial comandante de la patrulla le dijo a él, quien era el que iba adelante, que con mucho cuidado avanzara unos cinco metros y permaneciera tendido en el suelo en el nuevo sitio a ver que ocurría. Pero que él se equivocó y pensó avanzar con los pies, pero al levantar un poco el pecho, recibió el tiro de fusil, cuyo proyectil le lesionó gravemente la columna vertebral dejándolo parapléjico. Y que después de sus compañeros, eran dos suboficiales y quince soldados, responder al ataque, comprobaron que el grueso de la cuadrilla de delincuentes hacía rato había huido, dejando sólo a un francotirador, quien fue el que lo hirió a él, con el fin de que distrajera a la tropa y de esta manera evitar la persecución o neutralización de la cuadrilla. Pero lo más impresionante respecto a este soldado, de quien no recuerdo su apellido o nombre, fue que su madre, quien, según él, vivía en Cali, no pudo ser hallada en esa ciudad, y unos tres meses después el soldado se agravó por las lesiones sufridas y murió en un centro hospitalario de la misma ciudad de Cali.

«Zarpazo», además, en cuanto al exterminio de gente de filiación conservadora, utilizó más que todo un método de engaño, es decir, valiéndose de sus compinches a muchas personas las hizo ir a donde él estaba y seguro que por ingenuidad o temor, la gente se comía el cuento en el sentido de que «zarpazo» quería dialogar con quien fuera. Pero no era tal el asunto. Cuando el ciudadano estaba ante él, si era conservador, le hacía hacer las torturas más inmisericordes y así le hacía «cantar», ese era el término, «cantar», a la vez todo lo que la víctima tenía que ver con el partido conservador, con el hogar, con sus pertenencias, e informar sobre el partido político o concepción de sus vecinos. Y una vez logrado el propósito de «zarpazo» con respecto a la persona, procedían a degollarla o decapitarla. Y aún más, ya muerto el paciente, la cuadrilla se dirigía a la casa del muerto y mataban a toda su familia. Fueron muchas las pruebas existentes en el sentido de que estos tipos cogían a los niños, niñas de una piernita, los lanzaban hacia arriba y al caer las criaturas se ensartaban en los machetes o bayonetas de sus victimarios, quienes decían: «este ya no será un h … «godo» más». Y también a las mujeres embarazadas les sacaban las criaturas del vientre, e igualmente le daban muerte a los bebés lanzándolos hacia arriba y aparándolos en armas blancas o cortopunzantes. Y como se sabe, lo mismo ocurría con los pájaros y policías chulavitas, cuyas cuadrillas de filiación conservadora, no eran menos peligrosas que las cuadrillas de bandoleros liberales. Sin lugar a dudas, como lo afirman expertos de la violencia en Colombia, se dio fue una guerra civil partidista no declarada.

«Zarpazo» operó principalmente en el norte del Valle del Cauca, Quindío y Caldas, pero fue difícil neutralizarlo porque al igual que el «mosco», tenía gente que le colaboraba por doquier. Apenas en febrero de 1967 fue ubicado por el ejército en el sitio Coloradas, cerca del río la Vieja en el norte del Valle. Allí, después que su cuadrilla asesinó al teniente bogotano de apellido Jimenez, al sargento Romero Balcazar Oscar, nacido en Cartago, Valle, y a trece soldados, todos ellos del batallón Vencedores; y murieron además veinticinco bandoleros de su temible cuadrilla, «zarpazo» huyó despavorido al municipio de Corinto, departamento del Cauca, lugar en donde tropas del batallón Codazzi de Palmira, Valle del Cauca, le dieron de baja.

En esa refriega o combate de Coloradas estuvo mi hermano Miguel Angel, cuando eso él prestaba su servicio militar obligatorio en el batallón Vencedores de Cartago. En ese entonces, Miguel estuvo en bastante peligro, pues, como se dijo, murieron además de un oficial y un suboficial, trece soldados.

El Mosco

A mediados del año 1960, o sea, poco tiempo antes de ser integrado el tercer contingente de ese año al batallón Palacé, el mencionado Carlos Gustavo Espitia Valderrama, alias el «mosco», natural de Sevilla, Valle, al mando de su cuadrilla había emboscado en el norte del Valle del Cauca una patrulla del batallón Palacé de Buga y dado muerte a un sargento y a siete soldados. Por esto y, además, por la serie de masacres o asesinatos cometidos en personas de filiación conservadora: uno de sus métodos era por ejemplo llegar a una finca con planilla en mano, hacer formar a los trabajadores, llamar a lista y aquellos que resultaban ser conservadores eran amarrados y llevados luego a un rastrojo, cañaduzal o sitio despoblado y allí eran despedazados a punta o filo de machete, o les hacía el corte de franela o los degollaba o decapitaba; como también, por violación de mujeres, niñas especialmente, y despojo de tierras a campesinos, el tipo era tenido pues como objetivo de alto valor por el ejército nacional. De ahí que desde que nosotros llegamos a dicho batallón nos hicieran poner las «pilas» no sólo sobre el tipo alias el «mosco», sino, además, sobre una serie de individuos de similar índole o calaña, los cuales se necesitaba fueran capturados, ubicados o neutralizados en el menor tiempo posible.

En la instrucción que recibimos algunos de nosotros por parte de un señor capitán de apellido Gamba, bastante tropero el hombre, antes de salir a patrullar por regiones como Barragán, Monteloro, entre otros, nos decía que el servicio de inteligencia del ejército había detectado que la cuadrilla del «mosco» portaba además de suficientes armas blancas, carabinas kiraly o san cristobal, calibre punto 30, con proveedores de 25 cartuchos; pistolas colt 45, proveedores de 7 cartuchos; escopetas winchester, calibre 12, de un cañón; escopetas winchester de doble cañón, calibre 12; escopetas winchester para cinco disparos seguidos; revólveres colt 38 largo y 38 corto; así como una buena cantidad de granadas de mano tipo piña. Y que se sabía además que su cuadrilla estaba compuesta por más de treinta hombres en armas y que con frecuencia este grupo hacía incursiones en veredas de poblaciones del centro del Valle del Cauca, como a Tuluá y Buga. Asimismo de que el «mosco» pagaba hasta tres mil pesos a quien le colaborara con información sobre la presencia de personas de filiación conservadora, así como sobre posibles acciones militares en su contra por parte de miembros del ejército nacional.

Como se ve, así las cosas, no era fácil dar con el paradero del tipo o de su cuadrilla. Inclusive, se decía también que comités liberales de algunas ciudades como Cartago por ejemplo, por simpatía o por temor, estaban a su servicio; y que militares amigos, suboficiales o soldados, del batallón vencedores de Cartago le suministraban armas y municiones. No obstante, en el mes de mayo de 1961 después de un agente secreto haber infiltrado su cuadrilla y detectado sus movimientos, tácticas o estrategias, el bandolero Carlos Gustavo Espitia Valderrama, alias el «mosco», cayó abatido por las balas oficiales en el municipio de Obando del departamento del Valle del Cauca, sitio que por bastante tiempo fue víctima de su bandidaje: masacres, principalmente.

Las personas en general a este tipo lo consideraban muy inteligente, argumentaban que no éramos capaces de capturarlo, ya que siempre solía escabullirse casi que dentro de nuestras manos. Pero no hay tal, lo que ocurría era que tenía mucha gente colaborándole. Después del tipo morir los comentarios eran de que en las zonas urbanas hasta los empleados de juzgados lo mantenían suficientemente informado para que no lo fueran a capturar. Y algo similar ocurría en las zonas rurales, allí eran los finqueros los encargados de ser fieles cómplices de tan macabro personaje. Por lo tanto, cuando uno estaba en algún operativo contra el tipo, no podía uno confiar en nadie. El capitán Gamba apenas le decía a uno: «En lo único que se puede confiar en este momento es en el fusil, en este caso, ese es su padre, es su madre, creámelo».

Celedonio Vargas

Celedonio Vargas quien había marchado a Planadas junto a Chispas a mediados de los años cincuenta, estaba de vuelta en el Quindío. Conformó una cuadrilla numerosa que dividió en dos bloques: una al noroeste de Sevilla, en Totoró y la otra al suroriente de Sevilla, en Cumbarco, capitaneada por Metralla y Carnaval, quienes habían llegado de Amoyá, en el Tolima. La cuadrilla empezó a matar policías sin perseguir a campesinos ni liberales ni conservadores. Su prestigio entonces creció, la población de campesinos liberales que lo veía como un protector, le prestaba ayuda. La falta de una instrucción ideológica, ya que eran casi todos analfabetas, solamente unidos por un destino común, de ser perseguidos o víctimas de la Violencia, produjo hechos de bandidismo. El 25 de agosto de 1958, Metralla fue linchado y muerto en Cumbarco por sus desmanes contra la población. Esto debilitó la cuadrilla de Celedonio que vió como los enfrentamientos internos de las cuadrillas y sus acciones de bandidismo habían hastiado

a los pobladores de la región. Algunos bandoleros de la zona de Cumbarco se pasaron a la cuadrilla de Paticortico. Celedonio se centró entonces más en el grupo de Totoró y mantuvo estrecha relación con las bandas de El Mosco, Puente Roto y Zarpazo. El 27 de junio de 1961, en enfrentamientos con el Ejército en el sitio La Selva, El Cedral, en Génova, fue muerto Celedonio Vargas. Los demás miembros de la banda se unieron a las numerosas cuadrillas liberales de la región. Cuadrilla de Celedonio Vargas. Su banda estaba integrada además

por Vicente Gutiérrez; Alberto Cardona Patiño; Jose Ildebrando Restrepo Pedrito; Luis Alberto Martínez Rubio Rasguño; Medardo Bernal y Heber Alvarez Urrego, entre otros.

Johnny Delgado Madroñero (2011, p. 122)

Entre individuos tenebrosos, tales como Efraín González, conservador, Melquisedec Menco Camacho, conservador; William Angel Aranguren, alias «desquite», liberal, Jacinto Cruz Usma, alias «sangrenegra», liberal, Teófilo Rojas, alias «chispas», liberal, y muchos otros, los cuales al mando o como integrantes de terribles cuadrillas delinquían o venían con este fin al centro y al norte del Valle del Cauca, en los primeros años de la década de 1960, entre ellos no podía faltar Celedonio Vargas Gómez, liberal, tipo éste experto además en amaestrar perros en contra de las patrullas de soldados o policías y de esta manera no sólo evitar ser capturado o neutralizado, sino para que se le facilitara también asesinar o dar muerte a miembros de las fuerzas armadas, como ocurrió en el norte del Valle en diciembre de 1962 con el cabo segundo del batallón Palacé de apellido Vaca, natural de Tuluá; y con el cabo segundo del mismo batallón en la misma región a mediados del año 1963, de apellido Archury, nacido en Segovia, Antioquia. Estos dos suboficiales, reitero, pertenecieron lo mismo que yo al batallón Palacé de Buga e hicimos parte del tercer contingente de 1960. Y sobre sus muertes me di cuenta por los medios de comunicación, y años después los hechos me fueron corroborados por intermedio de compañeros de dicho contingente como pasó con el conductor de transportes Segovia, Guillermo Jaime Solís Gómez, amalfitano, en el año 1969, quien estando yo en ese entonces, como policía en Yalí, Antioquia, me comentó acerca de la muerte del cabo segundo Vaca en el norte del Valle en diciembre de 1962 por parte de la cuadrilla de Celedonio Vargas Gómez, tipo que, según Guillermo Solís, se valió esa vez de un perro para descubrir al grupo de soldados que lo buscaba, dispararle a los mismos y causarle así la muerte al suboficial.

Y sobre la muerte del cabo Archury quien me la confirmó fue otro conductor de transportes Segovia de nombre Miguel Angel Prisco, segoviano. Me acuerdo yo que en determinado día del año 1985 me correspondió viajar en el bus que él conducía entre Segovia y el Bagre y entonces aproveché la oportunidad para preguntarle respecto a la muerte del cabo Archury, y me dijo que la cuadrilla de Celedonio Vargas Gómez lo había matado en el norte del Valle en 1963, pero que no sabía cómo habían ocurrido los hechos.

Como te comenté en documento anterior, cuando en 1962 Guillermo León Valencia, fue elegido presidente de Colombia, le ordenó a la fuerza pública exterminar esas cuadrillas de bandoleros. De ahí que principalmente el ejército haya intensificado la lucha contra dichas cuadrillas de forajidos sin importar su filiación política o partidista. Fueron muchos entonces los bandoleros muertos, heridos o capturados por la tropa durante ese gobierno en regiones o departamentos como Cundinamarca, Boyacá, Tolima, Huila, Quindío, Caldas y el norte del Valle del Cauca. Que yo recuerde, según los medios radiales, entre otros, cayeron «chispas», Melco Camacho, «cenizas», «desquite», «sangrenegra», Efraín González. Pero también fueron muchos los militares o policías que ofrendaron sus vidas o fueron muertos durante esa lucha, o resultaron heridos de consideración. Por ejemplo, los dos suboficiales anteriormente citados, con quienes, además, entre otros soldados en el mes de enero de 1961, fui seleccionado por el comando del batallón Palacé para adelantar curso de suboficial en el batallón Junín de Popayán, hoy batallón de infantería Nro. 7 general José Hilario López, pero al hacernos presentes allá, las directivas del curso o de esa escuela de suboficiales, no me aceptaron a mi por no tener aprobado el quinto grado de educación primaria. Entonces, me devolví tranquilo al batallón Palacé, e igualmente estuve tranquilo cuando en el mes de julio de ese mismo año regresaron mis compañeros, entre ellos, Vaca y Archury, ya graduados como suboficiales o cabos segundos, pues me puse a ver que al año siguiente, agosto, saldría yo de nuevo a la vida civil después de prestar sin ningún problema mi servicio militar obligatorio. O sea, que no me afectó el «están verdes» que tuvo que decir la zorra con respecto a las uvas cuando no las pudo alcanzar por estar muy altas.

Desde mi punto de vista, Celedonio Vargas Gómez era un tipo enigmático, en el batallón Palacé se sabía que le gustaba andar bien vestido y usar sombreros y relojes finos y no le agradaba portar armas largas o de largo alcance como fusiles,escopetas o carabinas, sino una o dos pistolas colt 45. Y por otra parte, su cuadrilla la conformaban sólo dos ó tres tipos más fuera de él y además solía eludir el combate. De ahí que por donde se desplazaba hacía amarrar perros en sitios estratégicos para que le avisaran o delataran la presencia del ejército. Para lo que si no tenía escrúpulos era sobre el asesinato de conservadores en el centro y norte del departamento del Valle del Cauca. Y si a partir de fines de 1962 enfrentó o atacó a la tropa, debió haber sido por la presión que de acuerdo a la orden del presidente Valencia, ejerció en esa época el ejército contra el bandolerismo.

Sobre este Celedonio Vargas Gómez en últimas no supe de qué lugar exacto del Valle del Cauca era. Tampoco me di cuenta qué fin tuvo, si fue capturado o qué … Y también es del caso hacer referencia en este escrito que la mayoría de estos bandoleros, liberales o conservadores, en su niñez, como se sabe, les fueron asesinados sus padres e incluso toda su familia, como ocurrió por ejemplo, con Teófilo Rojas, alias «chispas», quien apenas con doce años de edad, le sucedieron hechos así de macabros.

Atentado al Batallón Palacé

Apartes de la información que el diario El Espectador, por medio de su corresponsal Manuel Guevara T., dio a conocer a Colombia y al mundo el día 26 de diciembre de 1961 sobre el atentado terrorista en el Batallón Palacé de Buga, Valle del Cauca, la noche del 24 de diciembre de ese año.

«En el casino de suboficiales del Batallón Palacé se venía celebrando con gran pompa y regocijo la novena de aguinaldos. Noche por noche, además del personal militar, asistían personas civiles, y en especial niños, para solaz de su espíritu con la representación de cuadros artísticos y conjuntos que entonaban los alegres villancicos, como también para admirar los fuegos artificiales. Obviamente, la noche del 24 había sido preparada con mayor brillo y solemnidad, permitiéndose para ello sin control alguno el acceso de gentes. Así, la enorme plaza de armas del Palacé se vio colmada hasta sus topes. El rezo de la última noche de la novena lo efectuó el capellán. Eran aproximadamente las 9:30 de la noche cuando después de las presentaciones de hermosos cuadros navideños y de las entonaciones de alegres villancicos, se dio comienzo a las quemas de los castillos, principal atracción de la festividad. La quema de los fuegos pirotécnicos fue admirada con entusiasta admiración por lo miles de personas congregadas, sin pensar que segundos más tarde la muerte extendería su manto trágico».

Violenta explosión

«Cuando el personal militar y los centenares de personas civiles congregados comenzaban a retirarse, se produjo lo inesperado. Una fuerte explosión se escuchó y a ésta siguieron innumerables cuadros: cuerpos mutilados volaban a varios metros a la redonda, mientras en el espacio sólo se escuchaban los alaridos de angustia y dolor. La confusión inicial no permitió apreciar la macabra magnitud de la tragedia. Hubo de transcurrir algunos minutos para tener ante los ojos de los allí presentes, con sus nervios dominados, la realidad de una espantosa tragedia».

Lo narrado anteriormente, a excepción de la ponderación en cuanto a los miles de personas en la plaza de armas del batallón Palacé, es cierto: en ese entonces, las afirmaciones del corresponsal del Espectador, señor Manuel Guevara T., son acordes con las escenas que lastimosamente se vivieron esa noche en el Palacé.

Testimonio de Reinaldo

Esa noche yo en compañía de otros siete soldados llegamos al Batallón Palacé procedentes de Andalucía, Valle, pues en la tarde de ese domingo 24 de diciembre de 1961, nos correspondió escoltar una remesa de alimentos para un personal de soldados que prestaban sus servicios en ese municipio de Andalucía.

Una vez estuvimos en el Palacé, eran por ahí las nueve de la noche, pasamos al comedor y la comida, por ser nochebuena, fue más abundante y mejor. Cuando terminábamos el alimento cada quien se dirigía al respectivo dormitorio con el fin de guardar sus platos y cubiertos. Yo fui el último en salir del comedor e iba detrás del soldado Mario Omar Ospina Valencia. Pero al llegar al sitio, o sea, al frente de donde aparece un carro estacionado, ver foto de Alvaro E. Castro, para el País, él, Ospina Valencia, siguió y bajó las escalas. Yo, por el contrario, me quedé en la parte de arriba viendo un castillo que en la plaza de armas terminaba de lanzar luces. En ese momento se presentó la explosión, fue tremenda. Y considero que yo no recibí daño, gracias a los muros adyacentes al sitio en donde me encontraba. Creo que caí al suelo debido a la onda explosiva, pero esto no lo recuerdo bien. Lo que sí es cierto es que los platos y cubiertos que llevaba en mis manos, desaparecieron, no los pude encontrar después. Y cuando se me pasó un poco el aturdimiento y se levantó un poco el humo e incluso el polvo, y pude ver, noté a dos personas civiles caídas junto a mi, pero no percibí si eran hombres o mujeres, o hombre y mujer, no obstante, si me di cuenta que se levantaron del suelo. Y entonces arranqué para el dormitorio a sacar mi armamento, pues creí que se trataba de un ataque al batallón por parte del bandidaje. Mi desplazamiento hacia el dormitorio fue rápido, pero en el recorrido vi al soldado Ospina Valencia tirado en el suelo con la cara destrozada por las esquirlas y en medio de una charca de sangre. Vi o comprobé que él estaba muerto y que en ese momento debido a las circunstancias, por parte mía con respecto a mi compañero nada podía hacer.

Miré al resto de la plaza de armas, y las escenas eran desgarradoras: muchas personas caídas quietecitas, otras tratando de pararse y volvían a caer y otras con las piernas destrozadas pidiendo agua, y además,lloraban, se lamentaban y lanzaban gritos de dolor. Seguí entonces mi carrera hacia el dormitorio y cuando entré en él, encontré al soldado Jorge Isaac Garcés Medrano tendido sobre su catre y también lesionado de gravedad por una esquirla en el muslo de su pierna derecha. Junto con otro soldado de quien no recuerdo su nombre, le colocamos o amarramos a manera de torniquete, una tira o pedazo de sábana en la parte de arriba de la herida para que no sangrara más.

