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La vida, como el café, al beberla queda la borra, los bebo amargos, el café y la vida. Aquiles piensa mientras escoge un grisín, lo deja oscilar entre sus dedos como una frágil bailarina, tratando de que no se quiebre, lo moja en la borra, lo muerde, lo moja en la borra, lo muerde…Ya ven, siempre se puede hacer algo con la borra y la vida que quedan. No hay como bares de puerto para la nostalgia, contempla las palmas de sus manos como tratando de descifrar un libro antiguo. Sigan líneas y arrugas ¿Cuántas vidas ahí grabadas? ¿Cuántas se grabarán todavía? ¿Será ésta mi última vida? Nadie puede saberlo, es su principal atractivo, el suspenso. Años para gastar no me quedan muchos, cuando tomé conciencia de que los podía contar con los dedos comencé a encontrarles otro gusto, a saborearlos de otra manera, ni más rápido ni más despacio, no sé cómo explicarlo, de todos modos aunque chupemos los caramelos despacito terminan por quebrarse. El tiempo nos arrastra hacia la misma desembocadura, todos sin excepción, negros y blancos, ricos y pobres, la muerte no es racista, nadie se salva, tampoco es corrupta, imposible coimearla o remar a contracorriente. Yo intento navegar a mi manera, este viejo aconseja disfrutar los contrastes de la travesía, tormentas y plazas al sol, amores y soledades, puertos y alta mar… En el juego de contrastes irrumpen deseos ignorados, lo más difícil, escuchar sus propios deseos, por eso la gente vive corriendo, para no preguntarse adonde va. Dejarse ser, ponerse la edad que uno tiene, llevar un paraguas por si llueve, y salir a vivir, escuchar el eco de la lluvia en el alma, acordar pasos con pulsos del corazón. La vejez tiene su lado bueno, el problema es encontrarlo.
Aquiles mese su cabellera, saca el cuaderno de la mochila, abre un estuche, elige una lapicera. Vino blanco por favor, ordena dirigiéndose al mostrador. Hoy es el día, no sé cuál pero es hoy. Sobre la tapa celeste escribe “Memorias de un lobo de mar”, mira satisfecho, sonríe. No fue fácil decidirme, me da miedo que la lapicera se quiebre como un grisín. Deja el cuaderno cerrado, nubes y tiempo en la ventana transcurren. Al cabo de un rato decide: por hoy con el titulo alcanza, es lo más importante, después vendrá el resto, cuando sepan que el libro abrió sus puertas acudirán personajes con sus historias como paisanos al boliche. Se levanta con parsimonia, carga la mochila, póngalo en la cuenta amigo, precisa antes de salir.
Me gusta el viento frío, andar por la playa, esquivar olas. Ellas tienen suerte, van y vuelven, siempre vuelven, yo ya no tengo adónde volver, aquí me quedé, aquí moriré, en este puerto, no sé cómo, pero será aquí. A medida que avanzamos se abren puertas que giran en un solo sentido, no hay posibilidades de retorno, pasas del otro lado y ya es tarde, tarde para jugar al doctor, amar entre las dunas, bailar sobre las mesas, emprender nuevas travesías… Poco a poco se hace tarde, algún día se me hizo tarde para mudarme, mejor dicho para volver, tal vez tuve miedo, reencontrarme con mis huecos… Padres muertos, hijos ausentes, mi mujer…ya hablaremos. ¿El pueblo? ¿Amigos? ¿Cómo me recibirán? Me da miedo, por qué negarlo. También cuentan los lazos con este lugar, con la gente, con… no sé, hasta un animal solitario como yo busca ecos de sus semejantes. Y la energía va menguando, hace falta mucha fuerza para cambiar de casa calles plazas… todo se va embebiendo de emociones, cada partida produce muchas heridas, ninguna cicatrizó bien, entonces me fui quedando ¿Por qué este puerto y no otro? Imposible saber, acceder a su propia ignorancia es parte de la sabiduría. Me llevo bien con mi nostalgia, me acompaña a orillas del mar, como ahora, un placer extraño, más bien éxtasis, como si esta playa reuniera todas las playas y estos pasos dejaran sus huellas aquí y en todas partes, avalancha de imágenes, sensaciones pasadas, que mi andar va desgranando en arenas.
