Y ahí nos encontrábamos, echados en la cama de mi habitación, tu y yo. Me paré, tomé la cajita de música que me regalaste y empecé a darle varias vueltas a la cuerda.
Al comenzar a sonar la melodía, la dejé a nuestro costado y me senté en la cama colocando tu cabeza sobre mi pierna y continúe acariciando tu cabeza. Luego de unos segundos, pude escuchar un sonido similar al de un pequeño sollozo, por lo cual me acerqué a tu rostro para confirmarlo; sin embargo, instantáneamente lo ocultaste. Al ver tu reacción insistí en ver lo que te pasaba, hasta que finalmente cuando tu rostro estaba frente al mío pude confirmar que efectivamente estabas llorando, ya que pude ver lágrimas en tus ojos, las cuales inmediatamente trataste de secar con la manga de tu polo para que no me diera cuenta.
En seguida te pregunté qué te había pasado y si estaba todo bien, respondiéndome que todo estaba bien, pero sabía que no era así. Cogí tu mentón y fijando la mirada a tus ojos, volví a insistir, pero esta vez más como una afirmación, dándote a conocer que ya me había dado cuenta de lo que había pasado, y que podías contarme con total confianza lo que te sucedía.
Finalmente mirándome a los ojos me dijiste que había sido la melodía de aquella cajita de música la cual te parecía muy triste. En ese momento, pude darme cuenta que aún te encontrabas sensible por lo sucedido, y era tanta tu tristeza que incluso esa melodía, que anteriormente ya la habías escuchado y no había causado ningún efecto en ti, esta vez pudo ponerte muy triste.
También me hizo reflexionar que, aunque tratabas de mostrarte alegre y tranquilo, como si ya hubieras afrontado lo sucedido, aún la pena seguía ahí y tu corazón aún continuaba con ese vacío irreparable, el cual yo buscaba a toda costa ver la forma de llenarlo o aliviarte un poco esa tristeza. Pero no era algo fácil, aún extrañabas a tu padre.
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