Cuando salí de nuevo a la plaza de armas, el panorama me pareció aún más desolador: gente, principalmente niñas y niños heridos y tendidos en el suelo llorando y muriéndose. Me acuerdo que en ese momento, menos mal, un teniente en traje de civil y de apellido Garavito llegó a donde mi muy asustado y me preguntó: ¿¡Qué pasó!? Le dije que se había presentado una explosión y que mirara que eran muchas las personas muertas y heridas entre militares y personal civil, pero que no sabía algo más. El teniente Garavito entonces salió en carrera con dirección al casino de oficiales, y no se si habló con el coronel comandante del batallón de nombre Campo Elías Duarte, o qué, porque al momentico alguien autorizó comenzar a llevar personas lesionadas a centros hospitalarios de Buga, Tuluá, Palmira e inclusive Cali.

Yo entonces me eché mi fusil a la espalda y me dediqué con más personas, entre ellas soldados, a subir heridos en carros particulares que procedían de Buga. Como también, viajé esa noche acompañando a heridos en vehículos, dos veces a hospitales de Buga, una vez a Palmira, y una vez, ya en la mañana del día 25 de diciembre de 1961, a la ciudad de Cali.

En otro sitio en donde se presentaron innumerables manifestaciones de preocupación o angustia o dolor por parte de los familiares de las víctimas, fue en la guardia o entrada principal del batallón. Era una proeza o hazaña salir por ahí con los heridos. Las personas en busca de sus seres queridos, se lanzaban a los vehículos. Menos mal, los militares que estaban esa noche de guardia supieron manejar las situaciones o dificultades y así el traslado de los lesionados a los hospitales, se pudo llevar a cabo sin mucha interrupción.

En horas de la tarde de ese 25 de diciembre de 1961, regresé de Cali al Batallón Palacé, y al encontrarse allí personal de la emisora Caracol o de su afiliada Radio Guadalajara de Buga, informando a Colombia sobre los militares y civiles que resultaron ilesos la noche anterior, me hice anotar o inscribir. Y en Amalfi por ejemplo, más que todo Belarmina Rúa Piedrahita al escuchar la noticia que sobre mi transmitieron en el sentido de que a mi no me había ocurrido nada malo, sintió un alivio significativo, según me dijo ella meses después.

Entre soldados que resultaron lesionados la noche del atentado terrorista en el Palacé, varios de ellos antioqueños, y pertenecientes al segundo contingente de 1960, yo era del tercer contingente del mismo año, y con quienes hice parte de la PM, policía militar, del Batallón Palacé en esa época, pero quienes después de ser llevados al hospital militar de Bogotá no regresaron al Palacé, estuvo el soldado Rivera Higuita Mario, con quien años después o en 1979, me vi en Medellín. Me dijo él en ese momento que trabajaba en DECYPOL, departamento de estudios criminológicos y de policía, pero que sentía molestias de salud por la esquirla que desde el atentado terrorista del Palacé llevaba en su cuerpo, más concretamente a la altura de la ingle derecha, y sobre lo cual los médicos del hospital militar en Bogotá le habían dicho que la esquirla estaba en una parte muy delicada y peligrosa para extraerla. En fin, me despedí de él y no lo volví a ver. Pero unos cinco años después un amigo de él, de quien tampoco recuerdo su nombre, me dijo que a Mario Rivera Higuita, debido a esa esquirla le había dado cáncer, el cual le hizo metástasis y le quitó, en poco tiempo, la vida.

Autor material

Y respecto al autor material del atentado, Gustavo Nest Barabas, natural de Buenaventura, de padre alemán y madre polaca, yo con él no llegué a tratar, pero si noté que era muy puntual y responsable con su trabajo de talabartero en el batallón. Difícil creer que fuera un tipo maleante que estaba infiltrado en el Batallón Palacé como talabartero. Pero las investigaciones de las autoridades así lo demostraron.

Es decir, el hombre pertenecía y cumplía órdenes del grupo ilegal MOEC, movimiento obrero estudiantil campesino. O como se dijo en las noticias de la época: «Movimiento de izquierda que surgió en la ciudad de Cali para derrocar a las oligarquías colombianas a través de la violencia». A él se le solía llamar Nest, como ocurre en el ejército, que sólo se llaman a las personas por su apellido o por su primer apellido. Y la noche que prendió o estalló el fatal artefacto, el cual tenía además grapas, clavos, puntillas, entre otros, le salió también cara su bárbara intención, pues esa bomba a él también lo volvió pedazos, tanto que al otro día encontraron en uno de los techos adyacentes a la plaza de armas, un zapato o especie de bota con un pie y parte de la pierna pertenecientes a este individuo.

Mira, este Nest por lo que pude observar, no era una persona imperiosa, a pesar de tener una mirada profunda como se puede ver en la foto del Espectador o del País. Casi todo mundo era: Nest por aquí, Nest por allí, lo que indica que era una persona servicial en la talabartería del batallón. Tenía por ahí unos 50 años máximo, por ahí de 1,80 de estatura, cuerpo atlético, caminaba con estilo o marcialidad militar, creo no equivocarme si afirmo que debió haber sido militar. El error mío fue que jamás lo llegué a tratar. Era casado, pero ignoro si tenía hijos. Yo lo veía como una persona correcta. Tanto que me pareció increíble que se haya dejado manipular para que cometiera ese caso tan terrible. Por otra parte, era inexperto para manejar o manipular la clase de bomba que construyó, pues las consecuencias lo demuestran.

Hay que tener en cuenta que entre los soldados también se comentaba después que en la acción terrorista del Palacé, había tenido que ver también Teófilo Rojas, alias «chispas». Pero esto no pasó de comentarios. Además, los investigadores concretaron fue la intervención del MOEC. Chispas venía con frecuencia al norte del Valle del Cauca, y era un tipo peligrosísimo, avezado en la lucha armada contra conservadores y contra miembros de la fuerza pública, y en su cuadrilla, según se decía en el batallón, tenía incluso ametralladoras. En todo caso, el comentario era que este individuo había dado una buena cantidad de dinero para que se realizara dicho atentado. En fin, haya sido el atentado por el MOEC, o por «chispas, o por el MOEC y «chispas», el secreto quedó vuelto trizas junto con Nest, quien también, debido a la bomba que estalló, quedó también vuelto pedazos, trizas.

Ocho días después de estos macabros acontecimientos en el Palacé, el número de muertos era de 64; y el de heridos, muchos de ellos aún hospitalizados, era de 132.

Y cuando yo terminé de prestar el servicio militar obligatorio y salí licenciado el 30 de agosto de 1962, todavía estaban detenidos en el Batallón Palacé, un sargento vice-primero de origen costeño, y un soldado caldense, quienes para la época de los hechos, eran armeros del Palacé y, según los investigadores, con mala intención o no, le facilitaron a Nest un tubo de hierro, o sea, el tubo con el cual cometió Nest, el atroz dolor o inhumano asesinato colectivo.

La Violencia

Esa noche del atentado terrorista, yo por ejemplo debí haberme ido a tomar posición de defensa del batallón en un sitio ubicado frente a la carretera que de Buga va con dirección a un poblado pequeño situado al norte de Buga llamado la Habana.

Todos los soldados que pertenecíamos a la policía militar del batallón, teníamos lugares asignados a los cuales debíamos ir de inmediato en caso tal de un ataque de los bandoleros o de la delincuencia organizada. Es decir, si cuando este tipo Nest estalló la bomba sus compinches hubieran atacado el batallón, a mal que la habríamos pasado el resto de soldados que quedamos ilesos. La confusión era total.

El capitán que murió estaba de oficial de servicio del batallón, lo mismo el cabo segundo que también murió, estaba de suboficial de servicio. Y varios de los soldados antiguos o veteranos de la policía militar resultaron heridos. Y los soldados que estaban de guardia no podían abandonar sus puestos. Por eso el teniente Garavito tuvo que recorrer bastante trayecto para ir hasta donde yo estaba a preguntarme qué había pasado. Lo que indica que habían muy pocos soldados o militares en pie de lucha. Pero también hay que tener en cuenta que dado ese ataque terrorista, fueron muchos los militares muertos o heridos.

Otro asunto que a mi me pareció deficiente es que no fui llamado a declarar. Incluso, no me di cuenta cuando se hizo investigación ahí. Debió haber sido que estuvieron en la mañana del día 25 de diciembre cuando yo estaba en Cali llevando lesionados. De lo contrario, yo no supe de investigadores.

Los soldados comentaban que «chispas» había tenido que ver con el atentado, que incluso había dado una buena cantidad de dinero. Y es probable porque «chispas» era un tipo muy vengativo, y seguro no estaba muy contento porque el ejército en mayo de ese año 1961, en Obando, infiltró y dio de baja al «mosco», tipo éste también de filiación liberal como «chispas» y de su misma calaña.

Pero como te he dicho, durante el gobierno de Guillermo León Valencia, o sea entre agosto de 1962 y agosto de 1966, la fuerza pública, principalmente, el ejército, recibió la orden de exterminar todas esas cuadrillas, y entre muchos bandoleros que perecieron, murieron también sus jefes, entre ellos, «chispas», «sangrenegra», «desquite», Efraín González, Menco Camacho, tipos estos totalmente sanguinarios.

Con seguridad que el asesino León María Lozano, del cual nos habla Alvarez Gardeazabal en su libro Cóndores No Entierran Todos Los Días, se quedaba corto como asesino o sanguinario al lado de tipos como los que te menciono. Y para dar de baja a estos tipos al ejército le costó duras luchas y vidas. Por ejemplo, contra Efraín González, en Bogotá, la lucha, según los medios de comunicación, comenzó a las nueve de la mañana de determinado día, y como el tipo había sido militar y sabía manejar muy bien las armas y hacer rendir la munición, se llegaron las siete de la noche y 100 soldados boliándole plomo todo el día y sin poder hacerlo rendir o darle de baja. Hasta que el tipo resolvió huir y se disfrazó para tal fin. Y me parece que fue de señora que el tipo se disfrazó y casi que se va. Eran las ocho de la noche. Menos mal, un soldado notó que sus movimientos o caminado eran bruscos y que no correspondían a los de una dama, entonces, lo frenó en seco, y el tipo fue a dispararle al soldado, pero el soldado le resultó más rápido y tuvo que eliminarlo. Esto ocurrió en 1965. Y todo el día los medios de comunicación informaron al respecto. Eso era como narrando un partido de fútbol porque el tipo cambiaba de posición y como era tan peligroso, las tropas no se arriesgaban. Y cuando se informó sobre la muerte del tipo, los conservadores se disgustaron y criticaron a las autoridades en el sentido de que se había cometido incluso dizque un abuso de autoridad con tanto show. Y en cuanto a los liberales, éstos brincaban en una sola «pata» de contentos. Es decir, el caso fue como ocurre en un partido de fútbol: Unos disgustados porque su equipo perdió el partido; y otros, brincando de contentos por la victoria.

Finca La Silvia

Y eso fue a principios del año 1963. Tenía 22 años. Eso fue después de yo salir del ejército … Yo entré al ejército en agosto de 1960. Y salí en agosto de 1962… Me quedé en Amalfi hasta que corrí una prueba atlética allá y después no me aguanté y volví a trabajar en el campo…

Y para principios del año 1963 trabajaba yo en la finca La Silvia Mira… Si hay personas, digo yo, con poderes paranormales … Por ejemplo, a mi en una finca llamada La Silvia en jurisdicción de Amalfi me lesionó una culebra llamada Patoquilla… Los compañeros campesinos no quisieron llevarme para Amalfi porque, según ellos, los médicos por no saber sobre curaciones por picaduras de culebras lo más probable era que me dejaran morir…

Me llevaron monte adentro hasta un lugar llamado si no estoy mal llamado Arenas Blancas del Cañón del Rio Mata… Yo iba a caballo y me sentía cada vez más mal: desaliento, dolor de cabeza, ganas de vomitar, muy tensionado, entre otros síntomas…

Pero de un momento a otro comencé a sentirme mejor… Y cuando el compañero que me llevaba llegó conmigo (yo iba a caballo) donde un señor por ahí de unos 80 años, el señor le dijo: Yo hace rato que lo rece para que no se vaya a agravar…! ¿Lo lesionó una Patoquilla, cierto?

Entonces me tranquilizó y de inmediato comenzó a sacarme el veneno y yo comencé a sentir mejoría… tanto que al otro día ya estaba yo aliviado en la finca donde trabajaba… o sea en La Silvia.

Yo le pregunté al compañero… recuerdo que era de apellido Cifuentes… el cual me llevó hasta donde el señor que me trató y curó… ¿Por qué ese señor sabía que me llevaban lesionado por una culebra Patoquilla…?

Me dijo que ese señor sabía mucho… Que uno no podía hablar mal de él porque se daba cuenta…

Después averigüé al respecto con otras personas y me confirmaban la versión de que el señor ¡sabía brujerías…! Recuerdo que el señor vivía solo, su casa era un rancho de paja. Pero la casa era bien organizada, era cerca del monte.

San Roque

En los primeros días del mes de marzo de 1966 me presenté en la estación de policía del municipio de San Roque, trasladado por orden del comando del distrito 3 Cisneros. Al oficial que en esa época hacía las veces de comandante no lo conocí, pues estuvo poco tiempo en ese distrito.

En San Roque trabajé hasta el mes de junio de ese mismo año 1966 y todo, dentro del servicio policial, fue normal para mi. La gente en general, me pareció afectuosa, amistosa. Y varias veces me correspondió salir en comisión con otro u otros compañeros a la vereda San José del Nare, muy productiva agrícolamente, y a la vereda Táchira; como también, a los corregimientos providencia, San José del Nus y Cristales, todo, en cumplimiento de órdenes de captura o citaciones de personas ante autoridades competentes.

El detenido Aníbal

Promediaba el mes de mayo de 1966 cuando a la estación de policía se hizo presente uno de los guardianes de la cárcel municipal de San Roque solicitando acompañamiento para llevar al hospital a un detenido de nombre Aníbal, cuyo apellido no recuerdo, el cual figuraba como sindicado de homicidio en hechos ocurridos en el municipio de Puerto Berrío. De inmediato salimos con el guardián el agente Lázaro de Jesús Rúa Bedoya y yo y al ver que el detenido estaba vomitado y con apariencia de no estar consciente, en un carro procedimos a llevarlo pronto al hospital local. Después de ser atendido el detenido por el médico, éste nos dijo que el caso no era grave, que presentaba un poco alta la presión arterial y que el malestar estomacal o el vómito era consecuencia de alguna mala comida, que por eso le había dado a tomar unas pastillas adecuadas para que mejorara la salud y que además mentalmente estaba normal, circunstancias por las cuales pasadas unas dos horas de reposo allí podíamos llevarlo de nuevo al establecimiento carcelario. Las cosas pues quedaron así: esperando que transcurrieran las dos horas de espera determinadas por el médico para regresar con Aníbal a la cárcel. Pero cuando el guardián y el agente Rúa Bedoya conversaban en uno de los corredores del hospital y yo estaba parado en la puerta o entrada de la habitación en donde se encontraba el detenido acostado en una de las camas y tapado hasta la cabeza con una sábana, éste de un momento a otro creyendo estar solo se destapó la cabeza, la levantó y con tremendos ojos miró maliciosamente hacia todas partes y, no sólo eso, sino que apenas me vio, puso otra vez cara de enfermo, se quejó y se tapó de nuevo la cabeza con la sábana. De inmediato llamé al guardián y al agente Rúa y hablamos al respecto con el médico y nos autorizó salir con Aníbal hacia el centro carcelario y cuando allí llegamos, las autoridades del penal junto con el secretario del juzgado municipal que instruía el proceso o expediente del detenido, ya habían comprobado que éste, Aníbal, con algún fin también delincuencial tomó en exceso pastillas de mejoral y así aparentar intoxicación o enfermedad. Aníbal apenas vio que las pruebas en su contra eran contundentes, confesó haberlo hecho, es decir, tomar muchas pastillas de mejoral, pero no aceptó haber querido fugarse. El detenido en esa época era una persona de unos treinta años de edad y fue capturado unos tres meses atrás por la policía del corregimiento de Cristales con base en orden de captura por homicidio expedida por autoridades judiciales de Puerto Berrío. Días después por disposición judicial de autoridades de San Roque, el mismo agente Lázaro de Jesús Rúa Bedoya y yo trasladamos a dicho detenido a Puerto Berrío y allá en un juzgado nos dimos cuenta que el detenido Aníbal en el pasado había estado encarcelado por un homicidio simple cometido en ese mismo municipio, y esta vez estaba comprometido en un homicidio aún más grave: asesinato, también cometido en Puerto Berrío.

Libro de geografía universal

Cerca al parque de San Roque una señora de unos cincuenta y cinco años de edad tenía un almacén en el cual además de vender ropa vendía libros de texto y también libros históricos, literarios. Recién llegado yo pues a San Roque le compré a dicha señora, llamada María, un libro de panorama cultural por la suma de quince pesos y cuyo autor es Antonio M. Carneiro, en donde se encuentra una breve historia de Cleopatra VII, reina de Egipto. Cleopatra VII fue la última reina de este nombre , que reinó en el antiguo Egipto. El libro aún lo preservo, ha estado conmigo por cuarenta y nueve años. Me gusta mucho dicho libro porque Cleopatra no obstante ser calculadora con sus pretendientes principalmente en lo político y, además, haberse suicidado utilizando para ello una serpiente, me parece que durante toda su vida fue muy inteligente.

Pero el caso con la señora de San Roque es que cuando le compré el segundo y último libro, en esta oportunidad un texto de geografía universal, porque de allí me fuí pocos días después, me dijo: «Primer policía que yo veo que lee».

Le dije que yo había tenido un abuelo paterno que me había hecho coger el gusto por la lectura. Me preguntó entonces, «¿hasta qué año estudió?» Le contesté que hasta quinto de primaria. «¿Y por qué no estudió más? – me dijo.

Le manifesté que desde muy niño había tenido que ir al campo en compañía del padre mío a «enfrentar las duras y las maduras». Pero que unos años después pensaba continuar estudiando, o sea, cuando lograra un traslado para la ciudad de Medellín, ya que en los pueblos no me era posible porque me trasladaban mucho. En esas entraron unas señoras al almacén a comprar algo y terminó la conversación entre la almacenista y yo, pero ya retirándose me dijo: «¡Pero ese trabajo de policía es muy peligroso en Medellín!». Entonces, como yo en esa época creía mucho en la predestinación, le contesté que «nadie se moría en la víspera», y luego me despedí cordialmente de ella y después supe que esa señora había sido maestra en varios municipios, pero no volví a su almacén, pues a los pocos días el teniente Márquez Montañés Alvaro, nuevo comandante del distrito 3 de Cisneros, me trasladó para el municipio de Guadalupe, Antioquia. Ese último libro de geografía universal que le compré a la señora me sirvió mucho para ubicar ciudades capitales en el planeta principalmente las ciudades que hicieron parte de la antigua Unión Soviética. Una lástima haber perdido ese libro, pues cuando regresé definitivamente acá a esta casa hace ya más de ocho años, encontré el libro totalmente destrozado por los comejenes o termes.

Guadalupe

En junio de 1966 llegué pues a Guadalupe y, como he dicho en escritos anteriores, los comandantes del distrito policial número 3 de Cisneros a mí me tenían en cuenta para traslados tan seguidos era por ser yo soltero. Las veces que reclamé al respecto me reiteraban: «Usted o los agentes que son solteros al viajar trasladados de un pueblo a otro sólo tienen que echarse a la espalda un bolso o un fusil al hombro o a la cintura un revólver y salir y no tienen inconvenientes. En cambio los agentes que son casados ¿qué?» Así era pues que le tocaba a uno salir para dónde lo mandaran sin refunfuñar mucho. Por otra parte, yo percibía que en general los comandantes policiales en donde me tocaba trabajar tenían de mi reputación bien cimentada, es decir, veían que me caracterizaba por la convicción, disciplina y decisión en cuanto a las actividades, proyectos o trabajos asignados. En Guadalupe trabajé siete meses y procuré estar al tanto de no ir a tener inconvenientes durante el servicio policial en la zona urbana, como tampoco en las salidas a comisión del servicio al campo. En estas comisiones del servicio a las zonas rurales uno tenía además que ser muy cuidadoso con la propia seguridad, pues se trataba de efectuar capturas o citaciones ante la autoridad competente de personas que habían infringido muchas veces la ley penal.

Cuando en Guadalupe fui a veredas como Malabrigo, El Machete, Morrón, El Mango, entre otras, era como si yo estuviera en cualquiera de las zonas campestres de Amalfi: Por todas partes se veían cultivos agrícolas, ganaderías vacuna y equina, negocios madereros, minería de oro, … Todo se notaba vital, principalmente los campesinos trabajando duro.

Allá en Guadalupe me vi con un primo hermano mio de nombre Octavio Rodas Roldán, hijo de Camilo Rodas y Etelvina Roldán. Recuerdo que me dijo que iba a ese municipio en busca de trabajo porque, según decían en Amalfi, Guadalupe había sido elevado a la categoría de municipio en el año de 1964 y debido a eso era bastante el trabajo en dicho municipio y por supuesto un buen enganche para gente o trabajadores que no fueran de Guadalupe. Que incluso Guadalupe tenía hidroeléctrica o represa llamada Troneras funcionando. Convencí a Octavio de que en ese pueblo si había mucho trabajo, pero que no era en la zona urbana, sino en el campo como yo lo había podido comprobar. Y que así las cosas, era mejor que siguiera trabajando en la parte rural amalfitana, pues en este caso, era «mejor lo viejo conocido que lo nuevo por conocer».

En horas de la tarde del día en que hablé con Octavio, él regresó a Amalfi y no me volví a ver con él. Pero en el año de 1993 supe que Octavio había muerto allá en Amalfi de un cáncer o de enfermedad terminal; como también me di cuenta que su esposa debido a la muerte de Octavio entró en depresión y falleció también unos dos años después. Cuando yo trabajé en la institución educativa Eduardo Fernández Botero de Amalfi, me correspondió darle clases de español y literatura y también de filosofía a un hijo y a dos hijas de Octavio, cursaban los grados décimo y undécimo, respectivamente. Fue en el año 2005. Los tres muy buenos estudiantes.

La gente de Guadalupe en la época en que trabajé allá era en general muy amigable y valoraba o le tenían aprecio a uno como policía. Por ejemplo, cuando comenzó la temporada decembrina de 1966 varios comerciantes e incluso cantineros iban con frecuencia a la estación de policía a manifestar sus deseos en el sentido de que querían tener una buena celebración de las fiestas de diciembre y de año nuevo, es decir, que ciudadanía y policía procuraran evitar al máximo los desórdenes, las riñas o las muertes violentas. Esta solicitud de la comunidad la tuvimos muy en cuenta todo el personal de policía o de uniformados de Guadalupe: pasábamos revista con frecuencia en la zona comercial y en la zona de bares o cantinas, o sea, nos pusimos las «pilas». Y de esta manera se disminuyeron ostensiblemente en ese municipio en diciembre del 66 y enero del 67 las riñas y heridos y, respecto a muertes violentas, no se presentó ninguna o no hubo nada que lamentar.

Recién llegado yo a Guadalupe el agente Loaiza Durán Baudilio de Jesús me presentó a un ciudadano estadounidense de nombre Arnold y quien era originario de Orlando en la Florida. Los agentes de policía en Guadalupe lo llamaban Mister Arnold. Mister Arnold hablaba muy bien el español, además, era muy amigable, tenía unos 38 años de edad, y daba algunas clases de inglés en un establecimiento educativo de allí de Guadalupe; como también, los días domingos en el mismo establecimiento colaboraba, mediante charlas de lecto-escritura, con adultos que no sabían leer o escribir. Mister Arnold también gestionaba cada mes la traída al pueblo de una leche en polvo, la cual venía de Estados Unidos para reforzar la alimentación de los niños. También era frecuente su presencia en la estación de policía. Allí con cualquiera de nosotros jugaba ajedrez. Charlaba también mucho. Por eso una vez le dije que él parecía ser del FBI, Federal Bureau of Investigation. O de la CIA, Central Intelligence Agency. Entonces como él me decía Ronald, o sea Reinaldo en inglés, me dijo: «Ronald, craso error, me extraña». No le contesté nada.

Otra vez le dije: Mister Arnold, esta frase: «Jamás la ignorancia le ha servido a alguien», es de Karl Marx, ¿qué opina de ella? Entonces dijo: «Marx, mediante esa frase nos dice la pura verdad».

Mister Arnold hacía parte de la Alianza para el Progreso, cuya propuesta oficial fue en esa época del presidente estadounidense John F. Kennedy. Se trató de un programa de desarrollo de América Latina, auspiciado como se ve, por Estados Unidos, y aprobado por la OEA, Organización de Estados Americanos, en agosto de 1961, con el objeto, como consta en documentos históricos, de fomentar las reformas sociales y económicas, y apoyar los regímenes democráticos. Este programa sólo funcionó entre 1961 y 1970. Este programa desde la muerte de John F. Kennedy en 1963 mermó mucho en interés, así lo afirma la historia. Hay que tener en cuenta que en 1961 la representación de Cuba no quiso firmar el acta de aprobación. Y según tratadistas, la Alianza para el Progreso sirvió como estrategia para frenar el avance revolucionario en América Latina.

Mister Arnold, a mediados de diciembre de 1966 se despidió de nosotros, iba ya del todo con rumbo a Miami, Estados Unidos y, según él, en el año 1967 regresaría a Sudamérica, esta vez a Chile, país en donde realizaría actividades similares a las llevadas a cabo en Antioquia, Colombia.

Gómez Plata

Mi traslado de Guadalupe para el corregimiento de El Salto municipio de Gómez Plata fue ordenado como siempre desde el distrito de policía 3 de Cisneros por el teniente Márquez Montañés Alvaro y en ese caso debido a que el agente González Santa Gerardo, quien prestaba sus servicios policiales en dicho corregimiento, lesionó, cuando estaba en estado de embriaguez con un revólver 32 corto de su propiedad, a un ciudadano que como turista visitaba ese poblado. Lo anterior, que yo recuerde, ocurrió en una de las noches de los primeros días de febrero de 1967. Pocas horas después de sucedidos los hechos me presenté yo en el puesto de policía de El Salto, pero ya al agente González Santa Gerardo se lo había llevado un suboficial para el comando del distrito 3 de Cisneros. Y algunos días después cuando yo le ayudaba al inspector de policía a organizar su oficina allá en el corregimiento de El Salto porque el secretario de la inspección estaba enfermo, vi sobre un escritorio el expediente sumarial que por lesiones personales se le adelantaba al agente González Santa, estando además dentro de un cajón con dos cartuchos quemados el revólver que había sido de propiedad del agente González.

Yo no volví a saber del agente González Santa hasta 1985, un día de dicho año hablé con él en el Parque Berrío de Medellín y en ese entonces él se dedicaba a vender frescos o gaseosas en vasos desechables, todo lo cual colocaba en una carretilla, y me dijo que el problema que él había tenido en El Salto era producto del exceso de licor y que hasta en la cárcel había estado. Lo noté muy desmejorado físicamente y entonces, como yo estaba de afán, decidí seguir mi camino, le extendí mi mano y le dije que tuviera suerte y me despedí de él. Pero un año después por medio de un agente retirado de nombre Sigifredo Piedrahíta, supe que González Santa Gerardo había fallecido de un ataque cardiaco.

El agente García

Al otro día, después de yo haber llegado al corregimiento de El Salto, llegó también a trabajar allá el agente Gutierrez Zapata Luis Eduardo, de quien dije en uno de mis anteriores escritos de que había fallecido años después en un accidente de tránsito acá en Medellín. Gutierrez Zapata era una persona muy responsable en sus actuaciones. Pero nos surgió un problema con el agente comandante del puesto de apellido García a quien además le decían el «costeño»: Éste casi todas las noches a eso de las ocho ó veinte horas se desaparecía y no volvía hasta las cuatro o cinco de la madrugada. Por otra parte, sólo nos daba el saludo cuando se levantaba por la mañana o por la tarde, es decir, no existía comunicación, como debía ser, entre él y nosotros dos; hasta que un día le dijimos que era peligroso que en las noches se ausentara solo del puesto policial y además sin tener un fin o razón específica, no contestó absolutamente nada. Pero a la noche siguiente volvió y se fue y esta vez dejó sobre su cama la fornitura y el revólver de dotación oficial con todo y munición y chapuza o porta revólver. Nosotros estuvimos a punto de llamar e informar al comando del distrito, pues creímos que tenía problemas mentales, no lo hicimos, porque el inspector de policía nos dijo que desde que había llegado el agente García, el «costeño» al Salto, era así, no le hablaba a casi nadie. Entonces Gutierrez Zapata y yo pactamos no volverle a decir nada sobre su comportamiento. Además nos dimos cuenta que en las madrugadas cuando regresaba a dormir siempre estaba alicorado. En esas yo me fui del Salto también, esta vez por orden del mismo teniente Márquez Montañés y con destino a un retén policial recién fundado o creado por él en el sitio llamado las Partidas de Porce, es decir, un poco abajo de la antigua estación del ferrocarril de antioquia llamada Porcesito. El retén, debido a que por allí, según informaciones fidedignas, estaba pasando mucho ganado robado en la región; como también, mucho contrabando de mercancías con destino a la ciudad de Medellín. Sobre el agente García, o el «costeño», no supe en esos días, meses o incluso años qué fin tuvo. Pero en una fecha del año 1975 cuando yo trabajaba en la fiscalía penal militar para la policía en Antioquia y hacía unas vueltas en el centro de la ciudad, me di cuenta que dentro de una pensión u hotel de la carrera Carabobo había una riña, entonces, me tocó entrar a ver qué pasaba y resultó que un señor se negaba a pagarle al administrador de la pensión un dinero porque lo que le cobraba por dormir allí le parecía muy caro. Solucioné el problema y resultó que el administrador de la pensión era quien yo había conocido como el agente García o el «costeño» allá en El Salto. Pero estaba difícil de reconocerlo, pues lo noté muy acabado y mal trajado y además en sus brazos, cuello y parte de su cara sufría esa enfermedad llamada vitíligo. Le pregunté, ¿cuánto hacía se había retirado de la policía? Y me dijo que lo habían echado en 1969 pero que él en ese trabajo nunca quiso estar. Consideré que no era pertinente tratar más con él el tema y me despedí cordialmente, me agradeció el procedimiento, y jamás lo volví a ver.

El envidioso

Trabajando yo en el salto me tocó ir a Carolina del Príncipe a llevar documentos de la inspección de policía al juzgado municipal de esa población. Cuando estuve allí antes de regresarme al Salto me dio por desayunar, pues me he caracterizado siempre por alimentarme bien siempre y cuando pueda. Entré a uno de los hoteles de Carolina y solicité me sirvieran un desayuno tal y tal. En ese momento estaba terminando de desayunar un paisano mío llamado Ramiro Ortega, con quien estudié en la escuela urbana de Amalfi y quien después de terminar la primaria estudió y se graduó de maestro en la normal de varones que funcionaba entre finales de la década del 50 y década del 60 en el mismo Amalfi. Al llegar yo y saludarlo, Ramiro me contestó el saludo entre dientes, y al terminar de desayunar él, se paró y antes de dar vuelta para salir del hotel, me dijo: «Vea usté, dizque el historiador allá en la escuela de Amalfi y apenas llegó a policía». Y voltió y se fue. Entonces me paré rápido y le dije con énfasis: «¡Y vea usted, dizque todo un maestro y no ha superado la envidia, el chisme o la cositería que sufría allá en Amalfi cuando tenía doce años!» El hombre aceleró el paso escalas abajo, estábamos en un segundo piso, salió a la calle y tampoco lo volví a ver. Él era uno de los que me envidiaba bastante en las escuela primaria de ese municipio porque yo obtenía buenas notas en las materias principalmente en historia. Cuando trabajé en el magisterio de Amalfi más concretamente en la institución educativa Eduardo Fernández Botero, dos hermanas de él trabajaron también en esa institución: Amalia y Gloria. Yo trabajé como educador en esa institución entre julio de 1989 y diciembre del 2006.

Pariente de Mina

Un poco de genealogía: Belarmina Rúa Piedrahita (Mina) era hija de Juan de Jesús Rúa Berrío y Agripina Piedrahita. Juan de Jesús es descendiente del conquistador Sebastián de Belalcázar y una de sus esposas, la indígena Leonor de Anserma, así como de la indígena yamesí Luisa Vivanco y de la indígena tahamí la Cancanera.

Cuando yo estuve en el corregimiento El Salto ya estaban funcionando suficientemente los embalses de Troneras y Miraflores en esa región, represas éstas en las que no sólo se empleó mucha gente en la construcción, sino que también las visitaban muchas personas por sus atractivos turísticos, siendo El Salto entre otros poblados de la región el lugar más opcionado al respecto, pues está ubicado al lado de abajo de una de las represas y también por el hecho de quedar allí el teleférico de Empresas Públicas de Medellín y la caída del río Guadalupe; como también, a un lado de la misma caída funcionar en esa época un malacate, máquina ésta muy usada para subir carga pesada desde el sitio llamado el plan hacia arriba a lo alto, o sea, en donde estaba el sitio en el que se recibía la carga y en donde estaba también el tambor con la correspondiente cuerda o cable que bajaba y subía el malacate. El Salto, como consta en documentos oficiales, es el lugar de convergencia geográfica de los municipios de Gómez Plata, Carolina del Príncipe y Guadalupe. Este corregimiento de Gómez Plata, El Salto, también «es conocido como El Salto de Guadalupe, pero es por estar situado cerca de la caída del río Guadalupe». En El Salto yo me amañé bastante porque si se iba al campamento de los trabajadores de las EPM lo atendían a uno muy bien principalmente con alimentación, no obstante, como no me parecía bien estar yendo permanentemente allá, pagaba mi alimentación mensual en donde una señora llamada Inés Piedrahíta la cual también me hacía buen alimento y la cual me aseguraba que ella era familiar de Belarmina Rúa Piedrahita, o sea la madre mía, y de que había conocido a María Agripina Piedrahita Echavarría en Anorí, o sea a la madre de la madre mía. Cuando me fui de El Salto quedé de volver donde ella con Belarmina Rúa, pero debido a tanto trabajo pasó el tiempo y lo prometido no lo pude cumplir. Pero cuando en septiembre de 1970 estuve de nuevo en ese corregimiento en compañía de 24 agentes más, de un suboficial y un oficial, además de una profesora y un profesor del SENA, quienes nos orientaban un curso de información turística, solicité permiso a la profesora para ir a saludar a la señora Inés Piedrahíta, pero ya no vivía en la casa en donde hacía unos cuatro años la había conocido. Algunos vecinos me dijeron que se había regresado para Anorí hacía ya unos dos años. La señora Inés tenía un hijo que, cuando yo estuve en El Salto, había prestado servicio militar, y una niña también llamada Inés de unos doce años de edad. Otra de las circunstancias por las cuales me pareció bueno trabajar en el salto es que uno no tenía que estar allí permanentemente, por ejemplo, los días sábados o domingos, en ese entonces, había que ir y permanecer un buen rato en San Matías, otro de los corregimientos de Gómez Plata y en el cual la ciudadanía solicitaba el servicio policial como una necesidad sentida debido a muchas riñas por la ingestión de licor. Ojalá decían: no vinieran por un rato, sino en forma definitiva. San Matías queda al norte del municipio de Gómez Plata tirando hacia Amalfi, tenía en esa época unos paisajes bastante bonitos y las personas en general para nosotros los policías eran bien afectuosas.

Porce

En abril de 1967 integré el retén policial montado en el sitio denominado las Partidas de Porce, por el teniente Márquez Montañez Alvaro, a petición no sólo de las autoridades civiles de la jurisdicción del distrito de policía número 3 de Cisneros, sino también de ciudadanos de la región por, según ellos, haberse disparado el robo de ganado vacuno y equino; como también, la proliferación del contrabando procedente de Puerto Berrío hacia la ciudad de Medellín. El retén lo integraban además los agentes Henao Guzmán José Leonardo, Suárez Pérez Emiliano, Villegas Candelo Pacífico y otro agente de apellido Lopera de quien no recuerdo su nombre pero el cual debido a que era el más antiguo en la policía entre nosotros, fue nombrado por el teniente Márquez, como comandante del retén o puesto policial. En el mismo sitio quedaba el campamento para el reposo o dormida nuestra.

En el sitio del retén o de las Partidas de Porce, la carretera de Medellín aún se bifurca o divide en cuatro ramales: uno hacia el municipio de Cisneros, otro hacia Amalfi y, unos cien metros más abajo en Puerto Gabino, uno hacia el corregimiento de San Pablo de Santa Rosa de Osos y el otro hacia los municipios de Gómez Plata, Carolina del Príncipe, corregimiento El Salto y Guadalupe.

El servicio o la vigilancia policial consistía en dicho retén o en las Partidas de Porce, en revisar o requisar todos los vehículos que por allí pasaran. Y se extendía además la vigilancia presencial o preventiva a los corregimientos de Porce y Botero, ambos corregimientos del municipio de Santo Domingo y en los cuales en ese entonces funcionaban sendas estaciones del Ferrocarril de Antioquia; como también, tenía uno que estar muy pendiente de los llamados de la comunidad de la vereda El Caney del corregimiento de San Pablo, municipio de Santa Rosa de Osos, ya por casos de robos, riñas, lesionados o incluso muertes violentas.

Además, el sitio las Partidas de Porce, como los corregimientos de Porce, Botero e incluso Santiago, no sólo eran para esa época lugares de atracción turística, sino zonas de pesca, agricultura, ganadería y minería.

De manera pues que tenía uno que mantener una filosofía de la vida entendida ésta en este caso como prudencia o sabiduría y a la vez como dinamismo para así poder estar al tanto de las exigencias del trabajo o de acuerdo a las circunstancias de lugar, tiempo y modo.

Todo el entorno del sitio las Partidas de Porce es bastante bonito. Si uno sube por ejemplo a La Quiebra o sea a la parte de encima de la montaña por debajo de la cual pasa el túnel entre los corregimientos de Santiago y El Limón, el panorama que se observa es amplio o extenso y por sus bellos paisajes es incluso hasta descansador de los ojos o vistas. De allí se ve el cañón del río Nus con el municipio de Cisneros a ambos lados del río y, al lado contrario de la montaña o de la quiebra, el valle de la quebrada La Negra cuyo nacimiento es en las altas montañas del municipio de Santo Domingo; también se divisa el valle por donde fluye el río Porce, del cual, en documento histórico del siglo XVII se nos dice lo siguiente: «En Aburrá nace el río Medellín, el cual se convierte en el río Porce a la altura del paraje Porcesito en el municipio de Barbosa. Es decir, el río Aburrá o Medellín cambia su nombre por el de río Porce, desde El Hatillo, hacia abajo, incluyendo todas las montañas al lado y lado de éste. Por estas tierras pasaba el camino por el cual se llegaba a las minas de Cancán, Cáceres, Zaragoza, Los Remedios y Guamocó». Es del caso hacer mención que de dichas tierras, o sea las del paraje Porcesito, era propietaria la señora María de Rodas, las cuales vendió el 30 de junio de 1602.

Nota genealógica: María de Rodas Carvajal es hija del capitán Gaspar de Rodas y de la indígena catía pequesa Catalina Carvajal. María de Rodas es madre de Pedro de Alarcón, padre de María de Alarcón Sánchez, madre de Sabina Muñoz de Bonilla Alarcón, madre de Thomas Rafael Giraldo Muñoz, padre de María Catalina Giraldo Henao, madre de María Bernarda Gallego Giraldo, madre de María Silvestra Londoño de la Chica, madre de Vicente Rodas Londoño, padre de Juan de Dios Rodas Roldán, padre de Juan de la Cruz Rodas Roldán, padre de Eduardo Antonio Rodas Fonnegra, padre de Reinaldo Rodas Rúa Betuma, padre de Reinaldo Albeiro Rodas Torres Inca Moyachoque.