Otro desecho expulsado por el mar, eso deviene un pescador cuando sus manos fallan. Ya no podía adujar cuerdas, jalar redes, descargar bodegas. No da para más, la pesca artesanal no compite con los barcos modernos y su tecnología. Espineles, sextantes, mapas de navegación, van cayendo en desuso, hasta yo aprendí a manejar el GPS. El mar tampoco da para más, está enfermo, podría decir moribundo sin exagerar. Si colmaron la claridad con basura ¿Qué esperaban? ¿Que el océano se levante como gigante iracundo vomitando podredumbre de sus entrañas? Por ahora Poseidón sufre y espera, sabe que la rebelión de la transparencia llegará algún día. Aquiles continúa su caminata. Lo peor es esta sensación de impotencia, de que avanzamos hacia la catástrofe porque somos así ¿Yo no? ¿Usted tampoco? Pero la especie sí, esta especie llamada humana. No son focas calamares ni corales que transformaron el mar en basurero. Desde que nací la catástrofe se viene acelerando. Dos mil veinte, dos cero dos cero, tal vez suceda algo excepcional este año, algo… no sé, siempre creí en el misterio de las cifras. ¿O tal vez en el 2022? También podría ser, tres patitos con un huevo en el medio. ¿Qué querrá decir? Cada cifra trae su mensaje y su misterio.
¿Y yo qué puedo hacer? No es este viejo que cambiará el rumbo de las mareas. Tal vez pueda sumar mi voz, contar mi experiencia, escribir las “Memorias de un lobo de mar”… La profe me alienta, no importa que no sepas escribir me dijo ¿Qué quiere decir “saber escribir”? ¿Vos me ves escribir con estos dedos? Fijate, parecen chorizos de la edad media. De manera inesperada tomó mi mano, nadie puede renunciar a transmitir su experiencia mientras esté vivo ¿Entendés? Es importante que cuentes tu “historia de amor con el mar” como decís vos. Y sin soltar la mano agregó, cada uno tiene su escritura, cada uno tiene su voz, su mirada, sus huellas digitales, de estos dedos saldrán palabras ásperas y sinceras, como ellos. Retiré la mano como pude, conteniendo esa cosa que a uno le sube de adentro, me quedé callado, más bien atontado, no me lo esperaba, quiero decir … no sé cómo decirlo. Ella seguía, tenés que comprarte un cuaderno para ir anotando lo que se te ocurra, además te conseguiré una computadora y un Smartphone como éste, para que estés conectado, aquí está todo: internet, whatsapp, face book… ¿¡Eso es todo!? Protesté ¿No ves que no tenemos casi nada? ¡Cada vez menos! ¡Estamos llegando a la nada! Te estás volviendo un viejo cascarrabias, me cortó en seco, con unos clics hacía desfilar maravillas en la pantalla. Este es el mar del Labrador, este el golfo de Bengala, estas las islas Maldivas, se están hundiendo ¿Sabías? ¿Te imaginás mis dedos sobre tu delicada pantalla táctil? Volvió a tomarme la mano ¿Qué tienen? Dedos de pescador, mejor imposible para navegar en las redes. Entonces se derritieron mis resistencias al progreso, el recalentamiento del planeta no era nada al lado mío, no me quiero ilusionar, le intereso por su trabajo, profe es una manera de llamarla, hace muchas cosas salvo trabajar de profe, un día la llamé así, a ella también la arrojó el destino en estas costas.
¡Cómo se aceleró el mundo! Competir es la palabra de moda, claro que el tipo de competencia lo fijan Ellos ¿Ellos quién? ¡No pregunten tonterías! ¡¿Cómo Ellos quién?! Los que manejan letras mayúsculas y reglas de competencia. Entonces me dije, mejor que competir es vivir, vendí el barco, me compré una lanchita, saco a pasear turistas de vez en cuando, no me hace falta mucho dinero, cuando tengo ganas pesco algo para mí, me queda tiempo de sobra. No, las “Memorias de un lobo de mar” no versarán sobre conquistas amorosas en exóticos puertos ni tsunamis en mares lejanos. Al comienzo fue un impulso, sentí que estamos naufragando, que nos estamos hundiendo en estos comienzos del tercer milenio, que no habrá balsas ni islas para salvarse, quise dejar un testimonio, más que recuerdos de un viejo pescador, testimonios de la hecatombe en ciernes. En vez de “Memorias” debería intitularlo “Testimonios”. No me pregunten para qué sirven, lo más probable que para nada, como tirar una botella al mar, tal vez alguien en un futuro lejano recoja la botella y encuentre el mensaje… o su ausencia ¿Existirá acaso un futuro lejano? La cerrazón del horizonte no anuncia nada bueno. A la única que le comenté la idea fue a la profe, me miró asombrada, se ve que no entraba en sus casillas que un rústico pescador quiera escribir sus memorias, digo rústico por no decir bruto. Luego pasó del asombro al entusiasmo. ¡Muy buena idea! Si puedo ayudarlo en algo será un placer. ¡Hay tantas cosas para contar! Parecía sincera, su apoyo me reconfortó. No es tarde para que este viejo cuente lo vivido, es más, diría que es el buen momento.
