Había una vez, hace ya mucho tiempo de esto, una moneda que llegó al mundo sin destino. En la fábrica de monedas notaron enseguida que algo especial sucedía con ella. Quedó apartada en la cinta transportadora y hubo que llevarla junto a las demás para que no se perdiera. Aunque sólo se trataba de una anécdota, era inusual que alguna moneda viniese separada de las demás, aunque finalmente llegó hasta el camión que las trasladaría a todas hasta la ciudad. Tras agruparse de forma separada, encontró su primer dueño en una zapatería que estaba junto a la estación de trenes. Era una tienda con movimiento constante y a las pocas horas de estar allí tuvo que acostumbrarse a una nueva situación. Una muchacha que acababa de comprar unos zapatos de charol negros se la llevó consigo y al llegar a su casa la depositó en su hucha. La moneda no podía sentirse más contrariada. Si la zapatería le supuso ocupar un incómodo habitáculo apartada junto a muchas otras muy parecidas a ella, ahora estaba en una especie de cueva oscura rodeada de varias de diferentes tamaños y aspecto. Aquel sitio era mucho peor, ya que apenas entraba el aire y pasaba horas hasta que de repente se precipitaban nuevas visitantes que poco a poco iban reduciendo el espacio interior. La idea de que algún día se ahogase cuando llegaran demasiadas monedas nuevas a aquella cueva la angustiaba. Una mañana despertó bruscamente por un golpe fortísimo que partió las paredes y se encontró tendida sobre una cama. A gran velocidad ocupó un lugar más cómodo aunque también reducido, junto a otras compañeras, pero se fijó en que sólo las de mayor tamaño iban con ella. No había transcurrido una hora y ya estaba cayendo junto al resto en un sitio muy parecido a la zapatería que la contuvo en sus primeros días en el mundo. Era un lugar un poco más moderno, con entrada constante de ventilación y para su sorpresa, sin haber transcurrido más de veinte minutos estaba otra vez viajando en un depósito oscuro pero muy cómodo, aunque un tanto caluroso. En este sitio pasó muy poco tiempo también, y de forma tan inesperada como en los cambios previos llegó al contacto duradero con una piel muy suave y húmeda. Estuvo sujeta, como envuelta por ella de una forma completamente nueva. Por primera vez se sintió valiosa, importante, única. En aquella mano viajó transportada a velocidad inimaginable hasta ser depositada cuidadosamente en una cajita de madera. Era un espacio con una luz intensa durante muchas horas en las que la moneda pudo por fin descansar del temor y las tensiones que no la dejaban disfrutar su nueva vida. Aquella luz la recargaba de energía y optimismo. De vez en cuando volvía a ser acariciada por esa piel tan suave, era levantada y se desplazaba con un extraño ritmo irregular para después sin previo aviso, volver a su lugar con cuidado. A decir verdad esto se acercaba bastante a una vida con la que sentirse afortunada. El día que dejó aquel paraíso se convertiría con los años en un recuerdo triste. Pasó a ocupar nuevamente un espacio muy oscuro junto a otras que eran de su mismo tamaño. El continuo movimiento de entrada y salida de acompañantes se producía de un modo muy brusco, y regresó la sensación de que no era querida por nadie allí. Por suerte al segundo día salió y llegó hasta otro contacto humano. Era una piel bastante más dura que la que había conocido y su trato era respetuoso aunque ausente de cariño. Aliviada por alejarse de lo que tanto pavor le causaba aceptó de buen grado las nuevas circunstancias. En pocas horas llegó a otro sitio completamente distinto. Reposaba sobre una especie de cama formada con papeles decorados de forma muy extraña. Cada día experimentaba uno o dos movimientos a lo sumo y siempre para que la altura sobre la que se encontraba fuese subiendo. Ninguna compañera que se le pareciera había en aquella estancia. Pasaban los días y el presentimiento de que llegaban nuevos destinos se hacía intenso. No solamente porque había alcanzado una altura un tanto incómoda sobre aquel lecho de papeles, sino porque cada jornada observaba un curioso