El agente Suárez Pérez Emiliano

Este compañero era una persona seria o de confianza y muy tratable con la gente, lo querían mucho ahí en Porce. Pero un día del mes de julio de 1968 le llegó la orden de traslado para el municipio de Yalí, Antioquia, ordenado por el teniente Márquez Montañez. Suárez Pérez se quedó hasta frío y luego llamó al distrito y el teniente le dijo que se necesitaba un agente más en Yalí, que tenía que irse de inmediato. Suárez no se dio por vencido y aduciendo que cada tres días tenía que viajar al municipio de Bello a visitar a sus hijos porque eran varios y estaban estudiando y la mamá de ellos permanecía muy ausente del hogar porque era maestra, nos dijo que iba a ir a cisneros a hablar con el teniente Márquez a ver si le derogaba la orden de traslado, y qué quién de nosotros le quería colaborar para irse para Yalí en su reemplazo. Todos los compañeros se quedaron mudos mirándose. Entonces yo viendo que Suárez Pérez vivía dándoles consejos a los compañeros e inclusive hasta mi, y además le decía la verdad o las cosas a uno directamente, y por otra parte, el problema respecto a los hijos que manifestaba, le dije que le dijera al teniente que yo me iba para Yalí. Y preciso, ese mismo día en la tarde cuando Suárez regresó de Cisneros, trajo la orden para yo viajar al otro día hacia la población de Yali. Como tres meses después me vi con el teniente Márquez en Vegachí, corregimiento en esa época de Yalí, y me dijo: «Muy bien lo del compañerismo con Emiliano». Entonces le dije: Yo pienso trabajar bien por acá hasta 1974 o sea unos diez años después de haberme venido de Medellín para después luchar por el traslado para esa ciudad y así poder estudiar el bachillerato. Me dijo: «Eso es muy difícil Rodas y en esa época ya uno no está por acá para ayudarle en algo». Entonces, le hice referencia del siguiente dicho de nuestros antepasados: «No hay plazo que no se llegue ni deuda que no se cumpla», y me dijo: «¡Ojalá, Rodas, ojalá!».

El agente Suárez Pérez Emiliano se jubiló de la institución policial unos diez años después y luego trabajó como inspector de policía en varios corregimientos de este departamento, pero en la década del noventa cuando trabajaba como tal en el corregimiento El Doce del municipio de Valdivia, Antioquia, según noticias televisivas, de prensa y de radio, un grupo armado ilegal, le quitó la vida.

Yali

A principios de ese mes de Julio de 1968 me presenté en la estación de policía de Yalí y el comandante de la misma era el cabo primero Rodrigo de Jesús Correa Calle, quien se quedó sorprendido porque, según él, debido al incremento del abigeato en la región le había solicitado un refuerzo de cuatro agentes más para el corregimiento de Vegachí al comando del Distrito 3 de Cisneros, pero el comandante de dicho distrito me había enviado sólo a mi. Así las cosas, el cabo Correa Calle decidió entonces mandarnos como refuerzo para Vegachí el agente Guevara José Luis y a mí. Allá nos juntamos con los agentes Sierra Torres Marco Tulio y Gutierrez Carlos. Los cuatro hablamos con el Inspector de policía en esa época en dicho corregimiento y éste nos entregó varias órdenes de captura sobre personas sindicadas de hurto de ganado o abigeato. Debido a lo anterior, nos dividimos por parejas y comenzamos pues a operar. A mi me correspondió con el agente Guevara José Luis y, con él, en esos días fuí hasta la vereda Briceño cercana incluso a la jurisdicción del municipio de Remedios y de allí trajimos en ese entonces para dejar luego a disposición de la autoridad competente de Yalí a un muchacho de nombre Tito Cardona y a otro apodado el «Cabo», ambos, sindicados, como dije, y según la orden de captura, de abigeato o hurto de ganado.

Los otros dos compañeros, Sierra Torres y Gutierrez, también las veces que salieron al campo a cumplir órdenes de captura, no perdieron el tiempo, trajeron gente con destino a las autoridades judiciales de Yalí, Maceo y Yolombó. Es de anotar que casi todas las veces que ejecutamos órdenes de captura fue en veredas de Yalí pero en lugares cercanos a Remedios o en límites de Yalí con dicho municipio: veredas tales como el mismo Briceño, La Máscara, Las Margaritas, entre otras. Pero resulta que pasados 3 ó 4 meses de iniciada la ejecución de capturas, el delito de abigeato no cesaba, por el contrario, aumentaba y, para acabar de ajustar, los jueces de Maceo y Yalí por falta de pruebas, tenían que dejar libres a quienes habían sido sindicados de tal delito.

Dadas estas circunstancias el cabo Rodrigo de Jesús Correa Calle a principios del mes de diciembre de 1968, con base en informaciones o quejas de ganaderos de Yolombó, Yalí, Vegachí y del corregimiento El Tigre, montó un patrullaje con 30 agentes con el fin de hacer un barrido contra el hurto de ganado principalmente en los lugares o veredas cercanas a Remedios en donde, como se sabía, se sospechaba habían muchas personas comprometidas en este ilícito. Esta vez el comandante del Distrito 3 de Cisneros le envió al cabo Correa el personal policial solicitado y de esta manera se trajeron retenidas ante las autoridades competentes 18 sospechosos, entre ellos, a los hermanos Hernando, Marcos, Carlos y Tito Cardona; y otros apodados el Negro, el Cabo, el Errante. Recuerdo también que en determinado momento cuando estábamos con el cabo Correa varios agentes en una colina cuidando a algunos retenidos y a la espera de que otros agentes llegaran con más retenidos sospechosos de abigeato, el cabo Correa le preguntó a Hernando Cardona, ¿en dónde estaba Tito Cardona? Señalándole Hernando Cardona que estaba detrás de un cerro en compañía del «Cabo» limpiando de malezas un potrero. Entonces el cabo Correa dijo a quienes lo acompañábamos: «¡Dos agentes que vayan por ellos!» Guevara José Luis y yo salimos hacia el lugar indicado y preciso, estaban trabajando en un potrero. Apenas nos vieron, dijeron: «¡Otra vez, hombre! ¿Qué pasa ahora pues? Les dijimos que sí, que otra vez, y que habíamos ido por ellos bastantes de nosotros porque eran muchas las denuncias principalmente en Yalí por problemas o hurto de ganado en fincas o haciendas de toda esa región.

Como dije anteriormente, en una oportunidad al agente Guevara y a mí nos tocó llevar capturados a estos dos desde ese mismo lugar ante las autoridades de Yalí sindicados del mismo delito: abigeato, pero por falta de pruebas pronto fueron dejados en libertad. De regreso a la colina en donde estaba el cabo Correa Calle, en una de las casas de orillas del camino, les hicimos dejar los corotos, lo mismo que las rublas y las peinillas o machetes que portaban al cinto o en la cintura, pues les reiteramos que iban de nuevo para Yalí y que al llegar a la colina hacia donde nos dirigíamos, iban a quedar a órdenes de un suboficial de la policía nacional y que lo mejor para ellos era que fueran bien atentos a lo que él les ordenara o dijera. Ya en presencia del cabo Correa le dimos parte o le manifestamos que no habíamos tenido problemas con esos dos muchachos. Y en verdad, en esa época las personas eran muy sumisas o acatadoras de la ley, máxime si eran campesinos. El suboficial les ordenó entonces pasar al sitio en donde tenía agrupados a los otros retenidos. Allí permanecimos hasta bien tarde ese día esperando a que llegaran otros agentes con más personas retenidas y, cuando esto se cumplió, cogimos el camino loma abajo hasta llegar a un río más bien caudaloso, pero del cual no recuerdo su nombre. Poco después de cruzar el río y debido a que ya estaba oscureciendo, pedimos posada a un señor de unos 65 años de edad, del cual tampoco recuerdo nombres y apellidos, pero quien comedidamente nos permitió pernoctar en su vivienda esa noche. Ya al otro día bien de mañana seguimos la marcha y llegamos a Vegachí a eso de la una de la tarde y unas horas después en vehículos nos hicimos presentes en Yalí; y de los 18 retenidos por sospecha de abigeato que luego dejamos a disposición de la autoridad judicial de este último municipio, antes de terminar el mes de diciembre de ese 1968, todos habían recobrado su libertad.

En ese mes de diciembre del 68 cuando ya había salido de la cárcel Hernando Cardona conversé con él en el mismo Yalí, en ese entonces él era una persona de unos 48 años de edad y su manera de ser era muy similar a ese tipo de arriero paisa de la primera mitad del Siglo XX principalmente en lo que tiene que ver con su actitud hacia la adversidad, es decir, en relación con su caso, o sindicación de abigeato que se le hacía a él y a sus hermanos. Entre conversa va y conversa viene le sugerí por qué no dejaban esa región. Recuerdo que al respecto me dijo: «A mal tiempo, buena cara». Y principalmente esta vez, porque nosotros no tenemos que ver con ningún robo de animales. Lo que pasa es que ricos de la región como no hemos querido venderles la finquita o herencia que nos dejó nuestro padre, están dedicados a hacernos salir a punta de mentiras, lo que no van a lograr, pues le aseguro, Rodas, que somos inocentes. Sólo nos hemos dedicado a trabajar honradamente, jamás le hemos quitado un centavo a nadie. Pero casi nueve años después, o sea a mediados del año de 1977 me encontré de nuevo con él en Medellín, Parque de Berrío, trabajaba yo como secretario en la Fiscalía Penal Militar para la Policía en Antioquia, y me dijo que hacía ya varios años trabajaba en la construcción en esta ciudad y vivía con su familia o esposa e hijos en el barrio Santander, pero que no se podía adaptar bien a esta ciudad. Y que respecto a su regreso a la zona rural de Yalí consideraba el asunto poco posible, pues en donde vivía antes un grupo armado ilegal hacía tres años le había asesinado a su hermano Tito y a su amigo apodado el «Cabo», a quien llamaban así porque prestó servicio militar; como también, su hermano Carlos debido a que se había metido a la «guerrilla» del eln en el municipio de Remedios, había muerto en jurisdicción de ese municipio en el año 1972 durante un combate con el Ejército. Y que su otro hermano Marcos también se había tenido que venir para esta ciudad.

Y en uno de los meses de la primera mitad del año de 1978, me vi dentro de un bus del Transporte Medellín que viajaba del centro de la ciudad al barrio París, con Marcos Cardona y me comentó que a su hermano Hernando lo había matado su esposa a mediados de diciembre de 1977 cuando llegó borracho a la casa en donde vivía en el barrio Santander, todo, porque la golpeó brutalmente. Que ella sólo le había dado una cuchillada a la altura del estómago, pero el arma blanca le afectó el hígado muriendo Hernando cuando era trasladado al hospital San Vicente de Paul.

Me comentó además Marcos que Hernando le había hecho referencia de la conversación que tuvo conmigo meses antes. Manifestando también Marcos que él estaba enseñado a trabajar en el campo, no en la ciudad, máxime de arrimado en la casa de un paisano en el barrio París. Le dije que ahora que sus hermanos ya no existían, sin hacer mucho ruido, volviera a Yalí, y procurara vender esas tierras razonablemente y se abriera para otro municipio o departamento a trabajar por su cuenta. Me despedí cordialmente de él y me bajé del bus acá cerca de mi casa y jamás lo volví a ver.

Caso de hurto de ganado

Debido a que no cesaba el hurto de ganado en la región de la cual se ha venido haciendo referencia, o sea, más concretamente en los límites entre Yalí y Remedios y, de que incluso, en los primeros días del mes de Enero de 1969 fue asesinado en jurisdicción de Remedios pero muy cerca de territorio yaliseño, el señor que un mes antes nos hospedó por una noche en su casa cuando el cabo Correa Calle Rodrigo de Jesús dirigía la comisión policial que retuvo a 18 personas sospechosas de dicho delito, el comandante del Departamento de Policía Antioquia, destinó a un grupo de 15 carabineros al mando del cabo primero Sánchez, no recuerdo su nombre, con el fin de erradicar el mal del abigeato en la mencionada región.

Este personal de agentes carabineros se ubicó en la vereda Las Margaritas, límites, como se ha reiterado, entre Yalí y Remedios y, lugar en donde, según ganaderos de la región, no le faltaría al personal uniformado buena vivienda y suficiente alimentación. Pero pasado un poco de un mes, estos compromisos por parte de los ganaderos incluso con el Comandante del Departamento de Policía Antioquia de la época, se fueron a pique o mejor dicho, fracasaron, pues la mayoría de los agentes comenzaron a presentarse a Vegachí y a Yalí en son de consulta médica porque, según ellos, vivían en precarias condiciones principalmente por la escasez de alimentos. Poco después el cabo primero de apellido Villegas – ya se había ido el cabo Correa Calle -, recibió una orden del Comando del Distrito 3 de Cisneros para que se dirigiera al sitio y constatara lo denunciado por el personal de carabineros. Dicha orden se cumplió en el menor tiempo posible y el cabo Villegas y quienes lo acompañábamos, comprobamos la veracidad de la problemática y, además, por parte de personas de sitios aledaños al puesto de carabineros recibimos información de que ya para ese entonces por allí se estaban presentando asomos de integrantes de miembros del ELN. Utilizamos entonces la sabiduría de nuestros ancestros: «Cuando el río suena, piedras lleva», y aunque pareciera paradójico ampliamos o profundizamos el análisis respecto a la seguridad del personal de agentes carabineros, concluyendo al final de una reunión que realizamos que eran muchos los aspectos negativos en contra de ellos. Y no sólo eso hasta ahí, sino de que también de un momento a otro fueran atacados por dicha «guerrilla».

Tres días después de haber sido informado lo anterior al Distrito 3 de Cisneros, la orden fue perentoria o urgente por parte del comandante del Distrito: ¡Ese personal de carabineros debía viajar de inmediato a Cisneros! Lo que se cumplió sin dilación por el cabo Sánchez, comandante, como se dijo, del grupo de carabineros. Y días después, del propio comando del Distrito 3 le llegó una orden al cabo Villegas para que en determinada fecha realizara un patrullaje más que todo preventivo en jurisdicción de las veredas La Máscara, Briceño, Las Margaritas, entre otras. Cuando el cabo Villegas tuvo todo listo informó sobre el particular al Distrito 3 y de allá el respectivo comandante le envió 20 agentes más y con algunos de Yalí y Vegachí nos completamos 27 incluyendo el suboficial Villegas. Entramos un lunes a la región y en nuestros morrales llevábamos alimentos enlatados, no obstante, si la gente en donde llegábamos nos ofrecía comida, recibiamos; y respecto a la dormida solicitábamos posada a los dueños de las viviendas en donde nos hacíamos presentes casi siempre a las seis de las tarde.

En horas de la madrugada del día sábado de esa semana, cuando nos levantamos en una de las casas en donde habíamos dormido y emprendimos camino de regreso al corregimiento de Vegachí y estábamos en una parte alta con relación a la casa en mención, los cuatro uniformados incluyendo el cabo Villegas que marchábamos en la parte de atrás del grupo, oímos que a dicha casa llegaron varios tipos a caballo y uno de ellos le preguntó a alguien: «¿Qué dijeron esos h … acá?» Resulta que estábamos a unos 300 metros de distancia de la casa y por estar aún muy oscuro no pudimos percibir algo más, pero si se oyó bien el cascoteo de los caballos y lo que el individuo dijo. De inmediato y al unísono le dijimos al cabo Villegas que tomáramos medidas y estrategias y nos devolviéramos a ver quiénes eran. Pero el cabo dijo no, señalando a la vez con la mano derecha que pa´delante era pa´llá, o sea, para donde íbamos, que era para Vegachí. Le dijimos además que eran tipos que se desplazaban a caballo, que podían ser cuatreros o ladrones de bestias o ganado, pero no quiso parar bolas al asunto, sólo reiteraba: «Vamos, vamos».

No se qué le pasó al cabo Villegas en ese momento, no pudo ser miedo, pues todos nosotros nos identificábamos con la labor policial y además éramos reservistas de primera clase y portábamos fusiles con suficiente munición y de a granada de mano. El cabo Villegas fue trasladado de Yalí a fines de marzo de 1969 y en su reemplazo llegó el sargento vice-primero Justo Pastor Moreno.

Justo Pastor Moreno

El Sargento Vice-Primero Justo Pastor Moreno trabajó en Yalí como comandante de la estación de policía hasta mediados del mes de noviembre de ese mismo año 1969. Lo recuerdo como persona sencilla, sería, tratable y respetuosa. Natural del departamento de Boyacá y además bastante aficionado a la cacería de animales. Desde que llegó a Yalí me preguntó si en esa región había buena cantidad de animales de caza. Le dije que sí y que me gustaba también mucho la cacería, pero que como yo además era documentador de la estación policial, no me quedaba tiempo para dedicarme a esa actividad. Pero que si quería cualquier sábado o domingo podíamos hablar con algún campesino para que nos orientara al respecto. El asunto quedó callado por algún tiempo, pues el sargento estaba ocupado en la cuestión del empalme o recibiéndole el comando de la estación al cabo Villegas, o sea, como dije en escrito anterior, a quien el sargento Moreno había ido a reemplazar. Y no sólo eso, sino que también debía pasar los correspondientes informes al comando del Distrito 3 de Cisneros, y además, entre otras cosas también, hacer la debida presentación ante las autoridades municipales y comenzar a funcionar como responsable de un buen servicio policial a la población o a la ciudadanía yaliseña.

No obstante, como dos meses después todo en cuanto a cacería quedó hablado con un campesino que no muy lejos de la zona urbana de Yalí tenía cultivos además de árboles frutales, de maíz, yuca, fríjol, caña. Hasta allá llegamos el sargento Moreno y yo con buenas escopetas de las llamadas en esa época de coca o de cápsula. Pero no pudimos cazar ningún animal esa vez. Después él como persona experta en la cacería de animales, logró cazar algunos acutíes o «ñeques», lo mismo que guacharacas y guacamayos, durante el tiempo que trabajó en Yalí.

Después que el sargento Justo Pastor Moreno se vino de Yalí, sólo me volví a ver con él en el año 1978 en el barrio El Diamante de la ciudad de Medellín. En dicho barrio vivía él y allí lo acompañé en una ceremonia de confirmación y, como padrino yo, de uno de sus hijos: él era padre de un hijo y una hija. Su esposa llamaba Rubiela. Y después durante mucha parte de ese año 1978, ya siendo yo Bachiller Académico, me correspondió orientarle a su hijo, no recuerdo el nombre, el área de matemática correspondiente al tercero de bachillerato, hoy en día, octavo grado.

Finalizado el año lectivo de 1978 dejé de ver otra vez durante bastante tiempo al sargento Justo Pastor Moreno, pues vine a saber de él a mediados del mes de agosto del año 1987, fecha en la cual hablé con él en el parque de Berrío de Medellín. Esa vez me dijo que su esposa Rubiela había fallecido hacía algún tiempo a causa de enfermedad grave; que ya él era jubilado de la Nación y que su presencia en esta ciudad obedecía a la consecución de unos certificados de estudio de sus hijos, certificados o documentos que ellos requerían para ser presentados en centro educativo en Bogotá.

Jamás volví a verme con el sargento Justo Pastor Moreno. Me pareció él muy buena persona, lo mismo que su hijo e hija, de quien tampoco recuerdo su nombre, y su esposa Rubiela, QEPD.

Sargento Reina

Trasladado de Yalí el Sargento Vice-Primero Justo Pastor Moreno en el mes de noviembre de 1969, me correspondió a mi, según el Comando del Distrito 3 de Cisneros, quedar como comandante encargado de la estación policial de ese municipio, lo cual se prolongó hasta el primero de marzo de 1970, fecha en que se hizo presente en esa localidad para dirigir los destinos de la policía, el también Sargento Vice-Primero Reina, de quien no recuerdo su nombre. Este suboficial también era buena persona: cordial, responsable, solidario. Después de que yo le entregué el comando de la estación y lo puse al día en el asunto policial en Yalí, tomó contacto con la comunidad en general y durante más de cuatro meses que trabajó allá con frecuencia se le veía no sólo participando o motivando en la prestación de un buen servicio de policía, sino comprometido o colaborando en algunas actividades sociales, actitud ésta de él que de una u otra manera me favoreció a mí, pues estuvo de acuerdo en el sentido de que yo siguiera dando clases de educación física en el grado quinto de primaria en la Escuela Urbana de Niñas, circunstancia de la cual hice referencia en escrito anterior; como también, de que podía yo seguir haciendo parte del equipo de fútbol Peñarol Fútbol Club Yalí, cuyo director técnico en ese entonces era el odontólogo amalfitano Fausto Luna.