Disfrutar el presente, éste es un día importante, escribí el título sobre la tapa de mi cuaderno. ¿Qué pasará ahora? ¿Cómo se irán impregnando de vida las hojas en blanco? No sé. Parto con ventaja, no soy escritor, soy pescador, nadie puede pedirle a un escritor leer tempestades en cierne o extraer la bolsa de tinta de las entrañas del calamar. Que a mí no me pidan metáforas incandescentes ni sintaxis brillantes, saldré a pescar palabras, ellas también se sacuden, coletean, tratan de volver a la corriente de sonidos para evitar morir asfixiadas en una hoja de papel. Atrapar peces o palabras tiene algo en común, no sé qué, escribiendo tal vez lo averigüe.
¡Mierda! Aplasté un petrel podrido, eso por andar distraído, miren el plástico entre las tripas, tiritas de polietileno salen como serpientes de la cabeza de la Gorgona, no tendría que haber mirado, mirar algo asqueroso paraliza, los mitos tienen sus razones de existir. El asco lo marea, aparta la vista, expira y respira, expira y respira, expira… ve una lancha abandonada, se sienta extenuado. ¡Qué sensación! Me sentí aspirado por ese petrel podrido, pensé que había llegado el final, justo hoy, hubiese sido una pena. Abre la mochila, toma el cuaderno, espera que las energías vuelvan, que la sangre encuentre su cauce. Ya está, ya está, calmate, calmate, busca la lapicera y apunta: Por esas cosas del destino encallé en estas costas, poco importa dónde se sitúan, en qué pueblo país continente, un pájaro podrido puede encontrarse en cualquier playa, intoxicado con plástico o petróleo, poco importa. Invasiones de medusas gigantes o ensaladas de algas fluorescentes, poco importan. Lo importante es lo que no se ve, bajo las aguas, bajo las mentes, bajo los anuncios… lo puedo afirmar porque lo viví, todavía tenía el barco… Lee lo que acaba de escribir ¡Ya empecé! Lee nuevamente. ¡No lo puede creer! ¡Ya empecé! Fue el petrel destripado en la arena, me hacía falta un detonador. Caminar sentir vibrar, entonces el mundo se escribirá sólo. En un pájaro caído, un caño oxidado, una zapatilla abandonada… podemos leer el mundo. La gran historia está tejida con miríadas de pequeñas historias, no sólo de gente, también de cangrejos corvinas petreles podridos.
¿Por qué repetir siempre lo mismo? Se pregunta al llegar al espigón. ¿Por qué terminan siempre aquí mis caminatas? En cada puerto tenía mi bar, mi mesa, mi ventana. Siempre repitiendo pasos, hilvanando huellas ¿Y si la vida no fuera más que una gran repetición? ¿O tal vez la repetición de otras vidas, que ni siquiera sospechamos? Repito todo, el tipo de desayuno, el paseo matinal, la hora de la siesta… hasta los recuerdos se repiten y vuelven como olas. Cuesta abrir nuevos surcos, la tierra deviene compacta, las rutinas echan raíces ¿Podré todavía cambiar algo? ¿Amainará el vendaval de recuerdos? Ya llegué al espigón, ahora tengo que subir y caminar hasta la punta, el punto preciso donde se sitúa la terminal de mi recorrido. En el extremo del espigón hace una pausa, permanece erguido, desafiando vientos. Me gustaba bajar de la cabina de mando a la cubierta de proa, recibir el mar en el rostro, su gusto salado, las ráfagas cortantes. Esto también lo escribiré, testimoniar y transmitir, que los jóvenes aprendan, a gozar lluvias, palpar árboles, besar piedras. Si siguen con las cabezas sumergidas en pantallas terminarán mal. No hay vida virtual, la vida es ésta, en clave de mar. Se enjuga el rostro, las olas salpican ¡Esto es vida! Entornar párpados, escuchar gaviotas, rompientes, cántaros al rodar ¿A qué parajes lo transporta la marina sinfonía? ¿A qué orillas besos heridas? Permanece inmóvil como estatua invocando divinidades. Cinco siete diez… ¿Cuántos minutos, eternidades? Finalmente toma la decisión, abre los ojos. Sigo en el espigón, si pudiera permanecer así, ni muerto ni vivo, ni despierto ni soñando, escaparme de la realidad, pero en algún momento la burbuja se pincha y aterrizamos. Hay que aprender a despedirse, de puertos amores atardeceres, aprender a decir adiós, sin adioses todo se tornaría insoportable, la vida es vida gracias a la muerte, el amor es amor gracias a la ausencia ¿Inmortalidad? Hundirse en el hueco dejado por una efímera mirada.