ritual en el que la mano la apartaba y contaba cuidadosamente los componentes de su lugar de reposo para dejarlos perfectamente ajustados. Después la volvía a colocar sobre ellos, de manera que empezó a creer que lo que hacía era procurarle bienestar, cada día a mayor altura. La moneda recuperó así la confianza en su valor. A fin de cuentas no había conocido a ninguna otra que mereciera tales atenciones a diario. Un día ocurrió algo completamente inesperado porque la cama de papeles desapareció y a ella la entregó aquella mano áspera a otra mucho más pequeña que de inmediato la sujetó con muchísima fuerza. Viajó apretada hasta un espacio abierto y allí comenzó a pasar de unas manos a otras a gran velocidad. Comprendió que estaban jugando con ella. Tras un buen rato de sobresaltos y cuando el mareo le empezaba a resultar insufrible, cayó al suelo y se deslizó por una pendiente hasta chocar contra una pared. Escuchó nerviosa los pasos agitados de quienes jugaban con ella que pasaron de largo y se alejaron rápidamente. Ahora estaba sola en plena calle, olvidada por los demás. El frío que la acompañó aquella noche no lo había experimentado antes. Con el paso de las horas apareció una inquietud relativa a lo que sería de ella, «tal vez me quedé aquí para siempre» pensó. Ya había comenzado a aceptar aquella posibilidad cuando la cogió cuidadosamente otra piel. Se sintió observada por un instante antes de llegar a un tejido de lana que le proporcionó abrigo, y de algún modo le pareció que recuperaba parte del valor que en otras ocasiones tuvo. Llegó en poco tiempo a una nueva casa. En su interior ocupó un lugar junto a otras que le resultaban familiares. En aquella compañía se sintió aceptada y comenzó a recuperar su autoestima. Era un espacio cálido, con luz natural durante el día, y todas recibían por igual el cariño que la dueña de la casa extendía por todas partes. Pronto se dio cuenta de que el número de ellas no disminuía nunca, sino que llegaban cada jornada otras que se le parecían. Cuando se había acostumbrado a aquel confortable reposo, llegó súbitamente un vuelco que la llevaría junto a todas sus acompañantes hasta otro lugar. Transportadas en un envoltorio frío resultaron divididas y agrupadas ordenadamente. La moneda creyó que nuevamente un castigo había comenzado, ya que ahora no quedaba rastro alguno del cariño que notaba en la casa que había dejado atrás. Con resignación se integró en un reducido grupo que estuvo mucho tiempo en apretada formación, como si tuviera que aprender algún nuevo modo de resultar de utilidad. A decir verdad aquel trato que las privaba a todas de su singularidad para simplemente sentirse algo de escaso valor la entristecía. Seguramente por ello le supuso una explosiva satisfacción salir de allí para realizar otro cambio de vida. Aunque viajaba cerca de otros grupos de distintos tamaños, percibió de inmediato que tenía un valor renovado. Al parecer era momento de un cambio de aires bastante más importante de lo que podía esperar. En los días que siguieron tenía la sensación de que rompía unas barreras que habían mantenido su existencia en un mismo espacio. Apenas podía creer que resultase posible alcanzar desplazamientos tan gigantescos, que hubiese distancias tan grandes por recorrer sin que ella lo supiese. Cuando después de varios días cambió su situación para sentir que había llegado al paraje que le habían destinado, sintió una curiosidad emocionante que la hacía brillar intensamente. Todas sus compañeras en cambio mantenían idéntico estado al que las vio partir, de manera que sintió preocupación por lo que podría suponer aquello. Al parecer sus presentimientos estaban fundados, ya que no tardó en ser separada con muchísimo cuidado de todas las demás para ser observada durante un buen rato. Su brillo todavía se había intensificado al contacto con el aire que había a su alrededor y por más que intentaba que aquel fenómeno cesase, era en vano su esfuerzo. Enseguida comenzó a percibir la alegría que se acercaba desde diferentes direcciones. Era observada sí, y de qué manera, pero