En la época en que el sargento Reina trabajó en Yalí, abigeos robaron de una finca ubicada entre ese municipio y el corregimiento de Vegachí, hoy municipio, 42 novillos. Recibida la denuncia correspondiente por las autoridades competentes de Yalí al mayordomo de la finca, de quien solamente recuerdo que llamaba Bernardo, de unos 35 años de edad, el sargento Reina dispuso que saliéramos cuatro agentes en compañía de este señor, con el fin de recuperar el ganado robado y capturar a la vez a los ladrones. Recuerdo que era un día jueves y según el mayordomo Bernardo, al ganado se lo habían robado en la madrugada de ese día, día en el cual a la una de la tarde llegamos junto con el mayordomo al lugar de los hechos y después de enterarnos del modus operandi o de la manera de actuar de los delincuentes en este caso, salimos a caballo en persecución de los tipos, siempre acompañando, como estaba ordenado por el sargento Reina, al mayordomo Bernardo. Pronto en el camino real que en ese entonces iba con dirección al municipio de Maceo, detectamos huellas del ganado, así como de caballos y, también, de alguien que iba a pie y calzaba tenis. Luego después de avanzar un trayecto largo llegamos a un punto cerca de Maceo y como ya estaba de noche decidimos pernoctar en esa población y seguir en la búsqueda de nuestro objetivo al día siguiente. En Maceo largamos las bestias en un corral de buenos pastos e incluso con pesebrera. Pero cuando a las cinco de la mañana de esa noche fuimos a ensillar las bestias para seguir con nuestra tarea, a éstas las habían desaparecido: alguien reventó los alambres de la cerca o corral y llevó los cinco animales, inclusive el que cabalgaba el mayordomo Bernardo, hasta una cañada distante unos tres kilómetros de Maceo. Allí, quien se los llevó, los dejó amarrados a árboles con lazos que le sirvieron a la vez como cabestros. Recuperadas nuestras bestias y en compañía de tres agentes más de la policía de Maceo, continuamos la búsqueda del ganado yendo principalmente a lugares o fincas señaladas por el mayordomo, incluso fuimos hasta el corregimiento La Susana de Maceo, pero sin resultados positivos. Por lo tanto al día lunes de la siguiente semana consideramos pertinente regresar a Yalí y similar a nosotros el sargento Reina quedó bastante desilusionado. Y no obstante, que seguimos averiguando sobre este caso ahí en Yalí o cuando alguno de nosotros iba a Vegachí, Maceo, Yolombó, entre otros, no se lograba saber algo sobre el particular. Incluso yo viajé trasladado a fines de Julio de 1970 para Medellín y aún no se había logrado una información concreta al respecto. Pero en diciembre de 1973 me vi en el Comando de Policía Antioquia el cual quedaba en esa época en la Avenida de Greiff con Cundinamarca, con el agente Leal Delgado Isidro, quien fue uno de los que hizo parte junto conmigo en la búsqueda del ganado robado, y me dijo: «Que en enero de 1971 habían capturado en Yalí a las personas que se robaron los novillos en referencia, entre ellas al mayordomo Bernardo, quien resultó ser el autor intelectual del ilícito. Me dijo además el agente Leal Delgado que también en Maceo algunos días después había sido capturado el individuo comprador de las reses en ese entonces, individuo que, según el proceso penal que le adelantaron las autoridades competentes de Yalí, resultó ser un negociante de ganado principalmente en la Región Nordeste de Antioquia.

Es del caso tener en cuenta que en esa época aún era pertinente hablar del siguiente adagio de los abuelos: «LA JUSTICIA ES COJA, PERO LLEGA». Y a los ladrones de la historia en mención les llegó. Pero hoy en día debido a un mundo tan corrupto, sí está en entredicho este adagio o legado de nuestros antepasados ¡ojalá le recuperáramos su pertinencia lo más pronto posible!

Pablo Gómez

El sargento Reina se fue trasladado de Yalí para Bogotá el 8 de Julio de 1970 y en su reemplazo llegó el 28 del mismo mes el Cabo Primero Julio Gómez Pablo, afrocolombiano él y bastante meticuloso para recibir el comando de la estación de policía. En esas estábamos, cuando por radioteléfono y desde el comando del Distrito 3 de Cisneros, él recibió una llamada en el sentido de que yo iba trasladado para Medellín y debía estar en dicha ciudad en las instalaciones del Tránsito Departamental, o sea al frente del Distrito de Policía Medellín en ese entonces, el día 2 de Agosto de 1970. El cabo Julio se quedó callado por un momento y lo noté molesto, pero el fin me dijo: «Vea pues, que a usted lo trasladaron para Medellín y debe estar allá el 2 de agosto ¿cómo es que se lo llevan a usted siendo que es el que más conoce esta región? ¡Yo voy a llamar al comandante del Distrito 3 para que no lo trasladen! ¿No cierto que usted se siente bien acá? Le dije que sí, que me sentía bien en Yalí, pero que por lo visto, esa decisión del traslado mío para Medellín, era del coronel Luis Alberto González Rivera, comandante del Departamento de Policía Antioquia, quien cuando me condecoró a principios del mes de Junio de 1969 por haber sido yo el Agente del mes en mayo de dicho año en Colombia, me había dicho que estuviera pendiente de traslado para Medellín: Para la Policía de Control o la Policía de Turismo.

No obstante lo anterior, el cabo Julio llamó al comandante del Distrito 3 Cisneros y de allá le contestaron que la orden era del Comandante del Departamento de Policía Antioquia y que además era perentoria, es decir, yo debía estar sin falta en donde estaba ordenado, a las 8 de la mañana del día 2 de Agosto de 1970.

Entonces el cabo Julio, me dijo: «Sí, es orden del Comando del Departamento, no hay nada qué hacer. Menos mal estamos terminando este asunto». Se refería al empalme o entrega de la estación que yo le hacía. «¡Prepárese y arranque!».

Después de quedar a paz y salvo con la comunidad de Yalí, salí el día viernes de ese municipio por la vía Yalí, Portachuelo, Amalfi, pernocté en este último pueblo o en mi pueblo y al día siguiente sábado llegué a Medellín y me hospedé en la casa de la prima mía Nohemí Assuad Rúa, situada en esa época en el barrio Guayabal y el día 2 de agosto de 1970 a las ocho de la mañana me hice presente en el lugar indicado. Allí se hicieron presentes también una profesora y un profesor del SENA, el teniente Muñoz Guarumo, dos suboficiales policiales y 24 agentes de policía más, y de esta manera quedó integrado el grupo que en instalaciones del Tránsito Departamental debíamos comenzar ese día EL Curso de Información Turística dispuesto por las autoridades civiles y policiales del Departamento para ese año de 1970.

Policía de turismo

Como se ha venido reiterando, el 2 de agosto de 1970, en ese entonces, en las instalaciones del Tránsito Departamental de Medellín, se inició el Curso de Información Turística, integrado por un oficial, dos suboficiales y 24 agentes policiales. Y desde esa fecha se nos notificó por parte de los dos profesores del SENA y del oficial de policía, que solamente durante uno ó dos días en la semana estaríamos en el aula ahí en el mismo Tránsito Departamental tratando sobre tópicos turísticos, perfeccionando la comunicación incluso en inglés y fortaleciendo los valores humanos y, el resto de la semana, nos correspondería hacernos presentes muchas veces en actos del servicio o de vigilancia, en sitios de interés turístico no sólo en Medellín, sino en otros municipios del departamento de Antioquia. Así las cosas o a la vez cada uno de nosotros debía rendir un informe sustentado de los atractivos turísticos de los lugares visitados. Por ejemplo, si se iba al Cerro Nutibara o al Pueblito Paisa, uno debía hacer mención que allí se reunían distintos aspectos de nuestra cultura, tales como la arquitectura, el pasado, lo tradicional, lo artesanal y lo artístico, entre otros. En vista de lo anterior, se visitaron varios lugares aquí en Medellín como la Basílica Nuestra Señora de la Candelaria, Aeropuerto Olaya Herrera, Unidad Deportiva Atanasio Girardot, Parque Norte, Cerro El Volador, Parque de Bolívar, Carrera Junín, Hotel Nutibara, … Y fuera del Valle de Aburrá, el Salto de Guadalupe, el Túnel de la Quiebra, Piedra del Peñol y reservas naturales, parques y fiestas de algunos municipios, tales como Puerto Berrío a donde se viajó en tren, Barbosa, Jardín, Andes, Jericó, Cisneros, Santa Fe de Antioquia, Santa Bárbara, etc.

Terminado el citado curso el 30 de octubre de ese año 1970, por haber yo ocupado el tercer puesto, se me distinguió como Dragoneante, lo mismo que a los compañeros Mario Cárdenas Arbelaez y otro de quien no recuerdo nombres o apellidos y los cuales ocuparon el primero y segundo puestos, respectivamente. Además, a todos se nos dio una constancia o especie de diploma por parte del Servicio Nacional de Aprendizaje «SENA». Y al teniente Muñoz Guarumo y a los dos suboficiales, los tres de la policía nacional, se les felicitó por el Comando del Departamento de Policía Antioquia y por el SENA, teniéndoles en cuenta su meritoria labor o presteza en pro del conjunto de actividades turísticas relacionadas con dicho curso.

Luego de la clausura del curso, trasladaron al agente Mario Cárdenas para el Tránsito Departamental y al agente que ocupó el segundo puesto para el Distrito Medellín y, el resto de nosotros, tuvimos que presentarnos en el Comando del Departamento, es decir, en la Avenida de Greiff con Cundinamarca. Allí un teniente de apellido Mora nos juntó con otro grupo de agentes de servicios especiales y nos completamos 40 y el teniente comenzó a decirnos que algunos íbamos para la policía de control, otros para la policía de tránsito, también para la policía juvenil, para turismo y para el F-2; pero de un momento a otro dijo que levantara la mano quien supiera mecanografía. De inmediato la levanté yo y miré a la vez que nadie más la levantó. Entonces el teniente Mora me preguntó: «¿En dónde estudió mecanografía?» Le dije que no la había estudiado, pero que tenía la práctica por más de cinco años como documentador o encargado de estaciones de policía. Entonces con énfasis, me dijo: «¡Pase ya como documentador a la oficina de la policía de control !» En ese cargo trabajé durante un año al cabo del cual un coronel de apellido Ibañez, nuevo comandante del departamento de policía, me trasladó como secretario general de la Fiscalía Penal Militar para la policía en Antioquia. Recuerdo que el fiscal era el mayor de la policía Ananías Hincapié Zuluaga, de Cundinamarca, quien estudiaba abogacía en la universidad de Medellín. Era buena persona, y muy descomplicado.

Pero en la fiscalía con frecuencia y por necesidades del servicio tenía yo que ir a ayudar en la oficina de nóminas o en el almacén de armamento o en la oficina de relaciones públicas atendiendo periodistas, e incluso, por dos meses me tocó multiplicarme en 1973 y trabajar además como ayudante del sub-comandante del departamento, el cual era el teniente coronel Álvaro Castillo Montenegro, licenciado en filosofía y trabajo social y quien al darse cuenta que yo estudiaba bachillerato nocturno, me colaboró bastante principalmente para que yo estuviera a tiempo en horas de la tarde en el establecimiento educativo en donde tenía que estar a las 5:45 p.m.

Entre octubre de 1970 y agosto del 76, tiempo en el cual trabajé en las instalaciones del comando de policía ubicado en la avenida de Greiff con Cundinamarca de Medellín, estuve presente o conocí acontecimientos como los siguientes:

Agentes de policia

Homicidio agravado por parte de grupo armado ilegal de izquierda del agente Guillermo Álvarez, persona de tan sólo 20 años de edad y natural del departamento de Caldas, quien trabajó algunos meses en la policía de control y después en jurisdicción de Tarazá Antioquia. Fue acribillado a tiros de fusil cuando en estado de indefensión, e incluso arrodillado clamando no lo mataran, el grupo en mención le quitó la vida. Lo anterior después de haberle dado muerte también a tres policiales más.

Homicidio también agravado en la persona del agente de apellido Cossio en Urabá. El agente Cossio en ese entonces de 22 años de edad, vivía en el barrio Alfonso López de Medellín y fue trasladado para esa zona desde el Distrito Medellín. Recuerdo que a mi en el almacén de armamento me correspondió entregarle el arma de dotación oficial: una carabina M – 1, y 100 cartuchos o proyectiles para la misma. Y recuerdo también que le dije: «Pilas, por allá, cada rato matan agentes de policía o soldados”. Y dicho y hecho, algunos meses después tres integrantes también de grupo armado ilegal, disfrazados de personal de aduanas, le quitaron la vida no sólo a él, sino, además, al otro compañero con quien trabajaba en un retén policial.

Agente de apellido Osorio, integrante de la policía de control. Este agente perdió la vida violentamente en el barrio Aranjuez un sábado en la noche cuando en traje de civil y con algunos aguardientes en la cabeza, se le metió también en la misma, que tenía que bailar con una muchacha que manifestaba no querer bailar con él. Como el agente Osorio insistía en lo anterior ya en forma descomedida, el novio de la joven con arma blanca, cuchillo, lo hirió gravemente en el pecho, muriendo minutos después en el hospital San Vicente de Paul. Ese sábado como a las once del día, en la oficina de la control, yo le saqué una solicitud para reclamar un quinquenio, cierta cantidad de dinero, ante la Dirección General de la Policía en Bogotá, quinquenio al cual uno tenía derecho siempre y cuando en la institución policial uno hubiera observado buena conducta o sin haber cometido falta disciplinaria, es decir, cada cinco años lograba el policial dicho reconocimiento. Sobre la copia de la solicitud de quinquenio la señora de él me dio razón después: me dijo haberla encontrado en el bolsillo de la camisa del uniforme de su esposo.

Ex-soldado Jorge William García Mesa. Esta persona fue reclutada conmigo en Amalfi en agosto de 1960 y luego presté servicio militar obligatorio con él durante dos años en el batallón Palacé de Buga, Valle del Cauca. Años después me vi con este Jorge William cerca de la avenida de Greiff con Cundinamarca aquí en Medellín y me manifestó que se había casado por lo católico con una muchacha amalfitana de apellido Ruiz y que en ese año, 1973, trabajaba en EPM y me señaló además el edificio en donde se pagan los servicios públicos como el lugar en donde tenía que estar todos los días laborales de la semana. Seguí viéndome con alguna frecuencia con él y algunas veces me prestaba dinero o viceversa, o yo también le prestaba a él. Pero un viernes por la mañana le dije que me prestara 25 pesos que yo se los pagaría a la semana siguiente. Me dijo no tenerlos a la mano en ese instante, pero que contara con ellos a las cinco de la tarde de ese mismo día cuando él saliera del trabajo y entonces lo esperara frente al negocio llamado la Sorpresa. Desde la hora citada e incluso hasta las seis de la tarde estuve pendiente del hombre y no apareció. Me pareció extraño el asunto, pues era una persona correcta. Entonces resulta que ocho días después me llevé una sorpresa tremenda: me encontré con un compañero de trabajo de Jorge William en el parque de Berrío y me preguntó: «¿Usted fue al entierro de Jorge?» Le dije, yo no he ido a ningún entierro, ¿de cuál Jorge? ¿Qué pasó pues? Entonces me comentó: «Pues de Jorge William, ¡él murió hace ocho días debido a un ataque cardiaco que le dio como a medio día». Después de un breve silencio, le pregunté: ¿¡Y en dónde estaba a esa hora y en dónde lo sepultaron!? Me dijo: «Estaba trabajando en la empresa y no se bien en dónde lo sepultaron, creo que fue en un municipio, pero no sé en cuál». Tratando de deducir en dónde fue sepultado hablamos un poco más y le dije al señor que él, Jorge William García Mesa, era natural de un municipio del suroeste antioqueño, pero que no recordaba si era de Andes o de Jericó. Entonces, luego, me despedí del señor, y después averigüé por los lados de Amalfi sobre el particular y allá tampoco lo sepultaron, es decir, a lo último no pude saber si fue en Andes o en Jericó en donde ocurrió el sepelio de él, pero pensé, qué se va a hacer, lo importante es manifestar sinceramente el deseo del Q. E. P. D., como realmente lo hice.

En el año 1974 el comandante del Distrito Medellín dispuso que dos agentes de ese organismo trasladaron de la cárcel la Ladera a un juzgado del centro de Medellín, a dos detenidos para ser oídos en indagatoria por sindicación en diferentes lugares de Colombia del hurto de vehículos. Los agentes después de cumplidas las diligencias judiciales de los detenidos, se dejaron convencer por ellos y se dirigieron cerca al edificio en donde funcionaba antes el diario El Colombiano y, según los uniformados, les recibieron sólo dos cervezas a los tipos. Los agentes eran muy jóvenes y recién ingresados a la institución policial. En todo caso, la verdad de los hechos fue que los agentes, de quienes no recuerdo sus nombres o apellidos, ya embriagados se dejaron desarmar o quitar los revólveres y los 24 cartuchos para los mismos. Y los tipos, como eran venezolanos, no conocían bien a Medellín y en su huída aparecieron al frente del comando de policía de la venida de Greiff con Cundinamarca y entonces al verse en la «boca del lobo», no les quedó más alternativa que entrarse rápidamente a una carnicería del frente de dichas instalaciones del comando, hacer salir al dueño de la carnicería y a algunos de sus clientes y enfrentar a tiros a la policía. El asunto fue a eso de la una de la tarde de un martes y los tipos se hicieron fuertes porque en el lugar o en la carnicería encontraron dos revólveres más, circunstancia por la cual se prolongó el tiroteo por más de una hora al cabo de la cual resultaron los dos individuos venezolanos muertos, también muerto un agente del F-2, y heridas cinco personas de las que por allí a esa hora cruzaban, entre ellas, dos mujeres.

