«Con la cabeza inclinada hacia el suelo y mi mirada perdida, con un gesto de simpleza y desesperación en el rostro me dedico solamente a oír tus palabras, que aún así saliendo de tu boca dichas con esa voz, suave, melodiosa y dulce , eran la tortura más grande que puede recibir un hombre ya que la intención de esas palabras era un adiós , no un hasta luego tranquilizante , sino una despedida lastimante, porque si el cruel destino llega a unir de nuevo nuestras miradas como parte de su macabro plan, mi alma estará a kilómetros de distancia de la tuya ya que con ese adiós emprendió un viaje sin fin, dedicándose a vagar solitaria por el mundo.

No tuve más remedio que callar y aceptar la triste realidad de que esa mañana de abril en la guerra del amor , perdí en combate mi razón de ser.

No se si no te supe retener o si todo fue mi culpa, pero ahora , varias semanas después todo ese crisol de sentimientos melancólicos que hubo en tu partida desconsiderada y sin ningún argumento que justifique tal grado de maldad, estoy seguro de que te necesito».

Esta fue la carta entregada a Diana Ruedas con ordenes estrictas de leerse a las doce del medio día, ya que Julio conocía bien sus hábitos y sabía que ella estaría viendo las noticias, y en ellas narraban la forma en que un hombre se había quitado la vida por un desamor; -Se encontró su cuerpo sin vida colgado de un Castaño que en ese invierno, ese árbol tenía la apariencia más triste de todos .

La descripción del susodicho correspondían a las de Julio Marquéz , la misma persona que en vida amó a Diana con todo el rigor y fortaleza que en su alma había, hasta sus últimas tomas de aire.

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