Las luces de la carretera parecían nunca terminar.

La maldita costumbre de cambiar de parecer a último momento la había dejado varada en algún lugar de aquélla carretera. Colette era una joven de cabello castaño eternamente cepillado que dejaba pasar el tiempo a sus anchas. Nunca le preocupó lo que sucedía a su alrededor, salvo cuando observaba algún absurdo acontecimiento como podrían ser una flor retoñando en su jardín o una grieta con forma graciosa de camino a casa. Si la recuerdo bien también disfrutaba de acariciar los troncos de los árboles con sus delgados dedos y respirar suavemente durante una tormenta, más que un desgaste ella era un anhelo constante y en cada gesto delicado que evocaba dulzura se escondía una sutil picardía.
Han pasado un par de horas desde que recibí su última llamada, se le escuchaba preocupada, aunque no por ella misma. Su respiración era agitada, y lograba percibir cómo moqueaba al otro lado de la línea, acababa de llorar y no supo explicarme porqué. Entonces me la imaginé caminando solitaria al lado de la carretera, preguntándose si debería cubrirse de la lluvia bajo un árbol o sentarse a esperarme mientras asimilaba lo acontecido frente a ella. «Pero, ¿Qué había acontecido frente a ella?» me pregunté.

Conduje durante 4 horas sin detenerme, mirando en toda dirección, atento a cualquier indicio sobre ella. A pesar de todo nunca le encontré. Ahora paso las tardes sentado recordando su figura que, poco a poco, se va desvaneciendo junto a la luz del ocaso, junto a mi memoria.

Nunca imaginé que me quedaría con las luces interminables de la carretera y un vacío en la memoria que aveces logro ocupar con ella, o con Elizabeth, o Andre…¿Cómo se llamaba?

El silencio es tan filoso como un cuchillo.

Se miraban el uno al otro como si se conocieran de mucho tiempo. Marie jugueteaba con su vaso medio vacío de vodka a manera de coqueteo mientras Sam le dedicaba un par de sonrisas. Sobre la barra de madera se hallaban sus porta vasos y sobre sus manos un deseo afloraba con cada sorbo a su bebida, acercándolos de a poco uno al otro. La luz era tenue y la gente ausente, ambos asimilaban su soledad acompañados del alcohol y una buena vista, dejaban de lado una verdad angustiosa …¿Cómo habían llegado allí?

Se levantó al fin uno de los dos, dirigiendo sus pasos hacia el otro, con el entusiasmo de quien se aventura a tierras desconocidas, con el porte de un conquistador y pronunció el que sería su último deseo:

-¿Puedo acompañarte lo que resta de la noche?

-Claro.- accedió.

Hablaron durante horas sobre quiénes eran y los infortunios que los llevaron hasta ése momento en concreto, reían despreocupadamente, se tocaban el rostro, o las manos, o los latidos, se amaron tanto aquélla ocasión… Hasta que el reloj marcó las tres y cayeron en cuenta de que el tiempo se había consumido.
Pidieron la cuenta pero no hubo respuesta alguna, ¿alguna vez la hubo? Miraron a su alrededor y se percataron que no había nadie más en aquél sitio. En las mesas había uno que otro vaso, ecos de otras vidas que aumentaban la tensión en el ambiente. ¿Se habían imaginado los murmullos al fondo de su conversación? Estaban casi seguros de haber escuchado risas y sorbos a su derredor, alguien les había servido sus bebidas toda la noche… Es cierto, ya era algo tarde, o muy temprano, como para ver el pub lleno. Qué par de bobos, imaginando de más en un bar con varios tragos encima. Rieron brevemente y volvieron al silencio incómodo. «¿A dónde se habrá metido aquél chico que se encargó de mantener nuestros vasos llenos?» pensaban.

A falta de atención optaron por marcharse sin pagar, ya pasarían más tarde, todo seguía en silencio, las luces tintineaban en la calle, todo seguía en silencio, algo extraño sucedía y esto tenía muy inquieto a Sam. Todo seguía en silencio, veía mover sus labios pero no lograba escuchar nada de lo que decía Marie. ¿Acaso estaba sonriendo? Había algo diferente en su semblante, había algo distinto en sus intenciones que alertó los sentidos de Samuel. Su vista se nublaba cada tanto, podría ser por el alcohol, le quemaba el pecho, también podría ser porque bebió mucho pero… todo seguía en silencio.

-Murió por una serie de puñaladas en el pecho.- dijo el forense.

-Que pena, era muy joven para morir así, ¿han hallado el arma homicida?

-Sí, un cuchillo de cocina, debajo de aquél sofá.

-Un cuchillo de cocina…

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