Después de una tormenta.

Después de una tormenta.

Tania Buchard

06/05/2019

Mañanas efímeras como las agujas del reloj suelen ser; como las canciones de 3 minutos; como los cielos nublados y, como esos encuentros fortuitos.

Un día más inquieto que el otro, marcando equis en el calendario sobre los días pasados, para confirmar expresamente lo pasajera que se vuelve la vida y, con ello, lo fugaz que somos nosotros en este movimiento constante.

Aunque transitorio nuestro cuerpo, pues nuestra alma se vuelve eterna, transcendiendo a medida que avanzamos en distintas vidas.

Puntos blancos profundos en mi mente que se convierten en las trilladas preguntas existenciales como “¿He aprovechado suficientemente el tiempo?” “¿Me siento satisfecha con lo que hasta ahora he logrado y con quien realmente soy?” y puede que me pierda en algún punto fijo de mi habitación tratando de buscar alguna respuesta no tan cruel.

Tomo un café, -no podría hacer esto sin la compañía de algo que siempre me hace sentir bien o, al final, ese creo que es el objetivo de cualquier tipo de adicción- de esos cuyo sabor específico que me encanta, solo puede expedir mi cafetera vieja de hace 6 años, esa que es irremplazable porque o sino el gustillo no sería igual. Lo sirvo en mi taza preferida y, en cada sorbo, trato de responder a mis anteriores preguntas.

Al tratar de lograr ese fin, me encuentro en el camino álgido de más preguntas, las cuales algunas de ellas son “¿Por qué esas preguntas?” “¿Acaso trato de confirmar que estoy comparando mi vida con la de los demás para ver si en esa ficticia competencia a la que llamo ‘vida’ voy en ventaja o en un simulado fracaso?” “pero ¿qué es el ‘fracaso’ o el ‘éxito’ al final? ¿Me baso en los conceptos o en los cánones que la sociedad deliberadamente ha impuesto a lo largo del tiempo sobre dichos términos? ¿Y si el ‘éxito’ es simplemente ser feliz sin importar los protocolos existentes? Con ello me refiero a los típicos ‘logros’ que debo conseguir a lo largo de mi vida para conquistar el reconocimiento externo de que efectivamente soy alguien triunfante. Títulos, profesiones, altos cargos, aprobaciones, amigos, dinero… cuando al final, nos paramos en un espejo y no somos capaces de saber realmente quiénes somos, ni qué queremos, ni cuál es nuestra verdadera esencia. “¿Necesito hacer estas comparaciones para sentirme mejor o es todo lo contrario y me las hago intencionalmente para embarcarme en ese bastimento de emociones pesarosas y ahogarme en un mar de victimización para luego no saber cómo salir a flote de ahí? Cosa que luego se vuelve como un círculo vicioso encantador y propiamente, una lamentable caja de confort.

Posteriormente, tuve una especie de rara reacción en medio de mi trance y, mirando la taza y luego levantando mi mirada hacia la ventana, sonreí de manera franca y liberal, aunado instantáneamente de un pequeño suspiro, pensando inmediatamente en lo agradecida que me encontraba por hacerme esas especies de introspecciones o de colocarle esas inquietas alarmas mentales a mi cerebro. Significaba, al menos para mí, que realmente estaba viviendo, que no estaba yendo por la vida de manera automática, que quería encontrar algún sentido, que estaba evolucionando, que en absoluto quería permanecer viviendo a base de lo mismo, que de alguna manera me quería ir desprendiendo de mi ego.

Sí, también me carcomió el miedo por el hecho de no encontrar respuestas, de quedarme con ese sentimiento de zozobra y ansiedad que te suelen dejar esa clase de preguntas y, para colmo, encontrarme con más. Algo que, por supuesto, no descartaba en absoluto. Pero mi júbilo al final, terminaba opacando ese miedo inconmensurable, como un arcoíris termina sobreponiéndose a esas nubes grises que acaban por despejarse después de una tormenta.

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