a la vez notaba que aparecía como flotando alrededor un sentimiento de gratitud. Al parecer su brillo no solamente no resultaba molesto sino que era admirado por quienes la contemplaban. Así transcurrieron algunos días en los que pudo aceptar su nueva condición para sentirse completamente especial. Quedaban atrás los momentos en que rutina y desinterés la hicieron considerarse carente de originalidad. En sus momentos de soledad todavía enfrentaba temores que la inquietaban. ¿ Y si dejase de brillar mañana ? Pero no tardaría en darse cuenta de que lo que le estaba sucediendo merecía los cambios necesarios para conservar su renovada función. Descubría cada día un aire nuevo, con temperaturas y luz distintas. Sin que hiciese nada por que apareciese el fenómeno que tanto atraía, matices que causaban asombro y expectación brotaban de su superficie. De ese modo cruzaba el tiempo, sin pretenderlo lucía cada vez mejor. Precisamente por ello le resultó incomprensible que de pronto dejase de ser mostrada. Percibía que recorría distancias y no le faltaban cuidados, más no gozaba ya del aire nuevo ni de las miradas complacientes. Permanecía guardada, oculta, y no tardaron en apoderarse de ella las inseguridades que intuyó tiempo atrás. De no ser porque era capaz de provocar pequeños destellos utilizando la memoria, hubiese acabado por convencerse de que ya no servía para hacer nada más. Una mañana sucedió algo que supondría un cambio radical. Aparecieron muy cerca varias muy similares pero que brillaban intensamente todo el tiempo. La alegría que súbitamente había experimentado dejó paso a una completa desorientación. Todas ellas brillaban sin contacto con el aire exterior y lo hacían todo el tiempo, día y noche. No pudo reprimir un sentimiento de inferioridad que comenzó a asomar al observar como sus breves señales eran totalmente ignoradas por las otras. Por suerte en los días sucesivos recuperaría el contacto con la libertad. Salía junto al grupo de recién llegadas, aunque siempre mantenida a cierta distancia. El primer reencuentro con la naturaleza le provocó una explosión de colorido que brotaba con tal amplitud que llegó a temer que esta vez provocase desagrado. Observaba que las demás mantenían un resultado uniforme, idéntico al que les acompañaba en el interior. No parecía que les causase ninguna emoción, y por supuesto nada que se asemejase a cuanto ella experimentaba. Aquel suceso le permitía recuperar la confianza y se dispuso a reconsiderar desde otra perspectiva su posición frente a las otras. No era inferior ni había perdido cualidades. No tenía que brillar continuamente sin motivo alguno. Ella era diferente. Se acostumbró a la frialdad y las percibió como monótonas, artificiales. Las salidas al exterior en lugares nuevos cada día volvieron a completar de significado su realidad. Otra vez llegaban sensaciones positivas al sentir que causaba sorpresa en las miradas. En cambio todas las otras se quedaban en el interior encerradas, desprendiendo invariablemente aquel resplandor que ahora le parecía anodino y carente de información. En cualquier caso las cosas habían cambiado bastante ya que ahora recibía una atención que distaba mucho de los primeros días en la aventura del espectáculo. Se congregaban en torno a ella muchos más ojos, y seguramente por esta razón era mostrada mediante un extraño soporte que la elevaba a un altura considerable. Con anterioridad jamás había alcanzado un nivel tan elevado sobre cualquier superficie, de modo que sus sensaciones relativas al equilibrio tuvieron que adaptarse a este ingenioso artilugio. Pronto comprendió que aquello era conveniente para resultar de mayor utilidad. Por otra parte su naturaleza parecía agradecer el roce del aire desde aquella posición, lo que unido a un progresivo desarrollo de habilidades, provocaba cambios de tonalidad que eran recibidos con júbilo. Y así estuvo bastante tiempo, cada día un espacio distinto, un aire renovado, un encuentro con miradas que la cargaban de optimismo y esperanza.

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