Se despide del espigón, mañana nos vemos, y emprende el camino de regreso. Avanza contemplando sus huellas húmedas, mensajes de algas, caracolas vacías. Encuentra un tubo en espiral anaranjado, cubierto de arena, se detiene, extrae de la mochila una bolsa y una pala, se arrodilla… continúa el camino cargando su trofeo. Armo formas con los desechos que encuentro, otro tipo de testimonio, llamarlas esculturas sería demasiado, no esculpo nada, limpio lo que junto y después combino como me sale, sin pensar. La profe estaba intrigada, un día le mostré el hangar, fue la primera persona que dejé entrar. ¡Genial! ¡Impresionante! ¡¿Usted hizo todo esto?! Después me arrepentí, empezó a preguntar cosas ¿Por qué esto? ¿Por qué aquello? ¿Qué quiso decir con…? ¿Cómo hizo para…? Lo reconozco, no fui amable. Mire amiga, no quise decir nada, tenía ganas de hacerlo, salió como salió. Es buena persona pero habla mucho, la gente que habla mucho me cansa. Usted no es consciente pero lo que hace es arte bruto, y de alto nivel. No pude contener la risa. No se ofenda, me hace reír, aquí el único bruto soy yo, no entiendo mucho, pero si esto es arte yo soy Cristóbal Colón. Sigue repasando sus historias mientras sube la cuesta, se detiene para recoger una piedra de mica. La ruta se hace más empinada con los años, algún día no podré subirla más, cuando llegue ese día voy hasta el acantilado y me tiro de cabeza. ¡Eso sí será arte bruto!
Pasa por el hangar, acomoda la cosecha del día, parecería que cada objeto tenía su lugar en esa sinfonía, se dirige luego a la casa, una gran habitación de madera con techo a dos aguas, una salamandra en el centro manteniendo ese mundo en equilibrio, encantador loft rústico diría una revista de hábitat. Me gusta este momento, sacarme las botas, prepararme algo en la cocina, sentarme a la mesa y comer mirando el mar. Esta ventana es el alma de la casa, desde aquí puedo contemplar el ir y venir de barcos en la bahía, apreciar la metamorfosis de las luces, palpar la respiración del mundo. Lo están asfixiando, me pregunto ¿Por qué destruyen tanta belleza? ¿Qué buscan? Yo soy pescador, no filósofo, no encuentro respuestas, sólo puteadas, cuando vuelvo de mis paseos matinales el único consuelo que me queda es gritar al borde del acantilado ¡La puta madre que los parió! ¡La puta madre que los parió! …hasta que me canso. El día que me encontré en la playa con los cachalotes cubiertos de petróleo, ni fuerzas para gritar me quedaron. No sé qué me dio más asco, si los cachalotes agonizantes o la infeliz que montó encima mientras le sacaban fotos sonriendo. Con filósofos no alcanza para explicar el comportamiento humano ¿Cómo llegamos a esto? La boludita subida al cadáver del pobre animal y su fotógrafo, pueden ser ustedes o yo. ¿Acaso no pesqué toneladas de tiburones para cortarles las aletas? Muchos países asiáticos las pagan a precio de oro por sus propiedades afrodisíacas, también dicen que son buenas para las articulaciones. Con los cuernos de rinoceronte pasa lo mismo, los venden en polvo, cuestan una fortuna, por algunas vergas en erección miles de paquidermos asesinados. ¿Será cierto? ¿Qué? ¿Las vergas paradas? Poco importa, lo único cierto es el mercado, me beneficio luego existo, cuanto más beneficio más existencia… aunque la verga no se pare. Así va la época, inútil buscar verdades en el pulso del mar, beneficios matar mares y verdades.
