Siempre.

Mil veces.

Con todo el amor y el deseo constante

de cuidar la casa.

Sus rincones más íntimos

y la amplitud de su fachada.

La casa que soy y que me habita.

Todo aquello que vive

y resuena

y hace temblar mis paredes,

que gira en mi mundo

y vuela y se acuesta

mirando el sol desde sus ventanas.

Las sombras proyectadas no asustan,

crean,

se resguardan y acompañan,

y así nos vivimos

y avanzamos

en el cálido refugio

de mi cuerpo.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS