Me desperté en casa de mis vecinos y la televisión me habló de nuevo.
—Eh, tú. Escritor.
—¿Qué?
—Despierta y termina el trabajo.
—¿Quién eres?
—Eso no importa. ¿No querías una historia?
—Sí.
—Pues entonces acaba con ellos.
—¿Con quién?
—Con los del piso de arriba.
—¿Por qué?
—Porque si no serán ellos los que acaben contigo.
Me levanté y fui al cobertizo. Cogí la escopeta y entré en la casa de nuevo. Subí las escaleras y me colé en el cuarto del niño. Apunté a la cabeza y apreté el gatillo. Me dirigí al pasillo y avancé hasta la habitación del fondo. Abrí la puerta y allí estaban, la mujer y el marido. Les encañoné y vacié el cargador en ellos. Salí de allí y fui al piso de abajo.
—¿Ya has terminado?
—Sí.
—Bien.
—¿Y ahora qué?
—Ahora entierras los cuerpos.
—¿Dónde?
—Y eso qué más da. ¿No querías una historia?
Fui a la camioneta y cogí la pala y el pico. Arrastré los cuerpos hasta el jardín trasero y comencé a hacer los tres huecos. Los tiré dentro y entré en la casa de nuevo.
—¿Los has enterrado?
—Sí.
—Pues ahora termina el trabajo.
Me desperté de golpe en mi casa y pegué un grito. La televisión estaba apagada. A su lado el ordenador, encendido. Alguien había escrito:
—Eh, tú. Escritor. ¿No querías una historia? Pues sal al jardín y escribe lo que has hecho.
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