La misma pregunta

Así cayó en cuenta que…
A menudo, cada que se encontraba después de mucho tiempo con un amigo, un familiar, un conocido o incluso hasta con alguien al azar en una conversación de chat; siempre le hacían la misma pregunta.
Si tuviese que contar las veces que le han hecho esa pregunta creo que podría igualar el número de páginas de una gorda guía telefónica… bueno, quizás esté exagerando, pero sí que han sido un montón de veces.

Le han preguntado tanto lo mismo que con el tiempo aprendió a ser un maestro respondiendo de las formas más creativas posibles, tan creíbles que ¡hasta él mismo se las creía! Una mezcla entre lo real y lo inventado. – “¡Hola, de tanto tiempo!” – “¡Rayos! (por no usar otra palabra) … Ahora, ¿cómo me zafo de ésta?” Y sin mucho esfuerzo las palabras se articulaban en su cabeza como engranaje de reloj suizo y luego salían de su boca en forma de una simpática evasiva. Una amable y bien educada manera de decir: “¡No me jodas! No quiero hablar ahora” … si ya sé, que maleducado, pero no le importaba, así lo sentía entonces. Y sin más rodeos se salía con la suya, con una sensación de alivio y algo victorioso pensando: “¡Bien ahí! Lo hiciste otra vez”. Estaba consciente de que ellos no se lo preguntaban con mala intención, quizás hasta es una pregunta que sale en automático al no saber de qué más hablar, quizás incluso él mismo lo hizo en más de una ocasión. Parecía inofensiva hasta que comenzó a pesarle más, y me temo que ese peso siempre estuvo ahí… inadvertido… eran gramos, y de repente kilos… no voy a decir toneladas porque estaría exagerando otra vez.

El punto es que, en ese momento, justo en ese preciso minuto… ahí estaba él, asumiendo el rol de ese amigo, de ese familiar, de ese conocido, y haciéndose exactamente la misma pregunta: ¡¿DÓNDE TE HAS PERDIDO?!
– ¿Dónde te has perdido? … ¿Dónde me he perdido? –

De repente el engranaje del reloj suizo falló y sus cuerdas vocales se amarraron entre si creando un nudo que dolía más al intentar desnudarlo.
¿Qué más le quedaba por hacer?… Ya no habían excusas que inventar, ya era absurdo intentar ignorar, ¿qué más podía hacer?… nada más que rendirse y aceptar.
Sí, se había perdido. Poco a poco se había perdido.
Se sentó con enojo en esa sala vacía y con la luz apagada comenzó el interrogatorio… no podía dejar pasar nada por alto, se lo debía a sí mismo. Y lo cuestionó todo desde cuál fue su primer recuerdo hasta cuál sería el último que trascienda… ¿será que trasciende? No lo sabía. ¿Quién lo sabía entonces?… ¿quién lo puede entender si ni él mismo lo puede hacer?… y de tratar, trató… de tratar trató. Quizás no lo suficiente, quizás quiso hacerlo solo, siempre solo. ¡Vaya tarea! Pensándose auto suficiente que ni a Dios ayuda le pidió.

Así que ahí estaba, como un adolescente rebelde otra vez intentando desesperadamente llamar la atención de todos, de quien sea, menos la suya.
Y cuando menos lo esperaba en uno de esos momentos de leve claridad al fin logró captar su propia atención, y de alguna forma entre pensamientos difusos lo comprendió:

No se puede sanar sin permitirse parar.
No se puede triunfar sin permitirse fallar.
No se puede resolver sin tratar de ceder.
No se puede olvidar sin antes perdonar.
Y en absoluto uno no puede encontrarse sin antes perderse.

Felizmente perdido y con una sonrisa en el rostro supo que ahora ya no estaba solo… aunque, a decir verdad, nunca lo estuvo.

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