A finales de 1974 el sargento segundo de la policía Luis Heriberto Delgado, me dijo a mi, como dragoneante: «Rodas, escoja dos agentes y se dirige con ellos a la cárcel la Ladera y allá en la guardia le entregan un detenido o recluso que, según me dicen, es de confianza y lo traen al juzgado tal, no recuerdo los datos del juzgado, y allí el secretario del juzgado le hace firmar al detenido unas diligencias y luego ustedes lo llevan de nuevo a la Ladera, pero si el tipo quiere darles alguna cosa o plata para que lo dejen ir a Rionegro a visitar la familia, no tienen problema con él, incluso pueden dejarlo ir con unos amigos que lo recogen cerca del juzgado, o si no lo llevan amigos, que vaya solo. Hace dos meses a otros agentes que lo sacaron de la Ladera para el mismo juzgado, les dio mil pesos para los tres y el tipo fue solo a Rionegro y no se les demoró ni dos horas en ir a Rionegro y volver luego a donde ellos». Me quedé hasta mudo, y salí en busca de los agentes y encontré a dos que yo les tenía mucha confianza, llamados Glicerio Martín Leal, o sea, nombre, Glicerio, y Martín Leal, apellidos; y el otro de apellido Mayorga. Los alerté sobre el caso y nos presentamos en la guardia de la Ladera y el comandante de guardia me dijo: «Agente, vienen por don …, no recuerdo nombres o apellidos del hombre, él es un señor muy decente, no hay problema con él al sacarlo de la cárcel, pero no hay carro para llevarlo, pueden llevarlo en un taxi que don …, lo paga». Le dije, ni riesgos, si no hay carro, no lo podemos llevar, mire que el detenido al sacarlo de aquí, queda única y exclusivamente a mi cargo. Entonces, comenzaron en la guardia con un rodeo que iba y venía, hasta que al fin resultó carro para llevar al tipo al juzgado y lo subimos con las seguridades del caso y en el juzgado el secretario del mismo juzgado, apenas vio que nosotros estábamos bastante prevenidos o con desconfianza no sólo con el detenido, sino con las demás personas que tenían que ver con él, o sea con el recluso, nos dijo: «Muchachos, este señor es de confianza, es un caballero; los agentes que lo trajeron la última vez, lo tuvieron varias horas haciendo una compras en la ciudad y no tuvieron ningún problema con él, antes por el contrario, les dio buen almuerzo y les colaboró con platica». Como al sargento Delgado, tampoco le contesté nada, y cuando el detenido terminó de firmar las diligencias o documentos, llamé a la guardia de la Ladera y allá me manifestaron que estuviera ahí en el juzgado con el detenido que cuando hubiera carro disponible, me lo mandarían. Como vi que de pronto al tipo no lo rescataban estando dentro del juzgado, ubiqué al agente Glicerio Martín Leal en una ventana del segundo piso del edificio, edificio que queda aún detrás del hotel Nutibara, ventana ubicada al frente de la vía por donde tenían que pasar los carros. Al agente Mayorga lo ubiqué en la puerta o entrada al edificio, puerta que también quedaba al frente de la misma vía por donde llegaría el carro enviado de la Ladera. Los tres portábamos carabinas m-1, y de a 100 cartuchos para las mismas. Y yo permanecí afuera del edificio con el detenido y le advertí que cuando llegaran sus amigos en el carro que él mencionaba, no se fuera a subir a dicho vehículo porque nosotros teníamos ya todo estratégicamente controlado o dominado. Que no era para Rionegro que iba, sino para la Ladera cuando llegara el vehículo de allá, pues era lo indicado y legal. Y así ocurrió, llegaron tres tipos malencarados y como la calle era estrecha y el carro no podía pararse ahí al frente del edificio donde quedaba el juzgado porque de una comenzaban los otros conductores a pitar, al detenido sólo le permití hablar con sus amigos brevemente y sólo oí que les dijo: «Se dañó todo, este dragoneante no permite que yo vaya por allá. Después hablamos». Cuando llegó el carro de la cárcel la Ladera, subimos con el detenido al carro y nos dirigimos a dicho establecimiento y lo entregamos en la guardia y después que lo entraron, averiguamos quién era el señor, o sea el detenido, y un guardián nos dijo que era un tipo sindicado de estafa en Costa Rica y República Dominicana. Y el detenido cuando estábamos en el juzgado que yo le pregunté de qué delito estaba sindicado, me dijo que de boberías ahí. Al sargento Delgado lo volví a ver como tres días después y jamás le comenté algo al respecto y a la vez no volví a confiar en él, menos mal, que después duró poco tiempo en la control. Y el agente Glicerio Martín Leal después fue suboficial de la policía, pero en la década del ochenta por algún ilícito cometido fue a parar a la cárcel de Bellavista y allá murió asesinado por otro recluso. Y en cuanto al agente de apellido Mayorga, fue trasladado para Bogotá a adelantar un curso de enfermería y, luego me comentó un suboficial de apellido Pirabán, quien hizo algunos años de bachillerato en compañía conmigo, que ese agente había estudiado medicina y se había graduado en la década del ochenta de médico.

Fiscalía y Universidad

En enero de 1975 fue trasladado a Bogotá el mayor Ananías Hincapié Zuluaga y en su reemplazo llegó a la fiscalía penal militar para la policía en Antioquia, el también mayor de la policía, señor Horacio Mayor Mayor. Este oficial policial era un abogado penalista, oriundo de la ciudad de Cali y como el anterior fiscal Ananías Hincapié, también era persona de mentalidad abierta y comprensible en cuanto a los actos o sentimientos humanos. Por ejemplo, cuando yo como secretario en forma sugestiva le presentaba borradores, según mi criterio, de conceptos fiscales sobre x ó y sumarios, fijándole los materiales o pruebas que podían influir en la calificación legal del delito y en determinar la culpabilidad del imputado; entonces él a la vez y en forma instructiva corregía mis equivocaciones y me reiteraba indicaciones respecto a formalizar un proceso o expediente conforme a las reglas de derecho. De esta manera fueron fundamentales para mi las observaciones de este abogado en cuestiones jurídicas.

A este abogado le gustaba que uno viviera muy concentrado en cuanto a las actividades de la fiscalía y por lo tanto no estaba de acuerdo que a uno lo emplearan en cosas diferentes. Por eso desde que él llegó se terminaron para mi las llamadas a colaborar en otras dependencias del comando departamental de policía. No obstante, en cierta ocasión de ese mismo año 1975, 25 agentes de la policía de control al mando del teniente Argemiro Serna Arias, se estaban viendo mal frente a estudiantes tira piedras cerca a la universidad de Antioquia. Entonces, nos correspondió salir a reforzarlos a la mayoría de uniformados que trabajábamos en oficinas; como también, a personal de la policía juvenil al mando del dragoneante Gerardo Castrillón, el tío de Élida Castrillón, la hija de doña Alicia Bolivar.

El abogado Horacio Mayor Mayor a mediados de 1976 también fue trasladado para Bogotá y, poco después, el comando del departamento de policía Antioquia, fue ubicado en las instalaciones en donde funcionaba una institución educativa en la Avenida Oriental de esta ciudad, lugar en donde aún se encuentra.

En reemplazo del señor Horacio Mayor Mayor, se presentó como nuevo fiscal el abogado Heriberto Bonilla, también mayor de la policía; natural de Ibagué Tolima y quien, igual como pensaba el fiscal anterior en este caso, el agente o dragoneante que trabajara como secretario de la fiscalía, sólo se debía dedicar con el abogado fiscal a las funciones y buena marcha de la misma. De esta manera, entre los últimos meses de 1976 y febrero 22 de 1979, fecha en que me retiré de la policía nacional para ingresar a la Universidad Autónoma Latinoamericana de Medellín, mi dedicación en la fiscalía fue única y exclusivamente en actividades pertinentes a mi cargo.

El abogado o mayor Heriberto Bonilla a principios de ese mes de febrero en que yo me retiré de la policía, fue trasladado para el departamento del Tolima y a mi me correspondió entregarle la oficina de la fiscalía a un oficial policial de origen nariñense, de quien sólo recuerdo lo llamaban el «pastusito».

Y en cuanto al abogado o mayor Horacio Mayor Mayor, volví a saber de él, el día 27 de febrero de 1989, día nefasto principalmente en Colombia por la muerte de 107 personas, entre ellas el abogado Horacio Mayor Mayor, cuando ocupaban el Boeing 727 de la empresa Avianca y el cual explotó en los aires de Soacha Cundinamarca en momentos en que volaba este aparato entre Bogotá y Cali y, todo, debido a un atentado criminal, bomba, por parte de algunos integrantes del llamado cartel de Medellín.

Bachiller

En noviembre de 1970 solicité permiso para estudiar bachillerato al coronel Luis Alberto González Rivera, comandante en ese entonces del departamento de policía Antioquia. Este oficial era muy exigente de la conducta del personal a su mando; como también en lo que tenía que ver con el cumplimiento de reglas disciplinarias. Estricto también en cuanto a un buen servicio de policía a la ciudadanía. Pero a la vez, le emocionaba a él saber que había personal uniformado bajo su mando estudiando ya fuera el bachillerato o carreras universitarias. Era una persona culta no sólo en lo que respectaba al conocimiento en general, sino en la forma de tratarlo a uno. Recuerdo que me preguntó: «¿Es para estudiar en la noche?» Le dije que sí. Me autorizó la solicitud y al retirarme de su oficina, me dijo: «Éxitos, señor bachiller».

A principios de diciembre de ese año 1970 me dirigí a un establecimiento educativo llamado Porfirio Barba Jacob. Allí, según comentarios de algunos compañeros policiales, ese año habían adelantado el primero de bachillerato, siendo entre otros de sus profesores, Jairo León Ibarbo Sepúlveda y Augusto Álvarez Vanegas. Estos dos educadores naturales de Amalfi Antioquia y quienes habían sido compañeros míos en Amalfi hasta la mitad del grado cuarto de educación primaria. Cordialmente los saludé y charlé un buen rato con ellos y percibí además que estudiantes adultos decían «qué muy bueno que ellos dos les siguieran dando clases». Pero cuando comenzó el año lectivo de 1971, a estos dos paisanos míos no los vi por ninguna parte. No supe cuál sería la circunstancia por la cual dejaron de trabajar en ese lugar. Es del caso tener en cuenta que años después ambos fueron personas sobresalientes en la sociedad antioqueña: Jairo León, un connotado profesor de matemática en la Universidad de Antioquia. Y Augusto, un magistrado de la República, quien, como tal, trabajó en Quibdó Chocó durante bastante tiempo.

En la secretaría de educación municipal de Medellín en enero de 1971, quedé matriculado para el 1° de bachillerato en el Instituto Nocturno Departamental de Enseñanza Media «INDEM», en ese caso, donde yo iba a estudiar era uno de los 4 centros que integraban la institución que llevaba dicho nombre: «INDEM». Pero el centro en el cual yo iba a estudiar funcionaba, como dije, en el establecimiento educativo Porfirio Barba Jacob, ubicado en la avenida Juan del Corral de Medellín.

Los otros 3 centros pertenecientes al «INDEM», funcionaban: En el barrio Castilla. No supe en cuál escuela o colegio. En el barrio Belén. Tampoco supe en cuál establecimiento educativo. En el barrio Buenos Aires. Funcionaba en el colegio Francisco Ozanam. Allí, cada año, reunían al personal de estudiantes de los demás centros educativos, o sea, de Castilla, de Belén y de la avenida Juan del Corral, estudiantes que debían cursar los grados 5° y 6° de bachillerato, como ocurrió con nosotros en 1975 y luego observamos lo mismo con otros estudiantes en 1976 cuando llegaban para iniciara el grado 5°.

En mayo de 1971 las directivas educativas nos pasaron a estudiar durante 4 meses del Porfirio Barba Jacob al colegio Tulio Ospina, ubicado en la misma avenida Juan del Corral, pero luego volvimos al Porfirio Barba Jacob. Nota: En donde quedaba dicho establecimiento educativo, funciona hoy en día un centro de idiomas, pero ya en un edificio de varios pisos.

Los directivos y los profesores me parecieron personas idóneas en el campo educativo. Y las compañeras y compañeros estudiantes, seguro por ser personal adulto, me parecieron, en general, personas con pensamiento crítico. Lo que fue importante.

En el segundo grado ocupé el primer puesto y en los demás grados siempre estuve entre los cinco primeros puestos, a excepción del grado sexto, pues como no entregaron el diploma al finalizar el año lectivo de 1976, las cosas se desordenaron un poco. Los diplomas nos los entregaron por ventanilla en la secretaría de educación municipal, en septiembre de 1977.

Durante más de cinco años estuvimos nosotros pendientes de que el Ministerio de Educación Nacional, aprobara nuestra Institución: el «INDEM»; hasta que por fin, finalizando el mes de octubre de 1975, el rector, señor, Ignacio Ocampo, persona, reitero, dinámica e idóneo en ese cargo, nos dio la buena nueva: El Ministerio de Educación Nacional había aprobado el Instituto Nocturno Departamental de Enseñanza Media «INDEM» de Medellín, mediante Resolución No. 6528 del 1° de octubre de 1975. Todos quedamos muy satisfechos y tranquilos, pues al respecto se había terminado para nosotros, tremenda incertidumbre.

Mi diploma: Figura el escudo de Colombia República de Colombia, La foto Departamento de Antioquia Instituto Nocturno Departamental de Enseñanza Media «INDEM» Medellín Aprobado por Resolución No. 6528 del 1° de Octubre de 1975 Emanada del Ministerio de Educación Nacional TENIENDO EN CUENTA QUE: R E I N A L D O R O D A S R Ú A terminó satisfactoriamente los estudios correspondientes a la Educación Secundaria de acuerdo a la Resolución No. 2516 de Abril 17 de 1974 le confiere el título de B A C H I L L E R A C A D É M I C O El Rector, El Secretario, Ignacio Ocampo Jelis Ahumada Firma y sello Firma y sello Expedido en Medellín, el 13 de abril de 1977, GOBERNACIÓN DE ANTIOQUIA Anotado al folio No. 943 del Libro de Registro No. 49 Por el Gobernador del Departamento Rúbrica del Secretario de Educación y Cultura Sello Rúbrica del Sub-Secretario de Educación y Cultura Sello Registrado en Medellín a 14 de septiembre de 1977

Universidad Autónoma Latinoamericana

En septiembre de 1978 estuve en dicha universidad y me inscribí para hacer la carrera sobre Ciencias de la Educación, no para Derecho como pensé inicialmente, pues tuve en cuenta que durante el tiempo que duraran mis estudios de Educación, podía trabajar en cualquier establecimiento educativo particular o privado. Luego en el mes de octubre de ese mismo año, un domingo, presenté y pasé el examen de admisión para esa universidad y en los primeros días de febrero de 1979 asistí a clases en la misma universidad, dándole comienzo así pues a mi carrera universitaria. Cuando me retiré de la institución policial el 22 de febrero de 1979, ya hacía varios días que estaba yo estudiando en la Universidad Autónoma Latinoamericana. Las clases eran de las 5: 45 p. m. hasta las 10 de la noche.

Ciencias de la educación

Disciplinas: Es del caso hacer mención que en esta carrera me tocó estudiar disciplinas que estudian, describen, analizan y explican los fenómenos educativos en sus múltiples aspectos: Filosofía, Psicología, Sociología, Geografía, Historia, Economía de la educación, Pedagogía, Didáctica, Tecnología educativa, Matemáticas generales I y II, Ética y Valores humanos.

Pedagogía.

Sobre las ideas de suficientes y grandes pensadores o pedagogos, se realizaron estudios. Veamos algunos de ellos:

Sócrates

Se le atribuye la expresión «Sólo sé que nada sé», una manera de refutar la pretendida sabiduría de los sofistas, y acoger el mandato del Oráculo de Delfos «Conócete a ti mismo», que quería decir pregúntate, examínate, ve a tu propio mundo interno, más allá de lo que acontece exteriormente, para encontrar la base de la verdad, del bien y de la virtud. Enseñar a encontrarla por medio de la Mayéutica o arte de ayudar a sacar las ideas era su propósito».

Jean Jacques Rousseau

El principio de la democracia es la voluntad general, porque es mayoritaria, la de la comunidad, incluidos los discrepantes que son también miembros del Estado. Así, las minorías también tienen derecho a hacer valer su voluntad y deben, así mismo, aceptar la voluntad general como expresión de la voluntad de la comunidad política.

John Dewey

La reflexión libre y consciente sólo se logra mediante la educación; la razón tiene una función constructiva al sustituir el pasado por el futuro como factor esencial del conocimiento.

Immanuel Kant

Imperativo categórico: Pórtate de tal manera que tu proceder se pueda convertir, por tu voluntad, en ley universal.

Jean Piaget

Estudió y describió los estadios evolutivos que se suceden en la formación de la inteligencia en el niño.

Paulo Freire

Impulsó la educación de las clases oprimidas a través de los círculos de cultura popular, organizados en el Movimiento de Educación de Base, en 1961, Sao Paulo, Brasil.

Johann Heinrich Pestalozzi

Creó un sistema educativo inspirado en las ideas de Rousseau y basado en las aptitudes naturales del niño.

Maria Montessori

Creó el método pedagógico preescolar que lleva su nombre, 1907, encaminado a estimular el desarrollo de la iniciativa y las posibilidades del niño.

Filosofía

Se hicieron estudios de la filosofía correspondiente a estas épocas:

  • Griega, INCLUYENDO A LOS PRESOCRÁTICOS.

  • Helenístico – Romana.

  • Edad Media.

  • Renacimiento.

  • Edad Moderna.

  • Edad Contemporánea.

Desde este punto de vista filosófico se hizo énfasis en aquellos pensadores que más contribuyeron con fundamentos concretos en lo que respecta a la educación.

Veamos:

Karl Marx

En su dialéctica, afirma que sólo el contacto concreto con el objeto puede decirnos cuáles son las contradicciones efectivas de este objeto, su movimiento interno, sus transformaciones repentinas; no se trata de una dialéctica de ideas puras, sino de ideas que reflejan en la mente de los hombres el movimiento efectivo de la realidad: sustituye la dialéctica de Hegel por su propia dialéctica real.

Bertrand Russell

Sus tesis han causado importantes progresos en el análisis de las antinomias matemáticas y en la logicización de toda la aritmética. Es decir, las matemáticas se reducen a la lógica.

José Ortega y Gasset

«El sentido del concepto de circunstancia es aclarar que no existe un Yo aislado del mundo real: Yo soy yo y mis circunstancias.

George Moore

En el lenguaje filosófico, a diferencia del análisis del lenguaje común, se trata es de averiguar la significación de las palabras usadas para expresar conceptos y determinar su valor de verdad.

Michel Foucault

Desde su perspectiva, el saber, en la medida en que es capaz de inventar la verdad, se hace poder y éste avala la verdad inventada.

Thomas Samuel Kuhn

Su discusión consiste, sobre todo, en indagar la naturaleza de la ciencia normal por contraste con la ciencia anormal. La primera es elaborada por una comunidad científica y sirve como fundamento a ulteriores desarrollos; en su base se encuentra un «paradigma» generador de normas cuyos preceptos no son puestos en duda. En caso de aparecer anomalías, éstas se resuelven o con base en ellas se crea un nuevo paradigma; esta crisis del paradigma es lo que se llama una revolución científica, la cual es imperceptible, incluso, en ocasiones, para los miembros de la comunidad científica.

Práctica de los estudios realizados

En este caso, los estudios correspondientes a mi carrera educativa: Se llevaron a cabo durante casi todo el segundo semestre del año lectivo de 1982, en el Grado Sexto, dos grupos de dicho grado, y en el colegio nacional Marco Fidel Suárez, de Medellín, el cual aún queda cerca al estadio Atanasio Girardot. Allá con frecuencia me supervisaba una profesora, de la cual olvidé sus nombres y apellidos, de la facultad de educación de la Universidad Autónoma Latinoamericana y, también, el profesor que, autorizado por el rector del colegio, señor Silvestre Guerra Madrigal, me había cedido sus clases de filosofía e historia. Lo anterior, también estaba autorizado por el rector de la Universidad Autónoma Latinoamericana, doctor Jairo Uribe Arango.

Todo marchaba lo más de bien. Pero un día del mes de octubre de 1982 a eso de las ocho de la mañana y cuando yo me encontraba en esta casa alistándome para viajar al colegio nacional Marco Fidel Suárez, porque me correspondía entrar a dictar clase a las diez a.m., escuché en Radio Paisa de que el rector del colegio Marco Fidel Suárez, señor Silvestre Guerra Madrigal, acababa de ser asesinado por dos hombres jóvenes y una muchacha. Me fuí de inmediato, pero al llegar cerca del colegio, no pude entrar, pues las autoridades lo impedían. Regresé al otro día y las noticias, según algunos estudiantes, era de que dos tipos y una mujer se habían entrado al colegio aduciendo que necesitaban hablar con el rector y que al hallarlo en la oficina de la pagaduría de la misma institución, con armas blancas y armas de fuego con silenciador, le habían causado la muerte. Y que los tipos y la mujer luego salieron rápido del colegio y huyeron en un taxi. Se presentó entonces desestabilidad en el colegio, pero como yo ya estaba próximo a terminar mi labor allí y a graduarme como Licenciado en Educación, el profesor del Área Filosofía e Historia, me dio una calificación positiva por mi trabajo, e igualmente, lo hizo la profesora de la universidad que me supervisaba.

El rector del colegio nacional Marco Fidel Suárez, en ese entonces, era natural de Segovia y llevaba más de trece años trabajando en ese liceo, y cuando le comenté que yo era de Amalfi, noté que le gustó y durante el poco tiempo que permanecí dictando clases de filosofía e historia, siempre fue muy conversador conmigo. Como dije, llamaba Silvestre Guerra Madrigal. Después cuando yo estaba trabajando en Amalfi en el magisterio, un ex-alumno del Marco Fidel, quien era empleado de la administración municipal de ese municipio, me dijo, que la muchacha que había participado en la muerte del señor Guerra Madrigal, la habían matado en Medellín meses después. Que era una muchacha perteneciente a un grupo armado ilegal de izquierda.

Y en cuanto al doctor Jairo Uribe Arango, rector en esa época en la Universidad Autónoma Latinoamericana, falleció el 13 de octubre del 2014. Tenía 88 años de edad. Me pareció una persona muy correcta y bastante atenta cuando uno necesitaba plantearle la solución de algún problema.

