Cauce finito que arde debajo de tu piel,
besos en llamas en los que admiro tu reflejo,
en los que cándidas columnas se alzan huidizas,
elevándose hacia las esferas donde todo habita.
Tus palabras perdidas, música o sutil armonía,
destellos de una esencia que en mi voz se cobijan,
letanías que te ocultan con sus turbios recitales,
con aquella sinuosa profundidad de tus labios.
Lloro porque me pierdo, porque deseo llorar
porque deseo perderme en el mar, porque esta hondura sin límite
sí nos pertenece, sí nos convierte en presente imperfecto,
diluye nuestros nombres y los devuelve a la eternidad.
Vivo en este pensamiento del día, pienso entre abrazos.
Aún escucho el templado crujido de tu sangre,
como un mundo que solicita una debida génesis,
como un universo que elige una abrupta destrucción.
Espera, espera que duerma, quebrado de ausencias,
intacto el pecho por tu enmudecida sombra,
espera que duerma en este gélido lecho de venas
en que deseo perderme y en que la nada es lamento.
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