Podrías tú, en un milenio, en un pensamiento enredado a mis manos, en una mirada palpitante, saber cuánto alivio has derramado sobre mi boca muda.

Siquiera percibirías el ocaso durmiente, el crispar del mar ante la diosa menguante, el alarido del viento desde la tierra árida hasta el desgarro del cielo, sin siquiera sufrir mis desvelos, mis andanzas ensoñadas en la soledad de la madrugada.

Como es posible que el temblar de mis cadenas resulte en ti una melodía propia, que el cántaro de mi cuerpo se mezcle en la espuma de tus aguas dulces, de tus mareas violentas y en la serenidad de la bruma.

Quisiera en mis manos hojear el compendio de nuestro andar fluctuante para absorber así el aroma de cada una de esas páginas, llegar a comprender el porqué de aquellos trazos que acompañan mi prosa gastada.

Me dejo ahogar por la dicha de la casualidad, hasta embriagarme en la posibilidad de que quizás lo sepas mejor que yo.

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