Ahora me arrepiento ¿De qué sirve? Da buena conciencia, es todo, son otros como yo que se dedican a la cacería. Sé de lo que hablo, todos los días recorro la playa, no se imaginan la cantidad y variedad de mierda que devuelve el mar, con eso hago mi “arte bruto”, más bien arte puto, mescolanza de desechos, signos de decadencia. Mejor cambio de frecuencia y voy a comer algo, con el frío no hay como un buen puchero. Después de almorzar vendrá la caminata y después de la caminata vendrá la siesta ¿Para qué cambiar la rutina? A mí me tranquiliza. Por supuesto que algunas cosas cambié, eliminé del puchero huesos de caracú y mondongo, el colesterol no es bueno para la artrosis. A las palabras uno les presta atención cuando toman cuerpo, artrosis se encarnó en mis manos, para un pescador son un órgano tan vital como el corazón o el hígado. Menos mal que todavía me dan los pies. Siempre disfruté de la soledad, con la vejez todo se complica, vienen los miedos ¿Si me pasa algo y estoy solo? Envejecer es resistir, el combate por la vida se hace cotidiano, no hay que combatir para sobrevivir sino para vivir, la diferencia es esencial. Contemplen el paisaje desde este sendero de cornisa ¿Qué me dicen? Muchos trabajan todo el año en una torre de cristal y hormigón, ganan fortunas esperando evadirse unos días a un lugar como éste. No soy filósofo pero tengo mi filosofía, no fabrico conceptos, los mastico. Poblar el tiempo de placeres, time is not money, time is only time, el dilema es cómo habitarlo. Como les decía, después de la caminata la siesta, placer asegurado, tiene algo especial, es como… No tardó mucho en dormirse con ese sueño profundo de pescador, como si buscara algo olvidado en el fondo del mar.
Cuando escucha ruidos cree que vienen del sueño, trata de atrapar algunas fibras para remontarlo a la superficie, inútil, las imágenes escurridizas se esfuman ¿Estoy despierto? Ve un chico comiendo en la mesa, abre y cierra los ojos. No, no estoy soñando. Se sienta en la cama, se pellizca, vuelve a abrir y cerrar los ojos. Tampoco estoy en el cine, este nene me está apuntando con una pistola de verdad, avanza hacia mí. Si llamás a la cana te quemo, le espeta el invasor con voz de niño extraterrestre. Ni sueño ni ciencia ficción, el piojo este mide apenas un metro y medio, la pistola parece más grande que él. ¿Qué querés? Fue lo único que se me ocurrió decirle. Si buscás bardo te quemo, no serás el primero ni el último, respondió la criatura salpicando palabras mientras agitaba el arma. Aquiles no entiende nada pero se da cuenta de que no es broma, sus reflejos de viejo lobo de mar lo salvan, pliega velas y espera que amaine la tormenta. Mirá muchacho yo hago lo que digas, si no te molesta voy a seguir durmiendo, vos podés comer el puchero, está muy bueno, nadie te va a molestar, cuando te vayas no cierres la puerta con llave, esta casa vive con la puerta abierta, si querés robar algo date el gusto, llevate lo que quieras, lo más valioso que tengo es la siesta y no me la pueden robar ¡No soy ningún chorro! ¿¡Qué carajo te creíste!? Vocifera enojado, ojitos negros, cabeza rapada con cresta de pelo entre nuca y frente. Entonces ¿Para qué me apuntás? Si no sos chorro bajá el fierro, a las armas las carga el diablo. Callate, aquí el que da órdenes soy yo ¿Está claro? ¿O querés que te queme? ¿Eso estás buscando? ¿Puedo seguir durmiendo? Yo me llamo Aquiles, cuando me despierte, si todavía no te fuiste, podrás contarme qué hacés en este pueblo ¿Cómo te llamás? Si me lo querés decir por supuesto.
Charly, me dicen Charly.
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