Mis dudas e inseguridades con relación a mí y al amor se desvanecen como las cenizas de un cigarro con cada inhalada.

Mi amor por ti crece cada vez más como la espuma de una cerveza cuando se sirve de sopetón contra el vaso, con cada mirada fijamente que proyecto a tus ojos y me reflejo inmensamente feliz.

Mis días dejan de ser rutina y se transforman en un pasajero viaje por la vida, sin miedo a que pase rápida o lenta porque a pesar de ello, lo único importante es que esté contigo, que estemos los dos como si fuésemos uno.

Mi sonrisa yace y se dibuja inevitablemente en mi cara después de tus más sinceros «te amo», luego de darme esos apasionados besos que sólo tú sabes darme.

Nuestra conexión es tan hermosa y genuina que se vio destellada desde el primer segundo que hablamos ese viernes en la noche fumándonos un cigarro. Desde ese momento supe que estaba justo en donde tenía que estar y, que quería permanecer ahí infinitamente, como suelen perpetuarse las estrellas en el cielo.

Mis incertidumbres desfallecen cada vez que me tienes paciencia, cada vez que me abrazas para darme calma al saber que muero de ansiedad, para dejarme claro que estarás ahí a pesar de todo; eres arcoiris en la tormenta que suelo ser.

Me inspiras a escribir los más lindos versos cuando todos mis escritos han estado llenos de nostalgia y amores evaporados. Me inspiras a ser la mejor versión de mí cada día y no porque necesariamente estés ahí, sino porque sólo requería saber que hay alguien que cree en mí de manera auténtica y pura. Me haces comprender y descifrar que sí pueden amarte no por lo que puedas entregar o hacer, sino por lo que vales y eres.

Eres mi más hermoso hallazgo, valioso e inesperado que se produjo de manera accidental un viernes por la noche, cuando yo solo quería encontrar algo distinto y, que sin duda alguna, me confirmó que el amor a primera vista existe y que se puede amar a una persona desde el primer día.

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