Mi diploma universitario

Escudo de UNAULA REPÚBLICA DE COLOMBIA Ministerio de Educación Nacional y en su nombre la UNIVERSIDAD AUTÓNOMA LATINOAMERICANA En consideración a que REINALDO RODAS RÚA Ha completado los estudios superiores que la ley señala, le expide el título de LICENCIADO EN EDUCACIÓN Filosofía – Historia Medellín, 3 de diciembre de 1982 Jairo Uribe Arango Rúbrica y sello del Decano Rector Firma y sello Titular: Reinaldo Rodas Rúa Rúbrica y sello del Secretario General. C.C. No. 8′ 237.879 de Medellín 4 Lic 1053 24 enero 83

Escuela Remington de Comercio

Con el fin de perfeccionar un poco la mecanografía que sabía, en diciembre de 1976 me matriculé en la Escuela Remington de Comercio, ubicada en un principio en edificio de la plazuela Uribe Uribe de Medellín y luego a partir de febrero de 1977 en el segundo piso de un pasaje entre la carrera 45 o Avenida Oriental y la carrera 46. Quedé pues matriculado para adelantar estudios de capacitación comercial y las clases se iniciaron a mediados de enero de ese año 1977 y el horario, como se solía hacer en esa época en estudios que fueran nocturnos, entre 5: 45 p.m. y 10 de la noche.

En dicha escuela Remington de comercio me encontré nuevamente con el profesor de Lengua Española, señor Pedro Nel Ospina, quien era muy buen profesor y me había dictado clases del mismo idioma en el segundo semestre de 1963 en la escuela de policía que quedaba o funcionaba en ese año en el barrio la Floresta de esta ciudad. El profesor Pedro Nel Ospina le trabajaba a uno bastante el pensamiento creativo principalmente en lo que tenía que ver con la escritura o invención de textos informativos, narrativos y argumentativos, haciendo énfasis él en la diferenciación de la estructura de los mismos; como también o, además, de un lenguaje comercial, y por otra parte consideraba saludable para uno la interpretación de la tradición oral: coplas, leyendas, relatos mitológicos, proverbios, refranes, parábolas, frases célebres y hasta canciones.

La profesora de mecanografía era una joven de origen afro, bien capacitada ella, pero no recuerdo nombres o apellidos. Tampoco recuerdo los apellidos de un profesor llamado Antonio y quien nos hablaba de técnicas comerciales y también de técnicas de oficina. Pero si tengo en mente el nombre y uno de los apellidos de la profesora que nos dictaba clases de Ética y valores humanos, llamaba María Ofelia Tamayo.

Los estudios o las clases eran durante los días hábiles de la semana y sin derecho a vacaciones intermedias; duraron desde mediados de enero de 1977, como dije, hasta fines del mes de noviembre de ese año.

Mi Credencial de mecanógrafo, dice lo siguiente:

ESCUELA REMINGTON DE COMERCIO Fundada en 1915 Condecorada con la Cruz de la Orden de Boyacá. La medalla Pbro. Miguel Giraldo Salazar y la Estrella de Antioquia. Centro de Educación Media y Capacitación Comercial – Aprobación de estudios No. 9104 de 1974, para los cursos compensatorios Licencia de funcionamiento No. 55 de 1965, 000412 de 1973, y 000090 de 1974. TENIENDO EN CUENTA QUE: REINALDO RODAS RÚA Terminó satisfactoriamente los estudios de capacitación comercial, aprobando todas las pruebas reglamentarias y cumpliendo los programas de estudios de acuerdo al Reglamento Docente de la Escuela y disposiciones del Ministerio de Educación Nacional, se le confiere la presente CREDENCIAL DE : M E C A N Ó G R A F O Para constancia se firma en la ciudad de Medellín, a los 30 días del mes de noviembre del año 1977. El Rector El secretario (a) Rúbrica y sello Luz Marina de R. Sello

Magisterio

Desde octubre de 1982 me inscribí en la Secretaría de Educación Departamental de Antioquia, oficina de Recursos Humanos, con el fin de ingresar al magisterio. Me llamaron entonces a entrevista en febrero de 1983 y un mes después, el 16 de abril de ese mismo año, me destinaron para el colegio Antonio Nariño del municipio de Puerto Berrío. Allá viajé junto con los compañeros de universidad Gustavo Aguilar y Raúl López, quienes también fueron designados a esa misma institución educativa.

En Puerto Berrío encontré como persona conocida a Neftalí Torres Parra, hermano de tu mamá, él desempeñaba un cargo público en ese entonces en dicho municipio, no tengo bien claro si era presidente de acción comunal o concejal; en todo caso, tanto él como su esposa, de quien no recuerdo sus nombres o apellidos, fueron muy atentos las veces que estuve en su casa incluso en compañía de 1 ó 2 profesores más.

Me correspondió dictar las áreas de Español y Literatura, y Filosofía en varios de los grupos de 5° y 6° de bachillerato académico. Me fue bien. También funcionaba en el mismo colegio una Normal Mixta para estudiantes de los citados grados 5° y 6° que hubiesen optado ser maestros. De ahí que en esa época algunos de los profesores del colegio, fueran egresados de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Tunja. Traté bastante con ellos y me parecieron educadores o profesores calificados, idóneos.

Los tres compañeros de la Universidad Autónoma Latinoamericana: Aguilar, López y yo, alquilamos una casa cerca del colegio y allí principalmente los sábados en la tarde y junto a más profesores, realizábamos debates culturales, mediante los cuales aclaraba uno muchas cosas desde puntos de vista de la ciencia, la filosofía, la literatura, el arte, entre otros.

Todo fluía lo más de bien, pero de un momento a otro circuló un panfleto de grupo de ultraderecha al margen de la ley, en el cual se afirmaba «que los profesores del municipio de Puerto Berrío: zona urbana y rural, durante las clases sólo hablaban en pro de la subversión». Así las cosas, más comentarios que con frecuencia se escuchaban en la comunidad, ejemplos, que:

– En el Magdalena Medio abundaban por doquier narcotraficantes, guerrilleros y paramilitares.

– Se habían incrementado las amenazas contra líderes sindicales y magisteriales, así como a periodistas.

– Eran frecuentes las extorsiones, secuestros y asesinatos principalmente de campesinos.

– El enfrentamiento entre el ejército y la guerrilla era el pan de cada día.

Como también,

– Que presenciamos el levantamiento de tres jóvenes de origen campesino asesinados cerca al colegio Antonio Nariño.

– Ver a orillas del río Magdalena a los buitres devorar cadáveres de personas asesinadas en la misma zona del Magdalena Medio.

– Y observar también las chorreaduras de sangre en la mitad del puente Monumental principalmente los sábados por la mañana, de personas que hacia ese sitio eran llevadas para quitarles la vida y lanzarlas al río. El puente Monumental, como se sabe, está sobre el río Magdalena, en Puerto Berrío y une a dicho municipio con Santander. Su longitud es de 540 metros y su anchura es de 9 metros.

Así es pues, que no quedó más alternativa que huir despavoridos de Puerto Berrío. Recuerdo que me vine a las 5 a.m. en un bus que salió a esa hora, y fuí de los últimos, pero no recuerdo el día, lo que sí supe después es que esa noche, además de nosotros tres, o sea, Gustavo Aguilar, Raúl López y yo, trece profesores más, reitero, al igual que nosotros, salieron de Puerto Berrío en carreras de salvación evitando así ser muertos o desaparecidos.

Al llegar a Medellín de inmediato me presenté en la Asociación de Institutores de Antioquia, ADIDA. Allí elaboré el informe de lo ocurrido y el cual debía presentar ante el doctor Téllez, jefe de Recursos Humanos de la Secretaría de Educación Departamental de Antioquia. A dicha oficina me acompañó el sindicalista de apellido Berrío, quien me colaboró bastante en la entrevista que tuve con el doctor Téllez, al cabo de la cual, éste me dijo: «No hay vacantes ni en Medellín ni en el Valle de Aburrá, pero en El Bagre si hace falta un profesor para dictar Español y Filosofía»; y noté que me lo dijo con cierto tono. Le dije, ¡Listo! yo me voy para allá. Y al otro día, con los debidos documentos de presentación para rectoría del colegio de El Bagre, salí a las seis de la tarde en bus para ese municipio por la ruta Medellín, Yolombó, Yalí, Segovia, Zaragoza y Bagre, a donde llegué 15 horas después.

El Bagre

En El Bagre hablé de inmediato con el señor Ciro Robledo Torres, de origen afro él y rector del IDEM, Instituto Diurno de Enseñanza Media, El Bagre. Desde ese momento y hasta principios de julio de 1989, y más que todo debido al cargo que él desempeñaba, me comuniqué bastante con esta persona y me pareció alguien culto no sólo desde el punto de vista del conocimiento, sino desde el aspecto humano. Fue él quien prudentemente a eso de las siete de la noche de un día de agosto de 1985, me dio a saber sobre la muerte violenta por parte de fuerzas oscuras, de mi hermano Juan Alberto Rodas Rúa, en el municipio de Carepa Antioquia.

Durante los seis años lectivos que pertenecí al IDEM El Bagre, me correspondió dictar las siguientes asignaturas:

  • Español y Literatura.

  • Filosofía.

Y durante algunos años u ocasiones:

  • Comportamiento y salud.

  • Ciencias sociales.

  • Ciencias naturales.

  • Ética y Religión.

  • Cátedra Bolivarariana.

Además, di clases de Ciencias sociales en horarios nocturnos y en los grados 1° y 2° de bachillerato durante el segundo semestre del año 1984, en el colegio particular llamado Maranatha «El Señor Viene», ubicado en dirección al barrio Portugal de ese municipio y el cual era dirigido por una profesora del IDEM El Bagre, pero de quien no recuerdo ni nombres ni apellidos.

Cuando llegué al Bagre alquilé una vivienda en el barrio Portugal, casa de un señor de apellido Mendoza. Allí viví entre julio y diciembre de 1983. Me gustó dicha vivienda porque tenía un tanque para recoger agua lluvia, es decir, no era como las demás viviendas en las cuales la gente tenía que ir a varios pozos a recoger agua incluso para cocinar los alimentos. La casa no tenía luz eléctrica, yo tenía que alumbrar con velas; electricidad en esa época en El Bagre sólo había en bares o cantinas y eso porque tenían plantas eléctricas o motores eléctricos particulares. Y otro problema que con frecuencia se presentaba era que cuando llovía, el camino para llegar al IDEM El Bagre, se inundaba: fueron muchas las veces que tuve que dar clases con el pantalón mojado o húmedo inclusive hasta arriba de la rodilla. No obstante, no me aburría en esa casa, pues ahí permanecía solo todos los días de lunes a viernes después de la jornada escolar que era hasta la una y media de la tarde y, también estaba solo los días sábados y domingos. Es bueno aclarar que siempre me ha gustado estar muy solo porque leo bastante y también escribo y de esta manera nadie me interfiere o molesta.

Cuando me presenté en el IDEM El Bagre en julio de 1983 la gente en ese municipio aún estaba nerviosa, pues en mayo de ese mismo año un grupo armado ilegal de izquierda, atacó ese poblado y además de la destrucción causada, murieron 3 agentes de la policía, 2 personas civiles y 4 guerrilleros. Lo anterior, es de extrañar, pues estaba en apogeo el proceso de paz del gobierno de Belisario Betancur Cuartas. Pero a partir del 24 de marzo de 1984, como tú sabes, se dio más o menos un descanso en Colombia respecto a la violencia, por acuerdos de la Uribe, es decir, en dicha fecha se firmó en La Uribe, Meta, el pacto entre el gobierno de Belisario Betancur y la FARC, lo que, según tratadistas, dio origen a las treguas e intentos de solución política al conflicto armado. La comisión de paz por parte del gobierno la integraban, John Agudelo Ríos, Alberto Rojas Puyo y Margarita Vidal. Y por la guerrilla de la FARC, Manuel Marulanda, Jacobo Arenas, Raúl Reyes, Jaime Guaracas y Alfonso Cano.

En fin, de una u otra manera, en el municipio de El Bagre sí se percibió cierta tranquilidad durante ese año 1984. Recuerdo incluso que los guerrilleros podían salir al pueblo en traje de civil y sin armas; y las personas del gobierno, tales como los agentes de la policía tenían que dejarlos quietos. Recuerdo también una vez que se realizaba una actividad en la caseta de acción comunal, los campesinos saludaban a algunos guerrilleros, diciéndoles: «Hola, mi comandante». Y los tipos les contestaban los saludos y se mostraban bastante atentos con ellos.

Pero a principios de 1988, otra vez la violencia guerrillera se enseñoreó de El Bagre: eran más o menos las nueve de la mañana y un grupo de tres guerrilleros del ELN utilizando una volqueta, según comentarios de la comunidad, sorprendió a tres soldados que integraban un retén en la carretera entre Zaragoza y El Bagre. Los guerrilleros actuaron en forma subrepticia, pues se les escondieron en el volco del vehículo y así fácilmente los acribillaron o dieron muerte a tiros de fusil y le dieron vía libre a otro grupo mayor de guerrilleros el cual avanzó hasta cerca del puesto militar y emprendió también a tiros a los soldados que allí se encontraban. El puesto militar en ese entonces quedaba en una pequeña colina a un lado del aeropuerto El Bagre. A la respuesta de los soldados el tiroteo fue nutrido y prolongado. Pero menos mal, un helicóptero pequeño llegó a rociar plomo a diestro y siniestro, lo que hizo que la guerrilla optara por la retirada, quedando dentro del rastrojo los cuerpos exánimes de 4 de sus compañeros guerrilleros. Ese día y como a unos 300 metros una bala de fusil hirió de gravedad a un joven en uno de sus muslos, el cual por sufrir hemofilia y sus familiares querer mejor atención médica para él, fue trasladado en chalupa por el río Nechí y Cauca hasta Caucasia, pero a ese municipio llegó sin signos vitales: se desangró.

Otro ataque a puesto del ejército por grupo armado ilegal de izquierda, ocurrió en julio de 1988 en el corregimiento Puerto López de El Bagre. Allí también, según la gente, la guerrilla actuando subrepticiamente utilizando mujeres o muchachas muy jóvenes, distrajeron a los soldados centinelas y, cuando sus compañeros se dieron cuenta, es porque ya los centinelas estaban degollados y el grueso de la guerrilla boliándoles plomo a lo loco. Lo anterior, le costó la vida a 15 militares y a 10 guerrilleros. El tiroteo al amanecer de ese día del mes de julio de 1988 se oía desde El Bagre: ¡Fue tremendo!

Y volviendo al año 1984: al regresar yo a principios de ese año 1984 al Bagre, no volví a vivir en la casa del barrio Portugal del señor Mendoza. Junto con cinco compañeros profesores más alquilamos un caserón de propiedad de una familia de prestancia en El Bagre de apellido Corcho. Pero pronto no faltaron los problemas y entonces la esposa de un señor Juan Viloria, llamada doña Edelfina, me alquiló un apartamento pequeño en un segundo piso y allí quedé de primera hasta que me vine de El Bagre en 1989, incluso, a veces yo cocía o cocinaba los alimentos ahí: me gustaba mucho alimentarme con bagre rayado, común en el río Nechí y de carne muy agradable. Pero un día de julio de 1989 me llamó al IDEM El Bagre el rector del Liceo Eduardo Fernández Botero, de Amalfi, señor Anibal Carvajal y, también, mi hermano Efraín Rodas Rúa, los cuales me dijeron que un grupo armado al margen de la ley había asesinado al profesor que dictaba filosofía, de apellido Osorno, que si quería venirme trasladado para Amalfi para que comenzara a trabajar después de las vacaciones de mitad de año, les dije que sí, que listo. Y de una comencé a quedar a paz y salvo y a despedirme de las personas con quienes tenía compromisos o fueron mis compañeros en la institución educativa IDEM El Bagre y, en el menor tiempo posible, salí para Medellín o para esta ciudad y, luego en el mismo mes de julio de 1989, me hice presente en mi pueblo: el municipio de Amalfi.

El asesinato de Juan Alberto Rodas Rúa

Para traer las pertenencias de mi hermano Juan Alberto Rodas Rúa, asesinado en Carepa, me correspondió ir a mí. La siguiente es la carta que en esa época le envié a mi padre Lalo Rodas:

Medellín, 2 de septiembre de 1985.

Lalo: Además de mi saludo paso a decirte lo siguiente:

1. El mismo día que vine de Amalfi partí hacia Carepa (a las nueve de la noche).

2. Llegué a ese sitio a las once y media (o sea al otro día).

3. Me entrevisté con el Inspector de Policía; le comenté sobre los documentos (certificados de defunción, registro para la cooperativa de Amalfi) que necesitaba y además le reclamé los posibles elementos que él tuviera de Alberto.

4. Me dijo que esos documentos los sacaba u obtenía en la notaría y hospital de Chigorodó; a donde viajé de inmediato en un taxi colectivo.

5. Me hice presente en la notaría y me dijeron que las defunciones no estaban registradas ahí; entonces, me dirigí al hospital, y allí me entrevisté con una enfermera de nombre María Eugenia. Hacía por ahí unos cinco minutos que había llegado yo, cuando apareció un tipo joven, con aspecto de indio, sudando, y el cual había visto yo cuando llegué a Carepa; además tenía aspecto militar; o sea, que se ve que lo enviaron detrás de mí; el tipo llegó averiguando dizque por unas drogas. La enfermera me dijo que volviera a eso de las dos y media y me atendía, o sea para llenar el documento de la cooperativa de Amalfi.

6. Me dirigí a una tienda pequeña al frente del hospital; allí me dediqué a comerme un fiambre que me echó Lilia; pedí una gaseosa; se encontraba allí un señor de unos 60 años hablando respecto a que la vida antes era mejor porque se podía cultivar tranquilamente la tierra y por lo tanto alimentarse mejor la gente. En determinado momento habló contra los ricos, y entonces, vi que le podía tratar como algo respecto a Alberto. Le dije que si él era de esa región, me dijo que no, pero que hacía bastante tiempo vivía por allá. Le comenté que era primera vez que yo había ido por allá y que era hermano de uno de los maestros muertos en Carepa y que no se sabía quién los había matado; entonces, de inmediato me dijo: «esos los mató la ley, eso dice todo mundo acá en Chigorodó; lo que ocurre es que la ley por acá no le deja coger fuerza a quien venga con ideas nuevas o a ayudarle a los pobres». Más tarde me comentó que al yerno de él que fue hace dos años Inspector de Policía allá en Chigorodó; lo mataron porque era muy favorable al pobre. Este mismo señor me indicó hacia dónde quedaba la central de teléfono; y unas dos horas después me presentó ante el secretario de la Alcaldía del mismo Chigorodó.

7. Después de llamar acá a Medellín a eso de la una de la tarde regresé al hospital; me dijo la misma enfermera que según la médica jefe requería una autorización del Alcalde o Juez de Chigorodó para poder llenar el documento de la cooperativa de Amalfi.

8. Me dirigí de inmediato a la Alcaldía en donde el secretario resultó ser un sobrino de don Tulio Giraldo; fue muy formal y me ayudó a obtener la autorización para la llenada del documento de la cooperativa, lo más pronto posible.

9. Una vez realizada la vuelta salí para Carepa; allá me dirigí a la Alcaldía en donde solicité los certificados de defunción. Allí me habló un muchacho de nombre Manuel Palacio quien es Jefe de Deportes en Carepa y quien me manifestó que fue muy amigo de Alberto, y además, me contó que Alberto recién ido a allá se había emborrachado y se había aparecido enlagunado y sin camisa en una finca. Pero que había jurado no volverse a emborrachar, y que hasta ese domingo que lo mataron no había vuelto a tomar, que incluso lo convidó a él a tomar y no le aceptó porque estaba muy agripado. Este muchacho me dio a entender que quien lo mató fue el Ejército; que Alberto fue buena persona, pero que desde la noche que se emborrachó dio cabida para que le hicieran un seguimiento.

10. El mismo Manuel Palacio me llevó a donde la Jefe de Núcleo, quien me entregó parte de la ropa de Alberto y me dijo que ella había aconsejado mucho a Alberto después de lo siguiente: que fue invitado a una fiesta a Apartadó en compañía de otros profesores, pero que se emborrachó demasiado y a eso de la una de la madrugada se apareció en una finca, sin camisa, en donde al parecer insultó a algunas personas; que posteriormente lo aprendió el Ejército, y que por lo tanto fue un milagro que no lo hayan matado esa vez dadas las circunstancias.

