Hubo un escritor que soñó con ser famoso y ganar mucho dinero, sin embargo, la fea realidad lo despertó y lo estrelló contra la pared de la pobreza… El buen escritor caminaba con una carga de libros que intentaba vender pero nadie compraba, y cuando sentía hambre devoraba las páginas de esos mismos libros condimentadas con sal y acompañadas de café aguado y dulzón. A veces el escritor ganaba un premio y se deleitaba derrochando dinero, pero los billetes se gastaban tan rápido que no podía pagar los servicios públicos, y era menester para él iluminar las noches con rayos de luna y bañarse con lluvia del amanecer… A pesar de las grandes tribulaciones que afrontó, el escritor no rindió pleitesía ni a dirigentes políticos ni a líderes religiosos, alcanzó la felicidad cuando fue posible y a nadie entregó sus dos únicos privilegios: la libertad de dormir todo el día y la felicidad de beber vino toda la noche…
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