1965, los tablones. El olor del césped. El humo de los puestitos. La revista con la formación de los equipos, la infaltable Spica.
Iba de la mano de mi viejo y me agrandaba de orgullo al ver como lo saludaban. Lo querido que era y yo sonreía. Un pibe regordete y morfón, en los dos sentidos. Comía mucho y solía guardar la pelota bajo la suela sólo para mí. Supongo que hay cosas que definen tu carácter, no me importaban las patadas, siempre la pedía. Aprendí a los tumbos, en el bajo Flores. Y me acostumbré a responder con un caño a cada patada.
Mi viejo había jugado con Sanfilippo y otros grandes. De muy chico me impusieron la camiseta de San Lorenzo. Andaba por la vida con una camiseta que no sentía tanto. Casi toda la familia era del Ciclón.
Íbamos temprano a la cancha, para ver las inferiores. Ese domingo jugaban contra el Racing Club de Avellaneda. Mi viejo solía destacar a algún jugador, para demostrarme todo lo que yo hacía mal. Aún recuerdo lo tenso de esos momentos. Que aquel sabe cuándo largar la pelota, que ese tira paredes con los compañeros, que el otro mete pase de cuarenta metros, etc.
La primera vez que me vio jugar fue en un potrero. Me puso muy nervioso. No jugué como siempre, pero hice dos goles que sirvieron para ganar el partido. Uno de ellos gambeteando a varios y por encima del arquero desde muy lejos. El otro de cabeza, a pesar de tener un dado en el balero y mi escasa altura. Sin embargo, me sentenció con un: lamentable.
Ya jugando en San Lorenzo, en un partido contra Boca en la Candela, nos expulsaron dos jugadores. Íbamos cero a cero y era un infierno. Más que los gritos de los entrenadores y de toda la gente, escuchaba el silencio de mi viejo. Era como si me estuviera desafiando: ¿Y, ahora, qué vas a hacer?
Hice lo mejor que pude, colaboré. Me tiraba al piso, respondía a las patadas, hasta que ese silencio se hizo demasiado fuerte para mí. Entonces ante una pelota recuperada cerca del área rival, me puse a gambetear que era lo mío. Me hicieron penal, ganamos uno a cero con ese penal.
Esa noche mientras comíamos lo único que dijo fue que tendría que habérsela pasado al cuatro, que se había mandado un pique de cuarenta metros, para entrar solo al área, antes que intentar gambetear al arquero. Me sacó el hambre claro.
Era muy especial mi padre. Cuando ya tenía una panza respetable, había algo que siempre concebía y que nunca pude hacer. Él lo hacía como un divertimento para los más chicos. Innovaba jueguito con una moneda, varios, sin dejarla caer, le daba de taquito y se la metía en el bolsillo de la camisa.
Ese domingo contra Racing me asombró su hinchada. El colorido, la fiesta, la esperanza. Desde que comenzó el partido de primera mis ojos se clavaron en el número dos de celeste y blanco. Roberto Alfredo Perfumo. Barría toda la defensa, salía jugando con una habilidad propia de un delantero. Iba a cabecear con una seguridad absoluta. Se lo comenté a mi padre y por primera vez, vi algo en sus ojos muy parecido al miedo.
Ganó Racing y yo salí de la cancha convencido de que ESE era mi equipo. Por supuesto que tuve que esperar. Sólo algunos amigos y los que jugaban al fútbol conmigo sabían mi decisión.
Guardé como un viejo tesoro la antigua camiseta de San Lorenzo. A un equipo del barrio le pusimos San Lorenzo de Villa Luzuriaga. Fue como un pequeño homenaje.
Por supuesto que, cuando Racing salió campeón en el sesenta y seis, mi viejo me vio festejar junto a otros hinchas de Racing.
Era otra época. Mientras Racing jugaba la copa Libertadores, los hinchas de otros equipos alentaban por la Acadé. Así me fue más sencillo gritar sus goles, incluso junto a mi padre. Ni hablar cuando el Chango Cárdenas colgó la pelota en el ángulo. Lloré de la emoción, evitaba mirar a mi padre.
Esa noche me dijo que ya lo sabía y que se dio cuenta aquel domingo en la cancha del Ciclón.Y me abrazó, cuando me estaba yendo me dijo: Hoy te vi jugar, se entienden muy bien con ese pibe Ricardo y con Rubén, tocan muy bien la pelota. Y metiste dos pases gol buenísimos. Estás creciendo mucho hijo…
Todavía hoy tengo aquel nudo en la garganta, el que me persiguió esa noche.
Cuando inauguraron la cancha nueva de San Lorenzo recibí dos invitaciones, fui con un amigo cuervo. Nuestros respectivos padres ya no estaban, pero los dos fueron muy hinchas y les hubiera emocionado ese espectáculo.
Fuimos a un bar de Avenida La Plata y brindamos por el recuerdo. Entró al bar el nene Sanfilippo, pasó entre las mesas y me vio. Me miró, se acercó, me preguntó mi apellido y cuando se lo dije, sonrió ante el parecido indudable y me contó que había jugado con mi padre, que había sido un gran jugador, una pena que fuera tan morfón…
OPINIONES Y COMENTARIOS