11. Me hice presente de nuevo en la Alcaldía en donde antes de que el Alcalde firmara las defunciones me entrevisté con un profesor de quien no me acuerdo bien su nombre pero que al parecer llama Cipriano. Éste me dijo que allá esa noche habían tenido que despachar otro profesor que iban a matar, y también me dio a entender que quienes habían matado a los profesores era el Ejército, y que parece que a Alberto no lo iban a matar, pero que seguro lo mataron por estar con el otro compañero. Es de anotar, que cuando yo estaba conversando con él, un oficial escribiente o citador del juzgado comentó: «que mataron otro, apareció por allá tirado, pero ya se sabe quién lo mató»; una muchacha le dijo, ¡quién? y entonces el tipo dijo pues quien e hizo una seña hacia donde queda la base militar.

12. El Alcalde me firmó los documentos y me dijo: «¿Entonces usted es hermano de Barrabás?». Yo lo fíe a él en la ferretería de don Floro para que sacara un colchón; coja ese colchón y se lo lleva de nuevo a don Floro porque su hermano casi no lo usó; yo ya hablé con don Floro, y reclame la letra.

13. Me dirigí hacia donde el Inspector de Policía y firmé un documento, donde él me hacía o mediante la cual me hacía entrega de algunas pertenencias de Alberto; me entregó unas llaves, las cuales eran de la Escuela donde trabajaba y de la casa donde vivía; dichas llaves las entregué. También me entregó la billetera pero sin la cédula de ciudadanía, porque, según él, las autoridades tenían que enviarlas directamente a la Registraduría del Estado Civil. Sobre reloj y dinero nadie me mencionó absolutamente nada.

14. Con el profesor Carmelo o Cipriano me dirigí a la casa donde vivió Alberto y antes de llegar nos encontramos con una maestra que por lo que me pareció fue bastante amiga de él. Ella sabía cuánto le costó la cama, dónde había sacado fiado el colchón, cuánto le habían costado las bancas que tenía allí en la pieza. Es de anotar que en determinado momento comentó: «Bendito sea Dios pero es que lo que se busca se tiene que encontrar». En vista de esto yo le dije luego al profesor Carmelo ¿qué opinaba? Entonces me dio a entender que fue que Alberto habló demasiado en una zona de esas. En fin abrí la puerta o entramos a la pieza y estaba bien organizado todo.

15. La señora dueña de la casa manifestó que se le dejara algo porque Alberto había vivido allí más de diez días; le di entonces una mesa que, según la maestra en referencia, le costó a él 2.000 pesos, y un banco que le había costado 300 pesos. En esas la señora dueña de la casa comentó: «Ese muchacho era muy formal, pero conversaban mucho antes de entrar a dormir, principalmente el largo blanco; incluso la noche que los mataron se sintió conversa hasta muy tarde y después a las seis aparecieron muertos».

16. Saqué todas las cosas en compañía de Carmelo; llevé el colchón a donde don Floro quien me manifestó que le pareció muy buen muchacho y me dio a entender que lo había matado el Ejército. Pero que de acuerdo a lo que se decía, al muchacho que seguramente iban a matar era al otro y a Alberto lo mataron para que no dijera. Don Floro fue muy formal, me recibió el colchón, me entregó la letra.

17. Cuando terminé esa vuelta ya Carmelo había sacado las otras cosas a punto de ser embarcadas. Allí se hicieron presentes un maestro más y tres maestras, entre ellas, una de nombre Ana, quien me comentó que había sido profesora de Alberto en Amalfi en segundo de Bachillerato, y además, me dio a entender que le había dado consejos. No pude averiguarle nada porque en esos momentos apareció el bus; me ayudaron a embarcar; antes le había dado el número del teléfono mío a Manuel Palacio y a Carmelo, porque por lo que veo ya acá en Medellín quieren comentarme algo más.

18. En el bus me hice en una de las bancas de atrás; atrás mío venía un muchacho de unos veinte años; yo le comenté o entablé conversa con otro señor que venía al lado mío y le dije que era hermano de uno de los maestros que habían matado en Carepa; el tipo atrás como que oyó. Al rato la gente del bus se nojó porque el conductor charlaba con una muchacha; el que venía atrás, o sea el muchacho de unos veinte años le gritó a la muchacha: «lo que pasa es que esa mona tiene ganas de echarle mano de la palanca al chofer». La muchacha se nojó, y entonces, el tipo le gritó: «no se noje o es que tiene ganas de que le llenen la barriga de plomo». Más adelante llamó a otro tipo y le dijo en forma muy baja: «Hoy no nos presentamos al hijueputa comando». «Oyó». Y antes de Santafé de Antioquia se sentó junto a él una señora y oí que le comentó que era cabo segundo y que era como de Segovia. Pero antes en el camino nos había alcanzado otro bus porque en el que yo venía se varó y un tipo se hizo el que lo había dejado el otro bus y entonces se subió en el que yo venía, y entonces, el tipo que venía detrás de mí lo llamó y le dijo en forma baja: «Ese que va ahí es hermano de los maestros de Carepa». A lo que el otro contestó también en forma baja pero perceptible: «De esos hijueputas». Lo que indica que es probable que uno de los dos venía en mi persecución o me venía siguiendo. Luego ya después de Santafé de Antioquia yo le dije al tipo que venía en el puesto detrás de mí: Esa muchacha me mira mal a mi porque cree que yo fui el que le gritó algo, me dijo: «por lo que yo le dije». Le dije, claro. Al bajarse acá en Medellín se bajó de último y luego le dijo al otro tipo que venía en el bus como para disimular: «¿Usted va para el centro?». Y se vinieron en un bus.

Lalo: Por lo que se ve Alberto al parecer no tenía cerebro porque dadas las condiciones de esa zona no se portó a la altura. Una lástima, pero la realidad fue esa.

Educador en Amalfi

En el Magisterio de Amalfi trabajé durante diecisiete años y medio, o sea, entre julio de 1989 y el 21 de diciembre del año 2006: catorce años y medio en la Institución Educativa Eduardo Fernández Botero y tres años en la María Auxiliadora. En la Fernández Botero por algunos años el rector fue el señor Anibal Carvajal y luego trabajó en dicho cargo Marta Lucía Cortés Martinez; ambos me parecieron personas idóneas en el desempeño de sus funciones. E igualmente, la rectora de la Institución Educativa María Auxiliadora, de nombre Dionys, cuyos apellidos no recuerdo, me pareció una persona suficientemente capacitada en ese trabajo.

Y en cuanto a Héctor Londoño (Q.E.P.D.), quien por varios años fue jefe del Núcleo Educativo al cual yo pertenecí, lo consideré siempre además de compañero, un buen amigo; recuerdo cuando un día me llamó y me dijo: «Vení yo te regalo a vos que te gusta leer unos libros de autores colombianos», y me entregó cuatro libros sobre ideas liberales y conservadoras en el siglo XX, libros que aún conservo y que, sin lugar a dudas, me han servido para aclarar aspectos o puntos de vista económicos, políticos, sociales y culturales de nuestro país.

Y el resto de educadores que trabajaron o pasaron por las aulas de la I. E. Eduardo Fernández Botero o I. E. María Auxiliadora, tuvieron siempre deferencia para conmigo, sobresaliendo al respecto mi hermano Efraín Rodas Rúa, quien, de una u otra manera, estuvo al tanto o me demostró con sinceridad su fraternidad y amistad. Y también el profesor Heriberto Cifuentes, quien muchas veces me colaboró con el Mimeógrafo y tirada en el mismo de Esténciles para pruebas pre-Icfes de los estudiantes del Grado Undécimo. Y es del caso asimismo recordar al profesor Diego Uribe, también (Q.E.P.D.), a quien tengo que agradecerle bastante el perfeccionamiento de mi ortografía, pues era él un experto sobre el particular.

Y en lo que tiene que ver con los estudiantes, considero que en general y en ambas Instituciones mi relación con ellas o ellos, fue normal; claro que durante tanto tiempo no faltó una que otra discordia, pero la solución al respecto no traspasó los límites del aula de clase o de las competencias de sus cargos o autoridad del coordinador de disciplina o de la rectoría. Por otra parte, hay que tener en cuenta que hubo estudiantes sobresalientes o excelentes en sus estudios o en las áreas del saber que yo orientaba, pero no es del caso mencionarlos en este escrito, pues al ser tantos, se me van a olvidar algunos y esto entonces lo considero no sólo equivocación molesta, sino algo que no es ético.

Y también es del caso mencionar en este punto que no fueron pocos los alumnos o exalumnos que desgraciada o desafortunadamente perdieron la vida o fueron desaparecidos por integrantes de grupos armados al margen de la ley tanto de extrema derecha como de extrema izquierda. De varios de estos muchachos también recuerdo nombres y apellidos. Pero no es del caso escribir aquí dichos nombres y apellidos, pues equivale a herir susceptibilidades de sus familiares y, lo indicado con respecto a estas personas, es expresarles siempre solidaridad y valoración de su dignidad y consideración o respeto.

Violencia en Amalfi

En la última parte del documento anterior hablé sobre la muerte de alumnos y exalumnos de los colegios Eduardo Fernández Botero y María Auxiliadora como consecuencia de la inseguridad que se incrementó en Amalfi, creo yo, a partir de 1980 y cuyos principales actores fueron, como se sabe, grupos armados al margen de la ley de extrema izquierda y de extrema derecha.

Pero las cosas se agravaron aún más en dicho municipio con los siguientes ataques subversivos, ELN: Primer ataque: Los guerrilleros entraron al pueblo a eso de las doce de la noche de un 6 de agosto de 1991 y acto seguido muchos de ellos dentro de los bares o cantinas procedieron a ordenarle a las personas que estaba ingiriendo licor o estaban borrachos que desocuparan esos lugares y se trasladaran de inmediato a sus hogares. Ni cortos ni perezosos los borrachitos corrieron de una hacia sus casas y, cuando menos se pensó, se inició el tiroteo y el estruendo de los explosivos en la vía el Camellón más concretamente al frente y cerca del cuartel de policía, ubicado en ese entonces, en la casa que en el pasado era de propiedad del señor Eladio Jaramillo. El combate se prolongó por algunas horas y sufrió destrucción el comando policial y también la casa de la cultura, la cual funcionaba en sitio adyacente al comando. Los agentes de policía lograron quedar ilesos, pero un señor y su esposa y un niño de 6 años de edad e hijo de ellos, sí murieron en el acto, pues por estar su habitación también cerca al comando de policía, un explosivo no sólo se las destruyó, sino que les quitó la vida. En esta primera acción los guerrilleros huyeron por diferentes salidas que tiene el municipio.

Segundo ataque. Según comentarios en el pueblo, fue también perpetrado por el ELN. Sucedido en el primer semestre de 1992: Un día a eso de las cuatro de la tarde, cuando Amalfi recibía las delegaciones deportivas por ser sede de los Juegos Deportivos Intermunicipales del Nordeste Antioqueño, de ese año, llegaron alrededor de 150 guerrilleros vestidos con sudaderas o disfrazados de deportistas; se movilizaban en camiones y volquetas y algunos de ellos en el volco de una de las volquetas se hicieron presentes al frente de la entrada del cuartel de policía y les fue fácil quitarle la vida al teniente comandante del puesto, teniente conocido como Frangil Rodriguez Serna, de 28 años de edad y natural de San Martín, Meta; como también, dado el factor sorpresa y el sitio hasta donde llegaron los tipos del grupo atacante, no les fue difícil intercambiar disparos durante cuatro horas y media con el resto de uniformados. Y después de ser muerto el teniente Frangil Rodriguez Serna, murieron en combate los agentes Fernando de Jesús Jaramillo, de 25 años de edad y natural de Yarumal, Antioquia. Este agente estudiaba en Amalfi o hacía un curso sobre técnicas judiciales. Y Juan Carlos Pulido, de 23 años y natural de Cúcuta, Norte de Santander. Este agente los últimos años de su bachillerato los hizo en el bachillerato nocturno del colegio Eduardo Fernández Botero de Amalfi. Fue muy buen estudiante. Y, Jaime Alberto Campo Montero, de 24 años de edad y natural de Ciénaga, Magdalena. Además, durante el cruento ataque, murió también por impactos de arma de fuego de grueso calibre, el señor León Henao; no recuerdo de dónde era. Y también murió de un ataque cardiaco debido seguro a los nervios la señora Alicia Álvarez, natural de Amalfi. Esta vez los guerrilleros huyeron por las distintas salidas del pueblo, pero utilizando por las vías carreteables, camiones y volquetas. Y desaparecieron porque el avión fantasma comenzó a lanzar bengalas.

Así las cosas, en los días siguientes el pueblo comenzó a llenarse de paramilitares y entonces aumentaron las muertes violentas y las desapariciones y la mala fama respecto al municipio cundió por todas partes. Y aunque es cierto lo de tanta violencia o la ejecución de muchos crímenes o delitos execrables, seguro que son muy pocas las personas amalfitanas comprometidas en estos casos. Hay que tener en cuenta que en un altísimo porcentaje los integrantes de la guerrilla o de los paramilitares, no eran de parte urbana o rural de Amalfi, sino de otras zonas de Colombia. La gente amalfitana, como se sabe, es hospitalaria o denota nobleza y distinción, es talentosa y emprendedora. Por algo a Amalfi se le llama La Ciudad Señora del Nordeste.

Para ratificar lo anterior, veamos que son muchas las cualidades que se pueden deducir de lo que las siguientes personas son (o fueron, las que lamentablemente ya fallecieron). Con todas ellas traté bastante:

  • Rigoberto Arango (Q.E.P.D.), Experto guitarrista.

  • José Albeiro Berrío, Promotor cultural.

  • Alberto Ibarbo Sepúlveda, Poeta lírico.

  • Arturo Vásquez Rendón (Q.E.P.D.), Narrador verbal de hechos sucedidos en Amalfi, principalmente la historia del Tigre.

  • Efraim Antonio Galeano (Q.E.P.D.), Pintor y escritor.

  • Rodrigo Ibarbo Sepúlveda. Asiduo lector. Comprensión excelente de textos filosóficos.

  • Alberto Assuad. Lector asiduo. Promotor de obras maestras: Mozart, Beethoven, Berlioz, Bach, entre otros.

  • Mis familiares, en general personas honradas y trabajadoras.

  • Dora Luz Marín y Fredy Restrepo. Gerentes en su época de la Cooperativa Multiactiva Riachón LTDA.

Alcaldes de Amalfi

Como se sabe, «durante el gobierno de Belisario Betancur Cuartas se aprobó la siguiente reforma: Acto Legislativo 01 del 9 de enero de 1986 se ordena que: «Todos los ciudadanos eligen directamente Presidente de la República, Senadores, Representantes, Diputados, Consejeros Intendenciales y Comisariales, Alcaldes y Concejales Municipales y del Distrito Especial. Y el 13 de marzo de 1988, durante el gobierno de Virgilio Barco, se realizó la primera elección popular de alcaldes en Colombia. Los alcaldes ejercían su mandato por un periodo de 2 años. Y con la Constitución de 1991 se extendió el periodo de los alcaldes a 3 años. Y mediante el Acto Legislativo 02 de 2002 los alcaldes pasaron a tener periodos de 4 años. Los primeros alcaldes con periodos de 4 años fueron elegidos en octubre de 2003 y se posesionaron el primero de enero de 2004».

Entonces, cuando yo llegué a Amalfi en julio de 1989 el alcalde en ese municipio era el señor Francisco Alfonso Quintero Castaño, quien había sido elegido para el periodo 1988 – 1990. Quintero Castaño fue nuevamente elegido como alcalde de Amalfi para el periodo 1995 – 1997. Pero cuando se desempeñaba como tal y se encontraba en determinado sitio de la zona urbana de Amalfi, el 13 de febrero de 1995, alguien integrante de un grupo armado ilegal lo emprendió a tiros y una bala por poco le penetra por la frente, circunstancia por la cual el señor Francisco Alfonso Quintero Castaño renunció al cargo y se radicó en Medellín.

En vista de lo anterior el gobierno del presidente Ernesto Samper Pizano, con la anuencia del gobernador de Antioquia Álvaro Uribe Vélez, tomó la decisión de nombrar alcalde militar para Amalfi el 30 de abril de 1995, lo que se configuró el 10 de mayo de ese mismo año al ser nombrado como alcalde militar de Amalfi, el señor capitán del Ejército Nacional Juan Francisco Diaz Quiñones quien, como tal, completó el periodo 1995 – 1997. Este oficial de origen santandereano fue asesinado después en Medellín, Comuna 13. Y el señor Francisco Alfonso Quintero Castaño, de quien no recuerdo natural de qué municipio era, fue nombrado otra vez alcalde de Amalfi en el año 2007 para el periodo 2008 – 2011.

Periodo 1990 – 1992 – Elegido alcalde de Amalfi el señor Jairo Alberto Llano Yepes (Q.E.P.D.). Su gobierno estuvo al tanto de las circunstancias. Pero el 24 de noviembre de 1994 cuando se desempeñaba como director de la Asociación de Municipios del Nordeste, fue asesinado por integrantes de grupo armado al margen de la ley en la vía Amalfi – Medellín, zona boscosa cerca al municipio de Barbosa.

Periodo 1992 – 1994 – Alcalde, Gabriel Adonay Preciado. Cuando este señor era candidato a la alcaldía de Amalfi, es decir, en el segundo semestre de 1991, el bus de Transportes Nordeste que se dirigía de Medellín a Amalfi y en el cual ambos viajábamos también como pasajeros, fue asaltado por delincuentes bastante abajo de Porcesito y a todos los ocupantes de dicho vehículo nos despojaron de dinero y de otras pertenencias. Menos mal, yo siempre viajaba con poca moneda. Yo esa noche del asalto al bus quedé sorprendido al ver que quienes hacían bajar las personas del bus para atracarnos, eran ni más ni menos, los mismos individuos que un año antes y casi en el mismo sitio habían asaltado el bus en el cual yo viajaba también de noche hacia Amalfi y debido a que los tipos en ese entonces pincharon las llantas del carro, la llegada a nuestro destino fue bastante retardada. Sobre los atracos a los buses en ambas ocasiones, es decir, en 1991 y en 1992, después se supo en Amalfi que en la primera oportunidad uno de los asaltantes había muerto la noche de los acontecimientos cuando trataba junto con sus compinches de atracar el estadero Pescaíto ubicado en la vía en mención o arriba de Porcesito. Y en cuanto al caso de 1992 los asaltantes también salieron mal librados, pues gente minera sorprendió en la madrugada de la noche del atraco a tres de ellos bailando en un estadero de Pradera, antes de Barbosa, y les dieron muerte.

Periodo 1998 – 2000 – Alcalde, señor Guillermo Ángel Arbelaez. En términos generales, según comentarios de la gente, su administración fue buena.

Periodo 2001 – 2003 – Alcalde, señor William de Jesús Castrillón (Q.E.P.D.)- Era buen alcalde y pensaba entre otras cosas, darle prioridad a la seguridad, a la educación y a la cultura. Pero de un momento a otro, lamentablemente murió debido a enfermedad grave. Este fue el alcalde a quien el profesor Leonel Ramirez Ramirez, también como yo de la I. E. Eduardo Fernández Botero, le llevó el borrador del libro que yo titulé Guía Pedagógica y, una vez lo leyó, determinó apoyarme económicamente para que el libro se editara en Medellín. Pero cuando el libro fue enviado a Amalfi por la editorial en suficiente cantidad, ya el señor William de Jesús Castrillón, había muerto. Entonces el libro fue recibido por quien lo reemplazó en el cargo, la señora Eliana María Ruiz Meneses, alcaldesa encargada.

Periodo 2004 – 2007 – Alcalde, señor Wilmar Alfredo Ríos Ortega – Muy buen alcalde, Mantenía una comunicación fluida con el gobernador Anibal Gaviria Correa, llevó la universidad a Amalfi, y mediante Resolución Nro. 184 del 14 de mayo de 2004, reconoció y valoró mis aportes a la educación amalfitana.

Nota: Todos estos alcaldes, a excepción del capitán, son de filiación liberal. Amalfi es un pueblo bastante liberal.

   

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS